"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 27 de julio de 2022

Los harakiris de los samuráis azules en la Copa del Mundo

**Advertencia seria: Este texto tarda en leerse el mismo tiempo que le costaba a Oliver Átom recuperar un balón en su campo, avanzar hacia la portería contraria y armar su pierna para lanzar un tiro con efecto que acaba, efectivamente, en gol.
No diréis que no estabais advertidos.

2 de julio de 2018. El marcador del Rostov Arena señala un sorprendente cero a dos en el minuto 68 del encuentro de octavos de final que enfrenta a Japón ante una de las favoritas a levantar la Copa del Mundo, la Bélgica entrenada por Roberto Martínez que cuenta en sus filas con futbolistas de talla mundial como Lukuku, los hermanos Hazard, De Bruyne, Carrasco, Mertens, Kompany, Meunier o el meta Courtois.

Los nipones han sorprendido a los belgas con los tantos de Haraguchi e Inui al inicio de la segunda mitad y tienen contra las cuerdas a los Diablos Rojos. 

Inui celebra el segundo tanto de Japón que acerca a los nipones a cuartos.

Tanto, que Roberto Martínez ha quemado todas sus naves y ha tirado del viejo roquero Fellaini para llegar pronto a la portería contraria e imponerse por arriba a los pequeños samuráis azules. De paso, ha sacado también del campo a Mertens y ha metido a Chadli, más rápido y directo. Los dos estaban llamados a ser decisivos en el partido.

Cuatro minutos después del doble cambio, los belgas botan un córner desde la parte derecha del ataque. Suben todas las torres. Y el balón queda muerto en el área nipona. Un defensa despeja de un patadón, con la mala suerte de que la pelota vuela hacia atrás, prácticamente hacia la línea izquierda del área grande. 

Allí está el defensa Vertonghen, que mete la cabeza y saca un remate en parábola casi inverosímil, desde más allá del segundo palo, muy lejos de la portería, que se convierte en un cirio venenoso que el meta Kawashima no es capaz de parar corriendo hacia atrás, totalmente descolocado. 

Es el uno a dos en el momento más inesperado. 
El gol que abre la lata nipona y la puerta a la esperanza de los belgas.

Cinco minutos más tarde, otro córner, esta vez por la izquierda del ataque belga. Los japoneses lo sacan como pueden, pero el balón le vuelve a caer a Hazard en la esquina, en el vértice izquierdo del área. Recorta el capitán de los diablos rojos y mete un centro al corazón del área pequeña donde aparece la cabeza de Fellaini para rematar a quemarropa, hacer estéril la estirada de Kawashima y poner el empate a dos en el marcador.

Fellaini remata para empatar un partido que Bélgica tenía perdido.

¿Y qué hicieron entonces los japoneses a falta de un cuarto de hora para el final?
¿Encerrarse y esperar a los belgas para sacar un contra letal? 
¿Sacar la bandera blanca a la espera de la prórroga? 

Nada de eso. 

Los nipones siguieron intentando controlar el balón y llegar a la meta de Courtois. Los belgas, sorprendidos y aún con el miedo en el cuerpo, no sólo aceptaron la invitación japonesa, sino que la acogieron con los brazos abiertos. Y el partido se vuelve precioso, con ocasiones por ambos bandos sin apenas tregua. Clarísimas casi todas.

Cuando pasan cuatro minutos de la hora, los japoneses disponen de un córner a favor. Y allá que se van prácticamente todos los pequeños samuráis al remate, a ver si resuelven el partido y no hay tiempo extra. Pero el saque de esquina va justo al centro del área pequeña, donde los dos metros de Courtois le permiten atrapar la pelota con suma facilidad. 

El meta no sólo atrapa la pelota, sino que sale con ella en las manos hasta el borde del área grande y se la pasa a ras de suelo a De Bruyne, para que el pelirrojo salga con el balón controlado, con campo por delante y a la velocidad del rayo, mientras una multitud de nipones salen corriendo tras él.

De Bruyne se planta en el centro del campo y tiene enfrente a tres defensas japoneses. Uno le espera y dos están abiertos a las bandas, por donde corren ¡cuatro belgas! Lukaku se cruza arrastrando a su par, Hazard se pega a la izquierda atrayendo al otro defensor, Chadli escolta a De Bruyne en su carrera y Meunier, con todo el carril derecho para él solo, corre sin mirar atrás como caballo desbocado.

