En el año 2002, el centrocampista alemán Michael Ballack, Micha para los amigos, tenía 25 años y ya hacía tiempo que lo apodaban “el joven Káiser”, un epíteto que nunca le acabó de hacer justicia pese a su tremendo talento. Quizá fuera porque el Káiser original fue un tal Franz Beckenbauer y su sucesor Lothar Matthaüs. Palabras mayores.
A Ballack, que fue un magnífico futbolista, le faltó una gran actuación personal en un partido decisivo para postularse al título de Káiser del fútbol alemán. Le sobraron unos cuantos problemas musculares y un buen puñado de lesiones. Le faltó un título internacional de prestigio. Le sobró una pizca de ansiedad en los momentos decisivos. Le faltó un poco de carisma. Le sobró, quizá, un poco de ego y arrogancia. Le faltó un poco más de compromiso.
Y le sobraron, desde luego, toneladas y toneladas de mala suerte.
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Micha nació en septiembre de 1976 en la ciudad más oriental de Alemania, Görlitz, junto al río Neisse, un afluente del Oder, frontera natural de Alemania y Polonia, en aquel momento perteneciente a la República Democrática Alemana. A los siete años, sus padres, viendo que destacaba en el equipo de fútbol del colegio, lo inscribieron en el Chemnitzer FC y pronto empezó a destacar.
Su habilidad con la pelota, que manejaba con ambas piernas, su poderío físico y su tremenda llegada lo convirtieron en uno de los futbolistas más prometedores de toda Sajonia. Por eso, en 1995, a punto de cumplir los 19 años y recién salido del equipo juvenil, firmó su primer contrato profesional con el equipo de Chemnitz, que militaba entonces en la segunda división alemana.
Pese a la irrupción de Micha, el Chemnitzer FC acabó descendiendo esa temporada a la Regionalliga (la tercera división) y el joven centrocampista empezó la siguiente temporada convirtiéndose en una pieza indispensable del equipo en una categoría que se le quedaba muy pequeña. De hecho, el centrocampista se salió, aunque sus grandes actuaciones no bastaron para conseguir el ascenso de su equipo. Pero dio igual…
Porque el Kaiserslautern, que acababa de ascender esa temporada a la Bundesliga tras un breve paso por el infierno de la Bundesliga 2, se lanzó a por su fichaje y el míster Otto Rehhagel le hizo debutar en la máxima categoría del fútbol teutón en la séptima jornada de la temporada 1997-98. En apenas dos campañas, Michael Ballack había pasado de la tercera división alemana a codearse con las rutilantes figuras de la Bundesliga defendiendo la camiseta de los Diablos Rojos. Acababa de nacer una estrella del fútbol alemán.
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Y es que Ballack cayó de pie en un Kaiserslautern recién ascendido que sorprendió a todo el mundo y se proclamó campeón de liga por delante del todopoderoso Bayern de Múnich, con “el joven Káiser” como una de las irrupciones más imponentes del campeonato. A sus 21 años y en su debut en la máxima categoría del fútbol alemán, Micha conquistaba su primera liga. Un auténtico hito para un jugador que empezó a ser objeto de deseo de todos los grandes de Alemania.
De hecho, Ballack sólo duró una temporada más con los Diablos Rojos. Cinco millones de marcos tuvieron la culpa. Porque en el verano de 1999, el Bayer Leverkusen lo contrató para discutirle al Bayern de Múnich la hegemonía en Alemania. Y, de nuevo, Micha llegó para besar el santo. El equipo se mantuvo líder durante gran parte del campeonato y afrontó la última jornada por delante del gigante bávaro. Los de Leverkusen sólo tenían que conseguir un punto frente al Unterhaching para proclamarse campeones de liga por primera vez en su historia. Pero ahí comenzó el gafe de Ballack y la desgracia del Bayer Leverkusen.
El Unterhaching transitaba a media tabla y no se jugaba nada más que el prestigio en ese partido crucial, pero los nervios atenazaron a los jugadores del Leverkusen, que acabaron cayendo por dos goles a cero con un tanto en propia puerta del mismísimo Ballack. Los bávaros no desaprovecharon el regalo y vencieron por 3 a 1 al Werder Bremen para conquistar la Bundesliga.
