"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 23 de septiembre de 2022

Paul Breitner, el Káiser Rojo que decidió ser el héroe de Alemania

7 de julio de 1974. Estadio Olímpico de Múnich. Más de 75.000 personas presencian con la final de la Copa del Mundo de 1974. La gran mayoría de ellos están cagaditos de miedo. Son alemanes y se enfrentan a la exuberante Naranja Mecánica de Rinus Michels que, comandada por Johan Cruyff, ha dado exhibición tras exhibición durante todo el torneo. Y el temor no es infundado, porque al minuto de juego, sin que ni un solo germano haya tocado la pelota, el Flaco se ha metido en el área con el cuero cosido al pie. Tarascada y penalti que transforma Neeskens para adelantar a Holanda y hacer enmudecer el estadio.

Pero ahora, veintipocos minutos más tarde, el duelo ya se ha equilibrado y la internada en el área del delantero Hoelzenbein la ha frenado en seco el holandés Jansen con una peligrosa entrada al suelo con los dos pies por delante. El árbitro no lo duda. Penalti. Alemania tiene ante sí la gran posibilidad de empatar la final.

Entonces, Paul Breitner, lateral izquierdo alemán de 22 años, oye en su interior una frase que se le había quedado grabada desde niño: “hay momentos en los que nacen los héroes”. Y el chaval del pelo a lo afro, patillas tupidas y poblado bigotón se dirige con decisión, y con las medias bajadas, como siempre, hacia el punto de penalti. Porque cree firmemente que éste es uno de esos momentos en los que nacen los héroes (o se estrellan por el camino, que ésa es la otra opción posible).

Por delante tiene compañeros de gran jerarquía como su capitán en la selección y en el Bayern de Múnich, un tal Franz Beckenbauer que ya ha disputado la final de un Mundial; o su socio en la retaguardia alemana, el defensa del Borussia Mönchengladbad Verti Voghts; o el mítico centrocampista del Colonia, Wolfhang Overath; o el delantero centro del equipo y máximo goleador, el Torpedo Müller. Pero no. Va Paul Breitner, ese chico de 22 años que juega de lateral izquierdo, quien va directo a por el balón ante los más de 75.000 espectadores que asisten en silencio al desenlace.

Coge la pelota mientras algunos de sus compañeros carraspean y no saben dónde mirar. La coloca con sumo cuidado en el punto de penalti. Toma una carrera muy centrada, sin decantarse hacia ninguno de los dos lados, y con un golpeo suave la pone en el fondo de las mallas… ¡¡con la pierna derecha!! El estadio entero estalla de júbilo y los holandeses ven cómo su favoritismo empieza a resquebrajarse.

Casi veinte minutos más tarde, cuando apenas faltan dos para el descanso, la multitud vuelve a rugir. Torpedo Müller ha hecho una de las suyas dentro del área y ha anotado un gol inverosímil, de esos que nadie espera y que él siempre mete. Y tras aguantar toda la segunda mitad a una Holanda cada vez más desesperada, Alemania gana el segundo Mundial de su historia. Han pasado 20 largos años desde el Milagro de Berna.

El autor del primer gol germano, el valiente que tiró el penalti y que, ya en la claridad del nuevo día, descansando en el hotel y viendo una repetición de las mejores jugadas en la tele, sufrió una crisis de pánico porque imaginaba que fallaba la pena máxima que tanto se obstinó en tirar, acababa de convertirse definitivamente en uno de los jugadores más importantes de la historia del fútbol alemán.

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Era Paul Breitner un chaval inquieto, nervioso, que había empezado a jugar al fútbol en el SV Kolvermoor, el equipo de su ciudad natal. Pero el chico también era estudioso y se dedicó con todas sus fuerzas a compaginar su incipiente carrera futbolística con estudios de Pedagogía y Filosofía y se convirtió en un enamorado de los filósofos de izquierda, las obras de los cuales devoraba con facilidad.

En 1970, con 18 años recién cumplidos, ese chico de pelo a lo afro, patillas y bigote e inquietudes filosóficas, culturales y sociales que se definía de izquierdas fichó por el Bayern de Múnich junto a otro chaval de su misma edad que también habría de marcar también una época. El otro se llamaba Uli Hoeness.

Ese Bayern de Múnich no era el que todos conocemos ahora. De hecho, el club no había sido invitado a jugar la primera Bundesliga de la historia que se puso en marcha en 1963 porque no era un histórico todavía (en sus vitrinas sólo reposaba el título de liga 1931-32). Pero de la mano de Franz Beckenbauer, del guardameta Sepp Maier y del delantero Gerd Müller, que habían recalado en el club bávaro a mediados de los 60 cuando el Múnich 1860 decidió cargarse de un plumazo sus categorías inferiores, el equipo ascendió y ganó su segunda liga en la temporada 1968-69 y tres Copas de Alemania.

