8 de diciembre de 2022. Sala de prensa del estadio de Lusail. El veterano entrenador holandés Louis Van Gaal se pone ante los micrófonos de los periodistas en la previa de los cuartos de final de la Copa del Mundo que enfrentará a Países Bajos y Argentina. Y no se corta. Y en un tono bastante cordial, pero claro y cristalino, suelta la bomba.
“Messi es un jugador que puede decidir un partido en una acción individual. En la semifinal que jugamos ante Argentina en 2014, no tocó un balón y perdimos en los penaltis. Ahora queremos nuestra revancha”.
Y sigue, ya totalmente desmelenado. “Cuando Argentina pierde el balón, Messi no participa mucho. Ahí está nuestra oportunidad”.
Y remata directamente. “Si tenemos que llegar a los penaltis, creo que quizás ahora estemos en ventaja”.
Ahí está. Cortita y al pie. Siempre negativo. Nunca positivo.
¿Es Van Gaal víctima de su propio exceso de sinceridad respondiendo las preguntas de la prensa? Puede ser. Pero parece que Louis, gato viejo curtido en mil batallas, sabe lo que hace y lo que dice. Sabe también por qué lo hace y por qué lo dice. Y parece pretender que Messi encare el partido presionado y con dudas. Él y el resto del equipo.
Pero se le acabó girando la tortilla.
Porque Messi, en vez de acogotarse, se encabronó. Con la ayuda de sus compañeros, claro, que para algo son todos cancheros y le recordaron una y otra vez las palabras del técnico antes del encuentro, durante y después.
Así que Van Gaal, queriendo o sin querer, prendió la mecha y el partido de cuartos de final del Mundial de Catar entre Argentina y Holanda se convirtió en uno de los choques más intensos y vibrantes del torneo y dejó imágenes inolvidables que pasarían a formar parte de la historia de la Copa del Mundo.
La de Messi festejando el segundo gol argentino con las manos en la orejas a lo Topo Gigio en plenas narices del técnico holandés. Un guiño a Riquelme, otro defenestrado por Van Gaal por dejar al equipo con uno menos cuando no estaba atacando.
La de Leandro Paredes golpeando el esférico con todas sus ganas (y sus fuerzas) contra el banquillo neerlandés tras una falta que acabó en tángana multitudinaria.
La de Wout Weghorst, delantero oranje, recibiendo una tarjeta amarilla en el banquillo por sus continuas protestas y celebrando después los dos goles neerlandeses en los minutos finales para enviar a la prórroga un choque que parecía sentenciado.
La de los lanzadores argentinos disponiéndose a tirar los penaltis rodeados por jugadores vestidos de naranja tratando de desestabilizarlos sin que ninguno de los cuatro colegiados presentes sobre el césped hiciera nada en ningún momento para evitarlo.
La de toda la selección albiceleste al completo celebrando la clasificación en la mismísima cara de los derrotados neerlandeses en una imagen antideportiva que dio la vuelta al mundo.
La de Messi que se va a por Van Gaal al banquillo rival haciendo con las manos el gesto de una boca que habla y ha de ser frenado por otro mito, el exinternacional neerlandés Edgar Davies, en ese momento segundo entrenador de Países Bajos.
De nuevo Messi, que suelta el “¡Qué mirás, bobo! Andá pallá” cuando Wout Weghorst se le quedó mirando con cara de pocos amigos en plena entrevista post partido.
Y es que el día que La Pulga pareció más maradoniano que nunca en su carrera no se mordió la lengua ante nada ni ante nadie. “Van Gaal vende que juega bien al fútbol, pero después tira pelotazos nomás”.
Y siguió. “No me gusta que se hable antes de los partidos. Eso no es parte del fútbol. Yo siempre respeto a todo el mundo, pero me gusta que me respeten a mí también. Van Gaal no fue respetuoso con nosotros”.
La venganza se sirve fría, dicen.
Pero la historia de esta fricción viene de antes. De mucho antes… Es una historia de cuentas pendientes que se enmarca dentro de una añeja batalla futbolística y cultural adornada con tintes personales.
