"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

martes, 27 de septiembre de 2022

La Unión Soviética de Valery Lobanovsky se ahoga en la orilla en el Mundial de México 86

La tarde se ha complicado en León para los soviéticos. Pero para los espectadores neutrales se ha convertido en una auténtica fiesta. Una oda al fútbol en mayúsculas. Un espectáculo increíble entre dos selecciones que el gran público no esperaba a esas alturas de la competición. La Unión Soviética y Bélgica se juegan el pase a los cuartos de final de México 86 en un partido marcado por las altas temperaturas y… por el arbitraje, que está siendo absolutamente demoledor para los soviéticos y vergonzoso para los aficionados neutrales.

El colegiado de la contienda, el sueco Erik Frediksson, ha dado por buenos los dos tantos belgas que igualan las dos dianas de Igor Belanov, el Hombre Misil de la URSS, una de las estrellas del Dinamo de Kiev que casi había conseguido con sus dos golazos la clasificación holgada para cuartos de la Unión Soviética. Porque a los 27 minutos de partido puso el balón en la escuadra desde la frontal ante la mirada de un impotente Jean Marie Pfaff. Pero no esperaba que a los once minutos de la reanudación, el trencilla no señalara el claro fuera de juego del joven Enzo Scifo, que controló totalmente solo en el segundo palo un centro a la salida de una falta y la metió en el fondo de la portería de Dassaev para empatar la contienda.

Aún así, los soviéticos no han bajado los brazos, y otra vez Belanov, con un sensacional desmarque, un control y una definición de hombre de hielo, ha vuelto a batir al meta belga a falta de veinte minutos para el final. Pero los Diablos Rojos han vuelto a empatar ante la indignación de los futbolistas de la URSS, que rodean al juez de línea, el español Victoriano Sánchez Arminio.

La jugada discurre así: un defensa belga pega un pelotazo desde su campo a la frontal del área soviética. Allí aparece totalmente solo el centrocampista y capitán Ceulemans, que controla la pelota con el pecho y se la deja preparada en su pierna derecha para el remate desde prácticamente el punto de penalti. Sánchez Arminio levanta el banderín y los defensas soviéticos frenan en su carrera. Ceulemans, ajeno a todo, remata cruzado y marca el empate. Entonces, el juez de línea español baja la banderola y corre como un poseso hacia el centro del campo, validando el gol. El sueco Frediksson señala también el centro del campo sin remisión, mientras los de Lobanovsky se quedan protestando. Es el dos a dos a falta de trece minutos para el final. Quieran o no quieran los soviéticos, el partido se encamina indefectiblemente a la prórroga para regocijo de los aficionados neutrales.

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El camino de belgas y soviéticos hasta los octavos de final ha sido muy distinto. Bélgica compartía grupo con la anfitriona México, con la desconocida Irak y con Paraguay y cayó en el primer encuentro ante los aztecas de Bora Milutinovic en un duelo muy disputado (1-2). Los anfitriones apretaron desde el inicio y a los belgas les costó Dios y ayuda capear el temporal. Tras un par de avisos, en el minuto 23, Quirarte cabeceó al fondo de las mallas una falta sacada desde la parte derecha del ataque azteca para llevar la locura a las gradas. Y un cuarto de hora más tarde, un saque de esquina lo prolongó Quirarte en el primer palo para que Hugo Sánchez la embocara con la cabeza, libre de marca, en el segundo palo. Era el 2 a 0 en un partido que parecía un monólogo mexicano. El delantero Vendebergh recortó distancias justo antes del descanso tras un saque de banda en largo que se comió el meta mexicano, pero en la segunda mitad nadie fue capaz de volver a marcar y Bélgica llegaba a la segunda jornada con la obligación de vencer.

Ante Irak, la conexión entre el capitán Ceulemans y el joven centrocampista Enzo Scifo empezó a funcionar y al cuarto de hora de juego el capitán se deshizo de un sinfín de contrarios para ceder el esférico a Scifo en el vértice derecho del área. El del Anderlecht controló y cruzó el esférico para adelantar a los suyos. Tan sólo 4 minutos más tarde, Claesen transformaba el penalti que dejaba el camino expedito a unos Diablos Rojos que, inconscientemente, se fueron confiando. Tanto, que al cuarto de hora de la reanudación Irak redujo diferencias con su primer gol en el torneo, obra de Radi Amaiesh. Con más sobresalto del esperado, Bélgica seguía con vida en la Copa de Mundo tras su victoria por 2 goles a 1.