Pero aún con esos primeros éxitos a cuestas, había otro equipo que, por aquel entonces, le disputaba todos y cada uno de los campeonatos e impedía con bastante frecuencia que los renacidos bávaros pudieran levantar más títulos: el Borussia de Mönchengladbach, que contaba con jugadores tan importantes como el delantero Jupp Heynckes, los centrocampistas Gunter Netzer y Rainer Bonhof y el rocoso defensa Verti Vogts.

De hecho la temporada 1970-71 fue una lucha titánica hacia el título entre estos dos rivales y el premio se lo llevó el ‘Gladbach. Fue entonces cuando el entrenador del Bayern, Udo Lattek, decidió darles la oportunidad en el primer equipo a esos dos chavales que acababan de estrenar la mayoría de edad y que se unieron a los míticos Maier, Beckenbauer y Müller para escribir la primera edad de oro del club muniqués. Esos dos chavales eran, faltaría más, Paul Breitner y Uli Hoeness.

Con ellos en el equipo, el conjunto de Lattek se convierte en un rival definitivamente temible en la Alemania y en Europa. Ganan los bávaros la liga 71-72 batiendo el récord de puntos y de goles. Además, tanto Hoeness como Breitner son convocados con la selección para la Eurocopa de 1972. Y alzan al cielo de Bruselas la Copa de Europa tras derrotar a la Unión Soviética en la final por un rotundo 3 a 0. Los dos chavales del Bayern fueron titulares en la finalísima con apenas 20 años.

Pero los éxitos de Breitner no habían hecho nada más que comenzar, porque la temporada 1972-73 repite título de Liga con el Bayern y la 1973-74 llega la apoteosis: primero conquista de nuevo la Liga alemana y después la primera Copa de Europa de la historia del Bayern de Múnich. La final fue en Bruselas, en el estadio de Heysel, ante el Atlético de Madrid, que se vio campeón con un tanto de falta directa de Luis Aragonés en la prórroga, cuando apenas quedaban seis minutos para acabar el partido. Pero ya sobre la hora, con el árbitro echando mano del silbato para marcar el final del choque, el defensa Schwarzenbeck marcó con un disparo lejano para obligar a la disputa de un partido de desempate dos días después. Y ahí los bávaros no tuvieron piedad y ganaron a los colchoneros por 4 a 0. Era el 17 de mayo de 1974. Tan sólo 28 días después, sin apenas poder saborear el título europeo con su club, llega el Mundial de Alemania que culminará un año extraordinario para Breitner.

Porque el torneo del lateral izquierdo fue sencillamente sublime. Fue él quien abrió el marcador en el debut de los teutones en el campeonato con un golazo ante Chile que sirvió para sumar los dos primeros puntos (1-0). Después, cuando más arreciaban las críticas tras la derrota ante sus hermanos de la Alemania Democrática, Breitner lo volvió a hacer. En el primer partido de la segunda fase ante Yugoslavia, con el choque atascado, se acercó a la frontal del área y metió un zapatazo tremendo para abrir el marcador en un partido que acabó ganando su selección por dos a cero. Y en la final fue el autor del penalti que empataba el encuentro.

Así que Paul Breitner, desde el lateral izquierdo, había tenido una influencia brutal en el juego de los campeones del mundo con tres goles importantísimos que valieron su peso en oro, con una defensa descomunal y con internadas peligrosas en ataque tanto para centrar como para disparar a puerta saliendo de los regates hacia dentro. Poco más podía pedir el futbolista en un año auténticamente redondo, pero, a veces, el destino te guarda sorpresas.

Y es que la excepcional Copa del Mundo de Breitner hizo que el Real Madrid se interesara por él con la intención de neutralizar el efecto mediático y futbolístico que había supuesto la llegada de Johan Cruyff al eterno rival de los madridistas, el FC Barcelona, la temporada anterior con liga para los catalanes y humillación en el Bernabéu con un cero a cinco que pasó a la historia. ¡Casi nada!

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Su fichaje lo propuso el entrenador madridista, el yugoslavo Miljan Miljanic, pero algunos miembros de la junta directiva no querían ni oír hablar de ello. Decían esos directivos que el Real Madrid no fichaba laterales, y menos ocupando plaza de extranjero (sólo podía haber dos por plantilla). También decían que el dinero había que gastarlo en una estrella mundial que definiera partidos. Y, para rematar, aunque no lo dijeran en voz muy alta, aseguraban que tampoco había por qué fichar a un comunista que leía a Mao y tenía aquellas pintas.

