"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

martes, 10 de enero de 2023

Bora Milutinovic, el trotamundos de los banquillos que hizo milagros en cinco Mundiales con cinco selecciones distintas

“No sé si soy un trotamundos o no, pero sí es cierto que los serbios somos nómadas por naturaleza. Es bueno viajar y conocer mundo. Vivir una vida llena de aventuras”. Eso dice Bora Milutinovic, el entrenador que participó en cinco Copas del Mundo consecutivas con cinco selecciones diferentes de tres continentes distintos. ¡Ahí es nada! El trotamundos serbio, además, consiguió grandísimos resultados con selecciones como México, Costa Rica, Estados Unidos, Nigeria o China y ha dejado su huella imborrable en cada uno de los lugares en los que ha trabajado y, sobre todo, vivido.

La afición por recorrer mundo le llegó pronto, cuando aún era futbolista, un fino centrocampista de la prolífica escuela balcánica. Y es que el serbio abandonó Belgrado tras su paso por OFK (1959) y Partizán (1960-66) y se enroló en el Winterthur suizo (1967). Después dio el salto a la liga francesa para defender los colores de Mónaco (1967-69), Niza (1969-71) y Rouen (1971-72) y acabó su peripecia vestido de corto en la liga mexicana, donde jugó en los Pumas de la UNAM de México (1972-76).

En los Pumas se retiró como jugador y dio el salto a los banquillos casi inmediatamente, de forma totalmente casual, cuando los directivos, que habían decidido darle pasaporte al técnico pese a ganar la liga de 1977, le hicieron una simple pregunta: “Bora, ¿nos ayudas mientras encontramos un entrenador?”. Y Bora dijo que sí, estrechó la mano del presidente y ocupó el cargo de forma interina, sin firmar un solo contrato. Así pasó siete años en los que ganó una Liga, una Copa de la Concacaf y una Copa Interamericana, además de hacer debutar a futbolistas que después serían tan importantes como Manuel Negrete, Hugo Sánchez o Lucho Flores (y también Miguel España, Raúl Servín, Rafael Amador y Félix Cruz) a los que haría debutar también unos años más tarde en un Mundial defiendo los colores del Tri.

Y es que la grandísima experiencia de Bora como técnico en los Pumas le abrió de par en par las puertas de la selección mexicana. Fue entonces cuando la figura de este serbio universal se agigantó en la Copa del Mundo. Porque Milutinovic cogió las riendas del Tri en 1983 y debutó en un Mundial en México 86, comandado la selección anfitriona, que consiguió la mejor clasificación de su historia al alcanzar los cuartos de final de su propio torneo y cayendo en los penaltis ante una Alemania que, a la postre, llegaría a la final y caería ante la Argentina de Maradona y Bilardo.

México debutó con una victoria importantísima ante Bélgica (2-1) y refrendó su candidatura para estar en los octavos de final con un empate ante Paraguay (1-1), que había vencido a Irak por la mínima en el primer encuentro. Los belgas también derrotaron a los iraquíes en la segunda jornada por dos goles a uno y las espadas estaban en todo lo alto en la última fecha. México se jugaba el primer puesto del grupo y de la clasificación ante Irak, mientras que Bélgica y Paraguay se la jugaban entre ellos. Un día antes del encuentro nació Darinka, la primera hija de Bora Milutinovic, en un parto programado que el doctor propuso adelantar ante la inminencia del choque decisivo ante Irak. Bora aceptó el adelanto y el 10 de junio nació su hija y un día después el Tri vencía 1 a 0 a Irak y se metía en los octavos de final de su Mundial donde se enfrentaría a Bulgaria. Paraguay y Bélgica empataron a dos, así que a los belgas les tocó medirse a la URSS en el que se convertiría en uno de los encuentros más bonitos y emocionantes de la historia de la Copa del Mundo, mientras que los guaraníes se veían abocados a verse las caras con Inglaterra.

El 15 de junio de 1986, ante 114.600 espectadores que abarrotaban el estadio Azteca de Ciudad de México, el Tri de Bora Milutinovic se jugaba el pase a los cuartos de final ante Bulgaria. Y dos jugadores que había hecho debutar Bora en los Pumas hicieron los goles que desataron la euforia en todo el país. Manuel Negrete hizo el primero en la recta final de la primera parte de un tremendo tijeretazo desde la frontal del área y el defensa Raúl Servín confirmó la victoria y el pase al cuarto de hora de la segunda mitad. México se enfrentaría a Alemania Federal, la actual subcampeona del Mundo.

