"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 21 de noviembre de 2024

Andrés Iniesta le da a España la primera Copa del Mundo de su historia (4). El gol del héroe

El 11 de julio de 2010, en Johannesburgo, Andrés Iniesta afronta el partido más importante de su vida: la final de la Copa del Mundo. Un momento con el que todo futbolista ha soñado despierto desde pequeño. Iniesta, por supuesto, también. Allá en su Fuentealbilla natal, cuando correteaba detrás de una pelota haciendo ya regates imposibles y no dejando, pese a su corta estatura, que nadie le quitara un balón. 

Allí ya soñaba con salir un día por el túnel de vestuarios y, a lo lejos, al final del pasillo que se abre para saltar al césped, ver la Copa del Mundo que te mira expectante. Y pasar por su lado sin tocarla, esperando emocionado a levantarla cuando el partido se acabe.

La escenografía es perfecta, épica y grandiosa. Todo está preparado para que el balón empiece a rodar para coronar a un nuevo Campeón del Mundo. Neerlandeses y españoles alivian como pueden la tensión del instante. Iniesta también está tenso por el momento que está a punto de vivir. Normal. Ha esperado mucho y ha pasado un auténtico calvario físico y mental para poder estar ahí ahora. Justo en ese instante.

Neerlandeses y españoles, preparados para la gran final.

Porque apenas un mes antes, todo pintaba de un color mucho más oscuro. 

***

El 8 de junio, apenas 8 días antes del debut de España en el Mundial, todos los fantasmas regresaban a la cabeza de Andrés Iniesta tras lesionarse de nuevo en el muslo en un amistoso ante Polonia.

El futbolista, finalmente, consigue recuperarse a tiempo para el debut ante Suiza, aunque el ansiado y esperado día se torna aciago en todos los sentidos. España cae sorprendentemente ante los helvéticos, en un encuentro en el que los españoles dominaron el juego, pero fueron incapaces de crear ocasiones claras. Les pudo la tensión del debut. Y Suiza lo aprovechó. 

Además, Piqué salió del encuentro con el rostro ensangrentado y Andrés Iniesta… Andrés Iniesta fue sustituido a los setenta y siete minutos de partido por Pedro a causa de unas molestias en el muslo derecho tras recibir un golpe.

De hecho, Andrés no está listo para la primera de las dos finales que ha de jugar España en una fase de grupos que se le ha complicado muchísimo. De repente, el favoritismo de la actual campeona de Europa ha caído hecho trizas. Pero los de Del Bosque, sin Iniesta, salvan el primer escollo de Honduras. Lo hacen gracias a la inspiración de un David Villa en estado de gracia, pero las sensaciones no son demasiado buenas. 

Villa salva los muebles ante Honduras.

Habrá que salir de dudas ante la Chile de Marcelo Bielsa.

Los chilenos han hecho los deberes y se presentan ante España habiendo vencido por la mínima a hondureños y suizos. Pero, por culpa de la derrota española en el debut, llegan al encuentro con la posibilidad de quedarse fuera pese a sus dos victorias. Y no quieren, claro.

Pero España aún está en peor situación, ya que todo lo que no sea una victoria le deja a expensas de lo que haga Suiza ante la cenicienta Honduras. Es la primera final para los de Del Bosque que, esta vez sí, cuenta con Andrés Iniesta en el once titular. Habrá que comprobar si está o no del todo recuperado de su particular mosca cojonera: esa lesión reiterativa que vuelve y vuelve y vuelve y no le deja jugar tranquilo.

Y la cosa empieza tensa, en un toma y daca continuo del que no parece salir nadie vencedor. Fueron 23 minutos duros para España, hasta que Claudio Bravo decidió salir de su portería y convertirse en un lateral al uso para cortar una posible internada de Torres a treinta metros de su portería. Llegó y tocó la pelota arrastrándose por el suelo, pero no esperaba que ese balón le cayera justo a David Villa, que no se lo pensó y golpeó de primeras para hacer el gol que rompía el partido para España.

El gol tranquilizó a los de Del Bosque, pero poco a poco los chilenos se fueron estirando para asustar a España. Y en esas estábamos cuando llegó la genialidad de Iniesta. Villa recibió en la banda izquierda, en posición de extremo, levantó la cabeza y vio a Andrés en el borde del área. La puso rasa atrás y el manchego, al primer toque, golpeando la pelota a ras de suelo, como si tuviera un palo de golf en su pierna derecha, la colocó lejos del alcance de Claudio Bravo para hacer respirar a toda España.

Al final, Chile recortó distancias nada más empezar la segunda parte, pero no quiso más pelea al darse cuenta de que Suiza no le ganaba a Honduras y sacó la bandera blanca para acabar segunda de grupo. España pasaba como primera a los octavos de final. Con sufrimiento. Con mucho más suspense del esperado. Pero con la sensación de que se había superado un muy mal momento y, sobre todo, se había recuperado a Andrés Iniesta definitivamente. Porque el de Fuentealbilla, en el momento de la verdad, había vuelto a sacar su magia y fue declarado el jugador más valioso del encuentro.

Poco a poco, la luz se abría paso al final del túnel.

***

En las eliminatorias, el primer obstáculo para España no era moco de pavo. Los vecinos portugueses, comandados por Cristiano Ronaldo, se presentaban en Ciudad del Cabo con la intención y las ganas de mandar a los de Del Bosque para casa. Y lo cierto es que le pusieron las cosas muy difíciles a los campeones de Europa, con una defensa muy rocosa y descolgándose con velocidad en contragolpes que culminaba casi siempre Cristiano Ronaldo.

España salió enchufadísima y Torres y Villa fueron un peligro constante para la portería defendida por Ricardo, pero el paso de los minutos frenó el ímpetu español y tranquilizó a los portugueses, que empezaron a meter miedo en algunas contras.

El inicio de la segunda parte no cambió la decoración, con España dominando, pero sin crear peligro real en la meta portuguesa, y los lusos tocando a rebato cada vez que recuperaban un balón. Amenazando una y otra vez a la línea defensiva española. Hasta que Del Bosque demostró que no sólo es un tipo que genera empatía y buen rollo entre los jugadores, sino que, además, es un gran entrenador. Y quitó a Torres para meter a Llorente.

El riojano fijó a los centrales portugueses y les dio definitivamente la noche. Bajaba todos los balos de espaldas y los jugaba de cara y remataba todo balón que pasaba por el área lusa. Además, liberó a Iniesta y, sobre todo, al de siempre, al del idilio con el gol, al Guaje Villa. Y entre los dos se lo agradecieron con una aparición estelar que mandó a la Seleçao Das Quinas para casa. 

Iniesta se inventó un pase a Xavi de la nada, totalmente rodeado de contrarios, y el egarense prolongó de tacón para habilitar a Villa, que entró solo en el área. El Guaje fusiló a Ricardo, que detuvo el primer remate, pero dejó la pelota en los pies del delantero asturiano, que, esta vez sí, le superó por alto y convirtió el gol del triunfo para España.

David Villa vuelve a rescatar a España ante Portugal.

Ya en los cuartos de final del torneo, el techo de cristal de los españoles, Paraguay se mostró como una selección correosa, dura y muy difícil de batir. Y el partido tuvo absolutamente de todo. Un penalti para Paraguay que un desafortunado Cardoso lanzó con mucho miedo a las manos de Casillas. 

En la siguiente jugada, penalti para España cometido sobre David Villa. Marcó Xabi Alonso, pero el árbitro lo mandó repetir por invasión del área de los atacantes españoles. Alonso volvió a chutar, pero esta vez el meta guaraní le adivinó el disparo y, en el rechace, el guardameta arrolló claramente a Cesc Fábregas para despejar definitivamente del balón. El colegiado no quiso ver nada y siguió todo igual que estaba. Atascado y tensionado.

Hasta que apareció Iniesta para marcarse un jugadón combinando con Xavi desde su campo y llegando a la frontal del área para dejarle a Pedro un balón precioso y preciso y dejarlo solo ante Justo Villar. El canario supera por bajo al meta guaraní, pero la pelota golpea en el palo. Entonces aparece el de siempre, el Guaje Villa, para controlar la pelota, disparar y ver cómo golpea un palo, se pasea por la línea de gol y golpea el otro antes de introducirse definitivamente en el fondo de las mallas paraguayas. España estaba en semifinales del Mundial e Iniesta recibía su segundo título de mejor jugador del encuentro.

Y ahora, Alemania

Es una reedición de la final de la Eurocopa de 2008. Aunque, en esta ocasión, los germanos parecen aún más temibles. Han dejado en el camino con mucha solvencia a Inglaterra en octavos de final (4-1) y a la Argentina dirigida por Diego Armando Maradona y comandada por Messi (4-0). Han hecho los teutones trece tantos en los cinco encuentros que han disputado en el torneo y sólo han encajado dos, demostrando una pegada descomunal y una solidez defensiva envidiable.

Pero enfrente, los españoles ya han dejado atrás sus temores ancestrales. Saben que si juegan a su nivel son un equipo muy difícil de batir. Y lo cierto es que los de Del Bosque se plantan en el Moses Mahdiba de Durban sin complejos y exhiben su mejor versión. Es, sin duba, su mejor partido del torneo con diferencia.

Iniesta, Xavi y Xabi Alonso se hicieron con el balón desde el principio y no lo soltaron. Los alemanes perseguían sombras, mientras los habilidosos centrocampistas españoles gobernaban el encuentro a su antojo y, además, amenazaban con peligro la portería de Neuer. A los cinco minutos ya tuvo Villa la primera, cuando llegó con lo justo para meter la bota ante la salida desesperada del meta alemán, que conjuró el peligro. Pero a los germanos se les venía encima una auténtica apisonadora.

A los trece minutos, Iniesta controló con tranquilidad en la parte derecha del ataque español y metió un centro preciso a la cabeza de Puyol que el central envió por encima del travesaño. Era la segunda ocasión clara en menos de un cuarto de hora de juego.

Alemania recurrió entonces al juego a balón parado y a los disparos desde la larga distancia para equilibrar las fuerzas. Y estuvo a punto de adelantarse en el marcador con un disparo muy lejano y muy potente de Trochowski ante el que Casillas tuvo que emplearse a fondo para despejar el Jabulani a la esquina.

Las espadas seguían en todo lo alto de cara a una segunda mitad que prometía ser apasionante. Y España siguió a lo suyo, guardando el balón y amenazando con disparos lejanos de Xabi Alonso y la tremenda velocidad de Pedro y de David Villa. Alemania no encontraba su sitio en el partido, siempre a remolque del ritmo marcado por España.