Era el principio del “Neverkusen” y de la leyenda negra de Michael Ballack.
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De todos modos, y pese a perder el título de liga en la última jornada, el prometedor futbolista tuvo la oportunidad de debutar con la Mannschaft en un torneo importante. El seleccionador Erick Ribber le convocó para la Eurocopa de 2000, que se disputaría en Bélgica y Países Bajos, donde estrenó el número 13 en su espalda.
“El joven Káiser” debutó en el torneo en la segunda parte del segundo partido, el que enfrentaba a Alemania ante Inglaterra y que acabó con derrota de la Mannschaft por un gol a cero. En el choque decisivo ante Portugal, Ballack fue titular, pero el seleccionador lo cambió al descanso. Ya tenía una tarjeta amarilla y el equipo perdía 1 a 0 un encuentro que debía ganar para seguir adelante en el torneo. Alemania acabó cayendo por 3 a 0 y se despidió de la Eurocopa a las primeras de cambio. Sin embargo, ese día la Mannschaft encontró al futbolista que en un futuro no muy lejano iba a ser su capitán.
La temporada 2000-01 el Bayer Leverkusen de no estuvo en disposición de luchar por la Bundesliga, aunque las grandes actuaciones del Káiser sirvieron para que el equipo acabara obteniendo una plaza para la disputa de la Liga de Campeones la siguiente temporada: la 2001-2002. La campaña maldita para el Bayer Leverkusen de Klaus Toppmöller y, por supuesto, para Michael Ballack.
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Esa infausta temporada, Michael Ballack, jugando de medio, hizo la friolera de 23 goles. Fue nombrado mejor jugador de Alemania. Llevó en volandas a su equipo a la final de la Liga de Campeones, donde fue premiado como mejor centrocampista de la competición. También se metió en la final de la Copa de Alemania. Y a falta de tres jornadas para la conclusión de la Bundesliga, un Bayer Leverkusen histórico le sacaba cinco puntos al segundo clasificado, el Borussia Dortmund. Pero justo en ese instante, todo se torció para el equipo renano y para Michael Ballack.
El 20 de abril de 2002, el Leverkusen caía 1 a 2 en casa ante el Werder Bremen, mientras que el Borussia vencía al Colonia en Dortmund (2-1) para mantener vivo un sueño casi imposible. Quedaban dos jornadas de liga y los de Toppmöller mantenían dos puntos de ventaja sobre las abejas amarillas. La pesadilla sólo acababa de empezar.
A la semana siguiente, el Bayer Leverkusen volvía a perder. Esta vez en terreno del Núremberg, que se estaba jugando el descenso (1-0). El Dortmund no desaprovechó el regalo y venció a domicilio al Hamburgo (3-4) para pasar a liderar la Bundesliga a falta de una sola jornada. El giro copernicano se había producido. El desastre estaba casi consumado.
Porque en la última jornada, disputada el 4 de mayo de 2002, Micha anotó los dos goles con los que el Leverkusen derrotó en su estadio al Hertha de Berlín (2-1), pero vio impotente cómo el Dortmund también derrotaba al Werder Bremen para levantar una Bundesliga que parecía imposible apenas dos jornadas atrás.
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Pero Ballack no tuvo tiempo de ahogar sus penas, porque una semana más tarde se disputaba la final de la Copa de Alemania. El Leverkusen se enfrentaba al gran rival del Borussia de Dortmund, el otro equipo de la cuenca del Ruhr, el Schalke 04. Y todo lo que podía salir mal… volvió a salir mal.
Berbatov adelantó a los de Toppmöller a los 27 minutos de partido tras un jugadón de Lucio, pero Böhme empató con un magistral lanzamiento de falta para el Schalke cuando el colegiado estaba a punto de enviar a los contendientes a los vestuarios. A la vuelta, todo se desmoronó en apenas tres minutos, los que van del 68 al 71. Los que van del tanto a la contra de Agali al saque de centro, el robo, el contragolpe y el disparo de Möller para poner 3 a 1 por delante a los mineros. Aún anotaría Ebbe Sand el cuarto a cinco minutos para el final, mientras que Ulf Kirsten maquillaba el resultado con el segundo del Leverkusen (4-2). Michael Ballack y sus compañeros acababan de ver cómo se esfumaba el segundo título en apenas siete días.