Los de Milutinovic se desplazaron a Monterrey para intentar sorprender al mundo el 21 de junio de 1986 en el estadio Universitario. Mexicanos y alemanes, bajo el calor sofocante de las cuatro de la tarde, jugaron una primera parte tensa y de pierna fuerte, con mucho juego en el centro del campo y pocos acercamientos a las porterías defendidas por Schumacher y Pablo Larios.

Pero en la segunda mitad los aztecas salieron a por el partido y metieron a Alemania en su área. El público de Monterrey empezó a animarse y pidió a gritos la entrada del “Abuelo” Cruz, el delantero de su equipo, los Rayados de Monterrey. Bora lo sacó cinco minutos después de la expulsión del alemán Berthold a los veinte minutos de la segunda mitad. Nada más salir al terreno de juego el delantero local, el Tri tiene un saque de esquina a favor. En un primer rechace la pelota le queda botando a uno de los centrales mexicanos que remata con todas sus fuerzas y estampa el balón en el travesaño. El rebote lo pelean Hugo Sánchez y Raúl Servín con un defensa germano y el balón queda suelto en el área pequeña. Cruz, rápido y oportunista, controla de espaldas con el pecho, se gira y envía el balón a la media vuelta al fondo de las mallas germanas. El estadio se venía abajo, pero el colegiado de la contienda, el colombiano Jesús Díaz Palacio, anuló inmediatamente el tanto. Aún no se sabe si fue por fuera de juego de algún atacante, por falta previa en la disputa de Servín o por qué extraña y metafísica razón más. El caso es que los alemanes sacaron rápido y no dejaron tiempo a los aztecas ni a protestar con energía. Las estrellas de la camiseta pesan mucho.

Al final, el partido se fue a la prórroga y en el tiempo extra fue expulsado el delantero mexicano Javier Aguirre tras una entrada sobre Lothar Matthäus, lo que equilibró las fuerzas de dos selecciones totalmente fundidas. El semifinalista se habría de decidir en los penaltis. Y ahí también pesó la camiseta, el carácter y la personalidad. Klaus Allofs metió el primero para los teutones y Negrete anotó el primero del Tri, pero a partir de ese instante los alemanes los metieron todos y los mexicanos no anotaron ni un solo disparo más. Marcó Brehme. Falló Quirarte. Marcó Matthäus. Falló Servín. Y marcó Littbarsky para clasificar a Alemania para las semifinales del Mundial de México. Los de Milutinovic cayeron con la cabeza alta y se marcharon entre aplausos de su público.

De hecho, desde ese partido de cuartos de final ante Alemania en México 86, el Tri nunca ha vuelto a llegar al quinto partido. Han pasado nada más y nada menos que 36 años y 9 Mundiales y habrán de esperar al menos 4 años más para intentar alejar esa funesta maldición en la Copa del Mundo que se disputará en Canadá, Estados Unidos y el mismo México en 2026.

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Cuatro años más tarde, en 1990, el correcaminos serbio, tras un breve paso por clubes como el San Lorenzo de Almagro argentino, el Udinese italiano o Veracruz y los Tecos de la UAG en México, repitió en la Copa del Mundo, pero esta vez entrenando a la sorprendente Costa Rica. Los ticos se habían clasificado por primera vez en su historia para un Mundial de la mano de Marvin Rodríguez, pero los directivos de la Federación de Costa Rica pensaron que debían contar con un seleccionador contrastado para encarar la cita con garantías y hacer un buen papel y fueron directamente a por el serbio. Faltaban tan sólo 70 días para el debut, pero no se equivocaron, porque Bora Milutinovic consiguió que Costa Rica superara contra todo pronóstico la fase de grupos de Italia 90 para caer en octavos de final ante una potente Checoslovaquia (4-1).

Nada más saber qué grupo le había tocado a Costa Rica y en qué ciudades jugarían, Bora se inventó una manera de llegar al público italiano para ganar aficionados neutrales. Convenció a la Federación costarricense de que diseñaran una segunda equipación a rayas blancas y negras verticales, los colores de la Juventus de Turín y, a la vez, los del Libertad, uno de los primeros equipos históricos de Costa Rica ya desaparecido. Los tifossi turineses, claro está, animaron a los costarricenses ante Brasil en el segundo partido de su grupo disputado en Turín (los ticos habían debutado con su primera equipación derrotando a Escocia por un gol a cero en una victoria que sorprendió a todo el mundo del fútbol). Costa Rica cayó ante Brasil por uno gol a cero, pero los ticos mantuvieron ese uniforme blanco y negro para el partido decisivo ante Suecia, a la que doblegaron con tantos de Flores y Medford en la recta final del encuentro para remontar el gol de Ekström en la primera parte (2-1) y hacer historia en la Copa del Mundo clasificándose para los octavos de final en su debut.

