"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

viernes, 22 de julio de 2022

La Argentina de Passarella se queda a medias en Francia 98

El verano del 94 daba sus últimos coletazos, con la resaca de la Copa del Mundo de Estados Unidos aún presente. El Mundial donde Brasil consiguió el tetracampeonato y el torneo en el que a Maradona “le cortaron las piernas”. Tras la nueva inhabilitación del astro argentino, que se había hecho hueco casi a codazos en la estupenda selección albiceleste del Coco Basile, y la eliminación en octavos ante Rumanía, a la AFA, con su presidente Grondona a la cabeza, no le quedó más remedio que destituir al seleccionador.

Basile salió por la puerta de atrás después de un trabajo con claros y sombras, pero cuyo bagaje expondremos para que cada uno juzgue con los datos en la mano. El exfubolista de Huracán cogió las riendas del seleccionado tras el subcampeonato en Italia 90 con la misión de mejorar la imagen de Argentina ante el mundo. Y es que, pese al magnífico triunfo en México 86 y la defensa a ultranza de la Copa conseguida en Italia 90, el equipo de Bilardo les resultaba antipáticos a los aficionados de medio mundo y a prácticamente todos los estamentos del fútbol mundial.

Una selección rota por las lesiones que supo competir hasta el final en Italia, pero que se marchó del torneo criticando duramente a todo el mundo después de la expulsión de Troglio y el polémico penalti que les pitaron en contra y que supuso, a la postre, el triunfo final de Alemania. Una selección cuya estrella, Diego Armando Maradona, era tan bueno sobre el césped como convulso fuera de él y que, apenas un año después del Mundial de Italia fue sancionado a 15 meses de inhabilitación por dopaje (Maradona siempre dijo que ese control antidopaje fue una farsa y que pagó los platos rotos de haber eliminado a Italia en las semifinales de su torneo y haber privado a la FIFA de su final soñada entre italianos y alemanes).

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El caso es que Basile sustituyó a Bilardo con la intención clara de lavar la cara de la albiceleste en cuanto a nombres y en cuanto a estilo. Aunque siempre contó el Coco con Maradona, capitán y símbolo de la época pasada y gloriosa, y le dejó las puertas abiertas de la selección incluso tras conocer que el Pelusa había sido inhabilitado por quince meses tras dar positivo en un control antidopaje en Italia, con el Nápoles, en abril de 1991.

Mientras, el Coco había montado una selección edificada sobre algunos de los pilares de la de Carlos Bilardo, con Basualdo y con Ruggeri, sobre el que recayó la cinta de capitán, a la que añadió la clase, la técnica, la garra y el hambre de jóvenes futbolistas que empezaban a romperla en Argentina como Cáceres, Chamot, el Cholo Simeone, Fernando Redondo, Medina Bello, Batistuta i un jovencísimo Ariel Ortega.

Con esos mimbres ganó la selección de Basile la Copa América de Chile 91 y la de Ecuador 93. ¡Casi nada! Y encadenó una espectacular serie de victorias consecutivas (¡¡33!!) que pusieron a la albiceleste con un pie y medio en el Mundial de Estados Unidos 94, con los aficionados frotándose las manos y los ojos porque el equipo, además, jugaba fenomenalmente bien al fútbol. Pero entonces se cruzó en su camino la Colombia del Pacho Maturana, que contaba con futbolistas de la talla de Higuita, Valderrama, Rincón, Asprilla y Valencia. Primero ganaron los colombianos 2 a 1 en Barranquilla y después se presentaron en el Monumental y le metieron cinco goles a los del Coco Basile. Y al equipo se le vino el mundo encima. Y volvió Maradona. Y llegó la durísima eliminatoria ante Australia que resolvió Batistuta en el Monumental después del sufrido empate a uno que se habían traído de Sídney.

