"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 16 de septiembre de 2022

De Romario a Ronaldo: la dolorosa caída de Brasil en Francia 98

La concentración de Brasil en Lesigny (Francia) es un hervidero de periodistas, aficionados, jugadores y cuerpo técnico. El seleccionador brasileño, Mario Zagallo, ha esperado al último momento para dar la lista definitiva. Es el 3 de junio de 1998 y falta tan sólo una semana para el debut de Brasil en el Mundial de Francia 98. La expectación es máxima porque el nombre que baila, la plaza que está en el aire y por la que se convoca esa rueda de prensa es ni más ni menos que la de Romario Da Souza Faria, el héroe del 94, que arrastra una lesión desde principios de mayo y nadie sabe qué pasará con él.

El cuerpo técnico de la selección ya cuenta con los últimos diagnósticos médicos y, como ha venido haciendo hasta llegar hasta aquí, decidirá sobre esa base y aguantará el chaparrón. Porque Mario Zagallo y Zico, otro mito viviente que es el segundo de a bordo, ya han tenido bastantes problemas para seleccionar a los 22 jugadores que ahora están concentrados en Lesigny a la espera de lo que pase con Romario. También han tenido Zagallo y Zico algunas desavenencias porque se comenta que la presencia del segundo le ha sido impuesta al seleccionador por la Confederación Brasileña y no siempre coinciden ambos en sus preferencias. Así que las cosas las resuelven con pequeñas concesiones que no siempre benefician al grupo.

Por ejemplo, Bebeto, el delantero que hizo dupla con Romario y colaboró con sus goles a que Brasil levantara la Copa del Mundo de 1994, no es santo de la devoción de Zagallo, que cree que a sus 34 años ya lo ha dado todo por la canarinha. Sin embargo, Zico lo considera imprescindible. O Dunga, el capitán del 94 y también del 98, que es imprescindible para Zagallo, mientras que Zico prescindiría de él sin dudarlo. Los dos jugadores están en la lista de los 22 que defenderán la verdeamarelha en Francia.

El que no está es Mauro Silva, otro de los campeones del 94. El centrocampista del Deportivo de la Coruña tuvo un problema con Zagallo cuando renunció a jugar un partido amistoso con la selección. El seleccionador le hizo la cruz y no se lo llevó al Mundial. Tenía entonces 30 años, justo los mismos que el jugador que el míster eligió para sustituirlo: César Sampaio. La diferencia es que Sampaio jugaba a las órdenes de Carles Rexach en el Yokohama Marinos japonés, un liga un pelín menos exigente que la española. Pues fue convocado y titularísimo durante todo el torneo (y estuvo a un gran nivel, por cierto).

De hecho, con este tipo de decisiones se erosionó un poco un grupo que se había paseado literalmente en la Copa América de 1997 celebrada en Bolivia. La quinta Copa América de Brasil en su historia y la primera ganada fuera de su territorio. No está de más recordarlo, sobre todo para los que aseguran que es fácil ganar la Copa América.

Pues esa Brasil del 97 solía jugar con Romario y Ronaldo arriba, con Dunga, Flavio Conciençao, Denilson y Leonardo en el centro del campo y con Cafú, Roberto Carlos, Gonçalves y Aldair protegiendo a Taffarel. Por si acaso, ahí estaban en la recámara Mauro Silva, Djalminha, Edmundo, Ze María o Ze Roberto. Un equipazo que se fue desmembrando poco a poco por obra y gracia de las decisiones de Zagallo y Zico de cara al Mundial del 98.

Pero el problema ese famoso 3 de junio de 1998, al filo de la hora en que la FIFA permitía dar la lista definitiva para el Mundial, era única y exclusivamente Romario.

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La tensión se corta con un cuchillo cuando aparece Mario Zagallo junto a Lidio Toledo, el jefe de los servicios médicos de la selección canarinha, y también O Baixinho. De repente se hace el silencio. Y estalla la bomba que todos esperaban: Romario rompe a llorar y él mismo anuncia su vuelta a casa por culpa de una lesión que no se ha curado y que le mantendrá de baja un mes más. Al menos, eso es lo que dice Lidio Toledo, el mismo médico que apenas cinco días antes aseguraba que Romario llegaría de sobra a la fase final de la Copa del Mundo. Uno de los dos diagnósticos no fue correcto.

