"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

martes, 19 de febrero de 2008

El papel de los anfitriones en la historia de la Copa del Mundo

Durante muchos años, la condición de organizador de una Copa del Mundo era sinónimo de hacer un grandísimo torneo, de ser uno de los rivales a batir, de convertirse en la selección a la que nadie se quiere enfrentar; aunque también ha sido siempre motivo de presión añadida, sobre todo para las grandes potencias futbolísticas (que se lo digan a Brasil, que en 1950 sufrió el Maracanazo y en 2014 el Mineirazo). Pese a todo, los anfitriones siempre han más favoritos que el resto. Por muchas cosas. Por el apoyo de su gente, por la presión de la grada, por el conocimiento de los estadios, por el respeto que genera todo junto en los rivales y, sí, también por los árbitros, que suelen ser caseros o muy caseros.

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Este favoritismo del anfitrión se concretó en título en las dos primeras ediciones de la Copa del Mundo. En 1930, Uruguay fue el anfitrión y el ganador del torneo, aunque a la condición de local había que añadir un potencial enorme certificado dos años atrás, en 1928, en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam ante el mismo futuro rival. Y es que fueron sus vecinos argentinos los que los desafiaron en la final, pero no pudieron con una selección que era consciente de que debía ratificar su condición de número uno del mundo ante su público y ante su vecino grande. Los uruguayos fueron los primeros campeones de la Copa del Mundo y los primeros, como no podía ser de otra manera, que ganaron en su propia casa.

En 1934, en Italia, el campeón no se presentó (como reacción a la negativa de la mayoría de países europeos a participar en la primera Copa del Mundo). Uruguay se convirtió en el primer y único campeón de la historia que no ha defendido su título.

Esto merece una explicación. Desde los inicios de la Copa del Mundo, los campeones y los anfitriones eran invitados directamente, sin pasar por la fase de clasificación. Eso conllevaba una serie de beneficios que, a su vez, podían ser un arma de doble filo: por un lado, no tenían que pelear la clasificación y la preparación era a base de amistosos y sin presión, pero, por otro, esa falta de tensión podía jugar malas pasadas si el equipo no era lo suficientemente competitivo. Con estas premisas se compitió hasta el Mundial de Corea de 2002, donde la FIFA decidió que el campeón también se debería jugar la clasificación. De hecho, Brasil fue la primera selección que, siendo campeona del Mundo, se hubo de jugar su pase al Mundial como todas las demás. La siguiente fue Italia.

Pero volvamos a 1934. Entonces, los anfitriones italianos eran uno de los grandes cocos del torneo, quizá sólo amenazados por la Austria del seleccionador Meisl, del genial Sindelar y del artillero Josef Bican. Las circunstancias también ayudaron a considerar que Italia era el enemigo a batir: faltaba Uruguay y Argentina había enviado una selección amateur; Mussolini mandaba en Italia y quería una victoria que ratificara la superioridad italiana sobre el resto del mundo, con lo que los árbitros iban a estar bastante más que presionados; pero, además, el seleccionador Pozzo había creado una magnífica selección que reunía el mejor talento del país con un nutrido grupo de argentinos nacionalizados (Guaita, Orsi o Monti). E Italia ganó, como se sospechaba, ante su público.

Fue en 1938 cuando se rompió el monopolio de los anfitriones. Francia organizó el torneo, pero cayó en cuartos de final y la Copa se volvió a ir hacia Italia, esta vez con más fútbol, más goles y menos sospechas que cuatro años atrás y beneficiados por las confianzas de Brasil, que creía que podía vencer a los campeones sin que jugara Leónidas. Así que Francia fue la primera anfitriona de la historia que no ganó el torneo que organizaba, aunque los galos se plantaron en cuartos de final y cayeron ante la azzurra, campeón pasado y futuro campeón, por lo que no se puede decir que hicieran un mal torneo, ni mucho menos. Fue el primer anfitrión mundano de la historia. Nada más.

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En 1950, tras el parón de la guerra mundial, el Mundial se fue a Brasil. Y los cariocas cayeron en Maracaná ante Uruguay cuando les bastaba el empate en la primera y única “no final” de una Copa del Mundo. El anfitrión llegó a ese partido que lo decidía todo, pero no ganó, que era lo único que el público estaba dispuesto a admitir de una selección que se suponía que era la mejor del mundo en ese momento. El Maracanazo se le llamó a esa victoria uruguaya en el templo brasileño que sumió a Brasil en una depresión de la que sólo saldría ocho años más tarde ganando su primera Copa del Mundo.

Eso sucedió en Suecia en 1958, con Brasil esta vez como feliz protagonista y los suecos ejerciendo esta vez el papel de los anfitriones que se quedan con la miel en los labios. Pero para los escandinavos esa derrota en la final no fue una tragedia, sino un auténtico éxito, la mejor clasificación de su historia en el torneo.

