"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 5 de julio de 2023

Roberto Cejas, el desconocido que levantó a Maradona al cielo del estadio Azteca

"Maradona dijo que sólo él sabe lo que pesaba la Copa del Mundo. 
Pero sólo yo sé lo que pesaba Maradona con la Copa del Mundo”.
Roberto Cejas, hincha argentino

El 25 de junio de 1986, el estadio Azteca de México DF se vistió de gala para acoger una de las semifinales de uno de los Mundiales más espectaculares de la historia. En escena aparecieron dos selecciones fantásticas, muy distintas en su concepción del fútbol y en el papel que asumían en el campeonato, pero ambas con unas ansias enormes por jugar la final del Mundial de 1986: Argentina y Bélgica.

Aquel ya lejano 25 de junio del 86, a la misma hora, en Santa Fe, Argentina, un hombre se arma de valor y hace una promesa a sus compañeros de trabajo. “Si Argentina elimina a Bélgica, me voy para DF a ver la final”. Se llama Roberto Cejas, tiene 29 años, luce un espectacular bigote negro, como el pelo, es fuerte y grande -¡mide metro noventa!- y tiene la cara morena, curtida por el sol.

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En el estadio Azteca, en las semifinales del Mundial, los belgas aguantan bien la primera parte, el tiempo que le cuesta a Maradona calentar definitivamente motores. Cuando el Barrilete Cósmico tira de repertorio, no sólo anota los dos goles de su equipo, sino que asiste a sus compañeros para finiquitar el encuentro, pero particularmente Valdano no está acertado de cara a puerta y son los tantos del astro los que meten a la albiceleste en la final de la Copa del Mundo (2-0).

El mítico guardameta belga Jean Marie Pfaff está soberbio durante todo el partido, pero no puede hacer nada cuando el Pelusa se cruza buscando un pase de Burruchaga dentro del área y mete la punta de la bota para levantarle la pelota por encima y hacer el primer tanto. Y puede hacer todavía menos cuando el Diez le encara tras sortear a un montón de defensas y la manda a guardar en el segundo y definitivo tanto que mete a la albiceleste en la gran final.

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En Santa Fe, Cejas y sus amigos celebran la victoria con vítores, saltos, abrazos y tragos, hasta que alguien se acuerda de la promesa que había hecho a sus compañeros de trabajo. “¡Un trago por Roberto, que se va para México!”. ¡Di que sí!

Porque Roberto Cejas, envalentonado por la euforia, por la adrenalina y por la celebración, asegura que sí, que por supuesto que se va, que una promesa es una promesa. Levanta el teléfono y llama a un amigo que vive en la capital mexicana. El colega le anima: “Vente que conozco a una vecina que tiene una entrada para la final y la quiere vender”.

Dicho y hecho. Roberto se embarca en un viaje imprevisible a falta de cuatro días para la final del Mundial. ¡Qué carajo! Que esto no se ve todos los días. Y allá que va Cejas, camino de la gloria con una mochila pequeña, un poco de plata y sin entrada. Faltaría más. Que una aventura es una aventura.

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El sábado 28 de junio de 1986, mientras los jugadores de la albiceleste velan armas antes del gran partido que les enfrentará a Alemania al mediodía del día siguiente, Roberto Cejas llega a México DF con su mochila, un poco de plata y sin entrada. Quedan menos de 24 horas para la final del Mundial y a Roberto no le esperan buenas noticias. La vecina de su amigo ya ha vendido la entrada que tenía y el aventurero empieza a pensar que se ha embarcado en un viaje sin sentido. Sin embargo, no piensa rendirse. Así que contacta con un grupo de seis amigos que están en México desde el principio del torneo y que no se han perdido un solo partido del seleccionado. Mientras hay vida hay esperanza.

Roberto queda con sus amigos el sábado por la noche y lo organizan todo para el día siguiente. Son siete en total y tienen cinco entradas en la parte alta del estadio, pero, como en todos los partidos que ha jugado Argentina hasta ahora, una vez dentro les dan un poco de plata a los aficionados mexicanos y éstos les dejan bajar para acercarse al césped. Así que el plan será el mismo para la gran final. Confiar en los mexicanos.

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Mientras el autobús que conducía a los pupilos de Bilardo hacia el Azteca salía del predio del América, donde estaban concentrados, Cejas y sus amigos ya estaban fuera del estadio intentando entrar. Llegaron a la puerta correspondiente y le dieron al portero mexicano cinco entradas y unos dólares debajo. Pasaron los siete. Sin problemas.