Pero Santiago Bernabéu lo fichó igualmente después de pedir a Miljanic informes suyos en Alemania que fueron muy positivos. Así, el Madrid se “germanizó” tal como el Barça se había “holandizado”. Gunter Netzer, que ya estaba en el equipo merengue desde la temporada anterior procedente del ‘Gladbach, y Paul Breitner fueron sus apuestas. Además, Miljanic tenía otros planes para el alemán: iba a adelantar su posición en el campo y lo iba a hacer jugar de en el centro del campo para mover al equipo.

Y Paul Breitner se desvinculó del Bayern entre críticas feroces y llegó a Madrid con el Libro Rojo de Mao bajo el brazo. No era lo único que había intentado llevar a España. Se cuenta que también intentó pasar con una pistola porque no sabía cómo iban a recibirlo en un estado dictatorial. Al final le convencieron de que dejara la pistola para evitar problemas y entró finalmente desarmado. Casi sin poner los pies en la capital de España, algunos ya le habían apodado “el Káiser Rojo”, mientras que otros optaban por “el Abisinio”, que era así como llamaban los soldados franquistas a los milicianos republicanos durante la guerra civil española.

Al poco de llegar, y dado su desconocimiento del entorno, Breitner le pidió al club si le podían enmarcar una foto de Mao para colgársela en el salón de su casa, pero le fueron dando largas una y otra vez hasta que el jugador, a fuerza de pura insistencia, consiguió que le hicieran el favor. Eso sí, con secretismo absoluto. Mientras, el Breitner futbolista se acopló pronto al equipo y a su nueva posición y el Madrid ganó ese año la liga.

El lateral reconvertido a centrocampista introdujo también en el vestuario blanco la importancia del look y del aspecto físico asociado a la imagen del futbolista e introdujo los pantalones de campana, el secador y los artilugios para el pelo en la caseta en una época en la que primaba exactamente lo contrario.

Para acabarlo de rematar, ya en los últimos coletazos del franquismo y con el dictador ya fallecido, la huelga de los trabajadores metalúrgicos de Standard golpeó de lleno a la sociedad española a finales de 1975 y principios de 1976. Una representación de los trabajadores se presentó en un entrenamiento del Real Madrid para pedir ayuda directamente a los jugadores. Los futbolistas, que no querían meterse en embrollos políticos, se hicieron los suecos, pero Breitner no dudó en darles 500.000 de las antiguas pesetas a los obreros en huelga y casi lo echan. El bravo jugador alemán, que tampoco es que hubiera presumido del asunto, sólo dijo que él se gastaba su dinero en lo que quería. Santiago Bernabéu, que a esas alturas ya lo tenía por uno de sus jugadores preferidos, lo corroboró: “Los jugadores del Madrid se gastan su dinero como quieren”. Y pelillos a la mar.

Breitner jugó en el Real Madrid tres temporadas y ganó dos Ligas y una Copa. Pero en el verano del 77 hizo las maletas y se volvió a Alemania. Hubo quien dijo que lo echaron por culpa de su imagen izquierdosa fuera de los terrenos de juego, pero lo cierto es que se le acabó el contrato y él mismo decidió salir porque se aburría. Y es que el Káiser Rojo no sólo quería jugar al fútbol y vivir a cuerpo de rey, sino que pretendía seguir estudiando y montar sus propios negocios. Una mentalidad que entonces no era nada habitual en los futbolistas. Así que se marchó tal como había venido, aunque con dos títulos de liga y una Copa más en un zurrón que ya empezaba a estar repleto de trofeos.

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Cuando Paul se fue del Madrid, fichó por el Eintracht de Brunswick, el primer club alemán que puso publicidad en su camiseta. Jägermeister, ni más, ni menos. Los de la Baja Sajonia habían padecido muchos problemas económicos y encontraron en el patrocinio una vía de salvación unos años antes. Nadie estaba de acuerdo con ellos entonces, pero no tardaron en seguir sus pasos el resto de clubes alemanes y europeos.

Breitner se reencontró con su fútbol en Brunswick esa temporada 1977-78, aunque el equipo se le quedaba pequeño. Además, el Mundial de Argentina 78 estaba a la vuelta de la esquina y el centrocampista era uno de los futbolistas que tenía sitio asegurado en la lista. Pero el Káiser Rojo criticó duramente el régimen dictatorial del general Videla unos meses antes del torneo y dejó públicamente que él no viajaría hasta allí para jugar la Copa del Mundo. De hecho, fue más lejos al afirmar que Alemania no debería defender su título en Argentina y criticó duramente a los compañeros que finalmente acudieron al Mundial.

Así se manifestó en abril de 1978 en la revista Stern: 

“Alemania es el actual campeón y eso le hace tener unas responsabilidades especiales. La selección no debe dejar que la utilicen como una marioneta, porque los deportistas, aunque tengan en el deporte su preocupación principal, no deben ser eunucos políticos”.

