"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Rinat Dassaev, el triste ocaso futbolístico del heredero de la Araña Negra

La madrugada del 8 de julio de 1991 un Citröen BX se precipita desde una altura de cinco metros al foso que rodea el Rectorado de la Universidad de Sevilla. El coche ha quedado destrozado, pero, afortunadamente, su único ocupante sale prácticamente ileso del accidente. Se ha roto el cuarto metacarpiano de su mano derecha y tiene un corte superficial en el párpado. El accidentado es Rinat Dassaev, el portero que el Sevilla sacó en 1988 de la Unión Soviética tras unas duras negociaciones con el Spartak, la federación soviética y el mismísimo Mijaíl Gorbachov. Tres temporadas después, el portero ya no tiene contrato con el equipo sevillista y está en la ciudad mientras espera noticias de su futuro inmediato procedente de Oporto, tiene fama de salir por las noches de bares y acaba de despeñarse con su coche de madrugada. Mal final para un fenómeno bajo los tres palos.

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Cuando en noviembre de 1988, tras una Eurocopa fantástica en la que la Unión Soviética fue subcampeona y sólo dobló la rodilla ante la Holanda de Van Basten, Gullit y Rijkaart, Rinat Dassaev fichó por el Sevilla, nadie podía creerse que una operación de ese calibre fuera posible. En primer lugar, porque el cuadro hispalense habitaba en la mitad de la tabla del campeonato español. Además, la operación no sólo era carísima para tratarse de un portero, sino que había muchísimo que rascar porque los futbolistas soviéticos no sólo eran propiedad del club para el que jugaban, sino también del estado. Y el estado no dejaba que los futbolistas salieran del país.

Pero el Sevilla de Luis Cuervas lo consiguió tras arduas negociaciones y tras pagar ciento sesenta y dos millones y medio de las antiguas pesetas, la cantidad más alta pagada por un portero hasta ese momento. Y al aeropuerto fueron a recibir al que estaba considerado el mejor guardameta del mundo más de 3.000 aficionados al grito de “¡Rafaé, Rafaé!”, con el gracejo típico de los andaluces y su capacidad innata para rebautizar a aquellos que tienen nombres impronunciables para ellos. En la presentación del “Gato Tártaro” los aficionados se volcaron y el club se vio obligado a abrir el estadio Sánchez Pizjuán para que todos pudieran verlo. La expectación era inusitada en la ciudad.

Apenas unas semanas más tarde, el Sevilla se estrenaba en la Liga en el Sánchez Pizjuán ante el Real Madrid. Tarde de fútbol del bueno en la capital andaluza y puesta de largo de Dassaev ante su afición. Y el primer balón que llega a la portería es gol. El gran Dassaev toca su primer balón como sevillista sacándolo del fondo de las mallas. Un mal augurio, pero augurio al fin y al cabo, de lo que está por venir.

Porque el cancerbero rinde a un nivel normal en esa primera temporada como sevillista, aunque dio la vuelta al mundo el gol en propia puerta que se metió en las Gaunas ante el Logroñés, pero el hecho de no poder traer inicialmente a su mujer y a su hija le dejan solo ante el peligro de la buena vida de bares, cañas, tapas y noches de fiesta que, al parecer, le acabaron pasando factura. Pero no fue sólo eso, ni mucho menos. También una inoportuna lesión de rodilla que no curó bien y que arrastró durante todo su periplo sevillista.

La segunda temporada en Sevilla, la 1989-90, el entrenador Vicente Cantatore no quería ponerlo de titular, pero el presidente Luis Cuervas prácticamente le obligó a hacerlo. La inversión había sido demasiado grande como para dejar al “Gato Tártaro” en el banquillo. El resultado fueron cada vez peores actuaciones y una especialmente mala: un 5 a 2 del Real Madrid en el Bernabéu donde el bueno de “Rafaé” se tragó unos cuantos tantos de los merengues.

A esas alturas, ni siquiera a Cuervas le quedaban argumentos para defenderlo y, por eso, se trajo a Unzué de Osasuna para la siguiente temporada. Y el colofón fue otro fichaje, el de un delantero chileno que necesitaba la plaza de extranjero de Dassaev para ser inscrito, porque la otra, la del austríaco Anton Polster, era intocable. El atacante se llama Iván Zamorano y, evidentemente, lo fichan, por lo que el “Gato Tártaro” se queda sin ficha.