La selección albiceleste llegó al Mundial 94 pletórica, con Maradona de regreso, en su peso ideal, y con el resto del grupo totalmente acoplado. Basile había montado un equipo muy ofensivo en el que juntaba en el centro del campo a Maradona y Redondo, con el Cholo cubriéndoles las espaldas, y arriba mezclaba a Batistuta, Caniggia y Balbo. En la recámara, Medina Bello o Ariel Ortega. Y Argentina ofreció espectáculo y goles ante Grecia (4-0) y venció con solvencia a Nigeria (2-1) antes de que Maradona fuera expulsado del torneo por su positivo por efedrina y todo saltara por los aires. Los del Coco no se recuperaron del mazazo y perdieron ante Bulgaria (0-2) para acabar haciendo definitivamente las maletas tras caer en octavos ante la Rumanía de Hagi, Dumitrescu, Raduciou y compañía (2-3).

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La destitución de Basile estaba cantada. Pero la sorpresa llegó con el nombramiento del nuevo seleccionador: Daniel Passarella, el gran capitán del 78, enemigo declarado de Maradona y de Bilardo, y de todo lo que oliera ligeramente a ellos, y que llegaba con la clara intención de imponer mano dura en la selección y de renovarla (aunque ya estaba medio renovada previamente por Basile). Un Passarella que hacía muy poco que se había retirado como jugador y se había puesto a entrenar, pero que llegaba avalado por los tres títulos que acababa de levantar con River: Primera División 89-90, el Apertura 91 y el Apertura 93.

El caso es que nada más tomar posesión del cargo, el Káiser declaró que cualquier jugador al que llamara para vestir la camiseta argentina se iba a someter primero a una rinoscopia. Además de lanzar así un mensaje directo a Maradona, Passarella se metió en un jardín, porque era tanto como asumir que había futbolistas que habían pasado por la selección que se drogaban de forma habitual. Porque la afición de Maradona a la cocaína era de sobras conocida, pero el Pelusa volvía a estar inhabilitado, tenía 35 años y, además, no parecía que el nuevo seleccionador lo fuera a llamar, así que, realmente, ¿a quién dirigía Passarella ese contundente mensaje? No se sabe, porque nunca lo aclaró, pero un poco más tarde hubo de lidiar con ello.

Evidentemente, el Pelusa no se calló y, además de fustigar a Passarella por lo que él consideraba “sus boludeces”, dejó publicado en su libro “Yo soy el Diego de la gente” algo realmente grave: que él tomaba cocaína, pero nunca lo hizo para aumentar su rendimiento, si acaso, esa adicción le perjudicaba deportivamente, pero “otros” sí se habían drogado con el fin de aumentar su rendimiento en otras competiciones. Casi nada. Pero Passarella no entró al trapo y se dedicó a lo suyo, que, en principio, era renovar la selección.

Y lo primero que hizo fue confeccionar un equipo muy joven en torno al Muñeco Gallardo, el joven 10 de River, usando a jugadores de la liga argentina para que se foguearan en los duros partidos internacionales. A la vez, imponía sus normas. Algunas ciertamente extrañas, como la prohibición de llevar pendientes o la obligación de llevar el pelo corto. Lo del pelo corto lo contó en una entrevista. Decía que tener el pelo largo te hace perder la concentración en el campo, porque siempre estabas tocándotelo o arreglándotelo, y que había análisis sobre eso, sobre las veces que se tocaban el pelo los jugadores que lo tenían largo y los que lo tenían corto. El autor del análisis debía ser joven y no se había remontado a la época de Kempes, pero Passarella no podía haberse olvidado del Matador. No podía haberse olvidado de todos los goles que hizo Kempes en el 78, con su melena al viento, para contribuir a que él mismo levantara al cielo de Buenos Aires la primera Copa del Mundo para la albiceleste. Seguro que Kempes, con el pelo corto, en vez de haber hecho dos goles en la final y seis en el torneo, hubiera hecho seis ante Holanda y quince en todo el campeonato. Brutal Passarella con lo del pelo. Sencillamente brutal.