Fue entonces cuando los de Del Bosque se desataron. Pedro disparó raso desde la frontal para culminar una gran jugada del ataque español, pero Neuer detuvo el disparo con dificultades. Instantes después fue Iniesta quien se metió hasta la cocina driblando jugadores germanos y metió un centro chut que se paseó a dos metros de la línea de gol sin que Villa pudiera empujarlo para dentro. Se mascaba el gol…

Y llegó de la forma más inesperada. En un saque de esquina que Xavi puso a la cabeza de Puyol, escuela de la Masía, y el central voló para quitarle el balón de la cabeza a su propio compañero Piqué, girar el cuello y meter la pelota en la portería alemana, a media altura, potente y ajustada al palo izquierdo, inalcanzable para Neuer. 

Un testarazo de Puyol dio a España el pase a la gran final.

Un golazo que valía la final del Mundial.

***

El 11 de julio de 2010, más de 80.000 personas poblaban las grades del Soccer City de Johannesburgo para presenciar la final de un Mundial que coronaría a un nuevo campeón. La Holanda de Ben Van Marwijk o la España de Vicente del Bosque. La Ornaje de Sneijder y Robben o la Roja de David Villa. Los amigos de Van Bommel o los de Andrés Iniesta.

Y la función empezó como se esperaba. Con España llevando el tempo y Holanda esperando su momento. Oteando por dónde podía arreciar más el temporal para capearlo mejor. Sergio Ramos tuvo un primer remate de cabeza a los cuatro minutos. Después una internada por la derecha que acabó en un centro chut con mucho peligro para la portería neerlandesa. Y, para culminar un inicio casi arrollador, Villa busco la espalda de la defensa para empalar con la izquierda un centro al segundo palo de Xabi Alonso que se estrelló contra el lateral de la red. España se parecía a España y, de momento, la Oranje no había aparecido en el partido.

En ese instante, Holanda puso en marcha el plan B. Van Persie fue quien abrió las hostilidades con una entrada muy fuerte, abajo, con los dos pies por delante y sin posibilidad de llegar al balón que controlaba Capdevila. Fue la primera tarjeta amarilla de la final y casi un punto de inflexión. Un toque de corneta para los tulipanes que se afanaron en acudir a la llamada con esmero. Especialmente Van Bommel, el amigo de Iniesta.

De hecho, el manchego se disponía a controlar un balón en el centro del campo cuando apareció un tren de mercancías resbalando por el césped del Soccer City para levantar a Andrés un metro y medio del suelo. ¿La pelota? Por ahí andaba. El tobillo de Iniesta quedó adornado con la marca de los tacos de un excompañero que se llevó la tarjeta amarilla, mientras los jugadores españoles protestaban enérgicamente al árbitro pidiendo algo más. La final se estaba equilibrando a base de patadas.

Y quedó definitivamente claro con el patadón de De Jong a Xabi Alonso en el minuto 27 de partido. La pelota caía botando en el centro del campo y Alonso se disponía a tocarla de cabeza cuando sintió un golpe tremendo en el pecho. Eran los tacos de la bota de De Jong clavados en su caja torácica. La patada, más propia de un karateka que de un futbolista, con salto incluido, se resolvió con una tarjeta amarilla para el neerlandés. Aunque, por suerte, Alonso pudo seguir jugando. Porque lo cierto es que De Jong podía haberlo mandado directamente al Hospital en los morros de un colegiado que, incomprensiblemente, no lo mandó a los vestuarios.

En medio de la refriega, Holanda sacó provecho y Robben dispuso de la mejor ocasión hasta el momento con un disparo raso y cruzado desde el vértice del área que repelió Casillas con apuros. El viento había cambiado de bando. Las patadas, no.

En el segundo tiempo, España trató de olvidarse del juego brusco e imponer su toque y su calidad en el centro del campo. Pero, curiosamente, la mejor ocasión llegó a balón parado. Como en la semifinal, Xavi puso un centro al corazón del área y por ahí apareció Puyol para buscar el remate con todo. Esta vez le salió muy desviado, pero a punto estuvo Capdevila de meter la pierna para adelantar a España en la final.

Así que, visto lo visto, los neerlandeses volvieron a sacar su dureza a pasear. Sneider, Van Bommel y De Jong encimaban a los centrocampistas españoles y cortaban con faltas cada circulación de pelota de los españoles, que empezaron a impacientarse. Los de Van Marwijk, en cambio, estaban como pez en el agua y cada vez que robaban una pelota se la lanzaban a Robben en velocidad para que hiciera estragos en la defensa ibérica.

En una de esas, Robben cogió la espalda a la defensa española y se plantó solo ante Casillas en la oportunidad más clara de la final. El guardameta aguantó todo los que pudo hasta que se venció a su izquierda, Robben golpeó raso a la derecha, pero Casillas sacó un pie milagroso para manar la pelota a córner. En las botas de Robben estuvo la Copa del Mundo. O en las de Casillas. Tanto da. El caso es que al final resolvieron las de Iniesta. Aunque estuvo a punto, a punto de perderse el tramo final del encuentro.

Y es que en el minuto 77 de partido, después de que Villa no acertara con la portería neerlandesa en la ocasión más clara de España en todo el encuentro, Iniesta volvió a recibir una caricia de su amigo Van Bommel. El neerlandés lo pisó con toda la intención ante la pasividad del colegiado. Y el manchego no se pudo contener. Se levantó del suelo como un resorte y le metió la pierna abajo a su amigo al tiempo que le empujaba. Van Bommel, por si colaba, dio un par de volteretas por el suelo. 

Iniesta protege el balón ante Van Bommel.

El árbitro, que estaba muy cerca, llegó a parar el juego y se dirigió a Iniesta, quien vio sobrevolar la expulsión sobre su cabeza. Como la mayoría de aficionados españoles, que no se lo podían creer. Después de ser masacrado a patadas había caído en la trampa y podía abandonar la final antes de tiempo. Pero Howard Webb le echó un rapapolvo con numerosos y aparatosos aspavientos y ya está. Ni amarilla siquiera. E Iniesta respiró profundamente. Y, por lo que vendría después, fue una suerte que lo hiciera.

La final se fue a la prórroga. Y se encaminaba a la lotería de los penaltis casi sin remisión. Pese a que los de Vicente del Bosque habían tenido un par de buenas ocasiones en las botas de Cesc Fábregas y Jesús Navas. Pero Heitinga, que ya tenía una cartulina amarilla, tentó demasiado a la suerte. Se echó encima de Iniesta cuando el de Fuentealbilla intentaba hacerse un hueco en la frontal del área y Webbs pitó la falta y le mostró al neerlandés la segunda cartulina. Con un futbolista más, España intentó evitar los penaltis. Y lo consiguió cuando casi nadie lo esperaba. Aunque tan sólo quedaban seis minutos. Pero a España le sobraron dos.

Todo pasó en el minuto 116. Un minuto que pasaría a la historia del fútbol español.

Puyol recuperó una pelota en defensa y saliendo jugando por la banda derecha de Jesús Navas. El sevillano intentó hacer la guerra por su cuenta y atravesó la línea del centro del campo perseguido por cuatro defensas neerlandeses que, al final, le rebañan la pelota. Pero el cuero cae a los pies de Iniesta, que le da velocidad a la jugada tocando de tacón para que Xavi mueva al primer toque hacia Cesc y éste hacia Torres, ya en la parte izquierda del ataque español. El madrileño se desespera e intenta colgar un balón al interior del área tulipán. Y entonces pasan muchas cosas…

Primero que Van de Vaart, que nadie sabe por qué estaba en posición de defensa central, despeja mal, flojo y sin contundencia ni precisión un centro bastante suave. El balón le queda botando a Cesc Fábregas en la frontal, que la controla con la derecha, ve la llegada de Iniesta totalmente solo y se la pone dentro del área.

Entonces, para el mago de Fuentealbilla se hace el silencio. No queda nadie más que él y la pelota. La amortigua, porque le ha llegado muy fuerte y muy rápida, y remata con un derechazo inapelable que Stekelenburg no puede blocar ni Van der Vaart, que ha intentado como un desesperado corregir su error, impedir.

Pero aún queda un detalle más que engrandece definitivamente a Andrés Iniesta. Nada más marcar el gol decisivo en la final de una Copa del Mundo, sale como un poseso levantando los brazos, se quita la camiseta y luce orgulloso un mensaje dedicado a su amigo trágicamente fallecido. “Dani Jarque, siempre con nosotros” es el lema que lleva escrito en su camiseta Andrés Iniesta. 

Andrés Iniesta le dedica el gol de su vida a au amigo Dani Jarque.

Una dedicatoria muy especial en uno de los momentos más especiales de la historia del fútbol español. Una dedicatoria tan importante o más que el gol mismo. Una dedicatoria que honra a Iniesta como futbolista y como persona. Y que dice mucho de la forma que tiene el manchego de entender el fútbol… y la vida.

Casillas levanta al cielo de Johannesburgo la primera Copa del Mundo para España.

***

A la vuelta del Mundial de Sudáfrica, aún le quedaría a Iniesta el privilegio de ganar una Eurocopa más para formar parte de la mejor generación de futbolistas de la historia de España que, además de cambiar el estilo y el sino de una selección acostumbrada a convivir con el fracaso, ganó dos Eurocopas y Mundial de manera consecutiva para guardar en un cajón con llave el mito de la Furia.

Una Eurocopa, la disputada en Polonia y Ucrania en 2012, en la que el manchego recibiría también el premio al mejor jugador del torneo para redondear una actuación increíble desde el punto de vista individual y colectivo y poner un broche de oro a una trayectoria espectacular.

Su amigo Van Bommel cayó con Países Bajos en la primera fase, tras perder los tres encuentros ante Dinamarca (1-0), Alemania (2-1) y Portugal (2-1). Y Mark cogió tal rebote que anunció que renunciaba a defender los colores de la Oranje para siempre a partir de ese instante.

Iniesta aún disputaría el Mundial de Brasil en 2014, donde los neerlandeses, ya sin Mark Van Bommel en sus filas (ni su suegro en el banquillo), se vengarían de la derrota en la final del Mundial con un humillante 5 a 1 en el partido que abría el torneo y que, a la postre, dejaría a la vigente campeona fuera de la Copa del Mundo a las primeras de cambio. Pero Van Bommel no pudo disfrutarlo en directo. Hasta ahí llegó su gafe…

Pese al borrón en el expediente que supuso el fracaso en Brasil, la aportación de Iniesta (junto a la mayoría de la generación dorada y sus técnicos Aragonés y Del Bosque) al cambio de idiosincrasia del fútbol español a nivel de selecciones es incalculable.

Como muestra, un botón. El triunfo de España en la Eurocopa de Alemania en 2024, cuando los herederos de aquel estilo dinámico, técnico y plástico volvieron a levantar la Copa de Europa, la cuarta de su historia, dejando por el camino a Croacia, Italia, Alemania, Francia e Inglaterra. 