Y entonces, tras más de media campaña en el ostracismo del banquillo y la otra media resignado a ser el entrenador de porteros tras recibir la baja federativa, Dassaev se cayó en el foso con su BX. Una vez que se sepa, porque los aficionados del Sevilla (o del Betis, que nunca se sabe quién dice qué), cachondos como pocos, le atribuyeron entre dos y cuatro accidentes más en el mismo sitio.

En ese momento, a los 34 años recién cumplidos, el segundo mejor guardameta de la historia de la URSS, el heredero de la Araña Negra, dejaba el fútbol por la puerta de atrás, carcomido por la vergüenza tras tres años horribles. Una auténtica pena, porque Dassaev fue un magnífico portero que hizo grande a la Unión Soviética pero, como en casi toda su vida, le faltó un puntito de buena suerte. O le sobró un buen puñado de la mala. Maneras de verlo.

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A finales de los años ochenta, en la URRS, hablar de Rinat Dassaev era hablar de un mito viviente. Todos le habían proclamado el heredero de “La Araña Negra”, el mítico Lev Yashine. Y lo cierto es que el espigado guardameta era un seguro de vida en su equipo y en la selección y se ganó a pulso el número uno de la selección de la URSS desde muy joven. Le llamaban algunos “el Telón de Acero” y otros “el Gato Tártaro”, pero era temido por todos sus rivales por su agilidad, su potencia, su colocación, su seguridad en el juego aéreo, su precisión y potencia para lanzar con la mano el contragolpe de su equipo y, también, por sus dotes de mando desde la portería.

Debutó en 1977 en el Spartak de Moscú, club en el que jugaría hasta 1988, y lo hizo en Segunda División porque el equipo acababa de descender cuando lo ficharon, con apenas 20 años, para darle un vuelco total al equipo. Ni que decir tiene que esa temporada 1977-78 el Spartak subió de nuevo a primera y, más tarde, Dassaev contribuiría a ganar dos ligas en la siguiente década. Si no ganaron más fue porque enfrente tenían al Dynamo de Kiev, un equipo durísimo que se convirtió casi en legendario en esa década.

Además, jugar de titular defendiendo la meta del Spartak de Moscú le abrió de par en par las puertas de la selección nacional de la Unión Soviética y fue el portero titular en la Olimpiadas de Moscú de 1980, donde la URSS se colgó el bronce tras años de ostracismo futbolístico.

Los Juegos Olímpicos fueron el pistoletazo de salida de una carrera internacional que siguió en el Mundial de España 82. Valery Lobanovsky no dudó en concederle la posibilidad de defender los tres palos en la vuelta de la URSS a un Mundial desde México 70. Y el Gato Tártaro respondió con creces y empezó a postularse como el heredero de Yashine, pese a que empezó recibiendo dos goles de Sócrates y Eder para caer por 2 a 1 ante la Brasil de Telé Santana. En el tercer y definitivo partido ante Escocia, Dassaev hizo una de las paradas del torneo ante un cabezazo picado de Jordan que sacó espectacularmente cuando la Tartan Army ya celebraba el gol. Los de Valery Lobanovsky empataron a dos tantos y se clasificaron para la segunda fase, donde les tocó en suerte un grupo con Polonia y Bélgica.

Sólo el primero se metería en semifinales. Los soviéticos ganaron a los belgas por la mínima (1-0), pero Polonia ya les había derrotado antes por 3 a 0. El partido que cerraba el grupo entre polacos y soviéticos decidiría el semifinalista. Dassaev cumplió bajo palos y no encajó ningún gol, pero sus compañeros tampoco fueron capaces de batir a Mlynarzcyk y el empate sin goles clasificó a Polonia.

Cuatro años más tarde, en el Mundial de México 86, Dassaev estaba en uno de los mejores momentos de su carrera a los 28 años y defendió su portería con la solvencia que le caracterizaba. Los de Lobanovsky, con la base del Dynamo de Kiev que se acababa de proclamar campeón de la Recopa ante el Atlético de Madrid, metieron el miedo en el cuerpo de sus rivales en una primera fase buenísima en la que destrozaron a Hungría (6-0), empataron sin goles ante Francia, actual campeona de Europa, y remataron el primer puesto del grupo con una victoria ante la debutante Canadá (2-0). Sin embargo, en los octavos de final se encontraron con una Bélgica sorprendente y un trío arbitral lamentable que acabó por enviarles a casa en la prórroga tras un partido extraordinario con tres tantos de Belanov (4-3). La suerte de nuevo. Esa pizca de buena suerte que te hace campeón. Esa pizca de mala suerte que te manda a casa sin piedad.