Curiosamente, desde entonces, desde la final que ganaron Pelé, Garrincha, Didí, Altafini y compañía en Oslo en 1958 nunca se ha vuelto a ver la derrota de una selección anfitriona en la final de la Copa del Mundo. Cada vez que un organizador ha llegado a la final del Mundial, la ha ganado. Lo hizo Inglaterra en 1966, lo repitió Alemania Federal en 1974, lo ratificó Argentina en 1978 y lo volvió hacer Francia en 1998 para ganar su primera Copa del Mundo.

¡Que le digan a los holandeses qué significa enfrentarse al anfitrión en la final de un Mundial! Ellos lo hicieron dos veces consecutivas. Con lo difícil que es llegar al último partido y resulta que ante ti están los anfitriones con todo el estadio lleno dos veces seguidas. A la Holanda que entrenaba Rinus Michel y capitaneaba Cruyff le pasó en 1974 ante Alemania, cuando cayó por dos goles a uno ante la Alemania de Maier, Beckenbauer, Breitner y Müller. Y le volvió a pasar a la Holanda que, ya sin Cruyff, entrenaba el mítico Ernst Happel en 1978 ante Argentina, cuando empató el partido y estuvo a punto de levantar la Copa del Mundo con un remate al palo en el último suspiro, pero, en cambio, sufrió la voracidad de Kempes en la prórroga (3-1). El fútbol. La vida.

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En el camino quedaron anfitriones menos glamourosos, selecciones que no contaban con el potencial suficiente como para alcanzar la final de una Copa del Mundo aunque fueran ellos quienes la organizaran. Pero no nos engañemos: casi todos tuvieron una actuación muy superior a su hipotético nivel futbolístico jugando ante su público.

Suiza en 1954 alcanzó los cuartos de final en un grupo complicadísimo en el que estaban Inglaterra (que también pasó de ronda), Italia y Bélgica. Los helvéticos eliminaron a Italia en el partido de desempate para caer en cuartos de final ante Austria en uno de los partidos más espectaculares de la historia de los Mundiales que acabó con un increíble 7 a 5 para los austríacos.

Chile en 1962 también disputó un gran torneo ante su público, aunque manchado por la violencia descomunal que se vivió en un montón de partidos de esa Copa del Mundo. Sin ir más lejos, el partido que enfrentó a Chile con Italia en el que se jugaron el pase a los cuartos de final. Ganó Chile por 2 a 0 en un encuentro que ha pasado a la historia como la Batalla de Santiago. Pero la Roja no se conformó con clasificarse para los cuartos de final y derrotó a la Unión Soviética (2-1) para meterse en las semifinales de una Copa del Mundo por primera y única vez en su historia. La Brasil de Garrincha le cerró el paso de la final, pero Chile acabó tercera tras vencer a la potente Yugoslavia por un gol a cero en el tercer y cuarto puesto para cerrar su mejor clasificación en la historia de los Mundiales. Ni siquiera Salas y Zamorano pudieron llegar a cotas tan altas en los años 90. Ni tampoco la magnífica selección que montó Marcelo Bielsa para el Mundial de Sudáfrica en 2010 ni la de Sampaoli en el de Brasil en 2014. Los Bravo, Arturo Vidal, Vargas, Medel, Alexis Sánchez y compañía no pudieron superar ese mítico tercer puesto obtenido por la Roja en 1962, cuando fue la anfitriona del torneo.

Por cierto, casualidades de la vida, Brasil fue quien venció a Chile en semifinales (4-2) en Chile 62. Y desde ese instante se ha convertido en el verdugo de Chile en la Copa del Mundo cada vez que la Roja ha superado la primera fase del torneo. Lo fue en octavos de final de Francia 98, cuando la canarinha eliminó a Chile con un rotundo 4 a 1. Volvió a serlo en Sudáfrica 2010, cuando la verdeamarelha venció a la Roja en octavos por 3 a 0. Y lo refrendó en Brasil 2014, en el Mundial en el que más cerca estuvo Chile de romper su maleficio ante Brasil, porque ese encuentro de octavos de final acabó en empate a uno y fueron los penaltis los que metieron a los brasileños en cuartos a costa de los chilenos (3-2). Cosas del fútbol.

En 1970, México, que nunca había superado la primera fase de una Copa del Mundo en sus seis participaciones anteriores, se metió en cuartos de final en el primer Mundial que organizó. Lo hizo tras empatar sin goles ante la Unión Soviética y ganar a El Salvador (4-1) y Bélgica (1-0) para ser segunda de grupo. En cuartos caería por un contundente 4 a 1 ante Italia, que alcanzaría la final y la perdería ante Brasil por idéntico resultado, pero ya había cumplido de sobras con las expectativas.