Romario se marcha rápidamente entre lágrimas y el seleccionador aprovecha para anunciar el sustituto del delantero en la convocatoria que, curiosamente, no será delantero. Porque Zagallo considera que con Ronaldo, Bebeto y Edmundo, más la posibilidad de alinear a Denilson en punta, tiene más que suficiente. El elegido es el centrocampista Emerson, que tiene 22 años, juega en el Bayer Leverkusen y ya vuela hacia Lesigny para incorporarse a la concentración brasileña.

El equipo se encierra ajeno a los comentarios que se suceden en los medios de comunicación de Brasil (y de medio mundo). El debate estaba muy abierto. Zagallo, aconsejado por Zico, había decidido que ningún jugador mínimamente tocado estaría en Francia, así que no esperaron a Juninho ni a Marcio Santos, que se quedaron fuera de la lista con anterioridad. Como no esperaron a Romario. Tampoco quisieron llevar a Mauro Silva ni a Djalminha que habían hecho un temporadón en el Deportivo de la Coruña y estaban perfectamente bien, y ni se plantearon la posibilidad de llamar a otros delanteros como Sonny Anderson (del FC Barcelona), Müller (del Santos), Elber (del Bayern de Múnich) o Donizete (del Vasco de Gama) para cubrir la baja de “O Baixinho”. Sí estarían los jugadores del Barcelona Giovanni y Rivaldo, y también Bebeto, muy criticado en Brasil por su rendimiento reciente en el Botafogo y en la selección.

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Pero al margen de las inevitables polémicas, lo cierto es que Brasil tiene una nómina larguísima de grandes jugadores que debería servir para defender la corona conseguida en Estados Unidos en 1994 con toda la solvencia del mundo, aunque los rivales en esta edición no son moco de pavo.

Está la anfitriona, Francia, dirigida por Aime Jacquet, que cuenta con mucha calidad de centro del campo hacia adelante con Zidane, Pires, Henry, Djorkaeff, Guivarch o un jovencísimo Trezeguet, y que, además, atrás es un auténtico cerrojo con Deschamps, Karembeu o Petit en el centro y Blanc, Desailly, Thuram o Lizarazu en la línea defensiva.

No es la única candidata a quitarles el cetro a los brasileros. También llega metiendo miedo la Argentina de Passarella, incluso con todos sus problemas internos a cuestas y bajas tan destacadas como Redondo o Canniggia. Pero la lista de estrellas es grande y un equipo que junte a Batistuta, el Piojo López, Burrito Ortega, la Brujita Verón o el Cholo Simeone tiene que ser aspirante a todo a la fuerza. Sí o sí. Al menos sobre el papel.

Está con confianza una Holanda estratosférica con muchísimo talento de tres cuartos de campo hacia adelante bien mezclado por el gran Guus Hiddink. Con Bergkamp y Kluivert como puntas de lanza, secundados por Overmars, Seedorf, Davids, Cocu, los hermanos De Boer y el portero Van der Sar son también una escuadra temible.

Está Inglaterra, sin Gascoigne, pero con Beckham, Paul Ince, Paul Scholes, Allan Shearer y un jovencísimo Michael Owen que apunta a estrella mundial. A los pross los dirige Glenn Hoddle y vienen con hambre de gloria después de haberse perdido el Mundial de Estados Unidos cuatro años antes.

Está Alemania, que es la actual campeona de Europa. La dirige Berti Vogths y tiene aún en Matthäus a su principal referente, aunque ahora juega de defensa. Los Klinsmann, Bierhoff, Andreas Möller o Christian Ziege son un seguro de vida y de fiabilidad en este tipo de torneos y hay que tenerlos también muy en cuenta.