Pero dicen que no hay dos sin tres… Y, efectivamente, así fue.
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Porque sin apenas posibilidad de digerir los dos malos tragos seguidos, al Bayer Leverkusen aún le quedaba una última oportunidad de levantar un título. Habían perdido dos en siete días, pero el que quedaba podía compensarlo todo, porque el 15 de mayo de 2002, se enfrentaba al Real Madrid en el Hampden Park de Glasglow en la primera final de la Copa de Europa de su historia. Pero… La suerte volvió a serles esquiva a Ballack y compañía.
Pese a que los germanos dominaron durante gran parte del encuentro y contrarrestaron enseguida el gol tempranero de Raúl con otro de Lucio, no pudieron levantar la Orejona. Zidane se inventó una volea imposible al filo del descanso para poner el dos a uno en el marcador. El Bayer arrinconó al Madrid y dispuso de ocasiones clarísimas para empatar el choque, sobre todo en el último cuarto de hora, cuando una lesión del portero César trajo a escena a un imberbe Casillas que sacó balones imposibles para dejar a Ballack y al Leverkusen de Toppmöller en blanco en una temporada que iba camino de convertirse en histórica.
Y sí. Histórica fue. Porque a la historia pasó la volea de Zidane como uno de los mejores goles de la Liga de Campeones. Y a la historia pasó también la leyenda negra del gafe de Michael Ballack. Y también el nombre con el que rebautizaron al Leverkusen los aficionados de los equipos rivales tras perder los tres títulos a los que optaba: el “Neverkusen”.
Pese a todo, “el Joven Káiser” había despertado el interés de los grandes clubes europeos y Manchester United y Real Madrid quisieron hacerse con sus servicios. Sin embargo, Ballack no quería salir de Alemania y escogió el Bayern de Múnich, que pagó 7 millones de euros al Leverkusen por la nueva estrella alemana. Lo hizo justo antes de que partiera con la Mannschaft al Mundial de 2002, disputado en Corea del Sur y Japón. Allí, aún añadiría Ballack un capítulo más a la leyenda de su mal fario.
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A la Copa del Mundo de 2002 llegó el rutilante nuevo fichaje del Bayern con la mochila cargada de decepciones y con el físico justito. Pese a ello, aún le quedaba un poco de espacio para la ilusión. Pese a que los medios de comunicación no dejaran de pregonar a los cuatro vientos que era un jugador incapaz de echarse al equipo a la espalda cuando más lo necesitaba y que se arredraba en los momentos decisivos. Ballack respondía diciendo que él no era el líder de la selección. Que el líder llevaba el brazalete, defendía la portería y se llamaba Oliver Kahn.
El caso es que pocos contaban con la Mannschaft entre sus favoritos a levantar la Copa del Mundo, pero los de Rudi Völler volvieron a demostrar que la fiabilidad alemana está fuera de toda duda y asentados en las paradas de Kahn y los goles de Klose se plantaron sin brillo, pero con solvencia, en los octavos de final. Allí noquearon a la correosa Paraguay con un solitario tanto de Oliver Neuville. Y a otra cosa.
En los cuartos de final, Alemania se vio las caras con una sorprendente selección de Estados Unidos que se había ventilado a Portugal en la fase de grupos (con la connivencia de los arbitrajes a favor de los surcoreanos) y a México en octavos de final. El partido lo resolvió Ballack con un testarazo imponente en la recta final de la primera parte (1-0). Y a otra cosa.
Y esa otra cosa eran las semifinales de una Copa del Mundo ante Corea del Sur. Poca cosa para una potencia como Alemania, pero cuidado, que los anfitriones venían de noquear a Portugal en la primera fase, a Italia en octavos y a España en cuartos. Todos los encuentros sospechosos de un arbitraje que rayó lo vergonzoso. Así que la renacida Alemania tendría que tener cuidado y no menospreciar a Corea ni a su entorno ni al escenario.