Pero el último partido ante Paraguay se había convertido en una final para ambos equipos, ya que los paraguayos habían vencido por la mínima ante Irak (1-0) y habían empatado ante los anfitriones (1-1). Presumiendo que México diera buena cuenta de Irak, la suerte de europeos y sudamericanos dependía de su enfrentamiento directo en Toluca.

Bélgica golpeó primero tras una contra que empezó en banda derecha y acabó en la izquierda con un remate en parábola del centrocampista Vercauteren que abría el marcador en el minuto 30. Pero los guaraníes despertaron en la segunda parte y un saque en largo del portero lo peinó un delantero en el borde del área para dejar un balón suelto en el punto de penalti que el genial delantero Roberto Cabanas voleó a la red. 1 a 1. Habían pasado cinco minutos del segundo tiempo y las cosas estaban de nuevo como estaban.

Entonces la maquinaria belga se puso a funcionar de nuevo y, nueve minutos más tarde, una combinación espectacular en el centro del campo acabó con el balón en los pies de Daniel Veyt con ventaja sobre los defensas. Veyt la picó sobre la salida del guardameta guaraní y volvió a poner por delante a los Diablos Rojos. 2 a 1.

Pero Cabanas no había dicho aún la última palabra. A falta de 14 minutos para el final del choque, el delantero paraguayo recibió un centro desde la parte derecha del ataque. Con un primer control con el pecho se adelantó la pelota y engañó al defensa que venía a por él. Se quedó con el balón botando en el área pequeña ante la desesperada salida de un Jean Marie Pfaff absolutamente vendido y la metió para adentro. 2 a 2. Y así se llegó al final del encuentro.

México, que había ganado a Irak (1-0), sería primera de grupo y Paraguay, segunda. Los belgas habrían de esperar a que se jugaran todos los partidos del resto de grupos para saber si sus tres puntos bastaban para estar entre los cuatro mejores terceros del torneo y poder así seguir adelante. Finalmente, lo consiguieron, pero tendrían que enfrentarse al campeón del grupo C.

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Ese grupo C era un auténtico polvorín. Lo integraban Francia, actual campeona de Europa y cuarta en España 82, la Unión Soviética, Hungría, que en la fase de clasificación se había paseado por delante de Holanda, y la debutante Canadá.

La Unión Soviética llegaba con dudas tras una floja fase de clasificación donde había sufrido para sacarse el pasaje a México junto a Dinamarca. Tanto, que los dirigentes de la Federación Soviética cesaron a Eduard Malofeev y dejaron la selección en manos del coronel Valery Lobanovsky, anterior seleccionador y entrenador del majestuoso Dinamo de Kiev, recién proclamado campeón de la Recopa venciendo con enorme autoridad al Atlético de Madrid en la final (3-0).

El Coronel cogió como base de la selección a una gran mayoría de futbolistas del Dinamo de Kiev en una época en la que los soviéticos no podían salir del país a jugar a fútbol. Del Spartak de Moscú se llevó al guardameta Rinat Dassaev, al defensa Bubnov y el delantero Rodionov. El delantero Protasov, el medio Litovchenko y el portero suplente Krakoskyi eran del Dnipro. Los defensas Larionov y Chivadze venían del Zenit y del Dinamo Tbilisi. Así que las cuentas están claras: 13 futbolistas del Dinamo de Kiev y 9 del resto de equipos soviéticos. Y de esos nueve, sólo Dassaev y Larionov solían ser titulares. El delantero del Spartak Rodionov solía ser un revulsivo desde el banquillo y poco más. Ni siquiera Protasov, que había sido el máximo goleador del equipo en la fase de clasificación, tenía sitio en el once.

Vamos, que la URSS jugaba de memoria, porque Lobanovsky trabajaba todo el año con los futbolistas del Dinamo de Kiev en una especie de laboratorio futbolístico en los que primaba el equipo sobre cualquier individualidad y donde se utilizaban por primera vez ordenadores para analizar todos los parámetros que afectaran al juego del equipo, al análisis del contrario y al rendimiento individual de cada jugador. Los automatismos entre jugadores eran tales que llegaban a entrenar en partidillos de cinco contra cinco en espacios reducidos para aprender a saber cómo se iba a mover casa uno sin necesidad de verse.

Era Lobanovsky un adelantado a su tiempo que el mundo aún desconocía, aunque bastaba ver jugar al Dinamo de Kiev, que había ganado la Liga y la Copa en 1985 y la Liga y la Recopa de Europa en 1986, para saber que el fútbol total había llegado definitivamente más allá del Telón de Acero.