De Bruyne espera que le entre el central japonés y justo entonces abre la pelota a la banda derecha, rasa y sin complicaciones, donde recibe Meunier, que levanta la cabeza y la mete, también rasa, al área. Lukaku la tiene franca para el remate, pero ve venir por detrás a Chadli, que sigue la jugada totalmente libre de marca. Se abre de piernas el gigante belga y el centrocampista recién incorporado bate a Kawashima sin piedad y sin remisión. 

Chadli remata una contra de libro que elimina a Japón en el descuento.

Tres a dos y Bélgica se enfrentará a Brasil en cuartos de final.

Los japoneses se desploman en el suelo, intentando comprender lo que ha pasado en apenas diez segundos, los que van desde el saque de Courtais al remate de Chadli. 

Los diez segundos más fatídicos para una selección que estaba a punto de hacer historia. 

A punto de hacer bueno el legado de sus samuráis azules más ilustres, los que no ya están en Rusia por edad, pero que son los que pusieron los cimientos para que ellos lo estuvieran. 

Se trata de Kazu Miura, Hidetoshi Nakata y Shunsuke Nakamura. 
Por orden de antigüedad.

***

Kazu Miura tenía clarísimo que quería ser futbolista desde que era un niño. En un país en el que el único deporte capaz de hacerle sombra a las artes marciales es el béisbol, importado y asimilado tras décadas de control norteamericano desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el chaval sólo piensa en darle patadas a un balón. 

Estamos a principios de los 80 y en el país del Sol Naciente el fútbol es totalmente amateur. Y Miura siente que no puede progresar, así que, ni corto ni perezoso, se dispone a hacer una preciosa locura: viajará hasta la Meca de los mejores futbolistas, Brasil, para intentar convertirse en una estrella.

La familia, evidentemente, no lo entiende. Pero Kazu no entiende de nada que no sea su pasión y su locura de triunfar en el fútbol. Al final, su padre, que es un futbolero de los que no quedan y que viajó en su juventud hasta México para presenciar en directo el Mundial de 1970, le busca un hueco en la academia juvenil del Juventus de Sao Paulo, y le permite viajar con 700 dólares en el bolsillo. 

Kazu Miura emprende su aventura brasileña en 1992 con apenas 15 años.
Fotografía: Archivo personal de Oswaldo de Lemos.

Por suerte, allí hay una gran comunidad japonesa que le puede servir de ayuda para la integración y para solventar el choque cultural instantáneo, además de ayudarle a ganarse la vida mientras no pueda vivir del fútbol. 

Corría el año 1982 cuando Kazu Miura emprende su aventura. 
Tenía quince años.

Entonces, ni Kazu Miura ni nadie podían siquiera imaginar lo importante que iba a ser ese viaje impulsivo de un joven para el devenir del fútbol japonés. Porque en Japón el fútbol estaba empezando a abrirse camino poco a poco desde finales de los sesenta, pero no acababa de despegar. 

Se había constituido una liga uniendo los equipos procedentes de las empresas con los que venían de las universidades. Todo muy amateur. Pero, a la vez, nuevos aires entraron en la Federación Japonesa de Fútbol, que se postuló y consiguió organizar en 1979 el Mundial Juvenil (el que ganó la Argentina de un jovencísimo Maradona). 

Dos años más tarde, en 1981, vio la luz el primer número del cómic futbolero por antonomasia, escrito por Yoichi Takahashi, y que pronto se transformaría en una serie de dibujos animados mundialmente famosa: “Captain Tsubasa”, en España titulada “Campeones: Oliver y Benji” y en Latinoamérica “Supercampeones”. 

En ese caldo de cultivo es más entendible el viaje a Brasil del chico que quería ser futbolista. Como es también más entendible el rédito que sacaría después el fútbol japonés cuando Miura regresó convertido en futbolista y goleador, capaz de jugar en la Liga Brasileña sin ningún tipo de rubor ni de complejo de inferioridad.

Porque Kazu Miura consiguió cumplir su sueño tras mucho insistir, insistir y volver a insistir. Los primeros momentos fueron malos, claro. Un joven de quince años que no sabía ni una sola palabra de portugués no podía tenerlo fácil en Sao Paulo. 