También está Italia, subcampeona del mundo en Estados Unidos 94 y a la que dirige ahora Cesare Maldini. Los italianos tienen a Roberto Baggio, la estrella del anterior torneo, aunque en una versión inferior, pero cuentan también con una defensa férrea comandada por Maldini, Cannavaro y Costacurta, con un centro del campo que dirigen Albertini y Del Piero y la pólvora de Vieri arriba. No es mala tarjeta de presentación.

Pero Brasil es la favorita entre todas las favoritas. Es la candidata entre todas las candidatas. Es el rival a batir. Al menos, antes de que el balón eche a rodar, que cuando ruede ya pondrá a cada uno en su sitio.

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Y el 10 de junio echa definitivamente a rodar la pelota con la puesta de largo de la canarinha, que abre el torneo (entonces era el campeón, y no el anfitrión, quien jugaba el partido inaugural) ante una aparentemente débil Escocia. Y a la verdeamarelha se le puso todo de cara muy pronto, a los cinco minutos, cuando César Sampaio remató en el primer palo un saque de esquina para abrir el marcador. Era el uno a cero y parecía que el partido ya estaba en el zurrón de los brasileños. Pero el mismo Sampaio decidió darle emoción al encuentro con un penalti tontísimo en una jugada sin aparente peligro, al derribar al escocés Gallacher cuando buscaba un balón al que no podía llegar jamás dentro del área. Era el minuto 38 de partido y John Collins empataba el encuentro.

A Zagallo no le gustó lo que vio en el campo y decidió quitar a Giovanni del campo para meter a Leonardo. Pero el equipo no mejoraba y Zagallo sacó del terreno de juego también a Bebeto a los 17 minutos del segundo tiempo para que entrara el bético Denilson. Dos minutos después, Cafú se metió hasta la cocina escocesa e intentó elevar la pelota por encima del portero. El meta escocés repelió el balón, pero se estrelló en la espalda de Tom Boyd para acabar en el fondo de las mallas. Y con ese tanto en propia puerta solventó una gris Brasil su debut en la Copa del Mundo de Francia 98.

Para el segundo partido ante Marruecos, Giovanni se quedó directamente en el banquillo y entró Leonardo. De hecho, el jugador del Barça no volvería a disputar ni un solo minuto en todo el torneo. Los brasileños, esta vez sí, se impusieron cómodamente. Ronaldo metió su primer gol en un Mundial a los nueve minutos de partido y Rivaldo puso la puntilla a unos combativos marroquíes en el descuento del primer acto. Nada más volver de los vestuarios, Bebeto anotó el tercero que dejaba a Brasil automáticamente clasificada para los octavos de final. Había ganado sus dos partidos, mientras que el gran rival del grupo, Noruega, sólo había podido empatar a dos contra Marruecos y a uno ante Escocia.

Pero el partido ante los noruegos, aunque no supuso ningún trauma para Brasil porque tenía la primera plaza asegurada, fue un serio toque de atención que tuvo el daño colateral de eliminar a una buena Marruecos. Porque los magrebíes se deshicieron de Escocia con un contundente 3 a 0, pero no esperaban que Noruega venciera a la canarinha. Pero lo hizo remontando el 1 a 0 que hizo Bebeto a falta de tan solo 12 minutos para el final. Primero marcó Tore André Flo para empatar el choque a falta de 7 minutos y 5 minutos más tarde Rekdal transformó un penalti que clasificó a Noruega para los octavos de final y mandó a Marruecos a casa. Brasil, como primera de grupo, se mediría a la Chile de Salas y Zamorano en un encuentro que se preveía difícil para los campeones del mundo.

Sin embargo, en el Parque de los Príncipes de París, Brasil no tuvo rival. César Sampaio, el mediocentro defensivo, volvió a vestirse de goleador aprovechando la movilidad de Ronaldo y Bebeto arriba que dejaba mucho espacio para sus incorporaciones desde atrás y marcó dos goles. El primero, a los 11 minutos. El segundo, a los 27. Para cuando Ronaldo hizo el suyo de penalti en el descuento del primer acto, el partido ya estaba más que solventado. Tras la reanudación, Marcelo Salas maquilló el resultado con un tanto que fue respondido casi al instante de nuevo por Ronaldo, que puso la guinda a una gran actuación y dejó el marcador en 4 a 1. En cuartos de final esperaban los daneses, que habían vapuleado a Nigeria en octavos (1-4). De los favoritos, sólo Inglaterra se había ido para casa después de caer en la tanda de penaltis ante Argentina. El resto, seguían adelante, aunque Italia y Francia se verían las caras en cuartos y Argentina y Holanda también. Alemania parecía más afortunada por su cruce con Croacia, pero nada más lejos de la realidad.

