"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 27 de enero de 2022

El mal fario de Holanda (1). Alemania 1974

Cuando el 7 de julio de 1974 a las cuatro de la tarde el balón empezó a rodar en el Olímpico de Múnich, había un equipo claramente favorito a alzarse con la Copa del Mundo por primera vez en su historia: Holanda, la Naranja Mecánica capitaneada por Johan Cruyff. Y lo fue aún más, si cabe, cuando un minuto y medio después los holandeses habían dado 17 pases sin que un solo alemán tocara la pelota y un Hoeness derribara al espigado capitán holandés dentro del área. Neeskens transformó el clarísimo penalti y a los dos minutos los tulipanes ya encarrilaban la final.

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Veinticinco días antes, el 13 de junio de 1974, Brasil y Yugoslavia daban el pistoletazo de salida al Mundial de Alemania en un partido en el que Pelé hizo el saque de honor y después pasó muy poca cosa más, dejando la sensación de que los brasileños, actuales campeones, no estaban para repetir título. El cero a cero que al final reflejaba el luminoso lo decía todo.

Al día siguiente, el 14 de junio, debutaron los anfitriones y, en ese momento, claros favoritos al título. La selección de Alemania Federal estaba formada por una base de jugadores del Bayern de Múnich, que acababan de proclamarse campeones de la Bundesliga y de ganar la primera Copa de Europa de su historia (después vendrían dos más de forma consecutiva). Con uno de los mejores porteros del mundo, Stepp Maier, uno de los mejores líberos del mundo, Franz Beckenbauer, y uno de los delanteros más eficaces del mundo, el Torpedo Müller, los alemanes eran el enemigo a batir. Pero su debut no estuvo a la altura de lo esperado. Ganaron su partido ante Chile, pero por la mínima y sufriendo, y no dejaron buenas sensaciones.

Justo al contrario que la Holanda de Johan Cruyff, Rep, Neeskens o Rensenbrick, que debutaron el día 15 y derrotaron con solvencia a Uruguay con dos goles de Rep y jugaron un fútbol eléctrico, vertiginoso y de constante movimiento imparable para sus rivales. De hecho, en esta primera fase, los holandeses empataron a cero ante Suecia y ganaron por 4 a 1 a Bulgaria para cerrar su pase a una segunda fase de grupos de la que saldría uno de los finalistas.

Mientras, los alemanes ganaron claramente a la débil Australia en su segundo encuentro, pero ni siquiera el tres a cero final dejó buenas sensaciones. Y lo peor estaba por llegar. El grupo se cerraba con un encuentro entre hermanos alemanes: Alemania Federal contra Alemania Democrática. El partido, que parecía un trámite para los occidentales, se complicó para los hombres de Helmut Schön. Alemania del Este resistió y a falta de 13 minutos Sparwasser volteó la clasificación del grupo con su gol y, probablemente, sin saberlo, cambió la suerte del Mundial. Porque Alemania Federal acabó segunda y se encuadró en el grupo B para la segunda fase junto a Polonia, Suecia y Yugoslavia, mientras que Alemania Democrática se clasificó como primera de grupo y cayó en el grupo A junto a Brasil, Holanda y Argentina.

Es decir, que la derrota más humillante de la historia de la República Federal Alemana les permitió evitar a los holandeses en un grupo en el que jugaban todos contra todos y el primero se clasificaba directamente para la final (y el segundo para el tercer y cuarto puesto). Aún hoy hay quien, sin demasiado fundamento, que los alemanes occidentales se dejaron ganar ese partido, pero es difícil creerlo ante las feroces críticas que recibieron por parte de todos los medios del país (e internacionales) y por sus propios aficionados.

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El caso es que la segunda fase fue muy tensa para los alemanes y extraordinariamente plácida para los holandeses que, a esas alturas del torneo, habían presentado su candidatura al título con creces a la par que se desinflaban las opciones alemanas.