Pero poco a poco, apoyándose en la comunidad nikkei, trabajando de guía turístico, de vendedor, de ayudante en intercambios de estudiantes, durmiendo en casas de otras familias o en pensiones de mala muerte, Miura dio salida a su pasión futbolera en equipos tan modestos como el Matsubara, club de los japoneses de Sao Paulo, o el XV de Jáu, donde consiguió algo de notoriedad tras hacerle un gol al Corinthians.

Kazu Miura se hizo un hueco en el once del XV de Jaú en 1988.

Fue entonces, ya con 22 años y tras siete instalado en Brasil, cuando Miura tiene su primera oportunidad. El Santos decide ficharlo, aunque lo cede por distintos equipos a la espera de ver cómo evoluciona su fútbol. Primero recala en el Palmeiras, donde dispone de pocos minutos. Después, en el Clube do Regatas do Brasil, de Segunda División, donde Miura juega con menos presión. 

Su estilo individualista, preciosista y repleto de regates no pasa desapercibido y el Coritiba, también en Segunda, es su siguiente destino. Allí jugaría 21 partidos y marcaría dos goles antes de que el Santos se decidiera finalmente a quedárselo para el primer equipo. 

Por fin, en 1990, ocho años después de su llegada, Miura había cumplido su sueño de ser profesional en Brasil. Para entonces, en Japón ya era un ídolo. Porque unos periodistas japoneses descubrieron su historia y comenzaron a seguirlo a todas partes: a los entrenamientos, a los partidos y a su día a día. 

De repente, en Japón se estaban empezando a volver locos por el fútbol y los periodistas habían descubierto a un japonés en el país más futbolero del mundo. 

Miel sobre hojuelas.

Y al final Kazu Miura debutó en el Santos en 1990.

***

Fue en ese instante cuando Saburo Kawabuchi y Kenji Mori, los padres de la Liga de Fútbol Profesional Japonesa, que se llamaría J-League, se pusieron en contacto con Kazu con la intención de ficharlo para la causa. Querían al delantero japonés como el mejor reclamo para la nueva competición. 

Por muchas cosas. 

Por su modo de jugar atractivo, siempre de cara a la galería. Porque era un delantero rápido, atrevido y muy técnico. Y porque se había convertido en el futbolista japonés más internacional, más mediático y más popular. 

Y Kazu no se hizo de rogar y volvió a su casa ese mismo 1990, tras once encuentros en el Santos, para enrolarse en el Yomiuri, un club histórico que con el nacimiento de la liga profesional pasó a llamarse Verdy Kawasaki.

Aún tardaría unos años en ponerse en marcha la J-League. El 5 de mayo de 1992, Kazu Miura inauguró la competición con el Verdy en el estadio Nacional de Tokyo ante el Yokohama Marinos. 

Perdió. 

Pero las cosas no son como empiezan, sino como acaban, y el Verdy acabó llevándose la primera liga profesional japonesa en una final a doble partido ante el Kashima Antlers. Miura abrió el marcador en la ida (el choque acabó 0 a 2) y empató el partido de vuelta (1-1) para dar el primer título a los verdes y convertirse definitivamente en un ídolo. 

Miura volvió de Brasil y fichó por el Tokyo Verdy convertido en estrella.

Tras cada diana, Miura se marcaba unos bailes brasileños para celebrar los tantos que escandalizaban a los más conservadores y enfervorizaban a los jóvenes. Tanto, que sus bailes fueron bautizados como ‘Kazu Dance’ y se bailaban en todas las discotecas del país en esos primeros años de los noventa. 

Los gestores de las escuelas de samba niponas que surgieron en aquella época le deben muchísimo a Kazu Miura. 

Muchísimo.

A esas alturas el delantero era ya una auténtica estrella dentro y fuera de los terrenos de juego: se casó con una popular actriz, se convirtió en protagonista de anuncios de televisión y vivía con un ejército de paparazzi revoloteando a su alrededor.

***

Ahora sólo faltaba que ese auge futbolístico en Japón a través de la nueva liga profesional se trasladara a la selección nipona, que nunca había disputado una Copa del Mundo. La fase de clasificación para el Mundial 94 llenó de esperanzas los corazones japoneses. 

Miura y Ruy Tamos, un centrocampista brasileño nacionalizado japonés con una técnica exquisita y que aún hoy es considerado un ídolo por los aficionados nipones, eran las estrellas del equipo. De hecho, Kazu Miura marcó la friolera de doce tantos en catorce encuentros para dejar a Japón a un solo pasito de una clasificación histórica.