Se lio parda, claro. La Federación Alemana se indignó. Los aficionados, en su mayoría, también E incluso algunos compañeros suyos, como Berti Vogts, que llegó a decir que la campaña no estaba mal plantearla si se hicieran también cuando tocaba jugar en países comunistas que también violaban los derechos humanos. Una alusión directa a la ideología de su compañero.

Pero la tormenta pasó y, evidentemente, Paul Breitner no fue con Alemania a disputar el Mundial que sería el del dolor y la gloria para Argentina. Berti Vogts, sí.

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Tras el Mundial, el Káiser Rojo volvió a fichar por el Bayern de Múnich, donde reverdecería viejos laureles y daría sus mejores años de fútbol. En el Bayern ya no estaba Beckenbauer, ni tampoco su amigo Uli Hoeness, pero aún daba sus últimos coletazos Gerd Müller en la delantera y había despuntado totalmente un joven llamado Karl-Heinz Rummenigge, que había debutado justo tras la marcha de Breitner al Real Madrid. De hecho, durante la ausencia del Káiser Rojo, los bávaros habían ganado dos Copas de Europa más (1974-75 y 1975-76), pero habían perdido la hegemonía en Alemania ante el Borussia de Mönchengladbach, que se llevó tres ligas seguidas, y después el Colonia del meta Schumacher levantó la de 1977-78.

La temporada de su regreso no fue nada buena, en un club que estaba lejos de su reciente época dorada y fue un gran Hamburgo quien se hizo con el torneo. Ese verano, el gran Maier tuvo un accidente de coche que le retiró del fútbol y Breitner se puso en brazalete y se convirtió en el alma de los de Baviera. Esa temporada 1979-80 el Bayern volvía por sus fueros de la mano del centrocampista de patillas largas y se llevaba la liga tras 6 temporadas de sequía. La temporada siguiente volvería a ganarla con Rummennige y Breitner en plan estelar. Tanto es así, que el delantero ganó el Balón de Oro de 1981 y el Káiser Rojo fue segundo.

Un año antes, en el verano de 1980, una selección alemana joven y renovada había levantado la Eurocopa en Roma. Schumacher era el portero. Briegel y Bonhof mandaban en la zaga. Uli Stielike y Bernd Schuster controlaban el centro del campo y la pólvora arriba la ponían Rummennige, Hrubesch y un jovencísimo Allofs. Jupp Derwall era el nuevo seleccionador tras la salida del mítico Helmut Schön. Paul Breitner, que había renunciado a la Mannschaft en 1978, no disputó la Eurocopa, pero Jupp Derwall lo convenció más adelante para que volviera, sobre todo tras la lesión de Schuster, la estrella en ciernes, que le impediría jugar el Mundial de España 82.

Y Paul volvió a la Mannschaft por la puerta grande para disputar su segundo Mundial. Un Mundial donde vivió absolutamente de todo: desde "la Vergüenza de Gijón" hasta una de las semifinales más espectaculares de una Copa del Mundo ante la Francia de Platini. Y como ocho años antes en Alemania, Breitner fue titular en todos los encuentros. Y como ocho años antes en Alemania, se plantó en la final. Y como ocho años antes en Alemania, marcó en la final de una Copa del Mundo. Al contrario que ocho años antes en Alemania, su gol no sirvió para levantar la Copa del Mundo, sino para maquillar el 3 a 0 que la Italia de Paolo Rossi endosaba a los teutones. Pero para la historia de la Copa del Mundo quedan los dos goles de Paul Breitner en dos finales de dos Mundiales distintos, sólo emulada por Vavá y Pelé (que además ganaron esas finales) y Zinedine Zidane que, como Breitner, ganó una y perdió la otra.

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Una temporada más tarde, a la conclusión de la 1982-83 y a punto de cumplir los 32 años, el Káiser Rojo rechazó la oferta de renovación del club de su vida, el Bayern de Múnich, para colgar definitivamente las botas. El club bávaro le ofrecía 65 millones de pesetas por dos temporadas más. Pero Breitner dijo que no. Una lesión que se produjo mediada la temporada contra el Hamburgo le había impedido rendir bien y decidió que era el momento de dejarlo. Había ganado ya una Eurocopa y una Copa del Mundo con Alemania, dos Ligas y una Copa con el Real Madrid y una Copa de Europa, cinco Bundesligas y dos Copas con el Bayern de Múnich. Pero él no dijo nada de eso. Dijo que trece años jugando al fútbol ya habían sido más que suficientes.

Así colgó las botas. Cuando quiso y como quiso. Respetando sus propios tiempos. Coherente con sus propias decisiones. Como siempre. Como cuando casi veinte años antes cogió ese balón que quemaba en el Olímpico de Múnich en la final de una Copa del Mundo para ser un héroe.

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