Esa Unión Soviética era un equipo ordenado, rápido, casi de laboratorio, hecho a imagen y semejanza de su técnico, que no tenía defensas, centrocampistas o delanteros, sino futbolistas que podían jugar en cualquier parte del campo ejerciendo las funciones que el científico que se sentaba en el banquillo había ideado para ellos.

Partían de un 4-4-2 clásico, pero se encargaban de hacer el campo más grande y más ancho cuando atacaban y de empequeñecerlo cuando defendían con los centrocampistas cerrando espacios y trabajando con diferentes escalas de presión en función del rival y del momento del partido. Trabajaban la presión alta a la salida del balón de los rivales cuando les convenía o se agazapaban atrás para salir con pases largos y precisos de sus talentosos centrocampistas a unos delanteros veloces y eficaces. Los mejores centrocampistas soviéticos eran Zavarov, Yakovenko, Aleinikov y Vats y su letal delantero, Belanov, el Hombre Misil, a veces escoltado por el veterano Blokhin, el Balón de Oro de 1975 que daba sus últimos coletazos como jugador en el Dinamo de Kiev y en la Unión Soviética.

Una Unión Soviética que había conseguido su mejor clasificación en un Mundial veinte años antes, en Inglaterra 66, donde había caído en semifinales ante Alemania Federal y en el partido por el tercer y cuarto puesto ante la Portugal de Eusebio. Ese Mundial lo analizó hasta la saciedad Lobanovsky, que acababa de colgar las botas, y llegó a la conclusión de que Yashine y compañía habían caído porque antepusieron sus individualidades a un juego de equipo inexistente que sí tenían Alemania e Inglaterra, los dos finalistas de aquella Copa del Mundo. En ese instante, decidió prepararse a conciencia para ser entrenador de fútbol de elite.

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El Ejército Rojo de Lobanosvky debutó el 2 de julio de 1986 ante Hungría en Irapuato. A los dos minutos ya vencía uno a cero. A los cuatro, dos a cero sin que los magiares hubieran tocado un solo balón. Se llegó al descanso con un 3 a 0 favorable a los soviéticos y el partido concluyó con un aplastante 6 a 0 que hizo que todo el mundo viera a los de Lobanovsky como un aspirante a ganar el Mundial. La campeona de Europa, que había derrotado a la debutante Canadá con un gol tardío de Papin, era el termómetro ideal para saber hasta dónde podía llegar la Unión Soviética.

Y el 5 de junio en León, soviéticos y galos empataron a uno. Rats adelantó a los de Lobanovsky a los ocho minutos de la reanudación y Luis Fernández empató siete minutos más tarde para dejar el uno a uno final en el marcador en un partido muy entretenido con un sinfín de ocasiones para unos y para otros. 

Salvo sorpresa, la Unión Soviética sería el líder del grupo C. Así fue, porque Francia venció a Hungría por 3 a 0 y la URSS se deshizo de Canadá (2-0). Por tanto, en octavos de final la Unión Soviética se mediría a Bélgica, mientras que Francia habría de verse las caras con Italia, defensora del título.

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Estadio Nou Camp de León. 17:50 hora local. Belgas y soviéticos intentan mantener el orden en el campo. El cansancio empieza a hacer acto de aparición en los jugadores ante la prolongación de un partido que ha comenzado a las cuatro de la tarde y que ahora entra en su fase decisiva. Soviéticos y belgas parecen darse un respiro en este primer tiempo de la prórroga, pero cuando apenas quedan 3 minutos para el cambio de campo, una jugada lo cambia todo. Los Diablos Rojos atacan por la derecha. Sacan un córner en corto y Scifo mete el balón centrado al segundo palo. Dentro del área hay ocho soviéticos y el portero, pero nadie ve aparecer como un tren de mercancías a Stephane Demol en el segundo palo. El defensa de 20 años del Anderlecht engancha un testarazo precioso y potente y lo manda al otro palo, imposible para Dassaev. Parece increíble, pero al descanso de la prórroga, los Diablos Rojos vencen por 3 a 2 a una de las mejores selecciones del torneo.

En el segundo acto de la prórroga los soviéticos se lanzan al ataque a la desesperada, pero los belgas nadan, guardan la ropa y salen a la contra en cuanto tienen ocasión para meter el miedo en el cuerpo a la URSS y, si es posible, dar el mazazo definitivo. Con peloteros como Ceulemans y Scifo todo parece más fácil. Pero hay que hacerlo. Y lo hacen. ¡Vaya si lo hacen!