***
A Louis Van Gaal, un técnico muy prestigioso, infravalorado para algunos y sobrevalorado para otros, siempre se le han atribuido dos cualidades prácticamente antagónicas: su pasión por el fútbol ofensivo y alegre sin negociación posible y, a la vez, su metódica obsesión por hacer las cosas de una única manera posible: la suya. Cruyffista en el fondo y Mourinhista en las formas. Ataque, sí. Talento individual, también. Pero al servicio del grupo, de la ocupación de espacios y del posicionamiento táctico que tiene muy bien anotado en su mítica libreta.
El equipo por encima del individuo, tenga el talento que tenga. Siempre.
Las líneas garabateadas en una libreta por delante de los versos sueltos. También siempre.
Que se lo digan a Rivaldo, por ejemplo, que quiso aprovecharse de su condición de Balón de Oro 1999 para recuperar la posición que más le gustaba tras dos temporadas en las que ganó dos Ligas y una Copa del Rey con el FC Barcelona de Van Gaal, pero en las que él sintió que se había sacrificado demasiado por el equipo jugando pegado a la banda izquierda, encorsetado y fuera de su posición natural.
Louis lo reunió con sus compañeros y le obligó a que formulara su petición delante de ellos. También le dijo que, de paso, les agradeciera un Balón de Oro que sin sus compañeros nunca habría conseguido. Tras esta escena, lo sentó en el banquillo y, de paso, cavó su propia tumba. Porque las circunstancias le obligaron a recular, a ponerlo de nuevo en el once y, además, a sacarlo definitivamente de la banda izquierda.
El pulso entre jugador y entrenador, como casi siempre, lo ganó el futbolista. Y lo perdió el FC Barcelona, que esa temporada 1999-2000 no ganó ningún título y acabó con el técnico holandés fuera del equipo. Tras tres temporadas, se despidió en sala de prensa con estas escuetas palabras: “Queridos amigos de la prensa, yo me voy. Felicidades”.
Y se marchó para debutar como seleccionador de los Países bajos, donde dejó una mítica frase de presentación muy de su estilo. De ésas que luego siempre te pueden echar por cara. “He firmado un contrato hasta el año 2006, así que tengo tiempo de ganar no un Mundial, sino dos”. ¡Ahí es nada!
Pero, una vez más, las palabras se las llevó el viento… porque una Holanda en la que jugaban futbolistas de la talla de Davis, Seedorf, Stam, Cocu, Van Bommel, Kluivert, Overmars, los hermanos De Boer, Van der Sar, Van Bronckhorst, Van Nistelroy, Hasselbaink o Makaay no se clasificó para la Copa del Mundo de Corea y Japón de 2002, acabando por detrás de Portugal e Irlanda en una fase de clasificación pésima. Van Gaal, tras comprobar que sus propios jugadores le pedían un poco más de flexibilidad en el trato, dimitió entre lágrimas y se marchó de la selección tras uno de los fiascos más grandes de su historia (Holanda había acudido de forma consecutiva a todos los Mundiales desde el que se disputó en México en 1986).
Y entonces, sorprendentemente, cuando nadie lo esperaba, volvió al Barça…
Que se lo pregunten a Juan Román Riquelme.
En el verano de 2002, el magnífico jugador argentino fichó por el FC Barcelona porque su presidente Gaspar quería vestir de blaugrana a la estrella más rutilante del momento para contrarrestar al Madrid Galáctico que había empezado a gestar Florentino Pérez, pero no contó con que al frente del proyecto iba a poner a un entrenador que no quería al jugador argentino de ninguna de las maneras. Sí, a Louis Van Gaal.
El primer día de entrenamiento el técnico neerlandés encerró a la estrella argentina en su despacho ante una mesa repleta de cintas de vídeo. “Todos estos vídeos son de usted. Usted es el mejor jugador del mundo cuando tiene la pelota, pero cuando no la tiene jugamos con uno menos”. En el primer partido de Liga Riquelme dio dos asistencias, pero Van Gaal le afeó que no volviera a posicionarse como interior izquierdo al acabar las jugadas. Y le relegó al banquillo casi instantáneamente.