En definitiva, firmó el serbio errante la mejor clasificación de Costa Rica en un Mundial, sólo superada 24 años más tarde, en Brasil 2014, cuando sustentados en las paradas de Keylor Navas lideraron el grupo de la muerte ante Uruguay, Italia e Inglaterra enviando a casa a las dos potencias europeas y salvaron el escollo de los octavos de final en los penaltis tras empatar a uno ante Grecia. Después, en cuartos, pese a resistir ante Holanda todo el partido y la prórroga, los lanzamientos desde los once metros dieron la clasificación para las semifinales a la Naranja Mecánica.

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Tras el milagro costarricense en Italia 90, la Federación Estadounidense puso sus ojos en Milutinovic de cara al Mundial que organizaban en su país en 1994. Bueno, el realidad Henry Kissinger, un futbolero empedernido que fue el alma de la organización de ese Mundial, quería a Beckenbauer como entrenador del equipo norteamericano, pero el alemán, que acababa de proclamarse campeón del Mundo en Italia decidió seguir al mando de su selección y le recomendó a Kissinger la contratación de Milutinovic. El americano le hizo caso al Káiser y para allá que se fue el serbio, a intentar que el país del fútbol americano se enamorara de su equipo de soccer. Y lo cierto es que Bora volvió a cumplir con las expectativas.

Primero ganó la Copa de Oro de la Concacaf de 1991 y después disputó casi un centenar de amistosos para preparar una cita mundialista a la que la selección anfitriona se presentaba con un equipo tierno, joven y con ganas de hacer historia en su tierra. De hecho, la selección de EEUU había ido a las Olimpiadas de Barcelona con jugadores como Cobi Jones, Alexi Lalas, Claudio Reyna, Burns o Joe Max-Moore y de todos ellos echó mano el serbio de los milagros para confeccionar un equipo joven, pero competitivo al que había que añadirle a los veteranos Tab Ramos, Eric Wynalda o el portero y capitán Tony Meola.

El caso de Lalas muestra a la perfección el carácter de Milutinovic. El entrenador quería que sus jugadores creyeran en sí mismos y en lo que hacían y, para ello, primero tenían que comprender la importancia de un torneo como la Copa del Mundo. Lalas había probado en el Arsenal londinense tras las Olimpiadas de Barcelona 92, pero el conjunto inglés consideró que aún estaba verde y no lo fichó. El roquero norteamericano regresó a su país sin equipo, pero Bora fue a buscarlo para invitarlo a las pruebas de selección para formar parte del combinado nacional. Lalas las superó. 

Al poco tiempo, un ayudante del serbio le dijo a Lalas que al técnico le encantaría que se cortara el pelo. El defensa se subió por las paredes, insultó al ayudante y le dijo que si Bora no sabía que en Estados Unidos había democracia y cada uno llevaba el pelo como le daba la gana. Cuando se le pasó el enfado, el defensa reflexionó y llegó a la conclusión que no se iba a perder el acontecimiento más importante del mundo y se cortó el pelo. Cuando Bora lo vio en la concentración con el pelo corto sonrió y lo saludó de lejos con la mano. Entonces Lalas lo entendió: al técnico le importaba muy poco el pelo y la barba de Alexi Lalas, tan sólo quería comprobar hasta dónde llegaba su sueño y su pasión por jugar el Mundial. Ni que decir tiene que el icónico defensa se dejó el pelo largo y la barba y con ellos disputó la Copa del Mundo de 1994 para convertirse en uno de los referentes de su equipo y del fútbol mundial.

En lo estrictamente deportivo, el sorteo había sido duro con los anfitriones, ya que los había emparejado con la Rumanía de Gica Hagi, la rocosa Suiza de Chapuisat, Alain Sutter o Ciriaco Sforza y la Colombia que entrenaba Maturana, con Valderrama, Asprilla y Rincón como estandartes, que venía de humillar a Argentina en el Monumental (0-5) y se presentaba como una de las candidatas a levantar la Copa del Mundo. Pero los de Milutinovic no tenían miedo a nadie y lo iban a demostrar partido a partido.

Los norteamericanos debutaron en Detroit ante Suiza y consiguieron contrarrestar el gol incial del suizo Bregy con un tanto de falta directa de Wynalda que supuso el primer punto de los anfitriones en el torneo. En el segundo encuentro, los pupilos de Milutinovic se jugaban la clasificación ante Colombia tras el sorprendente traspiés de los de Maturana en el primer partido ante Rumanía (1-3). En el Rose Bowl de Pasadena, Escobar marcó en propia puerta un gol que días más tarde le costaría la vida y Earny Stewart apuntilló a los colombianos con el segundo gol a los siete minutos de la segunda mitad. El gol del Tren Valencia sobre la hora no sirvió para nada. Estados Unidos estaba clasificado y Colombia, después de que Suiza humillara a Rumanía (4-1) estaba virtualmente eliminada.

En el encuentro que cerraba el grupo, Rumanía venció a Estados Unidos con un solitario tanto de Dan Petrescu y Colombia se despidió con una victoria sobre Suiza que no le sirvió para nada (2-0). Así las cosas, Rumanía, primera de grupo, se enfrentaría a Argentina en octavos de final; Suiza, segunda, se mediría a España; y a los anfitriones les tocaría desplazarse a San Francisco para enfrentarse a Brasil.

Y ese toro ya fue demasiado fiero para los pupilos de Milutinovic. Aún así, Meola, Reyna y compañía vendieron muy cara su eliminación y sólo una genialidad de Bebeto mediada la segunda parte envió a los yanquis definitivamente a casa. Los brasileños siguieron adelante hasta levantar la Copa del Mundo, pero lo cierto es que el entrenador milagro serbio volvía a sorprender al mundo con las prestaciones de una selección a la que nadie esperaba.

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Y esos buenos resultados le llevaron de nuevo a su segunda casa, a México, que se había quedado a las puertas de los cuartos de final en EEUU 94 tras caer en los penaltis ante la Bulgaria de Stoichkov y quería presentarse en la Copa del Mundo de Francia 98 con opciones de volver a llegar al quinto partido, como en 1986. El serbio aceptó el reto de nuevo y empezó a cumplir con las expectativas generadas ganando la Copa de Oro de 1996, obteniendo el tercer puesto en la Copa América de 1997 a la que el Tri había sido invitado y metió con solvencia a los aztecas en la fase final de la Copa del Mundo. Pero a poco menos de un año del inicio del torneo, la Federación Mexicana lo destituyó y puso al frente del Tri a Manuel Lapuente. Al parecer, a los directivos aztecas no les acababa de gustar el estilo defensivo de Milutinovic, ya que creían que tenían futbolistas de calidad para jugar más al ataque y de manera más alegre. El serbio no dijo ni una palabra más alta que otra, hizo las maletas y se marchó lejos de nuevo.

Porque pese a todo, Bora Milutinovic estaría en Francia 98 en su cuarto Mundial. Porque Nigeria, una selección que había hecho un gran Mundial en EEUU 94 y que se había clasificado sin demasiados problemas para el de Francia, requirió de sus servicios cuando el técnico salió de México por la puerta de atrás. Y Milutinovic, claro está, decidió aceptar el reto de nuevo.

En tierras francesas, los nigerianos cayeron en un grupo complicadísimo junto a España, Paraguay y Bulgaria, pero los chicos de Milutinovic dieron la sorpresa al derrotar a la España de Clemente en la primera jornada (3-2) y firmaron su pase con otro triunfo ante los díscolos búlgaros (1-0), lo cual les permitió reservar a sus mejores futbolistas en el último encuentro ante los guaraníes con la primera plaza del grupo asegurada. Nigeria cayó ante Paraguay (1-3) y convirtió en estéril la goleada de los de Javier Clemente ante Bulgaria (6-1). La Nigeria de Milutinovic, una vez más, jugaría los octavos de final de un Mundial, esta vez ante Dinamarca Paraguay se enfrentaría a Francia y españoles y búlgaros se marcharían a casa a las primeras de cambio.

Sin embargo, los nigerianos cayeron estrepitosamente ante la Dinamita Roja por 4 goles a 1 en un partido en el que estuvieron muy por debajo de su nivel habitual y no pudieron rubricar el gran Mundial que había apuntado en los dos primeros partidos. Una gran generación de futbolistas nigerianos se quedó sin brillar en el torneo tras un inicio realmente fulgurante que prometía un recorrido más largo. Pero así son las cosas… y fútbol es fútbol, que diría Boskov.

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A Milutinovic le tocó volver a cargar con todos sus bártulos. Esta vez decidió cambiar de continente y se marchó hasta China, para dirigir a una selección que nunca había participado en una Copa del Mundo en ese instante. Y el serbio errante amante de los milagros lo volvió a hacer. Clasificó a China para su primer Mundial. El primer Mundial del siglo XXI. El primer Mundial en suelo asiático. El primer y único Mundial que ha disputado China en toda su historia. El Mundial de Corea y Japón de 2002.

Bora, que a esas alturas se había sentado ya en los banquillos de cuatro de los cinco continentes, no sabía chino, pero eso no le impidió comunicarse de manera fluida con sus jóvenes futbolistas, porque, como siempre ha mantenido, “el idioma del fútbol es universal y yo siempre he tenido un don para comunicar mis ideas futbolísticas y mi pasión por este deporte y por la Copa del Mundo”.

Y sí que debieron entenderle porque, de repente, una selección talentosa pero indolente, poco sacrificada en lo colectivo y tendente al desprecio de la táctica, se convirtió en un equipo serio y temible capaz de ganar con solvencia su grupo de clasificación por delante de los Emiratos Árabes Unidos con unos datos demoledores: seis victorias, un empate y una derrota en el último encuentro con el equipo clasificado matemáticamente para el Mundial dos jornadas antes. Vamos, que la China de Bora entraba en su primer Mundial por la puerta grande.

Pero en el torneo, China, con varios de sus mejores jugadores entre algodones, rindió por debajo de lo que se esperaba en el torneo y cayó en todos sus encuentros sin anotar un solo gol. Debutó ante Costa Rica con una dolorosa derrota (2-0) que socavó cualquier posibilidad de plantar cara en un grupo bastante complicado. Porque el siguiente rival era ni más ni menos que Brasil, que venció por 4 goles a 0 a los asiáticos. El partido que cerraba el grupo también lo perdieron los de Bora Milutinovic ante una Turquía superlativa (3-0) que se iba a convertir en la sorpresa del torneo alcanzando las semifinales.

Y ahí, tras su quinto Mundial con la quinta selección distinta, la estrella de Bora Milutinovic empezó a perder brillo poco a poco.

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El magnífico entrenador serbio se marchó a Honduras, pero fue despedido en 2004 cuando ya tenía muy lejos la clasificación para el Mundial de Alemania 2006. Probó suerte también en Jamaica tras el Mundial, pero en la tierra de los velocistas tampoco fue capaz de implantar su método y se marchó en 2007. Finalmente, aterrizó en Irak en 2009 para disputar la Copa Confederaciones como campeón de Asia, pero cayó en la primera fase tras dos empates y una derrota. Aún así, disfrutó de la experiencia y siempre recuerda que tuvo la suerte de jugar contra España, campeona de Europa de 2008 y futura campeona del mundo en 2010, y plantarle cara pese a caer derrotada por un gol a cero.

Fue la última aventura en solitario del aventurero de los banquillos, que aún tuvo tiempo de sentarse junto a Radomir Antic en el Mundial de Sudáfrica 2010 ayudándole a dirigir por primera vez a la selección de su país. Ahora, doce años después, disfruta del fútbol desde la barrera tras ser historia viva en la Copa del Mundo. En Catar 2022 fue uno de los embajadores del torneo y comentó partidos de múltiples selecciones para un montón de televisiones distintas de medio mundo. Pidió paciencia para el Tata Martino en su difícil misión de conducir a su adorado México en el Mundial y disfrutó del fantástico torneo de Messi que le permitió saldar su deuda con la Copa del Mundo

Y es que cinco Mundiales con cinco selecciones distintas dan para mucho y encierran múltiples anécdotas, un aprendizaje brutal y un buen poso de sabiduría que ahora transmite en cada una de sus palabras. Pese a todo, nunca se dio ninguna importancia. De hecho, Bora resume casi toda su experiencia vital en una frase que va bastante más allá del fútbol y que lo relativiza todo: “Lo más importante es dejar algo de mí en cada uno de los sitios en los que estado”. Parece claro que lo ha conseguido con creces.

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