"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 26 de enero de 2023

La expulsión de Rattín desencadena la invención de las tarjetas en el fútbol

23 de julio de 1966. Noventa mil espectadores abarrotan el mítico estadio de Wembley para contemplar el cruce de cuartos de final del Mundial 66 que enfrentaba a Inglaterra y Argentina con arbitraje del alemán Rudolf Kreitlein, de 46 años y sastre de profesión.


El encuentro se presenta caliente, caliente. Argentina se ha clasificado para los cuartos de final tras derrotar a España por dos a uno, empatar sin goles ante Alemania Federal y volver a vencer ante Suiza en el tercer encuentro (2-0). Pero en el partido ante Alemania los argentinos se emplearon con bastante dureza, sobre todo Perfumo y Albrecht, que acabó expulsado por propinar un patadón tremendo al alemán Wolfgang Weber. El público inglés se posicionó entonces en contra de Argentina en cada estadio.

Pero para acabarlo de arreglar, el señor Ramsey, entrenador de Inglaterra, echó más leña al fuego cuando supo que el rival en los cuartos de final sería la albiceleste. “Los argentinos son todos unos animales”, soltó sin más en una rueda de prensa. Y los medios ingleses se encargaron de darle la razón a su técnico repitiendo hasta la saciedad en la televisión la patada de Albrecht contra Weber. Así que a nadie le extrañó que todo el estadio cantara “¡Animales, animales, animales!” a voz en grito desde el mismo pitido inicial.

A los 35 minutos de encuentro, el público se percata de que algo raro está pasando sobre el césped. El colegiado alemán le hacía claramente con la mano el gesto de salir del terreno de juego al capitán de la albicelete, el mediocentro de Boca Júniors Antonio Rattín, el Rata. Pero el futbolista no sólo no le hacía caso, sino que se mantenía ante él, gesticulando, sin moverse del sitio. Al parecer, el futbolista se había dirigido al árbitro en tono despectivo y éste no dudó en mostrarle el camino hacia los vestuarios haciendo gestos con las manos. Pero Rattín, espabilado y furioso, decidió no moverse del campo mientras sus compañeros intentaban intervenir en la trifulca y los ingleses quedaban en un segundo plano, casi apartándose.

Al trencilla alemán se lo llevaban los demonios y hacía por entenderse. Gritaba “¡Fuera!” a pleno pulmón en alemán y en inglés, a la vez que seguía señalando como un poseso el camino a los vestuarios con el brazo izquierdo extendido. Pero Rattín no se movía. Insistía en pedir la presencia de un intérprete para saber el por qué de la decisión del árbitro. Con un par… Estuvo el capitán argentino diez minutos largos en el terreno de juego haciéndose el sordo, el sueco, el despistado y el bravo hasta que no tuvo más remedio que salir del campo. Y no tuvo más remedio porque entraron cuatro Bobbies a por él para sacarlo y no traían ningún intérprete. Eso sí, el espigado y larguirucho capitán argentino salió con la cabeza arriba y la mirada desafiante, con parsimonia y abarcando con la vista toda la tribuna de donde le llegaban todo tipo de gritos, insultos e improperios.

Cuenta la leyenda que Rattín se sentó en la alfombra roja que había puesta para que la Reina accediera al palco de autoridades mientras los espectadores le gritaban “¡Animal, animal, animal!”, pero esa imagen del capitán argentino nadie la ha visto por televisión ni en fotografías ni nada. La que sí se puede ver es la del 10 de la albiceleste rodeando el campo por fuera de los límites del terreno de juego y cómo se para a la altura del banderín del córner y estruja la banderola, una réplica de la bandera inglesa, entre las protestas, gritos y alaridos de los aficionados presentes en el estadio.

El colegiado Rudolf Kreitlein manifestó después del partido que, pese a que no lo entendía, el futbolista le había mirado mal y que esa mirada era un insulto y por eso lo expulsó. Y es que, a veces, hay miradas que matan.

El Rata, en cambio, cuenta que el colegiado alemán estaba pitando mal, cobrando faltas continuamente en contra de Argentina y que él tenía la consigna de pedirle al colegiado un intérprete para que le explicara qué había pitado. Se ve que el árbitro se cansó de tanta protesta y lo expulsó. Aunque a Pelé le habían dado mil patadas en los dos partidos que disputó con Brasil en el torneo ante Bulgaria y Portugal y ningún árbitro expulsó a sus defensores. O el mismísimo medio defensivo inglés Stiles, que se dedicó a magullar a la estrella rival en cada partido y ni siquiera le advirtieron. Pero así es el fútbol…

Tras la eterna salida de Rattín del terreno de juego se disputaron los diez minutos que restaban para el final de la primera parte y el marcador no se movió. Pero en el minuto 32 de la segunda mitad, con Argentina jugando con uno menos ya cuarenta minutos largos, Geoff Hurst, el delantero del West Ham que pasaría a la historia por su triplete en la final ante Alemania, inauguró su cuenta goleadora en el torneo con un tanto que clasificaba a Inglaterra.