En el Mundial de 1986, el segundo que organizó México, el Tri de Bora Milutinovic volvió a meterse en cuartos de final por segunda vez en su historia y, hasta hoy, la última, aquejado como está por la maldición del quinto partido. El Tri venció a Bélgica en su debut (2-1), empató con Paraguay (1-1) y venció a Irak en la última jornada (1-0) para pasar como primera de grupo y enfrentarse a Bulgaria en octavos de final. México venció bien a los búlgaros (2-0) y se citó con Alemania Federal, que alcanzaría la final, en cuartos de final. Ahí se acabó la aventura mexicana, aunque lo cierto es que estuvieron a punto de seguir adelante porque no hubo goles ni en el partido ni en la prórroga y los penaltis fueron la tumba de los mexicanos, que sólo lograron batir una vez a Schumacher. Los alemanes metieron los cuatro que tiraron para seguir adelante. Y México, que completó ante su gente la mejor actuación en la historia de los Mundiales, nunca más volvería a alcanzar la ronda de cuartos de final.

Poco se puede decir de Japón y Corea del Sur en el Mundial que ambos organizaron. Los nipones alcanzaron los octavos de final y los surcoreanos, entrenados por Hiddink, llegaron a las semifinales y obtuvieron el cuarto puesto, aunque quizá en el caso de Corea del Sur a la condición de anfitrión se le sumaron unos arbitrajes lamentables que vivieron en sus carnes Portugal en la fase de grupos, Italia en octavos de final y la España de Camacho en cuartos. Sea como sea, para la historia quedará el cuarto puesto de Corea del Sur en 2002.

También hizo un gran papel Rusia en su condición de anfitrión en el Mundial de 2018, cuando logró clasificarse para los octavos de final con goleadas ante Arabia (5-0) y Egipto (3-1) espoleada por su público, aunque la derrota ante Uruguay en la última jornada (3-0) la envió a cruzarse con España. Pero los rusos empararon a uno y se ganaron su pase a los cuartos de final en los penaltis, protagonizando una de las sorpresas del torneo. Y a punto estuvieron de seguir haciendo historia, porque los cuartos de final ante Croacia se resolvieron de nuevo desde los once metros después de un partido trepidante que acabó en empate a uno. En la prórroga, los croatas parecían tener la clasificación en la mano con el gol del defensa Vida, pero Fernandes llevó la locura a la grada cuando marcó el empate a dos a cinco minutos del final. En los penaltis, esta vez, la fortuna no estuvo con Rusia y Croacia siguió adelante para eliminar a Inglaterra y plantarse en la final del Mundial. Rusia, el anfitrión, hizo un papel extraordinario.

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En fin, que ser anfitrión parece ser un lujo, al menos para casi todos. No lo fue, desde luego, para Catar en 2022, que tiene el dudoso honor de ser el peor anfitrión de la historia de los Mundiales tras caer en la primera fase del torneo ante Ecuador (0-2), Senegal (1-3) y Países Bajos (0-2) y completar una participación desastrosa con pleno de derrotas en la que sólo fue capaz de anotar un tanto. 

Tampoco ser anfitrión fue un lujo para España en 1982, cuando los ibéricos tenían depositadas muchas esperanzas en su selección. Una selección que se dedicó a grabar anuncios de trajes durante su preparación y a entrenarse poco y mal en el sur del país a 40 grados a la sombra. Después, durante el torneo, los jugadores estaban fundidos, no fueron ni cara al aire y fueron incapaces de vencer a Honduras (1-1) y a Irlanda del Norte (0-1) y sólo superaron la primera fase porque su condición de anfitrión condicionó a un colegiado bochornoso ante Yugoslavia en el único partido que lograron ganar en todo el torneo (2-1). Evidentemente, en una segunda fase en la que España se medía a Alemania (2-1) e Inglaterra (0-0), quedó eliminada, rompiendo abruptamente el supuesto idilio de los anfitriones con la Copa del Mundo.

Un idilio que también rompieron, aunque a otro nivel, Italia en 1990 y Alemania en 2006. Ambas selecciones quedaron terceras en “sus” Mundiales, un resultado aceptable para muchas otras, pero no para estas escuadras tan potentes a las que sus propios aficionados les exigían, al menos, disputar la final. No pudo ser, aunque lo había sido antes, porque tanto italianos como alemanes ganaron ante su público el otro Mundial que organizaron: Italia el de 1934 y Alemania el de 1974.

No puede decir lo mismo Brasil, humillada en 2014 tras caer en las semifinales ante Alemania por 7 goles a 1, la paliza más grande que ha recibido la canarinha en una Copa del Mundo y, además, ante su público. El Mineirazo lo llaman. Como llamaron antes el Maracanazo a la derrota ante Uruguay en 1950. Dos catástrofes en dos Mundiales en casa, un auténtico borrón en el expediente de la pentacampeona del mundo.

Podemos concluir que, en general, organizar un Mundial suele ser sinónimo de hacer un gran torneo, excepto si el organizador es Brasil, donde la canarinha se ha especializado en provocar auténticas catástrofes nacionales. Porque en Brasil, como en casi todo el mundo, pero quizá un poco más que en el resto del mundo, el fútbol es, como decía Arrigo Sacchi, lo más importante de las cosas menos importantes. Y, a veces, mucho más que eso.

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