España levanta la cuarta Eurocopa de su historia en 2024. 

Edificando su triunfo sobre los rescoldos de ese fútbol con el que Andrés Iniesta y compañía enamoraron y maravillaron al mundo y del que aún quedaba un representante en el equipo: Jesús Navas. Otro de los callados. Otro de los que tuvieron que lidiar con problemas terrenales antes, durante y después de llegar a la elite. Otro crack silencioso.

Sin la aparición estelar y la aportación de futbolistas como Andrés Iniesta este último triunfo de la selección española no hubiera sido posible jamás.

Un Andrés Iniesta, por cierto, que se marchó del club de su vida, el FC Barcelona, a la conclusión de la temporada 2017-18. Había firmado un contrato vitalicio apenas una temporada antes, pero no dudó a la hora de decidir marcharse cuando creyó que ya no podía aportar más al club que se lo había dado todo.

Salió por la puerta grande. Ganando la Copa del Rey ante el Sevilla (5-0) con gol suyo incluido y un recital futbolístico. Ganando también la liga esa temporada. Y acumulando nada más y nada menos que 4 Ligas de Campeones, 3 Supercopas de Europa y 3 Campeonatos del Mundo de Clubes a los que hay que sumar 9 Ligas, 6 Copas del Rey y 7 Supercopas de España. A todos esos trofeos con el FC Barcelona hay que sumarle dos Eurocopas y un Mundial, aunque Iniesta siempre será recordado, más que por sus títulos por su manera de entender y de jugar al fútbol.

Por esa pausa, esa magia, esa capacidad para salir siempre de cualquier embrollo y dar siempre el pase oportuno.

Por ser un futbolista soberbio y un ejemplo dentro y fuera de los terrenos de juego.

No parece poca cosa, ¿verdad?

Si además ha tenido la fortuna de marcar dos goles que pasarán a la historia de su equipo y de su selección, esa cosa se convierte directamente en irrepetible.

Andrés Iniesta le da a España la primera Copa del Mundo de su historia (3). Un pozo oscuro y profundo

En la parte final de ese verano de 2009, tras una temporada perfecta en la que Andrés Iniesta conquista Europa y España con el FC Barcelona, cuando el futbolista aún se recuperaba de la lesión que casi le impide participar en la final de Champions y que empezaba a tenerlo muy preocupado, se produjo una fatídica tragedia.

Dani Jarque, capitán del Espanyol y amigo íntimo de Andrés desde que coincidieran en las categorías inferiores de la selección española, moría por un repentino ataque al corazón en la habitación de un hotel de Florencia donde el equipo catalán se alojaba para disputar un encuentro de pretemporada ante el Bologna.

Cuando Andrés supo de la noticia, no se lo podía creer.
Y se desmoronó totalmente…
Aunque hizo todo lo posible porque sus compañeros ni lo supieran ni lo sospecharan.

Porque tras la muerte de Dani Jarque, Iniesta sufrió una terrible depresión de la que sólo fueron totalmente conscientes sus más allegados. Su pareja, sus padres y algún amigo íntimo. Muy pocas personas más. Ni siquiera sus compañeros de equipo. Ni su entrenador, que sólo se enteró de la magnitud de la enfermedad por una llamada José Antonio, el padre de Andrés, al hermano de Pep Guardiola en los momentos más críticos para su hijo, cuando parecía que el chico no encontraba el camino de salida de ese oscuro túnel en el que andaba metido.

Pep Guardiola en noviembre de 2009. 

Cuando ni siquiera sabía qué le pasaba. Cuando bajó una noche a la habitación de sus padres y le pidió a María, su madre, si podía dormir allí con ellos. A ambos se les cayó el mundo encima al constatar que su hijo no estaba bien. “¿Qué pasa?”, le dijo su padre. “No lo sé, papá. No me siento bien”. Y sus padres pensaron que si había llegado el momento de dejar de jugar a fútbol, que lo hiciera, porque lo más importante era el chaval y su salud. Y fue entonces cuando dieron la voz de alarma.

El propio Andrés Iniesta lo explicó a la perfección años más tarde en los medios de comunicación, con la intención de visibilizar socialmente las enfermedades mentales. 

“Quería jugar la final de la Champions y tenía que ser titular. Me dejé la vida para jugarla, la jugué lesionado y el peaje que pagué fue muy duro. Se juntó que yo no salía con la muerte de Dani Jarque. Fue un cúmulo de cosas que me hizo entrar en un pozo sin salida. Me sentía vacío por dentro. Sé que es difícil de entender cuando lo tienes todo (casi todo material), pero me sentí muy mal. Fue un periodo muy difícil, pero gracias a los especialistas pude salir adelante”.

Más claro, agua. 
Pero, por si acaso, vamos a intentar relatarlo paso a paso.

***

La temporada empezó con Iniesta aún entre algodones, sin haber hecho la pretemporada porque arrastraba la maldita lesión con la que se había empeñado en disputar la final de la Champions ante el Manchester United. Así que Andrés no participó de los dos primeros títulos blaugrana que les encaminaban al cacareado Sextete: la Supercopa de España ante el Athletic Club (2-1) y la Supercopa de Europa ante el Shakhtar Donestk (1-0).

De hecho, a Andrés le costó un mundo entrar en el equipo titular a causa de lesiones frecuentes que no acababan de sanar del todo. Aunque, en realidad, los problemas físicos se superponían (o los provocaban, nunca se sabe) los problemas mentales que el futbolista trataba de mantener en secreto.

El mismo Iniesta comentaría años más tarde cómo se sentía en aquellos días. “No tenía esa alegría o energía que tiene que ser la vida. Te empiezas a encontrar mal, te hacen pruebas y estás bien, pero tú dices que algo no funciona. Te vas metiendo en tu cuerpo y en tu mente y todo lo ves negro, Yo sólo deseaba que llegase la noche para tomarme mi pastilla y descansar. Ése era el momento de más placer”.

Y mientras Andrés capeaba el temporal como podía, el Barcelona se jugaba el título de Liga jornada a jornada con el Real Madrid de Pellegrini, reforzado tras la vuelta a la presidencia de Florentino Pérez con los fichajes galácticos de Cristiano Ronaldo, Kaká, un joven Karin Benzemá y Xabi Alonso. Pero a Iniesta le pesaba más su estado físico y mental.

Volvió a lesionarse en plena semifinal del Mundial de Clubes, que se celebró en diciembre de 2009 y que supuso el sexto título del FC Barcelona en un año natural al imponerse en la prórroga al Estudiantes de la Plata de Sabella (2-1). Iniesta no participó en esa conquista.

Se recuperó físicamente de cara al nuevo año, pero mentalmente todavía no. Guardiola, que entonces ya tenía más información específica de su depresión, le propuso que se marcharse de los entrenamientos en el momento en el que no se sintiera cómodo y los compañeros veían sorprendidos cómo Andrés se marchaba de las prácticas a los veinte minutos. Para él, hasta el fútbol, o sobre todo el fútbol, había dejado de tener sentido.

Aún así, entró en la dinámica del equipo, pero en casi la totalidad de la veintena de partidos que disputó durante la temporada partió desde el banquillo, sumando bastantes menos minutos que la campaña anterior.

Se puso Iniesta en manos de Inma Puig, la reputada psicóloga del club, y de los psiquiatras Navarro y Bruguera, quienes empezaron a trabajar con él para poder ayudarle a superar una depresión que quizá su entorno no acababa de entender, pero que ellos tenían claramente identificada, tipificada y estudiada.

Y es que es difícil pensar que un futbolista joven, famoso y con la vida resuelta pueda pasar por un calvario así cuando está en su mejor momento y con apenas 25 años tiene todos los ingredientes necesarios en la vida para ser feliz: hace lo que le apasiona, lo hace realmente muy bien y, además, la gente lo valora y disfruta y comparte sus éxitos. Pero la mente humana es extremadamente compleja. Y, a veces, le resulta más difícil gestionar el éxito que los fracasos.

Y mientras Andrés se ponía en manos de los profesionales para salir del pozo, la vida continuaba. Y el fútbol, también…

***

El Barça seguía por delante del Madrid en la Liga, aunque los blancos acechaban a los culés. En la Copa del Rey, los de Guardiola cayeron en enero, en octavos de final, en una ajustada eliminatoria ante un gran Sevilla que, al final, levantaría el título. Iniesta jugó entero el partido de ida, que el Barcelona perdió en su campo por 1 gol a 2, y también el de vuelta, que ganaron los culés con un tanto de Xavi que fue insuficiente para darle la vuelta a la eliminatoria.

En ese mes de enero parecía que el regreso definitivo del mejor Andrés Iniesta estaba casi consumado, pero no. El mago de Fuentealbilla volvió a lesionarse. Fue a principios de marzo. Le diagnosticaron una pequeña rotura en el bíceps femoral de la pierna derecha. No parecía grave. Descansó diez días, pero al volver a los entrenamientos, se rompió del todo ese maldito bíceps femoral. Andrés salió del entrenamiento llorando desconsolado.

Y es que estábamos ya a mediados de abril de 2010 y Andrés estaría 33 días en el dique seco. Sin correr ni tocar el balón. Sin ejercitarse. Se perdería, segurísimo, la parte más importante de la temporada con el FC Barcelona, con las semifinales de la Liga de Campeones contra el Inter de Milán de Mourinho en el horizonte. Y, sobre todo, peligraba el Mundial de Sudáfrica, al que podría llegar, aunque sin ritmo y con la posibilidad de no estar recuperado del todo y caer definitivamente.

Los medios de comunicación ya hablaban de un “nuevo hombre de cristal” y lo comparaban con futbolistas como Robert Prosinecky o Arjen Robben. Un genio de cristal, decían. Obviando la parte más importante de su calvario. Esa que no conocían y que ni siquiera intuían. Su enfermedad mental. Su lucha diaria contra la depresión.

Pero Vicente Del Bosque, el seleccionador español, se puso en contacto con él y le aseguró que tenía un sitio reservado en la lista. Que lo esperaba como agua de mayo. Y Andrés fue poco a poco recuperándose. Trabajando la parte física y también la mental. Intentando salir de un túnel oscuro que parecía no tener fin.

El FC Barcelona celebra el título de liga sin Andrés Iniesta. 

El FC Barcelona, sin Andrés Iniesta, aguantó la presión del Real Madrid en la liga y consiguió levantar el título a final de temporada, pero cayó en las semifinales de la Champions ante el Inter. En el Giuseppe Meazza cayeron los blaugrana por 3 a 1 en un mal partido y la vuelta en el Camp Nou se le puso muy cuesta arriba a los pupilos de Pep. Con Eto’o de lateral izquierdo, el Inter de Mou aguantó el acoso culé y se clasificó para la final del Santiago Bernabéu tras caer por un gol a cero en Barcelona. 