Los de Alf Ramsey vencerían a la Portugal de Eusébio en semifinales (2-1) (los lusos habían eliminado en cuartos, con muchísimos problemas, a la sorprendente Corea del Norte) y derrotarían también a Alemania Federal en una de las finales más polémicas de la historia de los Mundiales (4-2) para levantar su primera (y de momento única) Copa del Mundo.

Mientras, los argentinos ya se habían marchado a casa donde fueron recibidos casi como héroes. Los periódicos hablaban de robo y la gente se sentía orgullosa de su equipo. Un equipo, por cierto, en el que no confiaban nada cuando partieron camino de Inglaterra.

Cosas del fútbol.

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Pero el partido entre Inglaterra y Argentina iba a traer cola. Al presidente de la FIFA en 1966, el inglés sir Stanley Rous, que había sido árbitro en su juventud, no le gustó nada la polémica salida del campo del capitán de la albiceleste y puso deberes al colectivo arbitral. Había que inventar un nuevo sistema disciplinario que todo el mundo entendiera sin necesidad de las palabras, sin tener que recurrir ni a gestos ni a intérpretes de diferentes idiomas. Era necesario que los futbolistas supieran cuándo eran advertidos y cuándo tenían que abandonar el terreno de juego sin rechistar.

Entonces entró en juego Ken Aston, excolegiado internacional, miembro de la comisión de arbitraje de la FIFA durante el Mundial y amigo de sir Rous. Aston fue el trencilla que arbitró la Batalla de Santiago entre Chile e Italia en el Mundial de 1962, una auténtica vergüenza de partido que el señor Aston no sólo no supo controlar, sino que fue uno de los factores necesarios y añadidos para que se multiplicaran las trifulcas.

El caso es que Ken Aston, que ya sabía cómo podía resultar de complicado expulsar a un jugador del terreno de juego sin ayuda de la policía, tuvo un momento de inspiración al volante de su coche. Conducía tranquilamente cuando se acercó a un semáforo que pasó del verde al ámbar y del ámbar al rojo ante el que se detuvo. Faltaría más. Allí parado llegó a la conclusión que unas tarjetas de colores, amarillas y rojas, podrían servir para impartir justicia entre los jugadores. La amarilla era un aviso de calma. La roja, la expulsión.

A su amigo sir Stanley Rous la idea le pareció extraordinaria y decidió tomar dos medidas: nombrar a Ken Aston Presidente del Comité de Árbitros de la FIFA y empezar a utilizar las tarjetas en el próximo Mundial, el de México 70.

De hecho, en el mismísimo partido inaugural del Mundial de México, el árbitro alemán Kurt Tschenscher tuvo el honor de mostrar la primera tarjeta amarilla de la historia. Corría el minuto 30 del encuentro que disputaban México y la Unión Soviética en el estadio Azteca cuando el colegiado se dirigió a Kakha Asatiani, centrocampista georgiano de la URSS, y le amonestó tras una falta. Un minuto más tarde, su compañero Nodiya vio la segunda. En total, en ese primer encuentro, el árbitro germano mostró cinco amarillas (cuatro a los soviéticos y una a los mexicanos). No está mal para empezar, aunque en todo el torneo ningún colegiado hubo de recurrir a la cartulina roja.

***

Para ver la primera roja de la historia en una Copa del Mundo habría que esperar cuatro años más, al Mundial de Alemania 74. Fue en el partido de la primera fase entre Alemania Federal y Chile. El atacante chileno Carlos Caszely, que ya había visto la tarjeta amarilla con anterioridad, vio a los 22 minutos de la segunda mitad cómo su marcador, Berti Vogts, se tiraba al suelo a por él y le rebañaba la pelota en una entrada que parecía falta y que el árbitro no pitó. Inmediatamente se lanzó a por él con los dos pies por delante y le golpeó por detrás sin llegar al balón. El colegiado turco Dogan Babacan no lo dudó y le mostró al futbolista chileno la primera tarjeta roja de la historia de los Mundiales.

Curioso. Esa primera roja se la llevó un delantero elegante con fama de jugador limpio y poco agresivo por una reacción violenta ante la entrada de un marcador durísimo al que apodaban “el Terrier” por la contundencia, la persistencia y la intensidad de sus marcajes. El mundo al revés. Aunque nunca dijo Ken Aston que su invento fuera justo, sólo era un método para que los futbolistas supieran claramente cuándo estaban advertidos y cuando tenían que abandonar el terreno de juego expulsados. Para que no se repitiera lo vivido con Antonio Rattín, vamos.

¡Y dio resultado! Porque hoy, 53 años después de la gran ocurrencia de Kenneth George Aston, las tarjetas mantienen toda su vigencia en el fútbol y siguen siendo el elemento clave con el que cuentan los árbitros para impartir su particular justicia, conviviendo en armonía con las nuevas tecnologías como el VAR, la línea de gol o el fuera de juego semiautomático.

Y es que hay cosas que nunca pasan de moda. Porque lo simple, casi siempre, suele ser lo más efectivo. Que se lo pregunten a Rattín, que sigue sin entender su expulsión...

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