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El 3 de julio de 1998 se vivió en Nantes uno de los mejores partidos de la Copa del Mundo de 1998. Dinamarca saltó al césped sin ningún tipo de complejo y sorprendió a la verdeamarelha con un tanto de Jorgensen cuando no se llevaban aún dos minutos de partido. Los daneses sacaron rápidamente una falta en corto hacia Bryan Laudrup, que se metió en el área, ganó la línea de fondo con la pelota cosida a su pie izquierdo y la dejó atrás para que Jorgensen hiciera enmudecer a toda la torcida brasileira con un remate raso ajustado al palo derecho de Taffarel.

El conato de rebelión danesa lo sofocó Bebeto ocho minutos más tarde, cuando recibió un magistral pase de Ronaldo, aguantó con la pelota controlada la llegada de dos defensores daneses y soltó un latigazo raso y ajustado al palo desde la frontal del área que batió a Peter Schemeichel en su salida pese a su gran estirada.

A los 25 minutos de un juego intenso y veloz, Ronaldo volvió a aparecer entre líneas para inventarse un pase a Rivaldo en la parte izquierda del ataque que el delantero del Barcelona alojó con un toque preciso de su pierna izquierda en el fondo de las mallas. De momento, Brasil había sofocado el incendio y se marchaba al descanso con ventaja.

Pero los nórdicos no habían dicho la última palabra y, a los cuatro minutos de la reanudación, el pequeño de los Laudrup igualó la contienda aprovechando un intento de despeje acrobático de Roberto Carlos. El lateral no acertó a despejar y la pelota quedó botando alta dentro del área. Bryan Laudrup la bajó con el abdomen y la enganchó con total naturalidad para ponerla en la escuadra de Taffarel. Dos a dos y a seguir.

Hasta que nueve minutos más tarde, Rivaldo hizo una de las suyas. Cogió la pelota en tres cuartos de campo, avanzó conduciendo la pelota pegada a su pie izquierdo y aprovechó los desmarques de Ronaldo y Bebeto que le dejaron el hueco para que soltara un latigazo que se metió raso y pegado al palo de la meta danesa. Tres a dos y para los campeones del mundo con media hora por delante.

Zagallo quitó primero a Bebeto para dar entrada a Denilson y después metió en el campo a Emerson por Leonardo para controlar el resultado. Aún así, los daneses metieron el miedo en el cuerpo a los brasileños: Helveg tuvo una oportunidad clarísima para empatar a falta de trece minutos y Rieper estrelló su cabezazo en el larguero cuando sólo quedaba uno. El partido acabó con Dinamarca volcada al ataque y Brasil recurriendo a la contra en todo el tiempo de descuento, pero el marcador ya no se movería más. Así que los de Zagallo se metían en semifinales, donde se encontrarían con una Holanda desmelenada que acababa de eliminar a la Argentina de Passarella con una obra de arte de Bergkamp en el descuento.

Unas semifinales en las que no estaría Italia, que había caído en los penaltis tras empatar a cero con la anfitriona Francia. Unas semifinales donde tampoco estaría Alemania, que se había marchado a casa empujada por la revelación del torneo, la Croacia de Suker, Boban, Jarni, Vlaovic y Prosinecky, que se vería las caras con los galos por un puesto en la final.

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La Holanda de Guus Hiddink acudió a su cita con la historia con el once de gala. Aún tenían los aficionados holandeses muy presente la eliminación en cuartos de final ante Brasil en el Mundial de Estados Unidos 94, cuando Branco deshizo el empate a dos con un lanzamiento lejanísimo de falta que mandó a los tulipanes para casa. Esta vez el choque de titanes tenía el premio de la disputar la final del Mundial.