Siempre ha dicho Dassaev que ese partido ante Bélgica fue el peor momento de toda su carrera, pero de todo se aprende y esa Unión Soviética que no pudo llegar más lejos en México exhibió todo su potencial en la Eurocopa de 1988 celebrada en Alemania. Con Dassaev como capitán, los soviéticos se entrenaron derrotando a la Holanda de Rinus Michel en su debut en el torneo con un tanto de Vassily Rats y un buen manojo de paradas del “Gato Tártaro”. Fue la única derrota de los tulipanes en toda la competición, pero entonces aún no lo sabían. La URSS tuvo una puesta de largo espectacular en un grupo complicadísimo con un empate ante Irlanda (1-1) y una victoria holgada ante Inglaterra (3-1) que las metía en semifinales como primera de grupo. Allí esperaba Italia. Pero la azzurra no fue rival para una Unión Soviética desatada que venció por dos goles a cero y se plantó en la final para reeditar su primer partido en el torneo: la URSS contra Holanda.

El 25 de junio de 1988, en el estadio Olímpico de Múnich, Dassaev y la Unión Soviética tenían ante sí la oportunidad de escribir su nombre en la historia junto a los de la selección comandada por Lev Yashine que ganó la primera Eurocopa de la historia, la de 1960. Pero enfrente estaba la Naranja Mecánica de Van Basten, Gullit, Rijkaard o Koeman que había ido creciendo poco a poco en el torneo. Y ahí, en ese grandioso escenario, Dassaev recibió el primer tanto con un cabezazo soberbio de Gullit a los 32 minutos de partido. Pero el que más dolió fue el segundo, el de Van Basten, cuando a los 9 minutos del segundo tiempo se inventó uno de los tantos más bellos de la historia de la Eurocopa. El ariete holandés empalmó un centro desde la izquierda con su pierna derecha, sin dejarla botar, para incrustar la pelota en la escuadra contraria de la portería soviética. Al “Gato Tártaro”, en una ironía del destino, le toco salir en la foto del golazo de la Eurocopa siendo el mejor portero del torneo y, al final del año, el mejor portero del mundo según la IFFHS (Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol). Y recoger la medalla al segundo clasificado, claro. ¿Qué se le va a hacer? La fortuna, que es caprichosa.

Aún formaría parte Dassaev de los elegidos para jugar con la Unión Soviética el Mundial de Italia 90, pero el mítico técnico Valery Lobanovsky ya había perdido la confianza en él, sobre todo desde que abandonó el país para jugar en España, y sólo jugó el primer partido de la URSS en el torneo. Tras la derrota en el debut ante Rumanía por dos goles a cero, el técnico lo relegó al banquillo y ya no jugó más. Tampoco lo hizo mucho más la Unión Soviética que volvió a casa en la primera fase, tras caer también ante Argentina (0-2) y barrer a Camerún en un partido intrascendente (4-0). El “Gato Tátaro”, tras 91 encuentros defendiendo los tres palos soviéticos, ya no volvió a ser internacional jamás.

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Rinat Dassaev ganó dos Ligas de la Unión Soviética y una Copa con el Spartak de Moscú en plena época de dominio del Dynamo de Kiev en casa y en Europa. Fue nombrado 6 veces el mejor portero del año en la Unión Soviética, el mejor futbolista soviético del año en 1982 y el mejor portero del mundo en 1988. Disputó una Olimpiada donde se colgó el bronce, tres Copas del Mundo y una Eurocopa donde fue capitán de los suyos y subcampeón. Fue, sin ninguna duda, uno de los mejores porteros del mundo en la década de los 80 y digno sucesor de la Araña Negra, un mito en su país.

Sin embargo, en Sevilla muchos le recuerdan más por algunas noches de bohemia e ilusión y por despeñar un Citroën BX por el foso del Rectorado de la Universidad al menos una vez, olvidando sus días de vino y rosas, sus éxitos bajo los palos que en Sevilla ni olieron. Cosas del destino. Caprichos de la diosa Fortuna. Una pizca de suerte de más o de menos. Un triste ocaso futbolístico para una leyenda.

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