Y es que Japón se clasificó para una ronda final en la que seis selecciones disputarían en Catar una liguilla de todos contra todos a una sola vuelta para dirimir qué dos equipos viajarían a Estados Unidos. Los samuráis azules llegaban a la última jornada empatados a puntos con Arabia Saudí y un punto por delante de Corea del Sur, pero con el gol average a favor con los saudíes y en contra con los surcoreanos. 

Sea como sea, bastaba con vencer a Irak en Doha (Catar) y estarían por primera vez en el Mundial. 

Kazu Miura, cómo no, adelantó a los del Sol Naciente a los cinco minutos de partido, aunque Irak empató el encuentro al poco de comenzar la segunda parte. 

Miura puso por delante a Japón en Doha, pero aún quedaba mucho.

Nakayama, la pareja de ataque de Kazu, volvió a adelantar a Japón a falta de veinte minutos para el final y todo parecía ya decidido, pero el fútbol es imprevisible y en el minuto noventa Jaffar Omran marcó el dos a dos definitivo que dejaba a Japón sin Mundial y clasificaba a Corea del Sur y a Arabia Saudí. 

Los japonenses bautizaron ese encuentro como la Agonía de Doha, mientras que los surcoreanos lo llaman el Milagro de Doha. 

Nunca llueve a gusto de todos.

La Agonía de Doha supuso la destitución del seleccionador holandés Marius Haans Ooft y también la despedida del gran Ruy Ramos de los samuráis azules. 

Ramos y Haans Ooft abandonaron la selección tras la Agonía de Doha.

Miura, que siguió en la selección dispuesto a arrimar el hombro para conseguir la clasificación para el Mundial de Francia 98, decidió entonces probar en el Calcio y se enroló en las filas del Genoa, pero una lesión truncó su posible éxito. 

Pero como cuando se nace genio, genio se muere, el bueno de Miura, que sólo anotó un tanto en veinticuatro encuentros en el Genoa, hizo ese gol para derrotar a la Sampdoria, su ancestral enemigo, por lo que su nombre quedó en el recuerdo de la hinchada genovesa. 

Después se dedicó a viajar prácticamente por todos los continentes (sólo le faltó África) jugando al fútbol, siempre con un séquito de periodistas japoneses narrando sus andanzas, y regresó a Japón para acabar su carrera en Yokohama.

***

El nuevo seleccionador, Takeshi Okada, no tenía un buen concepto sobre Kazu. No le gustaba esa forma tan brasileña de entender el fútbol ni su acusado individualismo. Pero, de momento, siguió contando con él. También con Nakayama, su pareja en ataque. Y se incorporó Hidetoshi Nakata, el samurái, la segunda pata reconocible de esta historia de crecimiento sin límites de la selección nipona. 

Porque mientras Nakayama y Kazu Miura representaban los orígenes de la época dorada del fútbol en Japón y estaban en el punto óptimo de experiencia (ambos cumplirían 31 años en 1998, cuando se iba a disputar la fase final del Mundial de Francia), Nakata era la gran esperanza. Centrocampista de una técnica exquisita y con una vocación ofensiva extraordinaria, fue nombrado mejor jugador de Japón en 1997 y jugador del año en Asia en 1997 y en 1998 cuando apenas contaba con veinte años.

Hidetoshi Nakata debutó en la liga japonesa con el Bellmare Hiratsuka.

Con esos mimbres, la clasificación parecía factible. Pero no fue nada fácil. Para el Mundial de Francia 98 se amplió la fase final a treinta y dos equipos, por lo que Asia dispondría de tres plazas y media para el evento, un aumento considerable respecto a las dos con las que contaba antes. 

Para la liguilla final se clasificarían las diez mejores selecciones, que se repartirían en dos grupos y jugarían todos contra todos a doble partido. Los campeones de cada grupo se clasificarían directamente para el Mundial y los dos segundos jugarían entre ellos una eliminatoria a partido único en sede neutral. El ganador también estaría en el Mundial y el derrotado se jugaría el pase en una repesca intercontinental contra el mejor de Oceanía.

Japón compartía grupo con Corea del Sur, Emiratos, Uzbekistán y Kazajistán y, una vez más, no pudieron con sus vecinos surcoreanos, pero acabaron segundos y les esperaba una eliminatoria a doble partido ante Irán, que había acabado segunda en su grupo por detrás de la poderosa Arabia Saudí.