Después, la ganaría…

***

Andrés entró finalmente en la lista de convocados de Vicente Del Bosque para el Mundial de Sudáfrica, tras los 33 días que estuvo en el dique seco. 

Se incorporó a los entrenamientos de la selección española y partió a Innsbruck (Austria) con el grupo para disputar dos amistosos de preparación. Allí se reencontró con su físico y con su confianza y disputó 60 minutos en la victoria de España ante Arabia Saudí (3-2) y otros sesenta ante Corea del Sur (1-0).

Vicente del Bosque esperó a Iniesta hasta el final.

Parecía que la recuperación total del centrocampista era un hecho, pero cuando España se enfrentó a Polonia en Sevilla en el último encuentro de preparación antes de partir hacia Sudáfrica, todas las alarmas volvieron a encenderse. Iniesta jugó de titular nuevamente, pero, a los cuarenta minutos, se dirigió al banquillo español pidiendo el cambio. 

A la conclusión del choque, el parte médico decía: “Iniesta sufre un edema en el músculo semimembranoso del muslo derecho. Es una lesión leve en la que no se aprecia rotura. El tiempo de recuperación es indeterminado y, por tanto, el jugador no queda descartado para participar en el primer partido del Campeonato del Mundo en Sudáfrica”.

Era 8 de junio. Sólo faltaban 8 días para el debut de España en el Mundial. Y todos los fantasmas regresaban a la cabeza de Andrés Iniesta. Pero el mago manchego se subió al avión y formó parte de la expedición rumbo a Potchefstroom, al norte de Sudáfrica, el lugar de concentración escogido por la Federación Española de Fútbol.

Ahora sólo faltaba cruzar los dedos y esperar que esa maldita lesión que le había roto toda la temporada no le echara por tierra también el Mundial.

Andrés Iniesta le da a España la primera Copa del Mundo de su historia (2). Aquellos maravillosos años

A su regreso de la Copa del Mundo de Alemania 2006, y tras la marcha de Van Bommel del FC Barcelona, Andrés Iniesta se hizo definitivamente con un puesto en el once del Barça de Rijkaard, aunque el equipo se fue desinflando poco a poco tras su éxito en la Liga y en la Copa de Europa.

Los estómagos llenos de futbolistas emblema como Ronaldinho dejaron paso a una relajación y un descuido físico y mental que aprovechó el Real Madrid de Fabio Capello para llevarse sobre la bocina una Liga 2006-07 que había estado teñida de azulgrana durante prácticamente toda la temporada. La liga del “Clavo Ardiendo” le llamaron a ese torneo los periodistas madrileños, ávidos por apuntarse un triunfo en el que no se creía nadie apenas unos meses antes.

Andrés Iniesta en la temporada 2007-08.

El Barça de Iniesta, que defendía título en la Liga de Campeones, había caído también en octavos de final ante el Liverpool, y en las semifinales de Copa del Rey ante un sorprendente Getafe. En esa eliminatoria, Messi calcó el gol de Maradona ante Inglaterra en México 86 para cerrar una victoria por 5 a 2 en el Camp Nou que parecía más que suficiente, pero los azulones noquearon al equipo de Rijkaard con un sonrojante 4 a 0 que eliminaba a los culés. Temporada a la basura y a preparar la siguiente…

Que también fue decepcionante…

Lío tras lío por la baja forma de Ronaldinho y su desconexión total del equipo, el Barcelona, que había fichado a Tierry Henry, a Eric Abidal y a Yaya Touré, perdió muy pronto comba en la Liga y fue todo el año a rebufo del Real Madrid de Bernd Schuster. Incluso acabó perdiendo el segundo puesto a manos del Villarreal y empató a puntos con el cuarto clasificado, el Atlético de Madrid, en un final de temporada agónico que marcó el final de Ronaldinho en el Barça y también el de Rijkaard.

Para Iniesta, en cambio, aún quedaba una bala: la Eurocopa de Austria y Suiza. El manchego formó parte de un equipo de ensueño que, dirigido por Luis Aragonés contra viento y marea (tenía el Sabio de Hortaleza a todos los medios de comunicación en contra por haber “jubilado” a Raúl de la selección), rompió el maleficio de los cuartos de final y levantó su segunda Eurocopa con un fútbol de toque, velocidad, precisión y magia que enamoró a todos.

Ahí Iniesta ya era una pieza clave. Y junto a Puyol, Xavi, Silva y los goles de Villa y Torres fueron los artífices de un título histórico para España que, además, y aunque aún no lo sabía nadie, era sólo el inicio de un ciclo glorioso que se iba a prolongar durante unos cuantos años más.

***

Pero para llegar al momento culminante en el que el mago manchego congela el tiempo por un instante para darle a España su primera Copa del Mundo, lo pasó realmente mal. Muy mal. Y no sólo por las patadas y provocaciones de Van Bommel, que también, sino porque llegó a la Copa del Mundo entre algodones. Cogido con alfileres. Agotado. Física y mentalmente.

Todo parecía ir sobre ruedas tras la gran victoria en la Eurocopa de 2008 con la selección española, a la que se unió la marcha de Rijkaard y la llegada de Pep Guardiola al banquillo culé. De hecho, esa temporada de 2008-2009 fue la confirmación de Andrés Iniesta como uno de los futbolistas más importantes del FC Barcelona y, por supuesto, de todo el fútbol español. 

Guardiola se sacó de la chistera a Sergio Busquets para cerrar el centro del campo e ir alternando partidos con Touré Yaya y puso en sus costados a Xavi Hernández y a Andrés Iniesta para conformar un equipo imparable con Henry y Eto’o arriba y Messi como verso suelto. A su rollo. Indetectable. Libre como el viento para hacer magia por todo el frente del ataque.

Y ese joven FC Barcelona, que se había desprendido de Ronaldinho, Deco, Edmilson, Thuram, y Zambrotta a principio de temporada, llegó al mes de mayo con la posibilidad de levantar todos los títulos en juego. Casi nada…

En las semifinales de la Copa de Europa se habían medido al Chelsea en el Camp Nou, en un partido duro, trabado y rocoso que había acabado sin goles. Era el 28 de abril y tan sólo cuatro días más tarde visitaban el Santiago Bernabéu, el estadio del eterno rival, para dar un golpe definitivo a la Liga o, por el contrario, meter al Real Madrid de lleno en la pelea, ya que los blancos estaban a cuatro puntos de los azulgranas. Pero los de Guardiola no se amilanaron y pasaron por encima del Real Madrid como una auténtica apisonadora.

Con un Messi indetectable en la media punta, con total libertad para moverse por todo el frente de ataque y juntándose continuamente con Iniesta y Xavi en el centro del campo para dejar que Henry y Etoo’o atacaran los espacios, el Barça realizó una exhibición portentosa y le endosó al Real Madrid un 2 a 6 que dejaba la liga totalmente vista para sentencia.

El FC Barcelona derrota al Real Madrid por 2 a 6 en el Bernabéu para certificar el título de Liga.

Pero no había tiempo para celebrarlo, porque cuatro días después, el 6 de mayo, se jugaban la clasificación para la final de la Champions en Stamford Bridge. Ante el Chelsea de Guus Hiddink, que había preparado el partido a conciencia.

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En The Brigde, casi 38.000 espectadores se dan cita para empujar al Chelsea hacia su primera final de la Liga de Campeones. Los de Hiddink traen un empate sin goles del Camp Nou, así que necesitan vencer al Barça para medirse a sus enemigos íntimos del Manchester United en el Olímpico de Roma.

Hiddink ha trazado un plan. Presión alta, pulsaciones a cien, contagio del calor del público, a acabar siempre todas las jugadas con disparo y a asfixiar la salida de balón de los artistas del Barça. Y el plan, de primeras, le sale.

Porque el Chelsea se adelanta a los nueve minutos con un golazo de Essien. El centrocampista engancha en la frontal del área un balón llovido que venía de un rechace y lo golpea violentamente con la izquierda para incrustarlo casi en la escuadra de la meta defendida por Víctor Valdés. La pelota toca antes en el larguero para darle más enjundia al trallazo. Un golazo salvaje que ponía muy cuesta arriba el partido, y la eliminatoria, para un Barça incómodo y dominado por el Chelsea y por la situación.

De hecho, pasaban los minutos y la cosa pintaba cada vez más fea para el FC Barcelona. Porque Los Blues maniataban a los culés y salían en estampida hacia la portería de Valdés cada vez que tenían ocasión. Y remataban. Lo intentó Lampard de lejos. Lo intentó Drogba sorprendiendo con una falta escorada que sacó Valdés. Lo intentó John Terry de cabeza a la salida de un córner. Sólo Messi inquietaba un poco con sus cabalgadas, pero el resto del equipo estaba bien sujeto y el astro argentino no veía por dónde hincar el diente a los ingleses.

Y llegó el descanso. Para calmar los ánimos. Que el Barça venía de hacerle seis goles al Madrid, tres al Villarreal y cuatro al Athletic Club en la final de Copa. Con uno, en principio, les bastaba. Así que, calma…

Pero la calma no llegó. Y Drogba tuvo dos ocasiones clarísimas para sentenciar la eliminatoria solo ante Valdés. Pero el meta catalán estaba inspirado y mantuvo las tenues esperanzas de su equipo de llegar a Roma.

Pero el Barça no encontraba espacio para sus triangulaciones. Y, en cambio, se encontraba con contras letales protagonizadas por un Drogba que las peleaba todas y que, en cuanto podía, llevaba al límite a los defensores blaugranas. Buscó el penalti ante Yaya Touré, que jugó de central, pero no lo encontró. Lo volvió a porfiar ante Abidal, pero tampoco. Ninguno de los dos lo eran, le pese a quien le pese.

Pero tanto va el cántaro a la fuente que, en otra contra, Anelka midió la velocidad de Abidal. Le ganó la partida y en cuanto notó muy cercana la presencia del lateral se fue al suelo. Encaraba a Valdés y no había nadie más, así que Ovrebo, el colegiado de la contienda, señaló la falta y mandó a Abidal a los vestuarios con una roja directa.

Quedaban veinticinco minutos de partido y la final se veía muy lejos. Lejísimos.

Porque el martirio del Barça continuaba. Anelka intentó sacar petróleo de nuevo en una internada en el área con Yaya Touré, pero el árbitro no picó. Y poco más tarde, fue de nuevo Anelka quien sembró el pánico en los aficionados culés. Recogió el francés un balón dentro del área e intentó un autopase sobre Piqué. El balón golpeó claramente en la mano del defensor catalán, incluso cambió la trayectoria de la pelota, pero ni Ovrebo ni su juez de línea lo vieron con claridad. Se acababan de comer un penalti clarísimo que hacía resoplar a los barcelonistas y exaltarse a los aficionados londinenses.