Los coreanos, espoleados por todo el estadio, metieron el miedo en el cuerpo a los alemanes en la primera mitad, con un remate peligrosísimo de Chun Soo Lee al que Kahn respondió con todos sus reflejos. De hecho, cada balón robado por los de Hiddink se convertía en una contra velocísima que acababa inevitablemente con centro o disparo sobre la meta teutona. Hasta que Alemania empezó a desperezarse, a quitarse los nervios y a controlar el partido embotellando a Corea en su área.
Hasta que pasó lo que tenía que pasar. Una pérdida de balón alemana en tres cuartos de campo desembocó en una carrera desenfrenada de Chun Soo Lee en busca de la frontal y del disparo. Ramellow salió a hacerle falta, pero no pudo cazarlo, y Ballack vino desde atrás para ir al suelo y frenar en falta la internada del coreano. Falta peligrosa y tarjeta amarilla para el 13 germano. Si Alemania ganaba el partido, Michael Ballack no jugaría la final del Mundial.
"El joven Káiser" lo supo al instante. Pero su rostro no dejaba traslucir sus sentimientos. ¿Estaba jodido por esa hipotética final que no podría jugar? ¿O acaso se acababa de liberar de un peso absoluto? Nunca lo sabremos…
Lo que sí sabemos es que a falta de un cuarto de hora para el final Oliver Neuville se internó por la derecha del ataque alemán, metió un pase raso al corazón del área y apareció Ballack para rematar a quemarropa. El portero surcoreano sacó el primer remate del 13, pero el balón le volvió a caer a los pies y ahí ya no perdonó con su zurda. Ballack no jugaría la final, pero se la había regalado a los suyos.
Después, ya sabéis, la perderían ante Brasil con Ronaldo como estilete. Para completar el póquer de finales perdidas por Michael Ballack en una misma temporada. Aunque ésta no pudiera ni siquiera disputarla.
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A su regreso a Alemania, Micha se dispuso a olvidar su año aciago llenando el zurrón de títulos con el Bayern de Múnich. En el club bávaro jugó las siguientes cuatro campañas y conquistó tres Bundesligas y tres Copas de Alemania, aunque en Europa no pudo traducir esa superioridad que sí tenía en suelo germano.
Y, claro, la afición culpó a Ballack de ese “fracaso”. Decían de él que no rendía en Europa. Que se borraba en los partidos importantes. Que se arrugaba en los momentos decisivos. Y el jugador acabó a la gresca con el club para marcharse libre al Chelsea en el verano de 2006 en busca de los títulos europeos que no había podido ganar en el Bayern.
Pero antes disputó con su selección, a las órdenes de Jürgen Klinsmann, su segundo Mundial. Volvió a lucir el número 13 y, además, a sus 29 años, cumplió su sueño de portar el brazalete de capitán. La Mannschaft hizo un gran torneo con una selección joven y ambiciosa liderada por Ballack, pero volvió a quedarse a las puertas de la gloria. Italia, su auténtica bestia negra, los eliminó en semifinales en uno de los encuentros más vibrantes y espectaculares de la Copa del Mundo que se resolvió en el último instante de la prórroga con dos preciosos tantos italianos (0-2). Una Italia que acabaría levantando la Copa del Mundo tras vencer en la tanda de penaltis a la Francia de Zidane, quien perdió la cabeza en el momento menos oportuno.
A Ballack esa derrota se le quedó grabada para siempre. Tanto, que en 2017, cuando Italia, sorprendentemente, se quedó fuera del Mundial de Rusia tras caer derrotada ante Suecia, fue de los primeros en burlarse irónicamente en redes sociales. El dolor, que a veces aparece cuando ya creías haberte curado…
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El caso es que tras el Mundial de Alemania, Micha se mudó a Londres y se enfundó la camiseta del Chelsea. Pero al poco de empezar la temporada 2006-07 se lesionó de gravedad en un partido ante el Newcastle y se pasó seis meses lejos de los terrenos de juego.
No le dio tiempo a disputar la final de la FA Cup que su equipo le ganó al Manchester United, aunque le computa como título. Tampoco jugó la final de Community Shield en agosto de 2007, que volvió a enfrentar a los londinenses con el United y, a modo de preludio, cayó del lado de los Diablos Rojos en los penaltis tras empatar sin goles.
Pese a todo, Ballack se recuperó muy bien de la grave lesión de la campaña anterior y empezó a entrar en el equipo a base de grandes actuaciones. Incluso superó el teutón la marcha de su gran valedor, Xose Mourinho, que salió del equipo a finales de septiembre de 2007 a causa de los malos resultados en ese inicio de liga.
Entonces, a los mandos de Avram Grant desde el banquillo y a los de un recuperado Michael Ballack en el centro del campo, los Blues se rehicieron y pelearon la liga inglesa hasta el final. De hecho, hicieron lo más difícil: recortar la diferencia perdida con el United derrotándolo en Stamford Brigde por dos a uno. ¿Con goles de quién? Exacto, con dos goles de Michael Ballack.
Quedaban sólo dos jornadas de liga y los dos colosos estaban empatados a puntos, aunque la diferencia de goles daba ventaja al United. No hizo falta recurrir a ella, porque los de Ferguson vencieron sin problemas al West Ham (4-1) y al Wigam (2-0), mientras que los de Avram Grant vencieron en Newcastle (0-2), pero no pudieron pasar el empate ante el Bolton en la última jornada (1-1).
Los londinenses sabían que debían esperar un error de sus rivales que no llegó y reservaron fuerzas para la prueba decisiva de la temporada. Porque el Chelsea se hizo fuerte también en Europa y, por fin, tras seis años de espera, Michael Ballack volvía a alcanzar la final de la Liga de Campeones. Una nueva oportunidad para quitarse la espina de 2002. Enfrente, el gran rival de toda la temporada: otra vez el Manchester United.
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En Moscú se vieron las caras el campeón y el subcampeón de la Premier League para dilucidar quién mandaría, además, en el Viejo Continente. Los de Ferguson contra los de Grant. Van de Sar contra Petr Cech. Evra, Vidic y Ferdinand contra Carvalho, John Terry y Ashley Cole. Scholes contra Lampard. Tévez y Rooney contra Malouda y Drogba. Cristiano Ronaldo contra Michael Ballack. Un duelo por todo lo alto. Manchester United contra Chelsea.
Los de Ferguson golpearon primero cuando un joven Cristiano Ronaldo se elevó en el segundo palo para rematar de cabeza y batir a Petr Cech a los 26 minutos. Y en pleno desconcierto Blue, los Diablos Rojos pudieron sentenciar con dos claras ocasiones que desbarató Cech, el único que mantenía en ese momento con vida al Chelsea. Pero entonces apareció Lampard para recoger un rechace en la frontal del área y, casi por sorpresa, batir a Van der Sar. Era el minuto 45 de la primera mitad. El Chelsea acaba de achicar muchísima agua.
En la segunda parte los de Avram Grant le dieron la vuelta a la tortilla y estuvieron muy cerca del título con una ocasión de Essien que desbarató Van der Sar y un disparo de Drogba que se estrelló en el palo. Pero el destino parecía escrito: habría prórroga.
Entonces se abrió el cielo sobre Moscú y comenzó el diluvio. Lampard volvió a tener una ocasión inmejorable que valía una “Orejona”, pero su remate desde dentro del área se estrelló en el larguero. Contestó el United con una llegada por banda de Evra que remató Giggs casi a puerta vacía y que sacó John Terry con la cabeza cuando los Diablos Rojos estaban a punto de celebrar el gol. El broche fue un pique entre Drogba y Vidic que acabó con un manotazo en la cara del serbio y con el costamarfileño camino de los vestuarios antes de tiempo. El máximo goleador del Chelsea no participaría en la tanda de penaltis decisiva.
Sí lo hicieron Tévez y Ballack y Carrick y Belletti, que anotaron los dos primeros lanzamientos de cada equipo. Llegó el turno de Cristiano Ronaldo, que se hizo un lío y vio cómo Cech le adivinó el lanzamiento y lo paró. Lampard puso por delante al Chelsea. Hargreaves mantuvo vivas las esperanzas del United, pero Cole volvió a adelantar a los londinenses. Sólo quedaban dos lanzamientos, uno para cada equipo. Nani anotó el suyo para empatar y dejar la resolución de la final en las botas del gran capitán: John Terry. El central resbaló pero, pese a todo, el lanzamiento engañó a Van der Sar, aunque el balón golpeó en el palo y se marchó fuera. La muerte súbita había llegado cuando nadie la esperaba ya.
Y la suerte volvió a darle la espalda a Michael Ballack. Y al Chelsea, claro. Anderson y Kalou marcaron sus penaltis. Y Giggs también anotó el suyo. Le tocó el turno a Anelka… y Van der Sar lo paró. 6 a 5 para el Manchester United.
El partido siempre será recordado por el resbalón de Terry. Pero también por la segunda final de Liga de Campeones que Michael Ballack disputó y perdió. Un capítulo más en la leyenda negra del gafe de Ballack en los momentos decisivos. Aunque él anotó su penalti, pero… cría fama y échate dormir.
Sobre todo porque en 2012 el Chelsea, ya sin Micha en el equipo, se volvió a plantar en la final de la Liga de Campeones. Enfrente, el Bayern de Múnich. El partido acabó en empate a uno. Y en los penaltis… Efectivamente. ¡Ganó el Chelsea!
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Pero, como en el fatídico 2002, la temporada aún no había acabado para Michael Ballack, que se enfundó el trece de la Mannschaft y el brazalete de capitán para liderar una renovada selección dirigida desde el banquillo por Joachim Löw con la intención de levantar la Eurocopa de Austria y Suiza de 2008.
El joven Káiser, ya no tan joven a sus 32 años, fue decisivo anotando de un tremendo libre directo el único gol del encuentro ante Austria (1-0) que daba la victoria y la clasificación a Alemania para los cuartos de final tras haber derrotado a Polonia en el primer envite (2-0) y haber caído contra pronóstico ante Croacia en el segundo (1-2).
Al acabar segunda de su grupo, a la Mannschaft le tocó en suerte el ogro Portugal, con Cristiano como señera, Ballack y los suyos estaban de dulce. Schweinsteiger y Klose adelantaron a los teutones y Nuno Gomes recortó distancias al filo del descanso. En la segunda parte, Micha metió la cabeza tras un saque de falta de Schweinsteiger para batir a Ricardo y dejar el partido sentenciado. El gol postrero de Postiga no impidió que Alemania pasara a las semifinales (3-2) y se midiera a la sorprendente Turquía, que vendió carísima su derrota y cayó con un gol de Lahm cuando ambas selecciones esperaban ya la prórroga (3-2).
El 29 de junio de 2008, en el Ernst Happel de Viena, Alemania y España disputarían una final inédita en la historia de la Eurocopa. Michael Ballack se presentaba en su segunda finalísima de la temporada capitaneando a los teutones. Era la última oportunidad de demostrar al mundo que era capaz de vencer en la final de un gran torneo, aunque su presencia estuvo en el aire hasta el final por unas molestias en el gemelo.
Mientras, los españoles oían las consignas de un Luis Aragonés más metido a psicólogo que a entrenador a esas alturas del torneo. El Sabio de Hortaleza les decía a los suyos: “De ellos se ha lesionado Wallace seguramente, pero… peor, el que salga correrá más”. Los futbolistas se miraban entre ellos, sin osar decirle al míster que ningún Wallace jugaba con Alemania. Xavi, atónito, le comenta a un compañero, “¿Quién se ha lesionado?”. Y Capdevila, riéndose, le responde, “William Wallace”. Siguen riéndose y un tercero aclara la duda: “¡Ballack!”. Puyol, por si acaso, repregunta “¿Wallace o Ballack?”, mientras todos se partían de la risa. Y por ahí escapó un poco la tensión de los días previos.
Ya sobre el césped, Fernando Torres anotó el gol de la victoria española y Wallace se pasó gran parte del partido protestando y fue incapaz de liderar a su selección en busca de un empate que nunca llegó. Al final, ganó España (1-0). Perdió Alemania. Y Ballack volvió a caer derrotado en una gran final. Una más…
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Esa Eurocopa fue, además, la última gran cita de Michael Ballack con la selección alemana. El capitán criticó en los medios de comunicación la forma en la que Joachim Löw llevaba los asuntos de la selección y las tensiones en el seno de un equipo en pleno proceso de renovación se hicieron evidentes. Löw no se arredró ante las críticas de su estrella y, aunque de momento siguió llamándolo a la selección gracias a sus buenas actuaciones con el Chelsea, le dio un buen tirón de orejas y le dejó bastante claro quién mandaba en el equipo.
Pero cuando parecía que las aguas habían vuelto a su cauce y ya se vislumbraba en el horizonte el inminente Mundial de Sudáfrica 2010, Ballack se lesionó gravemente el tobillo en la final de la FA Cup que disputaban el Chelsea y el Porsmouth tras una dura entrada de Kevin Boateng. El Chelsea se llevó la Copa (y también la Premier), pero Ballack se quedó sin Mundial. Joaquim Löw aprovechó para incluir en la lista a los jóvenes Thomas Müller y Mesut Özil y para darle definitivamente la capitanía a Philipp Lahm.
Tras el Mundial que no disputó y en el que Alemania volvió a obtener el tercer puesto, Ballack acabó su contrato con el Chelsea y volvió a casa, al Bayer Leverkusen, pero ya nada era como antes. Joaquim Löw no lo volvió a citar con la selección, aunque le ofreció dos partidos amistosos para que el veterano futbolista pudiera llegar a las 100 internacionalidades. Pero Micha se negó y despotricó del seleccionador de nuevo. Así, el que fuera el alma de Alemania durante casi una década salió de la Mannschaft por la puerta de atrás, cuestionando públicamente al entrenador y enfrentado con algunos de sus antiguos compañeros.
Eso pasaba en verano de 2012, de cara a una Eurocopa de Polonia y Ucrania que Micha, de todos modos, no se había merecido jugar. De hecho, tras el torneo, en octubre de ese mismo año, colgaría definitivamente las botas tras perder todo el protagonismo en el Bayer Leverkusen y claramente mermado por unas lesiones cada vez más frecuentes.
Michael Ballack se retiró con un palmarés envidiable. Una Bundesliga con el Kaiserslautern y tres más con el Bayern de Múnich, con el que también conquistó tres Copas de Alemania y una Copa de la Liga. Con el Chelsea ganó una Premier en 2010 y levantó dos FA Cups, una Community Shield y otra Copa de la Liga. Además, fue subcampeón del Mundo en 2002 y subcampeón de Europa en 2008 con la Mannschaft, con la que disputó un total de 98 partidos y anotó 42 goles.
Pese a ello, no fue capaz de quitarse de encima la maldición de las grandes finales y nunca pudo ganar una Liga de Campeones ni un gran torneo con su selección. Por eso, le cayó el sambenito de gafe y con él hubo de cargar durante toda su carrera. Una auténtica leyenda negra que desmienten sus títulos y su influencia en el juego, pero que sí respalda su mala suerte en momentos puntuales e importantes.
Porque mala suerte tuvo a raudales. Toneladas de mala suerte. Y porque para rematarlo todo, ya sin él, retirado del fútbol, esa Alemania de Joachim Löw de la que salió escaldado y trastabillado, levantó por fin su ansiada cuarta Copa del Mundo en Brasil en 2014 venciendo en la final a la Argentina de Alejandro Sabella. Ésa Copa que Ballack siempre buscó, peleó y estuvo a punto a punto de tocar con la punta de los dedos. Pero no la pudo levantar… Lo hizo Philipp Lahm, el capitán que le sucedió.
Cosas que pasan. En el fútbol y en la vida.