Una vez dentro del estadio, donde la FIFA asegura que había 114.600 espectadores, aunque queda meridianamente claro que al menos había dos más, Roberto y sus amigos descendieron por las gradas hasta colocarse en la parte de abajo, en primera fila, junto al foso, justo detrás de la portería que defendía el meta alemán Harald Schumacher en el primer tiempo.

Desde allí vivieron con pasión, nervios y emoción un partidazo que parecía encarrilado con los tantos del Tata Brown y Valdano y que empataron Rummenigge y Rudi Völler en un pestañeo a la salida de dos córners mal defendidos por los hombres de Bilardo. Cuando Maradona sacó la varita para asistir a Burruchaga y el Burru se metió una de las carreras más memorables de la historia de la Copa del Mundo con el balón pegado al pie y definió con una tranquilidad pasmosa ante Schumacher, Roberto y sus amigos, desde la otra portería, ya no pararon de saltar, ni de gritar, ni de abrazarse en los seis minutos (más el descuento) que quedaban de partido.

Cuando Romualdo Arppi Filho levantó las manos al cielo de DF y pitó el final del encuentro, la alegría desbordante se había convertido en llanto de ilusión. Los futbolistas argentinos se abrazaban sobre el césped, saltaban y festejaban mientras los aficionados se fundían en abrazos eternos en las gradas. Se preparó rápidamente un cordón entre el público para que los nuevos campeones del mundo subieran al palco a recoger la Copa del Mundo. Maradona la alzó emocionado y la fue pasando al resto de compañeros en el mismo palco y, poco a poco, fueron bajando todos de nuevo al césped con la Copa.

Lo mejor estaba por llegar.

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Cuando los jugadores argentinos regresaron al césped con la Copa para dar la vuelta olímpica, un buen puñado de aficionados ya se había colado en el terreno de juego. Entre ellos, Roberto Cejas, que se había parapetado tras el córner, había sorteado el foso y la alambrada, había amagado y fintado a los dos guardias que pretendían cerrarle el paso sin demasiado entusiasmo y se había puesto a trotar sobre la hierba como un poseso.

De repente, unos pocos futbolistas se ponen a dar la vuelta olímpica y los aficionados presentes en el terreno de juego empiezan a acercarse a ellos (y los fotógrafos, reporteros y más personal autorizado, también). Cejas se va aproximando al área chica, camina como sonámbulo, y entonces ve cómo un aficionado levanta a Pasculli en hombros a su derecha. Justo entonces, el tipo que Cejas tiene delante se frena y se da la vuelta. Cae en la cuenta Cejas en ese instante que lleva el 10 de Argentina a la espalda, la cinta de capitán en su brazo izquierdo y la Copa del Mundo en las manos. Es Maradona, que le mira fijamente, como midiendo si su aspecto, su envergadura y su metro noventa de estatura le dan para levantarlo. Cejas no necesita nada más. Se agacha y lo alza al cielo del Azteca.

¡Zas! Y ahí lo tenemos. Dando la vuelta olímpica cargando al ídolo y a la Copa del Mundo. Trotando por el estadio al ritmo que le marca Maradona. Recibiendo en sus ojos los flashes de las cámaras de todos los fotógrafos que se agolpan en el césped para inmortalizar el momento. El hincha que salió de Santa Fe sin entrada apenas un día antes abrirá en unas horas las portadas de todos los diarios del mundo.


Cuando Diego Armando Maradona le hizo un gesto para bajarse y se marchó hacia el vestuario, a Roberto Cejas apenas le dio tiempo a pedirle los botines. El Pelusa le dijo que eran para su vieja y que no se los podía dar y salió hacia el vestuario. Roberto se quedó en el campo, poco a poco vaciándose y silenciándose, y aún no era consciente de lo que acababa de vivir. Lo supo más tarde, cuando vio cómo su rostro aparecía en los periódicos de todo el mundo cargando con el astro. Y ya no lo olvidaría nunca.

***

Porque cuando Roberto decidió viajar a México aprovechó para coger dos semanas de vacaciones y, ya que tenía que pagar un pasaje que era caro, se quedaría en tierras aztecas dos semanas más. En esa quincena recibió llamadas de su familia, de sus vecinos, de sus amigos y de sus compañeros de trabajo para confirmar lo obvio: que ése que llevaba a Maradona en hombros dando la vuelta olímpica era él.