Quedaban menos de diez minutos. Pero mientras hay vida, hay esperanza, debían pensar los culés. Aunque ya no quedaba nada. Y el Barça había merecido poco, la verdad.

Entonces, en el minuto 93, apareció el mago de Fuentealbilla. El héroe inesperado. Messi cogió un balón en la parte izquierda del ataque azulgrana y levantó la cabeza. Dudaba si quedársela o no, cuando vio a Iniesta en la frontal. El argentino la dejó atrás, rasa, para que Andrés hiciera lo que quisiera o lo que pudiera con esa pelota. 

Y Andrés no se lo pensó. Cargó su pierna derecha y golpeó la pelota con toda su alma. Y con toda su clase. Porque la cogió levemente con el exterior, le imprimió el efecto preciso y el esférico se clavó en la escuadra de la portería de Petr Cech, alejándose de sus largas manos poco a poco. El meta checo no se lo podía creer. Había estado a 18 milímetros de tocarla. Pero no pudo hacerlo.

Iniesta celebra el golazo que le dio al FC Barcelona el pase a la final de la Champions 2009.

Y el Iniestazo clasificó al mejor Barcelona de la historia para la final de Roma, seguramente, en el partido que menos lo mereció. Pero para eso están los cracs. Para cambiar las cosas. Y Andrés lo es, aunque hubiera quien no lo supiera todavía.

Lo que ese gol supuso para la historia del FC Barcelona es difícilmente explicable. Pero baste un dato colateral: un estudio realizado en Inglaterra desveló que la natalidad en Catalunya aumentó un 16% a raíz del gol de Iniesta en Starmford Brigde. Así que los dieciocho milímetros que le faltaron a Petr Cech para detener el disparo de Andrés no sólo supusieron la clasificación del FC Barcelona para una nueva final de la Liga de Campeones, sino una nueva nutrida generación de catalanes, presumiblemente, culés.

Goles son amores, que diría Manolo Escobar.
O el fútbol ama al fútbol, que diría Joan Laporta.

***

La culminación de una temporada histórica se produjo definitivamente en pleno mes de mayo. Y también fue entonces cuando la suerte empezó a darle la espalda a Andrés Iniesta.

El 10 de mayo el FC Barcelona recibía al Villarreal en el Camp Nou con la intención de conquistar matemáticamente la Liga. El Madrid había perdido con claridad en Mestalla (3-0) y el título estaba prácticamente en las vitrinas del Barça. El partido fue impresionante y acabó con un 3 a 3 espectacular tras el gol en el último suspiro del visitante Llorente.

Pero con el gol del empate llegó una noticia mucho peor: Iniesta abandonaba el terreno de juego renqueante y con cara de mucha preocupación. No era para menos. Porque el primer diagnóstico fue una rotura del recto anterior del muslo derecho.

Peligraba la final de Champions para el héroe de Starmford Bridge.

Tres días más tarde, los blaugrana derrotaron holgadamente al Athletic Club en la final de la Copa del Rey sin la participación de Andrés Iniesta. La superioridad culé fue abrumadora y los de Guardiola levantaron el primer título de la temporada remontando casi sin despeinarse el tanto tempranero de Toquero con los goles de Yaya Touré, Bojan, Messi y Xavi (4-1).

La final de Copa se convirtió en una especie de piedra de toque para la que estaba por venir. La que daría sentido al golazo de Iniesta en Starmford Bridge. La final de la Liga de Campeones en ante un Manchester United que no sólo contaba en sus filas con Cristiano Ronaldo y Wayne Rooney, sino que presumía de haber ganado las tres finales de Copa de Europa que había disputado hasta ese instante.

El 27 de mayo de 2009, el FC Barcelona de Guardiola se plantó en el Olímpico de Roma con su equipo de gala. Con Iniesta en el once. El manchego había forzado a tope para no perderse esa final. De hecho, la jugó con molestias. Y con la recomendación expresa de los médicos de no tirar a portería. Pero la jugó. Porque aún tenía clavada en el corazón la espinita de la suplencia en la final de París y no quería repetir la experiencia. 

Por eso forzó. 
Quizá demasiado.

Iniesta recibe una tarascada en la frontal del área en la final de Roma 2009.

El caso es que el Barça empezó mal, agobiado por el momento, y el Manchester aprovechó para darle el balón a Cristiano y que lanzara a puerta casi desde cualquier parte del campo. Pero la escaramuza duró apenas nueve minutos. Justo los que tardó Iniesta en conducir la pelota con velocidad hasta la frontal del área y darle el balón a Eto’o, quien sentó a Vidic y remató fuerte y cruzado para hacer el primer gol del partido.

Samuel Eto’o, al que Guardiola no quería en el equipo a principio de temporada y que acabó marchándose al Inter de Milán tras esta campaña, encarriló la final y sosegó al Barça, que empezó a bordar el fútbol una vez más para conquistar la tercera Copa de Europa de su historia y, además, hacer parecer pequeño a todo un Manchester United, que nunca supo cómo frenar a los blaugrana y mucho menos hacerles daño.

Ya en la segunda parte, Messi, con un sorprendente y precioso cabezazo, alejó los fantasmas de una hipotética remontada de los Diablos Rojos y confirmó el título para un Barcelona que había sido muy superior.

Europa entera se había rendido a los pies de un equipo que practicaba un fútbol de antología basado en el toque, la precisión, el talento y la magia de sus bajitos, pero enormes, futbolistas: Messi, Xavi y Andrés Iniesta. De hecho, el público votó a Messi como el mejor jugador de la final. Los técnicos de la UEFA, en cambio, le otorgaron ese título a Xavi Hernández. Y Wayne Rooney, el delantero del United, cerró el círculo nada más concluir la final: “Son un gran equipo y creo que Andrés Iniesta es el mejor del mundo en este momento”. 

Palabras mayores. 
De futbolista a futbolista.

***

Pero, aunque Iniesta aún no lo sabía, ese triplete antológico propiciado por un gol suyo que pasaría a la historia del FC Barcelona y que quedaría para siempre en el recuerdo de todos sus aficionados, le dejaría totalmente vacío física y mentalmente.

Y esa final en concreto, que Andrés quiso jugar a toda costa después de no haber sido titular en la de París en 2006, le pasó factura.

Eso y algunas desgracias más que se unieron para conformar un cóctel peligrosísimo que dejó al joven Andrés Iniesta al borde del precipicio cuando menos lo esperaba.

Andrés Iniesta le da a España la primera Copa del Mundo de su historia (1). Durmiendo con su enemigo

Andrés Iniesta es un tipo curioso. Una persona tímida. Reservada. Aparentemente normal. Sin ínfulas. Sin aspavientos. Sin grandes gestos de cara a la galería. Sin creerse un Dios por saber jugar a la pelota como los ángeles. Una rara avis en el mundo del fútbol. Un futbolista sin pinta de futbolista que se transformaba en un mago cuando había un balón de por medio. Un futbolista callado que sólo hablaba con regates imposibles, pases sublimes y paredes al primer toque. Un futbolista que puso de acuerdo a todos: nadie le odiaba y todos pensaban que era superlativo con la pelota en los pies. Uno de esos futbolistas que te reconcilia con la vida y con los sueños.

Un futbolista al que la pelota quiso hacerle justicia y convertirlo en héroe, concediéndole pasar a la historia por marcar, al menos, dos de los goles más importantes del club su vida y de su selección. El Iniestazo de Stamford Bridge y el del minuto 116 en el Soccer City de Johannesburgo que le dio a España su primera, y de momento única, Copa del Mundo.

Iniesta remata para darle a España su primera Copa del Mundo.

Un héroe por el que pocos apostaban y que fue capaz de presentarse varias veces en el lugar adecuado y en el instante preciso para demostrar que no hace falta estar a la gresca con todo el mundo, hablar más de la cuenta y poner cara de malote y estreñido para triunfar sobre el césped de un campo de fútbol. Talento, inteligencia, serenidad, pasión, compañerismo, pundonor y capacidad de sacrificio bastan. Aunque sea difícil mezclar tantos ingredientes en la proporción exacta en un solo futbolista para que surja la magia. Tanto, que se ha convertido en un jugador irrepetible. Tanto, que el molde con el que se forjó a Andrés es casi único.

***

El 11 de julio de 2010, en Johannesburgo, Andrés Iniesta afronta el partido más importante de su vida: la final de la Copa del Mundo. Un momento con el que todo futbolista ha soñado despierto desde pequeño. Iniesta, por supuesto, también. Allá en su Fuentealbilla natal, cuando correteaba detrás de una pelota haciendo ya regates imposibles y no dejando, pese a su corta estatura, que nadie le quitara un balón. Allí ya soñaba con salir un día por el túnel de vestuarios y, a lo lejos, al final del pasillo que se abre para saltar al césped, ver la Copa del Mundo que te mira expectante. Y pasar por su lado sin tocarla, esperando emocionado a levantarla cuando el partido se acabe.

La escenografía es perfecta, épica y grandiosa. Todo está preparado para que el balón empiece a rodar para coronar a un nuevo Campeón del Mundo. Neerlandeses y españoles alivian como pueden la tensión del instante. Iniesta también está tenso por el momento que está a punto de vivir. Normal. Lo que no puede ni siquiera imaginar es que le esperan ciento veinte minutos de acoso y derribo, de venganza metódicamente planificada por un excompañero que también lleva mucho tiempo esperando este momento. A Iniesta le espera todo el cariño y el amor que Mark Van Bommel le tenía reservado desde que salió del FC Barcelona, casi por la puerta de atrás, el 27 de agosto de 2006.

Aunque, en realidad, deberíamos retroceder un poquito más en el tiempo. No mucho más. Apenas tres meses más. Justo hasta el 17 de mayo de aquel año 2006, el día que el Barça de Rijkaard ganó la Champions en París con el neerlandés como titular y el manchego en el banquillo, un día que Andrés Iniesta describiría después como uno de los momentos más duros que ha vivido como futbolista.

Y es que el joven de Fuentealbilla había sido crucial para el FC Barcelona en los cuartos de final de la Copa de Europa ante el Benfica y también en las semifinales ante el AC Milan, pero para el partido del siglo, ése que el barcelonismo llevaba esperando desde la derrota en la final de Atenas de 1994, Frank Rijkaard se decantó por la fuerza, el pulmón y el músculo de su compatriota en detrimento del talento del recién aterrizado en el primer equipo. Además, con Xavi Hernández aún recuperándose de una grave lesión, decidió blindar totalmente el centro del campo culé añadiendo también a Deco y a Edmilson.