Irán y Japón se vieron las caras en el estadio Larkin de Johor Bahru (Malasia) el 16 de noviembre de 1997. Japón formó con sus dos veteranos delanteros de inicio, Kazu Miura y Nakayama, y con la estrella emergente Nakata por detrás de ellos en el centro del campo. No era de extrañar porque Miura había anotado dieciocho goles en los diecinueve partidos de la fase de clasificación.

Nakayama puso el partido patas arriba poco antes del descanso con el uno a cero, pero nada más volver de los vestuarios Irán le dio la vuelta al partido con dos goles de Azizi y Dael, que dejaban a Japón nuevamente al borde del abismo. 

El seleccionador Okada decidió entonces cambiar a sus dos delanteros y meter en el campo savia nueva. Wagner Lopes, otro brasileño nacionalizado japonés, y Shoji Jo entraron al terreno de juego para darle brío a los nipones y Jo marcó el tanto del empate a falta de un cuarto de hora para el final. 

Con el partido marchándose a la prórroga, Okada hizo su tercer cambio y metió en el campo a Masayuki Okano, un centrocampista ofensivo que podía también jugar en la punta del ataque. Y la jugada le salió redonda porque, a falta de dos minutos para llegar a la tanda de penaltis, Okano hizo el gol de oro que metía a Japón por primera vez en su historia en un Mundial.

Okano celebra el gol que clasificó a Japón para el Mundial de Francia 98.

Por cierto, Irán finalmente también se clasificó eliminando a Australia a doble partido para meter por primera vez a cuatro equipos asiáticos en la fase final de una Copa del Mundo que, lamentablemente, no le fue demasiado bien a ninguno de ellos.

Japón pagó la novatada en Francia 98, aunque su técnico, previamente, había provocado un cataclismo al dejar fuera de la Copa del Mundo al ídolo Kazu Miura, alma de la clasificación, que nunca jugaría un Mundial. 

Okada aseguró que Miura era un “brasileño excéntrico” con el que no comulgaba en casi nada, aunque hay quien dice que la decisión la tomaron por él un buen puñado de empresas que ponían mucho dinero en la selección y querían que la imagen de los samuráis azules fuera única y exclusivamente la del joven Nakata, quien en esa época ya protagonizaba anuncios de Nike junto a las más rutilantes estrellas internacionales y ya se le conocía como el “Beckham asiático”.

El caso es que Japón no fue capaz de ganar ni un solo encuentro en Francia. 

Cayó por la mínima ante Argentina y Croacia, cosa que entra dentro de la lógica, pero también perdió ante la otra debutante, Jamaica, en un partido en el que los nipones empezaron perdiendo por dos tantos a cero y que al menos sirvió para que Nakayama marcara el primer tanto de Japón en una Copa del Mundo.

Miura acusó el golpe de no disputar el Mundial de Francia, pero no por ello abandonó su carrera futbolística. De hecho, hoy, con sus 58 años a cuestas, el veterano delantero aún está en activo. 

Kazu Miura en la temporada 2023-24, con 57 años ya cumplidos. 

Eso sí, entrena cuando sus compromisos publicitarios y televisivos se los permiten, es decir, cuando quiere, y juega a su manera, sin que sus compañeros osen replicarle. 

Y así será hasta que su cuerpo diga basta.

***

El peso de la selección japonesa, tras la experiencia fallida de Francia 98, siguió recayendo sobre los hombros de Hidetoshi Nakata, recién fichado por el Perugia italiano, aunque en la fase de preparación del Mundial de Japón y Corea del Sur de 2002 (al que estaban clasificados directamente por ser los anfitriones) se le iba a unir otro de los grandes nombres japoneses de los últimos tiempos: Shunsuke Nakamura.

Mientras Shunsuke Nakamura despuntaba en Japón, Hidetoshi Nakata vivía sus mejores años futbolísticos en Italia. La temporada 2000-2001 lo fichó la Roma de Fabio Capello. Nakata pasó a compartir vestuario con Toldo, Samuel, Aldair, Cafú, Delvecchio, Montella, Totti o Batistuta. 

Evidentemente, no le resultó fácil entrar en el once habitual de un equipo como ése, pero se convirtió en el revulsivo habitual, sustituyendo, casi siempre, al ídolo romano Totti.