Holanda empezó la segunda fase apabullando a Argentina, a la que derrotó por 4 goles a cero, mientras que Brasil sufría para ganar por 1 a cero a la RDA con gol de Rivelino. En la siguiente jornada, los brasileños afrontaron el clásico sudamericano con la soga al cuello y acabaron derrotando a Argentina por 2 a 1 con un gol de Jairzinho al inicio de la segunda parte. Por su parte, los holandeses cumplieron ante la RDA y ganaron 2 a cero sin demasiados sobresaltos.

Así pues, el 3 de julio Brasil y Holanda decidirían quién jugaría la gran final de Múnich. Parecía un duelo entre los campeones pasados contra los futuros campeones y así lo demostró Holanda, que dio buena cuenta de los brasileros con goles de Neeskens y Cruyff. A los tulipanes sólo les faltaba rubricar su gran mundial en la gran final.

En el otro grupo, Alemania se impuso a Yugoslavia en el primer partido por dos goles a cero y eso tranquilizó un poco al equipo y a los aficionados, mientras que Polonia batía a Suecia con un gol de Lato en el otro partido. De hecho, los polacos volvieron a ganar ante Yugoslavia por dos a uno y trasladaron toda la presión a Alemania.

El partido ante Suecia era importantísimo para los alemanes y se vivió con mucha tensión. Los suecos se adelantaron en el minuto 24 y aguantaron con el marcador a favor toda la primera parte. En la segunda, los locales salieron a por el empate. Y le dieron la vuelta al partido en dos minutos con goles de Overath y Bonhof, pero tan solo un minuto más tarde los suecos volvieron a empatar y metieron el miedo en el cuerpo a todo un país. A falta de 14 minutos Grabowski volvió a adelantar a Alemania y todos respiraron tranquilos con el gol de penalti de Hoeness en el último suspiro. Al final, del partido entre Polonia y Alemania saldría el finalista.

El día amaneció lluvioso en Frankfurt y la lluvia se mantuvo durante todo el día y dejó el terreno de juego pesado. El partido iba a ser tenso, duro y recio. Las dos selecciones jugaron de igual a igual durante todo el partido, pero los alemanes se llevaron el gato al agua con un gol de Müller, que a los 76 minutos se dio la vuelta en el punto de penalti, lanzó duro y raso a portería y engañó al meta Tomaszewsky. Alemania había conseguido llegar a la final de su final. Ahí se vería las caras con la Naranja Mecánica.

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A las cuatro de la tarde y dos minutos, los más de 75.000 aficionados que presenciaban en directo la final del Mundial del 74 en el Olímpico de Múnich no daban crédito a lo que veían y cruzaban los dedos para que la exhibición de la Naranja Mecánica no continuara después del gol de penalti de Neeskens antes de ningún germano tocara el balón.

Y eso es exactamente lo que pasó. Porque, como 20 años antes en Berna, los alemanes empezaron a asentarse en el campo, a mostrar su orgullo y a defender cada metro como si les fuera la vida en ello. Los holandeses del futbol total empezaron a no sentirse tan cómodos en el partido y los alemanes a acercarse por las inmediaciones del área de Jongbloed, hasta que, en el minuto 25, Jansen derribó a Hoelzebien dentro del área y Breitner transformó el empate para igualar la final. Después, al filo del descanso, Müller se revolvería dentro del área holandesa para marcar un gol muy típico de él y adelantar a los germanos antes de irse al vestuario.

La segunda parte fue un quiero y no puedo por parte holandesa. Se habían visto campeones y ahora les tocaba remar ante una selección experimentada y bien plantada. Las pocas ocasiones que tuvieron los naranjas las desbarató el gran meta Sepp Maier sin problemas, e incluso los alemanes pidieron otro penalti y les anularon un gol. Al final, Alemania fue campeón del mundo por segunda vez y dejó con la miel en los labios a la selección más atractiva del torneo. Los holandeses no lo sabían, pero no sería la última vez. Cuatro años más tarde, la historia, caprichosa, volvería a repetirse.

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