En este caso no ganó ninguno de los dos. Gaspar dejó la presidencia del Barça en febrero de 2003 y llegó Joan Laporta. Van Gaal se marchó justo antes de la marcha de Gaspart, en enero, y la campaña siguiente llegó su compatriota Frank Rijkaard. Juan Román Riquelme también tuvo que hacer las maletas y partir hacia un exilio que resultó ser muy estimulante en el Villarreal de Pellegrini.
Van Gaal regresó entonces a los Países Bajos para lamerse las heridas y coger aire. Dejó momentáneamente los banquillos y se convirtió en un profesional más de la dirección técnica del Ajax, pero tras un par de años sin dirigir equipos le pudo el gusanillo y decidió sentarse en el banquillo del AZ Alkmaar, el club de una ciudad que contaba con 90.000 habitantes en el año 2003, un estadio con capacidad para 8.000 espectadores y que sólo había ganado una Liga Holandesa en toda su historia.
Van Gaal le cambiaría el paso al equipo y lo catapultaría a ser uno de los referentes de la Eredivisie. En Alkmaar, Van Gaal se reinventó como entrenador y consechó unos éxitos asombrosos: dos segundos puestos de forma consecutiva y el título de Liga de 2009, el segundo de la historia del club y, hasta hoy, el último.
Tras esos cuatro magníficos años en el AZ, con el zurrón lleno de éxitos y la libreta repleta de nuevos apuntes, fichó por el Bayern de Múnich, el gigante bávaro, con el que sentó las bases de un equipo de ensueño que explotaría definitivamente a los mandos de Jupp Heinckes. En su primer año en Múnich ganó la Liga, la Copa y se plantó en la final de la Champions, que perdió ante el Inter de Mourinho. Pero, aun ganando la Supercopa de Alemania en el inicio del curso siguiente, los malos resultados en la Bundesliga y la mala relación con algunos directivos y jugadores del equipo precipitaron su salida.
Una pena… que, sin embargo, le vino bien. Porque en el otoño de 2012 substituiría a Bert Van Marwijk en el banquillo de la selección de los Países Bajos tras una lamentable Eurocopa de Francia en la que la Oranje, subcampeona del mundo, no pudo superar la fase de grupos. La vida, el fútbol, le había dado una segunda oportunidad con la selección tras un primer gran fiasco. Y el técnico, ya veterano, no pretendía desaprovecharla de nuevo.
***
Van Gaal renovó una selección envejecida y cansada y clasificó sin problemas al equipo para el Mundial de Brasil. Además, se dio el gustazo de vengar la derrota en la final de la anterior Copa del Mundo destrozando a España en el partido inaugural (5-1) y, a la postre, echándola del torneo.
Tras una primera fase inmaculada y muy solvente, la Oranje pasó bastantes más apuros en la fase eliminatoria, superando a México con un polémico penalti sobre la hora en octavos de final (2-1) y necesitando una tanda de penaltis para dejar en el camino a la sorprendente Costa Rica en cuartos de final (0-0). En ese encuentro, Van Gaal hizo un experimento de los suyos y cambió al guardameta para la decisiva tanda de penaltis. La jugada le salió a la perfección y Países Bajos se citó en semifinales con la Argentina de Sabella y Messi en ese partido en el que, según Van Gaal, el astro argentino no tocó un balón y se decidió en los penaltis. En unos penaltis en los que Louis, curiosamente, no cambió de portero. En una tanda de penaltis que, como en Catar, se llevó Argentina.
***
Tras el Mundial de Brasil, con el tercer puesto en el bolsillo, Van Gaal abandonó la selección y entrenó al Manchester United. Allí se encontró con el fichaje de otro argentino de esos que, a su parecer, desequilibran el equipo cuando no están atacando. Era Ángel Di María. El Fideo contó que Van Gaal le recriminaba los pases fallados después de marcar goles y dar asistencias y que le relegó al banquillo sin remisión. Que le hacía jugar cada domingo en una posición distinta. Que no le dejo adaptarse a un equipo al que acababa de llegar. Y remató diciendo que era el peor entrenador con el que había trabajado.