Hiddink dispuso su esquema habitual con Van der Sar en la portería y tres centrales en la línea defensiva (Reizzigger, Stam y Frank de Boer). En el centro del campo jugaban Cocu, Jonk y Ronald de Boer con Davids y Zenden abiertos en las bandas como extremos y arriba la clase de Kluivert y Bergkamp.

Zagallo, pese al toque de atención de los daneses en octavos, no cambió nada. Bueno, sí. Cafú cumplía ciclo de amonestaciones y el lateral derecho lo ocupó Zé Carlos, que debutaba con la selección en el Mundial porque no había disputado ni un solo minuto. El resto, los mismos de todo el torneo.

El partido empezó con Holanda llegando más por las bandas y acercándose con más peligro a la meta de Taffarel, aunque poco a poco los de Zagallo fueron equilibrando las llegadas gracias a los movimientos de Ronaldo, con y sin balón, y a la entrada de Roberto Carlos y Cafú por las bandas. Las ocasiones no era clarísimas, pero el peligro se mascaba. Primero remató Bebeto de cabeza alto, imponiéndose entre los dos centrales. Después fue Kluivert quien puso en apuros a Taffarel con otro remate con la testa que se fue arriba. Zé Carlos, debutante y falto de ritmo sufría con las entradas por bandas de Zenden, pero Rivaldo contrarrestaba poniéndole un balón a Bebeto al que el delantero no llegó por muy poco. El partido estaba eléctrico y bonito cuando llegó el descuento del primer tiempo. La tuvo Kluivert, en un remate de cabeza muy forzado que volvió a irse por encima del larguero. Pasaban dos minutos de la hora y era el momento de marcharse a los vestuarios.

Zagallo se marchó a los vestuarios mirando al suelo, mientras que los jugadores brasileños tampoco parecían muy satisfechos con la primera mitad. Pero nada más volver del descanso, Ronaldo lo puso todo patas arriba. Rivaldo vio el desmarque de O Fenomeno y le tiró un pase fuerte, por el suelo, que encontró a Ronaldo corriendo en su busca en el corazón del área con Cocu colgado de su camiseta. Con la potencia que le caracterizaba, Ronaldo aguanto la embestida de Cocu, controló y la metió en el fondo de la portería de Van der Sar. No había pasado más que un minuto de la segunda mitad y Brasil se adelantaba.

Holanda se lanzó al ataque con todo y Tafarell hubo de emplearse a fondo para repeler un remate de cabeza a bocajarro de Bergkamp que Roberto Carlos envió definitivamente a córner. Pero las contras de Brasil eran letales y Ronaldo estuvo a punto de batir de nuevo a Van der Sar en una entra por la banda derecha a la que le faltó llegar un poco más fresco al remate para definir. Llegó justito y estrelló el remate contra el cuerpo de un valiente Van der Sar.

A esas alturas de partido, todas las cartas estaban ya sobre la mesa. Kluivert y Bergkamp eran un peligro constante tanto por el suelo como en el juego aéreo y los centrocampistas holandeses no dudaban tampoco en intentar chutar de lejos a la mínima ocasión. Zagallo, entonces, hizo su cambio habitual: fuera Bebeto y dentro Denilson. Faltaban veinte minutos de partido. Hiddink había sido más valiente (es verdad, iba perdiendo), porque un cuarto de hora antes ya había quitado al defensa Reizzigger para meter al centrocampista Aron Winter. Pura valentía de la escuela holandesa de siempre.

Pero el que pudo sentenciar la semifinal fue Ronaldo. Los centrocampistas holandeses perdieron la pelota en el centro del campo y los brasileros jugaron en largo para su veloz delantero. Nadie cerraba y Ronaldo llegó con ventaja para encarar a Van der Sar. Increíblemente, se le nubló la vista, no fue rápido a la hora de decidir qué hacer y llegó Davids por detrás para impedir un gol cantado metiendo la puntera que hubiera cerrado el partido casi definitivamente.