Incluso una vecina, cuando acabó el partido y vio la vuelta olímpica en televisión, se personó en casa de sus vecinos y llamó a la puerta.

—¿Está Roberto aquí?—. Preguntó nada más le abrieron.
—No—. Les respondieron los familiares de Roberto desde dentro.
—¡Ah! Entonces es él ése que sale por la tele llevando a Maradona en hombros. Si ya lo decía yo y mi marido no se lo creía—. Con un puntito de orgullo que lo dijo antes de cerrar la puerta y volver a su casa para confirmar la noticia.

De hecho, quince días después de acabado el Mundial y con Roberto recién aterrizado en casa, la revista El Gráfico sacó una edición especial con las 100 mejores fotos del Mundial de México 86. Roberto paseaba por la calle y cuando vio el especial de la revista en un kiosco no pudo evitar cogerlo y empezar a hojearlo. El kiosquero, que lo ve, le reclama.

—Oiga, para ver las fotos tiene que comprar la revista—. Con un puntito de mala baba, que se lo dijo.
—Si salgo en la revista, se la compro—. Le responde rápidamente Roberto.
—¡Si sale en la revista, se la regalo!—. Más raudo aún el quiosquero.

Entonces Roberto abre la revista y le enseña una foto a doble página. La de Maradona en sus hombros con la Copa del Mundo. El kiosquero le regaló la revista, claro. Aunque a cambio lo tuvo una hora larga explicándole cómo había sido posible todo aquello.

La vida... que siempre te da sorpresas.


***

36 años y medio más tarde. Principios de diciembre de 2022.

Tras una fase de grupos complicada y comprometida por la inesperada y sorprendente derrota en el partido inaugural ante Arabia Saudí, la Argentina de Messi y Scaloni ha ido superando rondas en la Copa del Mundo. Se ha deshecho con más problemas de los previstos de Australia en octavos de final y de Países Bajos en los cuartos de final tras una tanda de penaltis taquicárdica que la albiceleste debería haber evitado. En las semifinales espera Croacia. Y a lo lejos, si se supera el escollo, previsiblemente Francia, que se juega su presencia en la final ante Marruecos, la gran revelación del torneo.

Roberto Cejas, que ha visto todos los partidos en su casa, por televisión, recibe una llamada telefónica. Contesta. Es extraño. Le llaman de Madrid. Un empresario argentino que regenta una exclusiva sastrería en la capital de España. Tras una hora y media de conversación fluida y empática, Cejas sentencia antes de colgar, como 36 años antes: “Consíganme las entradas. Si levanto al Enano puedo morir tranquilo”.

Y es que las cábalas son muy argentinas. Y alguien cayó en la cuenta de que Roberto Cejas, el hincha que cargó a Maradona con la Copa del Mundo en el Azteca, no fue a la final del Mundial de Italia 90 ni tampoco a la del Mundial de Brasil 2014. Las dos finales las perdió la albiceleste. Así que Martín Gimeno, un empresario argentino afincado en Madrid que tenía 11 años cuando Maradona alzó la Copa del Mundo en México 86, decidió que si Argentina llegaba a la final del Mundial de Catar había que llevar a Roberto Cejas a Lusail.

Así que tras la victoria de Argentina ante Croacia en semifinales, Gimeno contactó con el diario Relevo y expuso su plan: el diario conseguía unos billetes de avión de Buenos Aires a Madrid y de Madrid a Catar para Roberto Cejas y él obtendría la entrada para el icónico aficionado. Como 36 años atrás, el hincha de Santa Fe partía de nuevo con lo puesto en busca de la gloria.

Y sí. Efectivamente. Roberto Cejas se sentó en las gradas del estadio de Lusail, esta vez con entrada y sin colarse, y Argentina volvió a levantar la Copa del Mundo 36 años después, aunque esta vez el aventurero, a sus 65 años, con bastante menos pelo y sin bigote, no pudo colarse en el terreno de juego para levantar a Leo Messi al cielo catarí. 

A Messi lo alzó su amigo y compañero Sergio Agüero, al que el corazón le jugó una mala pasada y no pudo disfrutar del momento vestido de corto. No creo que a Roberto Cejas le importara, porque le bastaba con ver levantar a Messi la tercera Copa del Mundo de la historia de Argentina.

Y porque no se puede tener todo… aunque, visto lo visto, parece más que suficiente.

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