Pero la energía no fue suficiente y el Barcelona se fue a los vestuarios con un cero a uno en contra, pese a jugar contra diez tras la expulsión del portero Lehmann a los veinte minutos. Tras el descanso, Rijkaard decidió corregirse a sí mismo y hacer saltar a Iniesta al césped de Saint Denis para suplir a Edmilson y, quince minutos después, también a Larsson para relevar a Van Bommel. Ambos le dieron aire al Barcelona, lo convirtieron en un equipo mucho más reconocible y acabaron por ser absolutamente claves en la remontada (2-1) que daba al club catalán la segunda Copa de Europa de su historia 14 años después.

Pues bien, aunque el que estuvo enfadado y dolorido por no ser titular en esa final fue Andrés Iniesta, el damnificado apenas tres meses más tarde fue Mark Van Bommel, que hizo las maletas rumbo a Múnich tras una sola temporada en el club del que estaba enamorado desde pequeño. Desde que pasaba las vacaciones de verano con su familia en Lloret de Mar y Salou, luciendo una camiseta del Barça y totalmente encandilado, por vía paterna, por el Barça de Cruyff.

De su salida no se habló demasiado en los medios de comunicación de Barcelona, pero lo cierto es que Van Bommel se fue escocido. Algo (o alguien) le hizo pensar que Andrés Iniesta iba a estar por delante de él en las alineaciones. De hecho, alguna (o mucha) razón tenía, ya que en los primeros tres partidos oficiales disputados por los blaugrana, el neerlandés no disputó un solo minuto.

Eso sí, hasta ese 27 de agosto de 2006, día en el que se despidió de todos sus compañeros tras el entrenamiento, el ex del PSV Eindhoven cumplió como el que más. De hecho, en ese último entreno con el Barça hizo dos goles en el partidillo y fue a la disputa de todos los balones con la misma contundencia de siempre. Es decir, con toda. Tanto es así, que golpeó al de Fuentealbilla en la tibia, dejándole como regalo de despedida una contusión que, por fortuna, tan sólo le hizo abandonar la sesión antes de tiempo. ¿Casualidad? No sé… Pero si hacemos caso al refranero popular, que suele ser sabio, aplícate aquello de piensa mal y acertarás.

Al día siguiente, Mark Van Bommel abandonó el FC Barcelona para siempre. Había decidido cambiar de aires en busca de un equipo donde se le valorara más y contara con los minutos que ahora Rijkaard le negaba.

Y lo consiguió.

Porque recaló en el Bayern de Múnich a cambio de seis millones de euros para sustituir al gran Michel Ballack y allí se convirtió en un auténtico referente. De hecho, fue el primer jugador extranjero que lució el brazalete de capitán en el club bávaro. Todo un orgullo. Y más para un neerlandés. Que neerlandeses y alemanes nunca se han llevado demasiado bien…

Van Bommel en el Bayern.

El caso es que en todo ese tiempo, casi cuatro largos años, Van Bommel, además de ganar tres Copas de Alemania, dos Bundesligas y disputar una final de Champions, había ido incubando interiormente un odio casi visceral hacia Andrés Iniesta que estalló definitivamente en la final del Mundial de Sudáfrica. Seguramente instigado y avivado tácticamente por su suegro.

Sí, sí, por su suegro.

Porque Bert Van Marwijk, el seleccionador de los Países Bajos en el Mundial de Sudáfrica, era (y es) el suegro de Mark Van Bommel.

Todo quedaba en casa, entonces.

***

Pero antes de la vuelta a Barcelona, y antes, claro, de la marcha de Van Bommel, llegaría la primera participación de Andrés Iniesta en un Copa del Mundo. Aunque, al final, se quedó en una mera anécdota. Y muy descorazonadora, por cierto.

La España de Luis Aragonés se había clasificado con dificultades para el Mundial de Alemania 2006, pero, como siempre, se presentó en tierras germanas con la vitola de estar en el grupo de favoritos a levantar la Copa del Mundo. La eterna aspirante. El eterno canto de sirenas.

Iniesta fue convocado por Aragonés, pero, con 22 años recién cumplidos, aún tenía un papel residual en esa selección. El Sabio de Hortaleza confiaba en Xavi Hernández para llevar la madeja del equipo y solía situar junto a él a un centrocampista un poco más destructor que solía ser Xabi Alonso… o David Albelda… o incluso Marcos Senna. Junto a ellos, Cesc Fábregas. Y si necesitaba velocidad por bandas recurría a José Antonio Reyes o al chisposo Joaquín. Arriba, Raúl junto a David Villa y, en ocasiones, Fernando Torres.

Así que Andrés Iniesta tan sólo disputó el último partido de la fase de grupos ante Arabia Saudí, cuando los ibéricos ya habían solventado con victoria sus dos primeros encuentros (4 a 1 ante Ucrania y 3 a 1 ante Túnez) y eran matemáticamente primeros de grupo. 

España cayó ante Francia (1-3) en octavos de final de Alemania 2006.

No jugó ni un solo minuto en los dos primeros choques ni tampoco ante Francia, en unos octavos de final que supusieron la eliminación de los españoles del torneo (1-3).

Y eso que Iniesta venía de ser campeón de Europa con el FC Barcelona. 

Pero aún era pronto para él…
Su momento llegaría más adelante.
Se estaba cociendo a fuego lento.

lunes, 28 de octubre de 2024

Silvio Piola, el goleador italiano del Mundial de Francia 38

5 de octubre de 1996. Estadio Republicano de Chisinau. Moldavia e Italia se enfrentan en la segunda jornada del grupo 2 de la fase de clasificación europea para el Mundial de Francia 98. Los italianos, entrenados por Arrigo Sacchi y capitaneados por Paolo Maldini, saltan al césped del estadio moldavo con un brazalete negro encintando sus brazos. El día anterior había fallecido en Gattinara (Vercelli), a los 83 años, Silvio Piola, el máximo goleador de la historia de la Serie A, o lo que es lo mismo, probablemente, el mejor goleador italiano de todos los tiempos.

Piola “Piernas largas” fue el ariete de la Italia que defendió con éxito su corona de campeona del mundo en el Mundial de Francia de 1938. El jugador más determinante de una selección rocosa y, a la vez, talentosa, que Vittorio Pozzo convirtió en prácticamente inexpugnable. La Segunda Guerra Mundial acabó con una trayectoria internacional que parecía predestinada a dejar una huella imborrable en la Copa del Mundo, pero no con su carrera como artillero, que se prolongó hasta el final de la temporada 1954, cuando decidió retirarse a los 41 de edad con más de 300 goles en el zurrón.

A su fantástica carrera plagada de goles, sólo le faltó coronarla con un Scudetto.

Pero, a veces, en la vida, no se puede tener todo…

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Silvio Guioacchino Italo Piola nació en el pequeño pueblo de Robbio, en el valle Lomellina, provincia de Pavía, el 29 de septiembre de 1913. Aunque su nacimiento allí fue meramente circunstancial, ya que sus padres eran comerciantes de tela y se habían trasladado a Robbio por motivos laborales. Pero pronto volverían a su auténtico hogar: Vercelli, en el corazón del Piamonte. Cuna de uno de los mejores equipos de fútbol italianos de la época.

Allí, el pequeño Piola empezó a estudiar en la Escuela Elemental Galileo Ferraris. Eso sí, en sus ratos libres sólo tenía una obsesión: lanzarse veloz con una pelota en los pies a regatear cuantos árboles se le pusieran en el camino y chutar con potencia y colocación entre la maleza. Hasta que lo vio don Sassi, el sacerdote del pueblo, director de la Escuela y un auténtico apasionado del fútbol. Más concretamente, del Pro Vercelli, el equipo donde el tío de Silvio Piola, Giuseppe Cavanna, jugaba de portero.

Tampoco era muy rara la pasión del capellán por el Pro Vercelli, porque en aquel momento era uno de los mejores equipos italianos, si no el mejor. La sección de fútbol del Pro Vercelli se fundó en 1903, justo diez años antes de que naciera Silvio. Para cuando el chiquillo vino al mundo, el equipo acababa de levantar su quinto Scudetto. Aún ganaría dos más, los de 1920-21 y 1921-22, aunque serían los últimos, ya que al club piamontés le resultaría imposible competir con los de las grandes ciudades de Milán, Turín y Roma en los inicios del profesionalismo. Pero vamos, que en la década de 1910 y principios del 20, el Pro Vercelli era, sin duda, uno de los rivales a batir en Italia.

El caso es que cuando don Sassi vio al pequeño Silvio regateando entre los árboles, controlando la pelota y rematando de primeras, no tuvo ninguna duda: sabía que estaba ante un fantástico futbolista, aunque sólo tuviera ocho años. Así que, bajo sus auspicios, el chico empezó a jugar a fútbol en el colegio y pronto destacó. Pero donde realmente se hizo un nombre en toda la región fue jugando de centrocampista en el Veloces, un equipo juvenil que había fundado Bernasconi, el propietario de una tienda de artículos deportivos. Ese equipo juvenil maravilló a todo el mundo y estuvo a punto de vencer en el Campeonato de Italia juvenil, donde cayó en la final contra la Roma (1-3).

La alegría del nuevo equipo duraría poco… porque en cuanto los técnicos de la Pro Vercelli vieron jugar a Piola y a sus compañeros Depretini y Pietro Ferraris, se los llevaron. Y los icorporaron directamente a la disciplina del primer equipo, bajo el mando del entrenador húngaro József Nagy, un trotamundos del fútbol que había entrenado a la selección sueca en las Olimpiadas de París en 1924 y se colgó un bronce olímpico. Nagy no se lo pensó demasiado e hizo debutar a Piola en la serie A el 16 de febrero de 1930 en un partido en el estadio del Bologna. El encuentro acabó con empate a dos, aunque el chico, que aún no había cumplido los 17 años, no se estrenó ese día como goleador.

Silvio Piola.

Y es que ya se sabe… a veces, en la vida, no se puede tener todo.

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A Piola, que jugaba de centrocampista en Veloces, lo puso Nagy desde ese primer encuentro con la Pro Vercelli de delantero centro, pese a que había otros técnicos y periodistas que pensaban (y lo escribían y lo decían) que el chico debería seguir jugando en el centro del campo. Consideraban que sus registros anotadores en sus tres primeras temporadas completas con el equipo no eran espectaculares para jugar de delantero centro. Hizo 13 goles en la 1930-31; 12 en la 1931-32 y 11 en la 1932-33.