Holanda seguía intentándolo con disparos lejanos y centros para remates poco claros cuando Rivaldo tuvo otra clarísima. Denilson hizo una bicicleta en el vértice izquierdo del ataque y metió un balón envenenado y raso al corazón del área. El balón rebotó en un defensa y le llegó a Rivaldo, que se había caído al suelo. Desde allí remató contra el cuerpo de Van der Sar.

Luego la tuvo Kluivert en un contragolpe precioso conducido por Winter que le cruzó la pelota a la entrada en carrera de la gacela holandesa por la parte contraria del área. El atacante llegó libre de marca, pero el balón le botó delante y su lanzamiento se fue alto en la ocasión más clara de Holanda en toda la segunda parte.

Hasta que, al final, tanto va el cántaro a la fuente que se rompe. A falta de tres minutos para el final, Ronald de Boer se fue por banda derecha y sacó un centro perfecto al corazón del área donde se encontraba Kluivert, solo entre los dos centrales, que saltó y cabeceó girando el cuello, como marcan los cánones, para mandar el partido a la prórroga. Aunque casi no llegan, porque los holandeses siguieron con la inercia de atacar y atacar y atacar y dispusieron de dos ocasiones más ante una Brasil grogui. Pero nadie marcó, así que se jugaría media hora más con la norma del gol de oro. Si alguien marca, gana. Si no marca nadie, a los penaltis.

En la primera parte de la prórroga empezó mejor Brasil, cómodo en su papel de esperar a los holandeses y salir veloces a la contra con Ronaldo, sobre todo, pero también con la chispa de Rivaldo y la llegada sorpresa de Roberto Carlos. Aún así, Holanda se fue entonando y Patrick Kluivert dispuso de otro disparo franco que se fue por muy poco lamiendo el palo de Taffarel. En la segunda parte del tiempo extra las fuerzas ya no eran las mismas y el miedo a perder también apareció en los dos contendientes, así que, sin hacerse demasiado daño, asomó la tanda de penaltis como resolución a un gran partido de fútbol.

Y desde los once metros, una vez más, la suerte iba a ser esquiva con Holanda. Ronaldo, Frank de Boer, Rivaldo, Bergkamp y Emerson convirtieron sus lanzamientos. Y le llegó el turno a Cocu, que había hecho un campeonato soberbio. Colocó la pelota y golpeó con la izquierda al palo izquierdo de Taffarel, quien, cual gato montés, se estiró hacia ese palo y despejó el lanzamiento del centrocampista holandés. Dunga no falló el suyo y en los pies de Ronald de Boer estaba la posibilidad de que Brasil lanzara el quinto para ganar o no. Ronald de Boer lo centró demasiado y Taffarel volvió a detener el disparo para convertirse en el héroe de su equipo y meter a la canarinha en la final. Los holandeses, mientras tanto, caían derrumbados sobre el césped otra vez. El fútbol. La vida.

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El 12 de junio de 1998 se celebraría la final del Mundial entre Francia y Brasil en el Stade de France. Los anfitriones contra los actuales campeones. La Francia multicultural de Jacquet contra la Brasil de Zagallo encabezada por un joven Ronaldo. La primera final de un Mundial de los franceses contra las cuatro estrellas de campeones del mundo que los brasileños llevan estampadas en las camisetas. Un país entero vibrando con una selección en la que no creían contra una torcida que lleva viviendo el fútbol samba casi desde su creación.

Pero ese mismo día que esperan con ansia los dos equipos y sus dos aficiones, sucede un hecho que lo cambiará todo. Después de almorzar, Ronaldo se echa un rato en su habitación y sufre una convulsión. Está a punto de perder la vida, porque pierde la consciencia unos segundos, tiene una retracción de la mandíbula y puede ahogarse con su propia lengua. Echa espuma por la boca. Los músculos faciales se le contraen. Él, inconsciente, no se entera prácticamente de nada. Sus compañeros, en cambio, que no habrían de enterarse, se enteran de todo. Y la concentración brasileña se tiñe de oscuridad. Nadie sabe qué le ha pasado al joven astro brasileño y, sobre todo, cuál es su estado real.

A Ronaldo lo llevan en una ambulancia a un hospital de París a hacerle todo tipo de pruebas. En el trayecto él dice sentirse bien y le mete prisa al conductor porque no quiere perderse la fina. A escasas horas del inicio del choque definitivo, el astro está absolutamente descartado. Zagallo le dice a Edmundo que él será de la partida y jugará en punta junto a Bebeto.

Pero los resultados de las pruebas que le practican a Ronaldo en el hospital no arrojan ningún resultado negativo y el delantero se presenta en el estadio, se viste con la camiseta verdeamarelha con el nueve a la espalda y le dice a Zagallo que está bien y quiere jugar. Zagallo le pregunta a Lidio Toledo, el jefe de los servicios médicos, que no sabe dónde meterse. Toledo le dice a Zagallo que la convulsión ha pasado, que las pruebas que le han hecho en el hospital son negativas y que si el jugador quiere jugar, él no puede impedirlo. Zagallo decide que Ronaldo sea el delantero titular de Brasil en la final.

Desde que el árbitro Mar Belqola silba para empezar el partido hasta que pita el final, Francia se muestra superior a Brasil. Le gana en presión, en contundencia, en ganas, en precisión, en mordiente y, espoleados por su público, se ponen por delante en dos remates de cabeza de Zidane a la salida de un córner. El primero, en el minuto 27. El segundo, en el descuento del primer tiempo. Los jugadores brasileños parecen fantasmas que pululan sobre el césped del Stade de France. Sobre todo Ronaldo, que no es capaz de echar una carrera en condiciones ni de soportar un choque con un defensa. Ni siquiera es capaz de frenarse yendo casi a cámara lenta al encuentro del meta Barthez. Algunos compañeros como Roberto Carlos, Gonçalves o Zé Roberto aseguran que temieron por su vida ese día. Todos habían visto cómo convulsionaba y no las tenían todas consigo.

Pero Ronaldo juega todo el partido. De hecho, Zagallo quita en el descanso a Leonardo al descanso para meter a Denilson. Le hace responsable de los dos goles porque, en teoría, debía haber marcado a Zidane en los dos saques de esquina que acaban en gol. Un cuarto de hora después, salta al campo Edmundo, con dos a cero abajo, pero quita a Sampaio. Y Zagallo no agota el cambio que le queda. Francia sí hace los tres y tampoco acusa en exceso la expulsión de Desailly por doble amarilla a falta de casi 25 minutos para el final. Petit anota el tercero en el descuento para delirio de la grada y de todo el país y el partido acaba con Ronaldo llorando tumbado sobre el césped, inconsolable, mientras Deschamps levanta al cielo de París la primera Copa del Mundo para Francia.

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Brasil, que tras la derrota en Maracaná en 1950 en la primera final de un Mundial que disputó, no ha perdido ni una sola de las cuatro que ha jugado (1958, 1962, 1970, 1994), muerde el polvo ante unos anfitriones muy superiores. Y, curiosamente, el chico que los metió en ella con sus goles y con su espectacular fútbol de vértigo y precisión que le ha llevado a ganar el Balón de Oro del Mundial es, a ojos de todos los aficionados brasileños, el responsable de la derrota por haber jugado en esas condiciones. ¿Por qué no se negó en redondo el médico del equipo ante la petición del jugador de disputar la final después de haber tenido una convulsión apenas unas horas antes? ¿Por qué no tuvo arrestos el seleccionador brasileño para dejarlo en el banquillo o en la grada? ¿Y si a Ronaldo le hubiera pasado algo todavía más grave?

El caso es que, al final, el chico que fue campeón del mundo en Estados Unidos pese a no disputar ni un solo minuto en el torneo, ese chico, había llevado a su selección a la final cuatro años después y una desgracia no sólo le hizo perderla, sino que podía haberle costado la vida. Pero el fútbol, precisamente como la vida, casi siempre ofrece una revancha y Ronaldo sólo tuvo que esperar cuatro años más para cumplir la suya. Cuatro largos años de calvario con las lesiones que acabaron de la mejor manera posible: con el fútbol devolviéndole a O Fenomeno lo que merecía en el Mundial de Corea y Japón de 2002. Pero ésa será otra historia…

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