El técnico neerlandés no le respondió enseguida. Esperó a la famosa rueda de prensa de Lusail previa a los cuartos de final del Mundial de Catar para hacerlo. Tenía junto a él a Memphis Depay. Y tiró de ironía a su costa.
“¿Di María dice que soy el peor entrenador que ha tenido? Es uno de los pocos jugadores con esa opinión. Lo siento mucho y me parece triste que haya dicho eso. En ese Manchester también estaba Memphis, que tuvo que lidiar con lo mismo y ahora nos besamos en la boca”. Y remató. “No lo vamos a hace ahora, ¿eh?”
Eso dijo Van Gaal. De cuestionamientos tácticos, ni palabra. De no defender o no guardar la posición tras una pérdida, tampoco. Que eso ya lo había dicho de Messi un poco antes y no era cuestión de repetirse tanto.
El caso es que, retrocediendo en el tiempo hasta esa temporada 2014-15, mientras el técnico neerlandés intentaba levantar a un histórico como el Manchester United sin demasiado éxito, la Oranje, tercera del Mundo en Brasil bajo su batuta, iba arrastrándose por los estadios europeos. La Naranja Mecánica estaba entrando en barrena. En caída libre y sin frenos.
Pasaron por el banquillo neerlandés seleccionadores de la talla de Guus Hiddink, Danny Blind, el interino Fred Grim y Dick Advocaat. Pero ninguno fue capaz de dar con la tecla y Países Bajos se quedó sin disputar la Eurocopa de Francia de 2016 y también el Mundial de Rusia de 2018. Un desastre absoluto que maquilló Ronald Koeman cuando logró clasificar a la Oranje para la disputa de la Eurocopa de 2020, que se jugó en 2021 a causa de la pandemia. Pero el papel de Países Bajos, ya conducidos en la banda por Frank De Boer, fue testimonial. Los neerlandeses cayeron en octavos de final ante la República Checa (2-0) dando una imagen bastante pobre y la Federación recurrió de nuevo a su talismán.
Louis Van Gaal se ponía a los mandos de la Naranja Mecánica por tercera vez. Tenía ya 70 años bien cumplidos y estaba tratándose de un cáncer de próstata, pero no lo hizo público. Se puso a trabajar, como siempre, para llegar en las mejores condiciones posibles al Mundial de Catar. Y lo hizo, también como siempre, a su manera. Configurando un grupo compenetrado y compacto que seguía a pies juntillas las indicaciones de su mítica libreta. Y recuperó el orgullo, el juego y las sensaciones de Países Bajos. Y los resultados también. Y se plantó en Catar con ganas de volver a hacer historia. Y llegó la hora de la verdad en los cuartos de final y el técnico azuzó el fuego de nuevo por si el rival querría arrimarse… Pero no salió bien.
***
Lo cierto es que las estadísticas de Van Gaal al frente de la selección de los Países Bajos en su tercera etapa son ciertamente impresionantes. La dirigió en 20 encuentros y no perdió ni uno solo, levantando el ánimo y renovando una selección que venía de tocar fondo. Cumplió otra vez. Como casi siempre que le tocó sentarse en el banquillo de la Naranja Mecánica.
De hecho, Van Gaal disputó dos Copas del Mundo al frente de La Oranje y no perdió ni uno solo de los ocho encuentros que dirigió. Pero no fue capaz de superar dos emocionantísimas tandas de penaltis y se quedó con la miel en los labios en las semifinales de Brasil 2014 y en los cuartos de final de Catar 2022.
En ambas ocasiones con la suerte esquiva desde el punto fatídico.
En ambas ocasiones ante la Argentina de Messi, ése al que acusó públicamente, sin pelos en la lengua, sin ambages y sin medias tintas, de no defender.
Es lo que tiene jugar con fuego... que, a veces, acabas chamuscado.
Y el 9 de diciembre de 2022 en Lusail (Catar), Van Gaal se chamuscó con el fuego que él mismo había prendido el día anterior en una sala de prensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario