"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

martes, 13 de septiembre de 2022

Paul Gascoigne, la estrella de los años 90 que se convirtió en un juguete roto

Estadio Delle Alpi de Turín. 4 de julio de 1990. Semifinales de la Copa del Mundo. Alemania e Inglaterra empatan a un gol y el partido se ha ido a la prórroga. Los ingleses volvían a las semifinales de un Mundial 24 años después, por segunda vez en su historia, mientras que los alemanes disputan sus terceras semifinales consecutivas (las novenas de su historia en ese momento). En las dos ediciones anteriores alcanzaron la final, pero en esta ocasión, pese al cartel de favoritos que llevan colgado al cuello desde el inicio del torneo, el partido se les ha atragantado. Los de Bobby Robson tienen casi contra las cuerdas a los teutones, aunque los de Beckenbauer no le pierden la cara al partido en ningún momento y devuelven cada golpe. Al palo los ingleses. Al palo los alemanes.

De repente, a los ocho minutos de la primera parte de la prórroga, sucede algo aparentemente normal que después se convertiría en una de las imágenes más recordadas de la historia de los mundiales. Paul Gascoigne, el talentoso, creativo y díscolo centrocampista inglés pugna por una pelota con Matthäus en el centro del campo. El control se le va largo y el inglés sigue corriendo tras el balón cuando ve aparecer al alemán Thomas Berthold corriendo como una flecha hacia el esférico. Gazza, irrefrenable, se lanza a por el balón con los dos pies por delante y el alemán, cuando lo ve llegar como un tren de mercancías, rueda por el suelo como una peonza. Gascoigne se agacha a preguntarle si está bien. El colegiado brasileño José Ramiz Wrigth, que está junto a ellos, no tiene piedad y, severo, le muestra la amarilla sin titubear.

En ese justo instante el centrocampista es consciente de lo que acaba de pasar: si Inglaterra se clasifica para la final del Mundial, él no la podrá jugar. Se echa a llorar de forma desconsolada, mientras el delantero Gary Lineker intenta consolarlo sin conseguirlo, se gira hacia el banquillo y con gestos parece decir, “está roto”. La imagen de Gascoigne, uno de los mejores jugadores del torneo, y uno de los más locos también, llorando a lágrima viva sobre el césped y con la semifinal aún en juego da la vuelta al mundo.

Así narró él mismo la jugada un tiempo después en “The Guardian”:

Tenía la pelota en el círculo central y me abrí camino hacia adelante. Entonces, mientras Matthäus intentaba quitármela, la adelanté fuera de su alcance, pero me sobrepasó. Tuve que estirarme cuando Berthold se cruzó. Estaba dando el 110%. Era la semifinal del Mundial y no quería darles nada gratis. Hasta el día de hoy, honestamente, no creo que lo haya tocado. Pero se desplomó, rodando como en agonía. Me agaché para asegurarme de que estaba bien y en ese momento no pensé que estaba en problemas. Entonces todo pasó a cámara lenta”.

Y sigue el protagonista relatando unos hechos que le marcaron para siempre:

De repente no puedo oír nada. El mundo se detiene alrededor del tipo de negro. Mis ojos siguen su mano que va hasta el bolsillo y luego sale con la tarjeta. Ahí está, levantada sobre mi cabeza. Miré a la multitud, miré a Lineker​. Y no pude contenerme. En ese momento sólo quería que me dejaran en paz. No quería hablar con nadie ni ver a nadie. Mi labio inferior parecía la paleta de un helicóptero. Estaba devastado”.

Y lo cierto es que el fenomenal centrocampista inglés se fue del partido justo en ese mismo instante en que vio la tarjeta amarilla firme al viento sobre la mano levantada del colegiado. Robson, que tenía un cambio aún por hacer, dudó si quitar o no al jugador del Tottenham, pero acabó dejándolo sobre el terreno de juego. Al final, Gascoigne ni siquiera se postuló para lanzar uno de los penaltis de la tanda que decidiría quien jugaría la final del Mundial.

Apenas unos minutos después, las lágrimas de Gascoigne se convirtieron en el llanto de todos los ingleses cuando “los Tres Leones” cayeron en la tanda de penaltis. Definitivamente, ni Gazza ni ninguno de sus compañeros disputaría la final ante la Argentina de Maradona y Bilardo. Sería la Alemania conducida sobre el césped por Lothar Matthäus y desde el banquillo por Franz Beckenbauer quien se presentaría en el Olímpico de Roma para acabar levantando la tercera Copa del Mundo de su historia.

Paul Gascoigne tendría que esperar... pero la paciencia no se encontraba entre las virtudes del centrocampista inglés. Y un poco de razón tenía porque, pese a que contaba tan sólo con 23 años en aquella famosa semifinal y ya estaba considerado casi una estrella del fútbol mundial, ese encuentro sería el último que jugaría el “Bad Boy” inglés en una Copa del Mundo, aunque ni él, ni nadie, pudiera imaginarlo entonces.

Y lo cierto es que desbordaba talento. Tenía regate, visión de juego, desborde, calidad y llegada. Y coraje, fuerza y capacidad de sacrificio también le sobraban. El problema es que, por sobrarle, le sobraban muchísimas más cosas. Y ya lo había demostrado con creces entonces. Pero vayamos paso a paso…

***

Paul Gascoigne nació en Gateshead, justo al lado de Newcastle, en 1967 en el seno de una familia de clase obrera. Era el segundo de cuatro hermanos y creció jugando al fútbol en la calle, a la vez que luchaba por sobrevivir en un entorno duro y complicado. Le tocó presenciar la muerte de su mejor amigo y vivir las consecuencias del alcoholismo de algunos miembros de su familia en un ambiente de desempleo y precariedad. También se enfrentó a unos cuantos arrestos. Pero el chico era un fenómeno jugando a la pelota y el Newcastle lo fichó en 1980, con trece años, para sus categorías inferiores. Los técnicos pensaron al verlo jugar que estaban ante una de los mejores jugadores ingleses del momento, el nuevo Bobby Charlton y el futbolista más talentoso desde George Best, que se dice pronto. Lo que quizá no imaginaron es que también estaban ante uno de los tipos más polémicos y problemáticos jugadores del fútbol inglés. Sea como sea, el pack iba al completo y el Newcastle se quedó con las dos partes y lo hizo debutar en la Premier en 1985 con tan solo 18 años.

Ese joven Gascoigne ya empezó a dar muestras en con las urracas de su calidad como jugador y, a la vez, su particular carácter. En esos primeros años como profesional existía la costumbre de que el recién llegado limpiara las botas de alguno de los veteranos. A Gascoigne le tocó limpiar en las urracas las de Kevin Keegan y el joven futbolista se las perdió. Abrumado, no sabía cómo decírselo a su compañero, que acabó diciéndole que no se preocupara porque ya estaban bastante gastadas.

En ese Newcastle también coincidió con Gary Lineker. El delantero vivía en un barrio donde era complicado aparcar si no tenías garaje propio, así que al señor Gascoigne no se le ocurrió nada mejor que salir todos los días a escape del entrenamiento con su coche y aparcárselo en la puerta a Lineker. Cuando el atacante llegaba, al no tener sitio, no le quedaba más remedio que dar vueltas y más vueltas por el barrio hasta encontrar aparcamiento. Mientras, Gascoigne apuraba sus pintas en cualquier pub y recogía su coche al día siguiente. Hasta que Lineker, harto, le leyó definitivamente la cartilla… Así era Gascoigne cuando aún era un debutante imberbe que compartía vestuario con glorias internacionales.

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Pese a sus extravagancias y los continuos toques de atención, los grandes de Inglaterra se lo rifaban y tres temporadas después fichaba por el Tottenham por dos millones de libras, un récord en la época. Los Spurs no dudaron en darle galones y una ficha de estrella (con casa incluida para toda la familia), aunque las negociaciones con el jugador fueron también un pelín peliagudas. Cuentan que cuando Gascoigne fue a reunirse con los directivos de los Spurs, pidió al club alojarse en un hotel bastante glamuroso para él y unos cuantos amigos del barrio que lo acompañaban. Los miembros de la curiosa comitiva, incluido Gazza, se pasaron tres días en el hotel totalmente borrachos y destrozaron las habitaciones, por lo que el presidente del club tuvo que ir al hotel a abroncarlos personalmente. Los amigos del incipiente crac se marcharon y Gascoigne le dijo al presidente con total tranquilidad: “A los chicos y a mí nos gustaría darle las gracias por los tres mejores días de nuestra vida”. Ante eso, el presidente esbozó una ligera sonrisa y estrechó la mano de su nuevo jugador.

En Tottenham le esperaba el entrenador Terry Venables, quien nada más aterrizar le prometió que lo haría internacional con Inglaterra. Y Gazza se fue convirtiendo en una estrella del fútbol británico a pasos agigantados a la vez que reafirmaba continuamente su condición de chico malo. Fútbol y borracheras (y escándalos) casi a partes iguales. Pero lo cierto es que jugó al fútbol a un nivel superlativo y Bobby Robson, el seleccionador inglés, acabó rindiéndose a la evidencia y lo citó para un amistoso en marzo de 1989 ante Dinamarca. De ahí al Mundial de Italia ya fue uno de los fijos en un equipo que, por primera vez en mucho tiempo, sobre todo después del fiasco de México 86, apostó por la calidad individual de jugadores como Gascoigne o Chris Waddle por encima de la estructura férrea de equipo que siempre les había caracterizado como selección.

La apuesta dio resultado, pero el camino estuvo lleno de obstáculos. El primer partido ante Irlanda acabó en empate a uno. En el segundo, Holanda e Inglaterra acabaron empatando sin goles. Así que, como bastaba con ganar a Egipto en el encuentro que cerraba el grupo, Gascoigne, Chris Waddle y el capitán Bryan Robson decidieron celebrarlo con unas pintas. Para que el gran Bobby Robson no los pillara, se las hicieron en la habitación de Gazza. A medida que la pequeña fiesta se desmadró, Gascoigne se puso a saltar como un poseso encima de una de las camas. El resultado: la cama se rompió y cayó sobre el pie de Bryan Robson, que se fracturó un dedo. A la prensa se le dijo que el jugador había recaído de una lesión en el talón de Aquiles y a otra cosa. Evidentemente, el capitán ya no pudo disputar ni un minuto más en toda la Copa del Mundo.

Después de la victoria ante Egipto, a los chicos de Robson les esperaba Bélgica en los octavos de final. Fue el día que David Platt se sacó un golazo de la chistera en el minuto 119 de encuentro para meter a los “Three Lions” en cuartos de final. Pero también fue el día que Gascoigne se cargó con una amarilla tontísima por una entrada a Enzo Scifo a falta de tres minutos para el final del tiempo reglamentario. Antes, Gascoigne había rodado por el suelo burlándose de Scifo cuando éste había exagerado una falta. El karma. Porque sin esa tarjeta no hubiera habido lágrimas en las semifinales ante Alemania.

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A la vuelta del Mundial de Italia, la Gazzamania en Inglaterra era una realidad y el jugador correspondió con un rendimiento superlativo en el terreno de juego que aderezó con otras salsas tales como ser protagonista de dos videojuegos o grabar una canción junto a un grupo de moda. Una definición del diario “Mirror” en plena época de esplendor de Gazza es especialmente esclarecedora: “Hay tres tipos de personas. Las que son incorregibles y las que no. Después está ese chico gordito que juega al fútbol… Paul Gascoigne”.

En el césped, como siempre, las genialidades y las desgracias (más o menos fortuitas) iban de la mano casi a partes iguales. En las semifinales de la FA Cup de 1991, con un acuerdo ya firmado con la Lazio, Tottenham y Arsenal se enfrentan en un partido histórico. Gascoigne mete a los suyos en la final con un auténtico golazo que da la vuelta al mundo. En la final contra el Nottingham Forest, Gascoigne se lesiona de gravedad en el ligamento cruzado intentando hacerle una entrada alevosa a un rival y, en pleno proceso de recuperación, una pelea en un pub le agrava la lesión. Gazza se pasa 16 meses sin jugar. Puro Gascoigne.

Pese a ello, en el verano de 1992, la Lazio pone 5’5 millones de libras esterlinas encima de la mesa para ficharlo. En el Calcio, Gascoigne se disolvió como un azucarillo en un fútbol extremadamente exigente en cuanto a entrenamientos, conceptos tácticos, preparación física y profesionalidad. Estaba la Lazio hecha a golpe de talonario con jugadores de la talla de Aaron Winter, David Fuser, Signori, Chamot, Boksis y el propio Gazza, entrenados todos por el mítico guardameta italiano Dino Zoff. Gascoigne no acabó nunca de acoplarse al fútbol italiano.

Él mismo cuenta en su autobiografía que todo eran controles físicos y médicos, cables, electros, análisis de sangre, control de peso y correr, correr y correr en los entrenamientos. Un día, el bueno de Dino Zoff vio tan reventado a Gascoigne que le dio cinco días de vacaciones. Paul le dijo que él no sabía estar de vacaciones, que era mejor que no se las concediera, pero el entrenador le dijo que lo mejor para él era que se las cogiera para descansar. Gazza volvió a los entrenamientos al sexto día con 5 quilos de más y en la boca un susurrado “Te lo dije, Dino”.

Finalmente, Zoff fue despedido antes de acabar la temporada 1993-94 y la llegada de Zeckman primero y Di Matteo después al banquillo lazial supuso el ostracismo casi definitivo de Gazza en el equipo. La puntilla se la dio un juvenil en un entrenamiento. Se llamaba Alessandro Nesta y en una entrada fortuita le produjo una fractura. Entre las lesiones, un estilo de vida disoluto y la total inadaptación al fútbol italiano, la aventura de Gascoigne en la Lazio tocó a su fin tres temporadas después, pero su nuevo destino le iba a proporcionar una nueva oportunidad para seguir siendo una estrella del fútbol: el Glasgow Rangers.

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En el equipo protestante Gazza cae de pie. En su ambiente, el jugador recupera prácticamente el nivel del Tottenham y se convierte en el ídolo del Rangers y el personaje más odiado por los seguidores del Celtic. Claro que Gascoine contribuyó con una de sus más famosas salidas de tono cuando marcó un gol en el clásico por excelencia escocés, el “Old Firm”, y se le ocurrió celebrarlo haciendo como si tocara la flauta. Puede parecer un gesto banal, pero no lo era: Gascoine imitaba las que se tocaban en las marchas protestantes y anticatólicas de la Orden de Orange. Esas marchas habían sido siempre motivo de polémica, conflictos y disturbios en una Irlanda en plena ebullición. Paul lo hizo para ofender a los católicos del Celtic y, claro, se lio parda, aunque lo cierto es que el futbolista no parecía ser del todo consciente del melón que estaba abriendo con ese gesto.

La afición del Celtic, evidentemente, declaró a Gascoigne el personaje más anormal y más odiado de Escocia, mientras los hinchas del Rangers casi lo elevaron a la categoría de Dios. Al final, Gascoigne recibió amenazas de muerte por carta y por teléfono durante mucho tiempo y un cursillo rápido de la policía para aprender a mirar en los bajos del coche con un espejo por si atentaban contra él. No pasó nada y poco a poco fue pasando el tiempo, mientras él compaginaba las dos o tres cosas que mejor sabía hacer: jugar al fútbol, cerrar pubs y provocar a quien se le pusiera por delante una noche de drogas y borracheras.

También pagó la selección inglesa las ganas que le tenían los escoceses, al menos la mitad, al futbolista del Rangers y cada vez que iban a jugar a Glasgow se encontraban con una afición enfervorizada que cantaba a pleno pulmón. “Es gordo, es redondo… y está siempre en el suelo…”. Hay una pausa dramática en la que algún incauto puede llegar a pensar que se refieren al balón. Entonces, concluyen su cántico: ¡Es Paul Gascoigne! ¡Paul Gascoigne! ¡Paul Gascoigne!”. Todo juntito sonaría así: “Es gordo, es redondo y está siempre en el suelo… ¡Es Paul Gascoigne! ¡Paul Gascoigne! ¡Paul Gascoigne!”.

Porque Gascoigne recuperó en Glasgow la pasión por el fútbol, se reencontró con la pelota y se ganó a pulso su vuelta a la selección de Inglaterra. Y llegó a tiempo para la disputa de un torneo único: la Eurocopa de Inglaterra de 1996. Venables era ahora el seleccionador y no dudó en llamar a su antiguo discípulo.

Y Gazza volvió a ser uno de los mejores con un golazo a Escocia en la primera fase incluido. Pero Alemania volvió a cruzarse en el camino de Inglaterra. En las semifinales, como en Italia 90. Con el partido empatado a uno, como en Italia 90. Con los penaltis en el horizonte, como en Italia 90. Aunque esta vez, Gascoigne sí lanzó uno: el cuarto de su equipo. Y, como en Italia 90, Inglaterra cayó de nuevo en la muerte súbita. Y, como en Italia 90, Alemania volvió a levantar la Copa.

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Cuando acabó el torneo, Gascoigne regresó a Glasgow y siguió en el Rangers hasta el verano de 1998, con el Mundial de Francia en el horizonte. Ahora, Inglaterra estaba entrenada por Glenn Hoddle, antiguo compañero de Gazza en la selección que siguió contando con él en un primer momento.

Sin embargo, un Gascoigne menos inspirado en lo futbolístico y más dedicado a sus cosas personales volvió a hacer de las suyas. Primero aparecieron las imágenes de su mujer en los tabloides ingleses con marcas de golpes en la cara y se destaparon los malos tratos que había recibido por parte del futbolista. Y ahí los aficionados ya no estaban por la labor de reírle las gracias a Gazza. El futbolista intentó una reconciliación con su mujer y también justificarse ante los medios, pero no consiguió la absolución que tanto deseaba.

Aún así, Glenn Hoddle siguió contando con él hasta prácticamente el último instante antes de dar la lista para el Mundial de Francia 98. Fue entonces cuando llegó el momento de su caída. La prensa destapó unas imágenes de Gascoigne totalmente borracho en un pub unas horas después de jugar un partido con la selección. Nada nuevo bajo el sol, ya que el futbolista era un enamorado de las pintas y los pubs, salvo que en esta ocasión aún iba ataviado con la casaca de los “Three Lions” con la que había disputado el encuentro y, claro, todo estalló. Hoddle dio la lista definitiva en la que Gascoigne no estaba incluido y el futbolista intentó agredir al seleccionador. Gazza nunca volvería a vestir la camiseta de los pross 57 encuentros y 10 goles después. A partir de ahí, la caída del “Bad Boy” fue directamente en picado.

Gascoigne salió del Rangers en el verano de 1998 y pasó por el Middlesbrough, donde permaneció tres temporadas seguidas. Lo que más recordado de su estancia es que se las ingenió para conducir el bus del Middlesbrough totalmente borracho y acabó empotrándolo. Los empleados del club lo descubrieron destrozado al día siguiente. Una gesta, vaya.

Aún jugaría en el Everton en la Premier y en el Burnley en la segunda división, hasta que el verano de 2002 dijo adiós a Inglaterra. Probó suerte en Washington DC, pero la sociedad norteamericana no aceptó a un futbolista con su pasado y se fue a jugar a China. La aventura asiática duró apenas tres meses y cuatro partidos y volvió a casa para cerrar definitivamente su periplo como futbolista en el modestísimo Boston United, donde colgó las botas en 2005.

***

Ya alejado de los terrenos de juego, a Gascoigne solo le quedaban los pubs, el alcohol y las drogas y no pudo salir de ese círculo vicioso durante un montón de años en los que su presencia en los medios de comunicación era siempre a causa de peleas, broncas, borracheras o escenas hilarantes y grotescas protagonizadas por un personaje que, sin fútbol, vivía totalmente fuera de la realidad.

Estuvo a punto de morir varias veces por culpa de sus excesos. Lo detuvieron en unas cuantas ocasiones. Intentó rehabilitarse unas cuantas veces más. Intentó suicidarse. Intentó rehabilitarse de nuevo. Tuvo un accidente de coche totalmente borracho en los que se asegura que llegó a estar unos segundos clínicamente muerto y, de hecho, en algunos medios de comunicación anunciaron su muerte. Perdió todas sus casas y todo su dinero y tuvo que vivir en la calle. Y en 2010 fue obligado por las autoridades a ingresar en un psiquiátrico a instancias de su familia, algo que nunca perdonaría a su propio padre. Si no lo había sido siempre, ahora Gascoigne se había convertido en juguete roto olvidado por todos en un rincón.

Ray Hudson, uno de sus exentrenadores, decía de él: “Los cínicos de sus detractores y los críticos lo machacarán porque es un blanco fácil, pero creo que nunca hubo una personalidad que personifique la tragedia del fútbol inglés como él”. Exacto.

Porque resulta difícil discernir si Gascoigne es como es y fue como fue porque es un personaje excéntrico en sí mismo o quizá fue la época que le tocó vivir y sus circunstancias la que lo convirtió en lo que fue. Una época en la que se buscaban personajes soreprendentes, que vivieran siempre en al borde de la línea. Una época en la que se fomentaban los gestos que se salieran de lo normal en los personajes más conocidos, en la que se premiaban las broncas, en la que se ensalzaban las personalidades excéntricas, aunque fueran tóxicas, y se fomentaban los ídolos propensos a caer, propiciando si fuera posible su caída. Una época en la que los juguetes se creaban para después romperlos y abandonarlos a su suerte. Y Gascoigne, que no se limitó nunca a jugar extraordinariamente bien al fútbol, potenció todo lo demás espoleado por oportunistas que vieron un filón en su persona y en su personaje; espoleados estos también por unos medios de comunicación en modo carroñero; a su vez espoleados por el apetito voraz de los hinchas ávidos de noticias; a su vez espoleados por los medios de comunicación. Y así hasta el infinito.

Porque no siempre resulta fácil ni evidente explicar cómo el futbolista que ganó una FA Cup inglesa, dos FA Cups escocesas y dos Premiers escocesas, que disputó las semifinales de una Copa del Mundo y las semifinales de una Eurocopa, que obtuvo el premio PFA al futbolista joven del año 88, que fue la personalidad el año de la BBC Sports en 1990, que formó parte del equipo ideal de la Copa del Mundo de 1990 y que ingresó en el salón de la Fama del fútbol inglés en 2002, se convirtió (o lo convirtieron) en una caricatura de sí mismo, en un auténtico juguete roto que se destrozó definitivamente cuando ya no tuvo la vía de escape que le ofrecía la pelota en los campos de fútbol.

Como muchos otros antes que él y como muchos otros tantos que vendrán después…

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