De hecho, Nakata tuvo un protagonismo descomunal en la consecución del Scudetto de esa temporada, el tercero de la historia de la Roma y el último hasta la fecha. La Roma llegó a su enfrentamiento ante la Juventus en Turín con la necesidad de no perder para seguir optando al título, pero a los seis minutos de encuentro ya perdía dos a cero con goles de Del Piero y Zidane. 

Cappello esperó al segundo acto para arriesgar el todo por el todo. A los quince minutos de la reanudación quitó al capitán Totti y metió en su lugar a Nakata. El media punta japonés robó un balón en el centro del campo, condujo con la derecha y soltó un zapatazo tremendo desde muy lejos ante el que Van der Sar no pudo hacer nada. 

Nakata marca el gol que da inicio a una remontada que valdría un Scudetto. 

Faltaban once minutos para el final. 
A Nakata le sobró uno. 

Porque en el último minuto volvió a sacar su derecha a pasear otra vez desde muy lejos y el meta juventino no pudo atrapar una pelota que Montella envió al fondo de las mallas. Dos a dos en el partido crucial para el campeonato con una media hora de Nakata para enmarcar que dio la vuelta al mundo. Como también la dio la imagen de toda la Roma levantando el Scudetto por sólo dos puntos de ventaja sobre la Juventus.

Mientras todo esto ocurría en Italia, en Japón la estrella era Shunsuke Nakamura. El fino centrocampista zurdo del Yokohama Marinos compartía vestuario con los españoles Jon Andoni Goikotxea y Julio Salinas, integrantes ambos del FC Barcelona de Johan Cruyff, el mítico Dream Team, que se frotaban los ojos ante las evoluciones del joven nipón. 

Había sido nombrado varias veces mejor jugador del campeonato y había sido uno de los líderes de la selección en la Copa de Asia de 2000 que levantaron los samuráis azules por segunda vez en su historia.

Un joven Nakamura en el Yokohama Marinos en 1998.

Tan lejos había llegado el chico que se filtró que el Real Madrid de los Galácticos tenía un acuerdo con él para después del Mundial de Japón y Corea en 2002. A medio camino entre una propuesta futbolística y mercadotécnica, de expansión pura de la marca galáctica por Asia, el “supuesto” fichaje de Nakamura por el equipo presidido por Florentino Pérez suscitó un interés desmesurado. 

Incluso se llegó a afirmar que en el acuerdo de compra con el jugador se incluía un partido amistoso de la selección japonesa ante el Real Madrid en el Bernabéu.

Y eso pasó: Japón se desplazó a Madrid para jugar el X Partido contra la Droga el 7 de mayo de 2002, pero Nakamura no fue convocado y no viajó con el equipo. Se dijo que se quedó fuera de la lista por una lesión, en principio, de poca gravedad. 

Y ahí se acabó todo. 

Porque Nakamura nunca fichó por el Real Madrid y tampoco disputó el Mundial de 2002 ante su público. ¿La misteriosa lesión o el misterioso contrato? Nunca se aclaró, pero los samuráis azules se presentaron a disputar como anfitriones el segundo Mundial de su historia sin su joven estrella. 

La otra, Nakata, sí fue de la partida.

***

Y en el Mundial 2002, Japón empezó a darle alegrías a su gente desde el primer día. 

Encuadrados en un grupo con Bélgica, Rusia y Túnez, la selección entrenada por el francés Philippe Troussier, empezó el torneo con un precioso y vistoso empate a dos ante los Diablos Rojos con tantos de Suzuki e Imamoto, el jugador del Arsenal. 

Otro tanto de Imamoto sirvió para doblegar a la Rusia de Karpin, Titov y Nikiforov y para despertar la esperanza de la primera clasificación nipona a los octavos de final de una Copa del Mundo (1-0). 

Y el sueño se hizo realidad a la conclusión del tercer encuentro, cuando Japón venció a Túnez por dos goles a cero, obra de Morishima y de su estrella Nakata.

Nakata celebra el gos ante Túnez que metía a Japón en octavos de final. 

La euforia se desató en todo Japón y el fútbol pasó a un primer plano en el país de las artes marciales y el béisbol. Pero Turquía hizo despertar bruscamente de su sueño a los samuráis azules y los eliminó con un gol de Davala a los doce minutos de juego que supieron conservar durante todo el encuentro. 