Y es cierto que Piola podría haber jugado perfectamente de centrocampista porque era un portento físico. Un tipo fuerte, alto, de piernas largas, con la costumbre de jugar de siempre de espaldas para mantenerse siempre en contacto visual y directo con el juego, pero, además, tenía una velocidad endiablada, un gran regate, un tremendo disparo desde la larga distancia y un remate portentoso con cualquier parte del cuerpo. Vamos, que era un rematador nato (e innato también).

Pero, sobre todo, sus entrenadores decían de él que tenía la increíble capacidad de estar siempre en el sitio adecuado y en el momento preciso para hacer el remate definitivo. Aparecía de la nada en el momento sublime para definir como nadie y hacer goles y más goles. Tenía el don de la ubicuidad. Era un oportunista como la copa de un pino.

Y, claro, esa relación de amor con el gol no se compra con dinero. Y no se puede desperdiciar. Por eso siguió Nagy siguió poniéndolo de delantero centro en la Pro Vercelli y sus cifras goleadoras comenzaron a aumentar poco a poco. En la temporada 1933-1934 ya hizo 15 goles, aunque aún estaba lejos de los 21 de Giuseppe Meazza, el gran ídolo italiano del momento, o de los 32 del “capocannoniere” del torneo, el Juventino Felice Borel. Pero los 15 de Piola los convirtió en un equipo que acabó séptimo en el campeonato, muy lejos de los inalcanzables Juventus y Ambrosiana-Inter, que contaban en sus filas con la mayoría de futbolistas que disputarían (y ganarían) el Mundial de Italia de 1934.

El 22 de abril de 1934, unos meses antes del inicio de de un torneo que Piola no disputaría, el joven de 20 años marcó el único tanto de su equipo en la derrota ante el todopoderoso Bologna (4-1) en el estadio Renato Dall’Ara, el mismo en el que había debutado cuatro años antes. Fue su último partido con la Pro Vercelli. Porque ese verano a Piola le tocaría hacer las maletas… aunque el viaje no iba a tener el destino que, en un principio, él había deseado.

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A la conclusión de la Copa del Mundo de 1934 en la que la Italia de Vittorio Pozzo levantó la Copa Jules Rimet tras derrotar en la final a Checoslovaquia en la prórroga, la liga italiana se reanudó con más expectativas si cabe. Para entonces, Silvio Piola, al que se habían rifado casi todos los grandes equipos del Calcio, acababa de fichar, casi por imposición gubernamental, por la Lazio, un equipo al que el futbolista, en principio, no quería ir. Después, se quedaría allí nueve temporadas y se convertiría en un auténtico ídolo.

Eran tiempos en los que el profesionalismo empezaba a acabar con el espíritu amateur que había tenido el fútbol hasta pocos años antes y los grandes clubes empezaban a pagar importantes cantidades de dinero por los futbolistas más destacados. Dinero a los clubes y dinero a los jugadores, que empezaron a convertirse en personajes muy populares y admirados por las masas. En Italia, además, había que sumar otro factor no menos importante: la coyuntura política. Con el fascismo en el poder desde finales de 1922, el fútbol era uno de los ámbitos donde los capitostes metían mano constantemente y ordenaban fichajes a su antojo.

Piola, al que no le gustaba ese mercadeo aunque tenía claro que si quería dedicarse al fútbol había de plegarse a él, deseaba fichar por el Ambrosiana-Inter (antecesor del Inter de Milán), donde jugaba uno de sus ídolos, su amigo Giuseppe Meazza, y que le quedaba lo suficientemente cerca de casa para seguir fiel a su estilo de vida tranquilo y sosegado.

No pudo ser… Tuvo que hacer las maletas y partir hacia Roma para fichar por la Lazio, en un intento gubernamental de centralizar el fútbol y contrarrestar desde la capital el empuje de los grandes equipos del norte. Pero, al menos, Piola sacó una buena tajada para su Pro Vercelli y para él y para su familia, ya que en, aquellos tiempos, pagaron 250.000 liras al equipo y un sueldo “astronómico” de 70.000 anuales para el jugador.

Pese a su fama, su sueldo y su traspaso, Piola aparecía a menudo en el campo de la Rondinella, donde entrenaba la Lazio, acompañado por su perro Frem, un pointer de pelaje blanco con manchas marrones. Solía pasar cuando acudía al entrenamiento directamente tras cazar al alba, otra de sus grandes pasiones junto con la pesca en ríos y lagos. Eso era lo que más le gustaba hacer: cazar, pescar y, por supuesto, jugar al fútbol... Y marcar goles, evidentemente.

Porque pese a que cobraba como una estrella, y estaba considerado como tal dentro y fuera de los terrenos de juego, Piola nunca vivió como una estrella. Era tímido y retraído y no le gustaba nada aparecer en los anuncios ni en los medios de comunicación. Hacía vida familiar. Era cercano y de trato afable. No bebía. No fumaba. No salía de fiesta. Vamos, que quizá por eso tuvo una carrera tan longeva.

O quizá a pesar de eso, que nunca se sabe…

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Y, claro, llegó el momento de vestirse con la zamarra de la azzurra.

Italia - Checoslovaquia. Genoa, 1936.

Vittorio Pozzo, el astuto seleccionador italiano, se puso a renovar la selección campeona del mundo de cara al Mundial de Francia de 1938 desde el momento en que había levantado la Copa Jules Rimet de 1934 y muy pronto Piola entró de lleno en sus planes. En una temporada espectacular en la Lazio a nivel individual en la que anotó 21 goles, Pozzo lo hizo debutar con la azzurra. Fue en Viena, el 24 de marzo de 1935, en un partido amistoso ante Austria, y el joven delantero no pudo tener mejor estreno: marcó dos de los cuatro tantos de la victoria transalpina (2-4).

Desde ese momento, Piola no sólo se hizo con un hueco en la selección, sino que se convirtió en uno de los jugadores imprescindibles. Fue convocado para todos los encuentros que disputó Italia hasta su debut ante Noruega en los octavos de final del Mundial de Francia 38. Jugó catorce partidos (dos de la Copa Internacional del Europa Central de 1933-35; cuatro de la de 1935-38 y ocho amistosos) y marcó trece goles, afinando cada vez más la puntería a medida que se acercaba la cita mundialista. De hecho, en los dos partidos amistosos previos a la cita mundialista, anotó tres tantos en la victoria por 6 a 1 ante Bélgica y otro en el 4 a 0 que Italia le endosó a Yugoslavia apenas quince días antes de su debut en la Copa del Mundo.

Pero el primer partido del Mundial no iba a ser un camino de rosas, precisamente. Los italianos se presentaron en el Velodrome de Marsella el 5 de junio de 1938 para enfrentarse a Noruega y desafiaron a los 19.000 espectadores que llenaban el estadio haciendo el saludo fascista en el acto protocolario previo. En un clima prebélico intenso, el público francés abucheó a los italianos durante todo el partido y durante todos los partidos del campeonato.

El encuentro empezó bien para los defensores del título, que se adelantaron con un gol de Ferraris a los dos minutos de juego. Pero la rocosa Italia fue incapaz de imponer su juego durante el resto del partido y no pudo cerrar el encuentro ante una peligrosa Noruega que aprovechó su ocasión para enfervorecer al público local y poner a la campeona contra las cuerdas. Fue Brustad quien anotó el gol del empate a falta de siete minutos para el final. El encuentro se iba a la prórroga.

Pero ahí apareció Piola para demostrar el gran estado de forma (y de olfato) con el que llegaba al torneo. Sólo habían pasado cuatro minutos del tiempo extra cuando “Piernas Largas” cazó un rechace del meta noruego en el área pequeña para anotar el gol que le daba un sufrido triunfo a los transalpinos y los metía en cuartos de final, donde se vería las caras con Francia, la anfitriona, que se había deshecho de Bélgica con relativa comodidad (3-1).

El 12 de junio, en el estadio de Colombes de París, Francia e Italia se jugaron un puesto en las semifinales del torneo. Los italianos, además de volver a hacer el saludo fascista, se presentaron sobre el césped totalmente de negro, en un claro guiño planeado por Mussolini a las camisas negras. Fue la única vez en la historia que Italia vestiría de negro. Una provocación en toda regla a la que el público francés respondió con continuos abucheos.

Sobre el césped, los italianos fueron mucho mejores que los anfitriones y no dejaron ningún resquicio a la sorpresa. Colausi inauguró el marcador para los defensores del título a los nueve minutos, pero tan sólo un minuto más tarde empató Heisserer para los franceses. Fue un espejismo, porque Italia estaba siendo muy superior. Pero no llegaron los goles en la primera parte y tuvo que aparecer Piola en la segunda para anotar dos tantos y llevar a Francia a las semifinales del torneo. Ahí se verían las caras con Brasil, la gran atracción del torneo donde destacaba por encima de todos Leonidas, el auténtico protagonista de la Copa del Mundo hasta el momento por sus regates, su creatividad y sus goles.

Pero Leonidas no jugó ante Piola. Porque su seleccionador, Adhemar Pimenta, decidió reservarlo para una hipotética final. Y no lo alineó. Como tampoco a Tim ni a Brandao, los otros dos jugadores más creativos de Brasil.

Se cuenta que Pimenta había diseñado dos equipos, uno blanco y uno azul, para alternarlos en función del rival. Uno más creativo y uno más físico. Y que, contra Italia, optó por el físico.

También es cierto que Brasil venía de jugar una prórroga ante Polonia en octavos de final que acabó con un espectacular 6 a 6 para los brasileros, que jugaron con el equipo blanco, el de sus futbolistas más imaginativos. Leónidas marcó 3 tantos. Que después Brasil se enfrentó a Yugoslavia en cuartos y aquello se convirtió en la Batalla de Burdeos, que acabó con unos cuantos jugadores lesionados, dos brasileños expulsados y un empate a uno que obligó a repetir el partido dos días más tarde. En la repetición ganaron los brasileños (2-1) con sólo dos jugadores de la Batalla de Burdeos en el once: el portero Walter y Leonidas. Leonidas marcó todos los goles de Brasil en la eliminatoria. El de la Batalla de Burdeos y los dos del partido de repetición.

Quizá el cansancio que arrastraba hicieron que Pimenta optara por dar descanso a su estrella, pero teniendo en cuenta que no había cambios, la estrategia era un poco arriesgada. Y los italianos se encargaron de demostrarlo en un encuentro en el que fueron realmente muy superiores. Colaussi adelantó a los campeones del mundo a los once minutos de la segunda parte y Meazza dio la puntilla a los de Pimenta con un tanto de penalti cuatro minutos más tarde. Romeu recortó distancias a tres minutos del final, pero no bastó. Italia se metía en la final de la Copa del Mundo tras vencer en el único encuentro en el que no marcó Piola.