A los cinco minutos de la segunda parte de la prórroga, en un ataque casi estático, Vercauteren mete un centro al punto de penalti con el área llena de defensas soviéticos. Nadie espera que Nico Claesen aparezca por allí y empale la pelota, sin dejarla caer, al palo derecho de la meta de un Dassaev que reacciona tarde y no puede hacer nada por evitar el 4 a 2 que deja a los soviéticos al borde de la eliminación.

Otros se hubieran dejado llevar en ese instante, pero no unos futbolistas soviéticos entrenados por el coronel Lobanovsky. La URSS trató de vivir lo que quedaba de prórroga en el área belga y, tan solo un minuto después del 4 a 2, encontró el premio. Un centro desde la derecha y un intento de remate de Belanov en el área pequeña acabó con el delantero ucraniano por los suelos. El colegiado Frediksson señaló el punto fatídico sin dudarlo entre las protestas de los Diablos Rojos. El mismo Belanov lo lanzó fuerte y arriba para completar su triplete y apretar el marcador. 4 a 3 y cuatro minutos para intentar llegar a los penaltis. 

No hubo suerte y los tres goles de Belanov no sirvieron para vencer a Bélgica y alcanzar los cuartos de final. Sí sirvieron para ganar el Balón de Oro de ese año 1986, pero eso al bueno de Belanov le importaba un comino, llorando como estaba a lágrima viva tras una eliminación especialmente difícil de digerir. Por sus goles. Por los que les metieron y no debieron subir al marcador. Por el regusto amargo de lo que cree una injustica. Aunque, justo es decirlo, los belgas no tienen la culpa de la mala vista de un mal colegiado. Los Diablos Rojos han jugado con clase, calidad y sacrificio y siguen adelante por méritos propios. La Unión Soviética tiene que hacer las maletas, después de nadar mucho para ahogarse en la orilla.

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Bélgica se cruzó en cuartos con España y, tras empatar a uno el partido y no moverse el marcador en el tiempo extra, Jean Marie Pfaff detuvo un penalti a Eloy Olaya para meter a los suyos en las semifinales de un Mundial por primera vez en su historia. Después, caerían ante la Argentina de Maradona y Bilardo y acabarían en cuarta posición tras perder con Francia en la prórroga del partido por el tercer y cuarto puesto.

Tras ese gran éxito con una selección mítica donde sobresalían Jean Marie Pfaff, Scifo, Ceulemans o Gerets, Bélgica habría de esperar 32 años para repetir una gesta similar. Fue en Rusia 2018, de la mano del seleccionador Roberto Martínez y con jugadores de la talla de Courtuais, Hazard, Lukaku y De Bruyne, cuando se plantaron de nuevo en las semifinales del torneo. Francia privó a los Diablos Rojos de jugar por primera vez en su historia la final de una Copa del Mundo (1-0), pero el triunfo ante Inglaterra (2-0) en el tercer y cuarto puesto les dio su mejor clasificación en la historia de los Mundiales. En Catar intentarán volver a pelear por todo otra vez.

En cambio, la selección de Lobanovsky que asombró al mundo en México volvió a hacerlo en la Eurocopa de Alemania de 1988. Con su juego veloz, presionante, dinámico y preciso, los soviéticos se plantaron en una final en la que hincaron finalmente la rodilla ante la potentísima Holanda de Van Basten y Gullit (2-0). Otra vez en la orilla de nuevo.

Dos años más tarde, la URSS disputaría su último Mundial como selección. Sería en Italia 90 y no podría superar la fase de grupos tras caer ante Rumanía (2-0) y Argentina (2-0) y vencer en su despedida a la sorprendente Camerún (4-0). Nadie esperaba esa debacle después de la gran Eurocopa del 88, pero así es el fútbol, sorprendente y fascinante.

De hecho, tras ese Mundial llegó el desmembramiento de la URSS y, evidentemente, de su selección, que ya no existiría jamás como tal. A partir de ese instante, donde había una selección, pasan a haber quince: Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán. 

De todas ellas, sólo Rusia y Ucrania parecen, algún día,  ser capaces de acercarse a los logros futbolísticos de aquella Unión Soviética que estuvo a punto de sorprender al mundo, pero acabó ahogándose en la orilla. Ni unos ni otros podrán intentarlo en Catar.

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