Pero el caso es que entre los futbolistas que Passarella solía llamar a la selección había algunos con el pelo largo y debían elegir entre cortárselo o no vestir la albiceleste. Los jóvenes Sorín y Coudet se lo cortaron sin rechistar. Más tarde, ya con el Mundial de Francia a la vuelta de la esquina, Batistuta, después de ver que el técnico iba en serio, se cortó las puntas. Pero hubo dos que no le hicieron ni caso: Caniggia y Redondo.

Aunque lo cierto es que a Passarella parecía venirle muy bien la historia del pelo y de que no se lo quisieran cortar porque al Pájaro Cani no podía verlo ni en pintura y de Redondo tampoco era un fan incondicional. De hecho, al mediocentro del Real Madrid lo quería poner en la izquierda y no en el centro, algo que el madridista no aceptaba tampoco. Y eso, en los partidos de preparación podía resultar, pero a medida que se acercaban las eliminatorias para el Mundial de Francia 98, no contar con el talento de Redondo ni con la velocidad y la definición de Caniggia porque no se cortaran el pelo resultaba una apuesta, cuando menos, arriesgada.

Caniggia siempre ha contado con un pelín de sorna la llamada de Passarella instándole a cortarse la melena, diciendo que al principio pensó que era una broma, que el seleccionador de Argentina no podía estar pidiéndole tremenda chorrada. Incluso le llegó a decir que se lo cortaría un centímetro o centímetro y medio, en plan “joda”, pero Passarella le dijo que no, que un poco más. Y Caniggia colgó el teléfono. Pero cuando se vio fuera de la lista del Mundial de Francia la sonrisa se le heló en la boca. Siempre dijo el Pájaro públicamente que Passarella le “cagó” un Mundial, el evento más importante para cualquier futbolista y que sólo se da cada cuatro años se lo “cagó”. Y la relación entre ellos se rompió para siempre.

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El Káiser tenía sus propias ideas y las ejecutaba a rajatabla. Hasta sus últimas consecuencias. Llevó el timón de la selección con mano de hierro, con los jugadores que él y su cuerpo técnico querían, al margen de los gustos y las peticiones de la prensa o los aficionados. Sus jóvenes futbolistas tenían que cumplir tres premisas: pelo corto, boca cerrada y disciplina. Por eso era difícil que en esa selección entraran, con melena o rapados, Redondo o Caniggia. Demasiada personalidad. Demasiado quilombo.

Pero así fue armando Passarella la selección que defendería los colores de la albiceleste en Francia, después de ganarse la plaza en la primera fase de clasificación sudamericana de la historia en la que se enfrentaban todos contra todos. Se clasificó muy bien, con apenas dos derrotas. Y antes, con la selección olímpica había ganado la medalla de plata en Atlanta 96, cayendo en la final ante Nigeria en los últimos minutos de partido. Pero antes también había caído en cuartos de final de la Copa América 95 ante Brasil y en cuartos volvió a caer después en la Copa América 97, esta vez ante Perú. Así son los resultados. Claros. Crudos.

Y así se presentó Argentina en Francia. Con una selección mayoritariamente “europea” y con el viento a favor que le daban los últimos buenos resultados de la fase de clasificación que mantenían a los medios, en general, entusiasmados y a los posibles detractores, callados. Passarella y su cuerpo técnico habían escogido unas preciosas y prácticas instalaciones en L’Etrat (Saint Étienne), alejados del mundanal ruido, con la idea de alejarse del foco mediático y de las miradas del resto de selecciones. Pero, claro, allí se presentaron todos los medios acreditados argentinos más algunos de otras partes del mundo. Y Passarella ordenó colgar unas lonas verdes para tapar los campos de entrenamiento de los suyos para que sus tácticas y sus jugadas ensayadas fueran del todo secretas. La prensa montó en cólera. Pero las lonas se quedaron. Por supuesto.

Pero las lonas verdes acabarían siendo lo de menos. Unos días antes de que comenzara el Mundial se vivió en la concentración de Argentina un momento convulso. Passarella, en su cruzada contra las sustancias en la selección, había obligado a los jugadores a pasar un análisis antidopaje como los que haría la FIFA durante el torneo justo antes de viajar a Francia, el 2 de junio del 98. En los resultados apareció un positivo por cocaína y éxtasis que se difundió entre la prensa. ¿Cómo? Hay quien dice que en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires, donde se analizaron las muestras, trabajaba la esposa del periodista Claudio Federovsky, que fue quien acabó difundiendo la noticia con nombre incluido: Juan Sebastián Verón.

Passarella y el médico de la selección, Luis Seveso, dijeron en un primer momento que sí había un positivo en los análisis internos, pero que era por sustancias antigripales y que, en efecto, se trataba de Verón. Esto pasaba el 5 de junio de 1998. Al día siguiente, Passarella desmintió directamente todo en rueda de prensa, mientras Verón decía que se estaba comiendo un “garrón”. Grondona, el presidente de la AFA, salió a la palestra para decir que sí sabía que había un positivo, pero que desconocía el nombre del futbolista, que eso era una información que sólo tenía el cuerpo técnico. Añadió que eran controles internos, que se habían practicado cuando no había ninguna competición en marcha y que el caso no tenía más recorrido. De momento, la cosa quedó ahí (a la conclusión del campeonato quedaría demostrado que era todo cierto, pero nadie investigó más a fondo la cuestión porque los análisis eran internos y no acarreaban sanciones), pero las relaciones del plantel con la prensa se recrudecieron justo antes del inicio del torneo.

El punto culminante de esa mala relación de la selección de Passarella con la prensa vino justo después del debut de la albiceleste en el Mundial con una importantísima victoria por la mínima ante Japón (1-0). Tras la historia del doping y algunas noticias más sobre malos rollos en el seno del equipo, algún medio argentino había publicado que el Mono Burgos se había pegado con Leonardo Astrada. En ese momento, los pesos pesados del vestuario se reunieron con el Káiser y le informaron de que no querían más tratos con la prensa. El jefe de prensa de la selección intentó convencerlos argumentando que su imagen quedaría muy dañada si tomaban esa medida, pero los futbolistas lo tenían claro. Montaron una rueda de prensa con todos los jugadores presentes en la que el capitán Simeone anunció que no iban a hablar con ningún medio de forma personalizada. Saldrían a las ruedas de prensa que marcaba la FIFA, pero todos juntos. Y se lio otra vez. Argentina volvía a estar en el foco cuando el balón apenas había empezado a rodar.

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Porque por lo que respecta al fútbol, la albiceleste empezó el torneo como un tiro, dando miedo. Era un equipo rocoso detrás, con Ayala y Sensini sujetando la defensa y el gran Roa bajo palos, y creativo, vertiginoso, veloz y voraz de medio campo hacia arriba, con Simeone anclando el equipo y la magia de Verón y Ortega ara surtir de balones a Batistuta y al Piojo López. Además, jugadores tan dotados como el Muñeco Gallardo o Hernán Crespo esperaban en el banquillo para cuando vinieran mal dadas. Un auténtico equipazo, vaya.

Y tras la victoria sufrida ante Japón en Toulouse y la espantada ante la prensa, llegó Jamaica, un bálsamo para la albiceleste, que se merendó a los caribeños sin pestañear en el majestuoso estadio del Parque de los Príncipes. Cinco a cero con dos goles del Burrito Ortega y tres más de Batistuta, que empezaba a postularse como uno de los más firmes candidatos a ganar la Bota de Oro.

El último partido del grupo se jugaría en Burdeos. Argentina y Croacia llegaban al encuentro con la clasificación ya certificada y dirimirían entre ellos las posiciones finales y, por tanto, los cruces. Passarella mantuvo la columna vertebral del equipo, pero dio descanso a algunos titulares y metió en harina a otros que podían llegar a serlo. Le dio la manija del equipo al Muñeco Gallardo, que respondió con un gran partido y el inicio de una gran jugada colectiva que culminó a otro debutante en el torneo, el defensa Mauricio Pineda. Su tanto fue el único del partido y colocó a Argentina primera con pleno de victorias, la primera vez que la albiceleste lo conseguía en toda su historia. Paradójicamente, esa primera posición le complicó el camino. Porque Argentina se vería las caras con Inglaterra en octavos de final, mientras que Croacia se cruzaría con Rumanía.

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Pero Argentina se sentía fuerte, pese a que el cruce se las traía. No sólo tendrían enfrente los de Passarella a futbolistas como Beckham, Scholes, Shearer y un pequeño genio llamado Michael Owen (sólo faltaba Paul Gascoigne), sino que los ingleses esperaban el choque con ansias, buscando la revancha de los cuartos de final de México 1986, el día de la Mano de Dios y del Gol del Siglo, ya que en los doce años transcurridos no se habían enfrentado todavía en una Copa del Mundo.

El partido empezó como un tiro en Saint Étienne y nada más empezar amenazaron los ingleses con una internada de Owen que tuvo que resolver Ayala tirándose al suelo y el rechace lo enganchó Le Soux para meter un centro chut raso al que no llegaron los atacantes ingleses por poco. Pero la respuesta argentina fue mejor. Ariel Ortega metió un centro al segundo palo que recogió Simeone para encarar a Seaman, que le hizo penalti. Batistuta lo transformó en el 1 a 0 con un poco de suspense, porque el meta lo toca, pero no lo puede sacar. Inglaterra se levantó enseguida, porque tres minutos más tarde Owen se internó en el área y cayó al notar el contacto de un Ayala que iba a por todas. El colegiado señaló los once metros en la otra área y Shearer se encargó de empatar los octavos de final a los nueve minutos. Era el primer gol que encajaba Argentina en el torneo.

Pero no sería el último. Porque apenas siete minutos después, Beckham le mete un pase a Owen en tres cuartos de campo, el chaval controla de espuela, encara y se va de su marca, se presenta en el borde del área, regatea a Ayala, su último escollo, y define con una clase descomunal ante Roa para hacer un golazo que pone a Inglaterra por delante. 16 minutos de partido y 1 a 2.

Argentina pasó unos minutos grogui, amargada, sin encontrar la pelota y recibiendo las embestidas inglesas. Schooles estuvo a punto de hacer el tercero, pero la echó fuera en un remate en el área pequeña. Pero, poco a poco, el Burrito empezó a entrar en el partido, empezó a conectar con la pelota y el signo del choque cambió. Ahora Argentina estaba más cerca del empate con un remate alto de Batistuta o una llegada a línea de fondo de Zanetti. Y precisamente Zanetti fue el sorprendente protagonista del empate en el descuento de ese frenético primer tiempo. Una falta en la frontal la botó Verón. Amagó la Brujita con el disparo, pero se la dio rasa a Zanetti, que se giró y, a la media vuelta, sacó un disparo brutal que batió a Seaman. Una jugada salida de la pizarra de Passarella y ejecutada a la perfección por sus jugadores.

Tras el descanso decayó el partido. No la intensidad, pero sí el ritmo. Y fue entonces cuando Beckham cayó en las redes de Simeone. El Cholo le hizo una falta al británico que, desde el suelo, levanta las piernas. El Cholo nota el contacto y se va al suelo, con el árbitro junto a él. El trencilla no duda en echar a Beckham, que será vilipendiado por los tabloides ingleses durante muchísimo tiempo. Pero Argentina, contra 10, no encuentra la manera de meterle mano a Inglaterra, aunque goza de las mejores y más claras ocasiones, y el partido se va a la prórroga y, después, a los penaltis.

Ahí, en la suerte fatídica, Roa se vistió de Goycochea en Italia 90 para meter a Argentina en los cuartos de final. Berti, que había salido en la segunda parte, inaugura la tanda batiendo a Seaman. También vuelve Allan Shearer a batir a Roa, como en el partido. Es el turno de Crespo, que había sustituido a Batistuta. Y Seaman le adivina el lanzamiento. Argentina tiene el corazón en un puño. Pero… va Paul Ince y el meta del Mallorca sostiene a su equipo con un paradón. Todo sigue igual. Verón también marca. Merson empata de nuevo. Gallardo adelanta a Argentina, pero Owen también mete el suyo. El último penalti argentino lo transforma Ayala con calma, raso y a la izquierda de Seaman. Y David Batty, que cierra la tanda para Inglaterra, lo tira fuerte y casi al medio. Roa se ha vencido a su derecha, pero rectifica para despejar el disparo y meter a los suyos en cuartos de final. Argentina, con sufrimiento, ha vuelto a dejar a Inglaterra en el camino. Ahora espera Holanda en el Velodrome de Marsella.

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Holanda tiene un auténtico equipazo. El portero, Van der Sar. Stam y De Boer de centrales, apoyados en los carriles por Reiziger y Numan. En el centro del campo, Cocu, Ronald de Boer, Edgar Davis y Wim Jonk. Y arriba, dinamita con Kluivert y Bergkamp. En banquillo, junto al mítico Guus Hiddink, Overmars, Clarenze Seedorf, Hasselbaink y Zenden, por si acaso vienen mal dadas.

Passarella puso sobre el césped el equipo de gala, con Sensini ya recuperado en el centro de la defensa junto a Ayala, con Zanetti por la derecha y Chamot por la izquierda. En el centro del campo, conteniendo, Almeyda y Simeone, con Verón y Ortega con mayor libertad de movimientos. Arriba el Piojo López atacaba partiendo de cualquiera de las dos bandas y Batistuta era la referencia. Las fuerzas, pese a que Ortega declaraba antes del partido que había ido a Francia a ser campeón del mundo, estaban muy parejas.

El partido empezó a las cuatro y media de la tarde, con 38 grados a la sombra. Increíble. Pese a todo, argentinos y holandeses volverían a ofrecer un espectáculo colosal en el inicio del partido. Porque apenas iniciado el juego, los holandeses ya habían estrellado un balón en el palo de Roa. Avisando lo que estaba por venir, que fue el primer tanto del encuentro a los doce minutos. Ronald de Boer se va de su par en el centro del campo y le mete un pase magnífico por alto a Bergkamp. El ariete la deja con la cabeza para la entrada de Kluivert en el punto de penalti que, con un toque sutil, bate a Roa. Golazo y uno a cero para la Naranja Mecánica.

Pero Argentina responde pronto. La Brujita Verón ve con el rabillo del ojo la entrada de Claudio López cortando en dos la defensa naranja, que ha tirado mal el fuera de juego. Le mete un pase preciso y precioso y el Piojo se encuentra solo ante Van der Sar. Por un momento, parece que el valencianista se lía con la pelota y no sabe qué hacer, pero no. El Piojo mantiene la sangre fría, envía al portero al suelo y empata el partido. Diecisiete minutos de la primera y empate a 1.

Las ocasiones se van sucediendo entonces poco a poco. Primero Cocu lanza un disparo peligrosísimo desde la distancia al que responde muy bien el Lechuga Roa. A continuación, es Ortega quien pone el huy en la boca de los aficionados argentinos con un disparo lejano que se estrella en el palo de Van der Sar. Y aún le da tiempo a Simeone de intentar un disparo lejano que se va fuera por poco antes de llegar al descanso con las espadas en todo lo alto.

En la segunda parte se nota más el miedo a perder en los dos equipos, pero hay tanta calidad que cualquiera puede llevarse el partido en alguna acción individual. El peso del choque lo sigue llevando Holanda, que toca más y mejor, mientras Argentina contragolpea con peligro cuando roba. Una de esas contras está a punto de caer del lado albiceleste. Verón le mete un gran pase a Batigol, que recorta y golpea a puerta. El balón pega en el palo. Minutos después, Kluivert engancha un remate de cabeza que hace trabajar a Roa.

Cuando faltaba menos de un cuarto de hora para el final, el lateral holandés Numan vio la segunda tarjeta amarilla y dejó a su equipo con diez hombres, pero a Argentina no le dio tiempo a probar a Van der Sar. Bueno, sí. Lo hizo a falta de un minuto para el final, en una internada de Ortega que volvió loco a Stam dentro del área para dejarse caer a ver si el árbitro picaba. No picó. Y mientras el árbitro le amonestaba, el meta holandés se le encaró, el Burrito subió la cabeza y golpeó al portero. El holandés, antes de sentir el contacto, ya estaba en el suelo. Ortega fue expulsado e igualó las fuerzas a las puertas de una hipotética prórroga.

Pero el fútbol es caprichoso y la prórroga jamás se disputaría. Porque casi en el tiempo de descuento, con el partido agonizando, Ronald de Boer metió una pelota larguísima buscando la espalda de la defensa argentina. Allá corrían, mirando al cielo de Marsella, el Ratón Ayala y Dennis Bergkamp. El holandés le ganó la posición al defensa argentino, la bajó de forma sublime con el empeine de la pierna derecha, dejó pasar a Ayala, la pisó y la metió en un ángulo. Dos a uno para Holanda, que se vería las caras con Brasil en las semifinales y caería con honor en los penaltis tras empatar a uno con la canarinha. Argentina, en cambio, tenía que hacer las maletas.

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De regreso a Argentina los periodistas afilaban los cuchillos. Los invictos, como llamaba Passarella a los de ese gremio. Ahora ya no importaba que el Káiser hubiera abierto de par en par las puertas de la albiceleste a jóvenes como Gallardo, Crespo, Verón, Zanetti y Claudio López. Ahora había que ajustar cuentas. Y el entrenador lo sabía.

Los titulares y los comentarios más repetidos fueron que Ortega no era jugador para la selección o que Passarella se equivocó en todo y tendría que dar explicaciones. En líneas generales se acusó al seleccionador, y también a los futbolistas, de no jugar a la manera argentina y de sucumbir al tacticismo europeo.

Lo expresaba así Ángel Cappa: “Holanda jugó como debía hacerlo Argentina, tocando el balón, atacando y abriendo el campo. Ellos han aprendido esto y lo incorporaron desde la época de Cruyff, pero el futbolista argentino lo siente desde tiempos inmemoriales y es increíble que pierda la fe en su juego”.

Menotti, el técnico campeón en el 78, iba en la misma línea y se quejaba de que Argentina había jugado “a la italiana”. Como el periodista Horacio Pagani que decía que a los jugadores y al técnico les faltó convicción para poner en práctica el estilo de juego típicamente argentino y confiaron su suerte a la táctica, no al concepto del juego.

El Káiser, tras la derrota, dejó la selección, pero con la conciencia tranquila. “No cumplimos el objetivo de estar entre los cuatro primeros, pero si analizamos cómo quedó eliminada Argentina y contra los rivales que le tocó jugar creo que no es un fracaso”. Y en septiembre de ese mismo año 1998, tras resolver el contrato que tenía con el RCE Espanyol de Barcelona, Marcelo Bielsa se convertiría en el nuevo y flamante seleccionador argentino.

Pero ésa ya es otra historia…

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