En la final se enfrentaron a la temible Hungría, que había hecho un torneo excepcional dejando en la cuneta a las Antillas Holandesas Orientales, la actual Indonesia, en los octavos de final (6-0); se había deshecho de la sorprendente Suiza en cuartos (2-0) y había masacrado a Suecia en las semifinales (5-1). Sus futbolistas más peligrosos eran Zsengeller y Sarosi, que habían anotado entre los dos seis de los 14 tantos húngaros. Pero enfrente había mucha pólvora también: la de Meazza, la de Colaussi y, por supuesto de la Piola.

En el estadio de Colombes se congregaron 45.000 espectadores, la mayoría con la esperanza de ver cómo Italia caía derrotada, que presenciaron un auténtico partidazo. Colaussi abrió fuego con un gol a los seis minutos de juego al que respondió inmediatamente Titkos para empatar la final tras una jugada embarullada en el área italiana. Entonces los italianos se lanzaron en tromba al ataque y Silvio Piola tardó apenas siete minutos más en adelantar de nuevo a Italia. La primera parte la dominaron los transalpinos, que corroboraron su mejor juego con otro tanto de Colaussi a diez minutos del descanso.

Italia - Hungría. Final de la Copa del Mundo de Francia 38.

El tres a uno presagiaba una segunda parte tranquila para los de Vittorio Pozzo, pero lo cierto es que los magiares no le perdieron la cara al partido, supieron contener las acometidas italianas y poco a poco se iban acercando con peligro a la meta de Olivieri. Italia se echó atrás a la espera de amenazar a la contra con la velocidad de Piola y Colaussi, pero fue Sarosi quien hizo vibrar a los aficionados en Colombes con el segundo gol de Hungría que apretaba la final y ponía a Italia contra las cuerdas. 3 a 2 a falta de veinte minutos de partido.

Y entonces, cuanto más falta hacía, apareció de nuevo Piola. El delantero de la Lazio acompañó una cabalgada de Colaussi, que ganó la línea de fondo en posición de extremo derecho para poner una pelota rasa al corazón del área. Por allí apareció Piola como una exhalación, ganándole la espalda a un defensor y anticipándose a otro para sacarse un potente derechazo cruzado desde el punto de penalti y hacer el cuarto tanto para Italia. Quedaban diez minutos para el final y el marcador ya no se movería más.

Italia levantaba así su segunda Copa del Mundo. Y lo hacía fuera de casa por primera vez en la historia. Además, conseguía disipar las sospechas que levantó la consecución de la primera, con constantes arbitrajes polémicos y con las presiones del Duce. En Francia 1938 fue sólo el fútbol el que habló. Y el de los italianos fue el mejor. Gracias a la capacidad estratégica y motivadora de Vittorio Pozzo, a la calidad del capitán Meazza y al desequilibrio y los goles de Colaussi y, sobre todo, de Silvio Piola, el ariete y máximo goleador de la campeona del mundo con cinco tantos en tres partidos.

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Tras la Copa del Mundo de 1938 llegó la Segunda Guerra Mundial, que privó a Piola de aumentar su renta goleadora, de partidos y de títulos con Italia, aunque siguió jugando al fútbol en la Lazio, mientras los combates lo permitieron. De hecho, se reincorporó al equipo hasta que la guerra se interpuso definitivamente en su camino, y en el de todos, en 1943.

Las temporadas que van de la 1938-39 a la 1940-41 fueron poco fructíferas para Piola desde el punto de vista goleador, ya que se quedó no superó los diez tantos en la Serie A en ninguna de las tres campañas. Jugó menos partidos de lo habitual y, además, a media temporada el técnico decidió que jugara de centrocampista gran parte de los encuentros, por lo que no sólo descendieron sus registros goleadores, sino también la competitividad del equipo, que nunca estuvo fino, acabando siempre a media tabla y lejos de los campeones Bologna, Ambrosiana-Inter y otra vez Bologna.

E incluso estuvo bastante cerca del descenso en la campaña 40-41, que no se produjo por un mejor coeficiente goleador frente al Novara, que acabó con sus huesos en la serie B. Pese a ello, el papel de Piola fue fundamental en un partido clave, el que le enfrentó a la Roma en el derbi de la Ciudad Eterna el 16 de marzo de 1941, con el descenso pendiendo sobre las cabezas de los “biancocelesti”. Piola se lesionó a los veinte minutos de juego tras un choque con un defensa “giallorossi”, pero siguió jugando para conseguir los dos goles de la victoria de la Lazio que, a la postre, serían cruciales para evitar el descenso.

Società Sportiva Lazio, 1940-41

En la siguiente temporada, la 1941-42, los números de Piola se acercaron a los de siempre, quedando segundo en la tabla de goleadores con 18 tantos en un torneo que se llevó la Roma a sus vitrinas. Y en la campaña posterior fue el “Capocannonieri” con 21 tantos en 21 partidos, aunque el equipo completó un torneo bastante mediocre que acabó levantando el Torino.

Ésa sería su última temporada en la Lazio, donde jugó 243 partidos en nueve temporadas y anotó 159 goles, 149 en competiciones oficiales y 10 en amistosos. No ganó el scudetto, pero se ganó el cariño, la admiración y el respeto de todos los aficionados laciales.

De hecho, esos 149 goles de Silvio Piola en partidos oficiales con la Lazio fueron un registro inalcanzable para nadie hasta que un tal Ciro Immobile (quien, por cierto, tampoco ha podido ganar nunca un Scudetto), lo superó en el año 2021.

Habían pasado nada más y nada menos que 79 años.

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En 1944 las competiciones de ámbito nacional se paralizaron a causa de la guerra y Silvio Piola volvió a casa, al Norte de Italia. Consiguió el permiso para unirse al Torino y disputó el Campeonato de la Alta Italia. Recién estrenada la treintena y en unas condiciones terribles para todos, Piola siguió demostrando su instinto goleador anotando 27 tantos en un torneo que se acabaron llevando sorprendentemente Los Bomberos de La Espezia.

A la conclusión de la guerra, con ganas de quedarse en su tierra natal, pidió a la Lazio la carta de libertad definitiva y acabó fichando por la Juventus en 1945. La Vecchia Signora desembolsó 2 millones de liras y la recaudación de un partido amistoso en Roma para hacerse con los servicios del goleador de Verccelli.

Cestmir Vycpalek y Silvio Piola. Juventus, 1947

Sin embargo, en la Juve tampoco no llegaron los títulos. Piola jugó de “bianconero” la llamada División Nacional de 1945-46 y 1946-47, pero la Vecchia Signora no pudo superar nunca al Torino. Así que, pese a que el rendimiento de Piola aún era bueno, los dirigentes de la Vecchia Signora consideraron que ya estaba mayor, tenía 34 años en 1947, para defender los colores de la Juventus. Y le dieron la carta de libertad.

Y se equivocaron…

Porque tampoco sin Piola pudo la Juventus plantar cara a sus vecinos del Gran Torino, un equipazo de ensueño que marcó un época tras ganar cuatro campeonatos italianos seguidos y al que sólo pudo parar una tragedia: el accidente aéreo de Superga que tuvo lugar el 4 de mayo de 1949 y donde perdieron la vida 31 personas. Entre ellas, 18 jugadores del Torino, dos técnicos y un periodista del club.

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Cuando Piola salió de la Juventus en el verano de 1947, decidió fichar por el Novara, que estaba en ese momento en la serie B. No le importaba. Sólo quería seguir disfrutando jugando al fútbol y marcando goles y hacerlo cerca de casa. Cerca de los suyos. Cerca de su gente. Para seguir siendo feliz.

El veterano delantero se integró pronto en la disciplina del equipo y ayudó con sus 16 tantos a conseguir un ascenso vertiginoso. Y no sólo eso, sino que siguió jugando cinco temporadas más, haciendo 70 goles y manteniendo al Novara en la élite temporada tras temporada. Fue así como se convirtió en un auténtico ídolo en una ciudad que lo veneraba y que él también adoraba.

Hasta que se retiró definitivamente con 41 años ya cumplidos y unas cifras goleadoras que impresionan.

Porque Piola sumó la friolera de 274 goles en la serie A; 43 más en las dos temporadas de la Divisione Nazionale (1944-45 y 1945-46); 16 tantos en la Serie B; otros 16 entre Copa de Italia y Copas Continentales; y otros 30 más en los 34 partidos en los que se vistió con la zamarra azul de Italia.

En total, 379 tantos en 669 encuentros.

Unos registros, los de Silvio Piola, que superan los del otro gran mito italiano de los años 30, el gran Giuseppe Meazza, que anotó 262 goles en la Serie A, y que le convierten en el máximo goleador de la historia de la liga italiana. El que más se ha acercado a estos dos fenómenos ha sido un tal Totti, con 250 tantos en la máxima categoría del fútbol italiano.

No debe ser tan fácil eso de ser el mayor goleador de la historia del fútbol italiano, ya que en más de 125 años nadie ha sido capaz de superarlo. Aunque sus goles no le hubieran servido para ganar un Scudetto.

Pero, ya se sabe… A veces, en la vida, no se puede tener todo…

Aunque, bien pensado, a Silvio Piola tampoco le hacía tanta falta un Scudetto… que una Copa del Mundo pesa mucho. Y cuesta muchísimo ganarla.

Que se lo digan a Italia, que tuvo que esperar 42 años para volver a levantarla.

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Tras su retirada, Piola se puso a entrenar, pero desde el banquillo no se marcan goles, así que pronto dejó el mundo del fútbol profesional para disfrutar de él como un aficionado más. Junto a su mujer, Alda Ghiano, con la que se había casado en 1948 y con sus hijos Darío y Paola. Junto a su familia y sus amigos, disfrutando del día a día de una vida de placeres sencillos. Sin que nadie pudiera reconocer a simple vista la estrella que fue, porque nunca se comportó como tal.

Silvio Piola murió en una residencia de ancianos de Gattinara en 1996, a los 83 años, cuando ya el Alzheimer había empezado a desvanecerle los recuerdos. Descansa en la capilla familiar del cementerio de monumental de Billiemme, en Verchelli, muy cerca del estadio que lleva su nombre y donde marcó tantos y tantos goles. Un estadio que hoy lleva su nombre.

Como el del Novara, al que acudía domingo tras domingo como un aficionado más, hasta que la salud se lo permitió, a disfrutar del fútbol y de los goles de su equipo.

Aunque cada vez fueran menos los que lo reconocieran en el estadio.
Aunque cada fueran menos los que supieran que se sentaban a disfrutar del fútbol junto a todo un campeón del mundo. 

Junto al máximo goleador de la historia de la Serie A.
Junto a una persona humilde y sencilla que tuvo la suerte de disfrutar la vida haciendo lo que más le gustaba: jugar al fútbol.

Aunque nunca ganara un Scudetto.
Porque, a veces, en la vida, no se puede tener todo…