Los japoneses se habían quedado con cara de póquer mientras los turcos estaban sólo al principio de una historia maravillosa que les llevó a las semifinales del torneo, donde cayeron ante Brasil, y se cerró con la obtención del tercer puesto ante Corea del Sur (3 a 2), el mejor resultado de Turquía en los Mundiales en toda su historia.

***

Tras el sabor agridulce que dejó en el país del Sol Naciente el Mundial de 2002, Nakata cambió de aires en Italia. Abandonó la Roma en busca de mayor protagonismo en un gran Parma y lo cierto es que tuvo un año fantástico, donde fue el faro de su equipo en la conquista de la Copa de Italia. 

Pero inmediatamente después llegaron las lesiones y Nakata fue cambiando de equipo hasta abandonar definitivamente el calcio para recalar en el Bolton, de la Premier League. Hasta allí se fue Nakata con la única intención de rodarse y no perder la forma de cara al Mundial de Alemania para el que Japón se había vuelto a clasificar.

Mientras, Nakamura, que tras la decepción de no poder disputar el Mundial de 2002 había salido de Japón en busca de una mayor progresión, iba buscando su propio camino. Fichó por la Reggina Calcio italiana, pero no encontró su espacio en un equipo demasiado rocoso como para pensar en darle una pelota en condiciones a un joven demasiado técnico para ese estilo de juego. 

Aún así, el zurdo exquisito volvió a la selección tras la marcha de Troussier y la llegada del mítico Zico al banquillo de los samuráis azules. Se erigió en el líder del equipo ante la ausencia de Nakata y volvió a ganar la Copa de Asia de 2004, la tercera de Japón.

A su vuelta a Italia, disputaría su última temporada en la Reggina y haría las maletas rumbo a Glasgow para defender los colores del Celtic. Y allí se convirtió en leyenda y se ganó en un hueco en el corazón de los aficionados del equipo católico con sus magistrales lanzamientos de falta y la manera de mover al equipo desde su maravillosa pierna izquierda. 

Nakamura se convirtió en el alma del Celtic de Glasgow. 

A la vuelta de la esquina, el Mundial de Alemania 2006.

Y allí volvió a presentarse Japón, por tercera vez consecutiva, con ganas de hacer un buen papel. Por primera vez, los dos jugadores más creativos del equipo iban a jugar juntos: Nakata y Nakamura. Pero las cosas, de nuevo, se iban a torcer demasiado pronto.

Japón debutó ante Australia en Kaiserslautern, en un partido que dominó desde el primer minuto. Nakamura adelantó a los nipones mediada la primera mitad en un error en cadena de defensa y portero socceros y todo parecía ir viento en popa, pero en los seis últimos minutos de la segunda parte las ya tradicionales desconexiones de los samuráis azules y su incapacidad para defender los balones parados echaron por tierra todo el trabajo previo. 

Cahill empató el choque a falta de seis minutos en un saque de banda larguísimo que el meta japonés salió a buscar no se sabe muy bien por qué. Evidentemente, no encontró la pelota, que cayó a los pies de Cahill para empatar el partido. Con el reloj marcando la hora, el mismo Cahill lanzó un misil desde la frontal del área que golpeó en el palo antes de introducirse en la portería nipona para certificar una remontada que nadie esperaba. Aloisi puso la puntilla definitiva a los nipones en el descuento.

Japón había recibido tres tantos en seis minutos en un encuentro que debía haber ganado con comodidad.

En el segundo partido ante Croacia, Japón sólo pudo empatar sin goles, por lo que la clasificación se antojaba una quimera, más teniendo en cuenta que el partido que cerraba el grupo era ante Brasil, la pentacampeona del mundo. 

Y, sin embargo, los samuráis azules empezaron francamente bien, dominando y plantando cara a los brasileños, con Nakata en plan figura. Fruto de su dominio llegó el gol de Tamada, tras un pase magnífico del “Beckham asiático”, que adelantaba a los japoneses y que dejaba el grupo patas arriba porque Australia y Croacia empataban entre ellos. 

Pero en un nuevo despiste defensivo, Ronaldo empató el encuentro con un cabezazo en el área pequeña en el descuento del primer tiempo y en la segunda mitad los goles brasileños fueron cayendo como fruta madura. 

El cuatro a uno final dejaba a Japón con una nueva decepción a cuestas.

Brasil no tuvo piedad de Japón en el partido que cerraba el grupo.

Aunque la decepción extraordinaria e inesperada fue la retirada del fútbol de Nakata con apenas 29 años. El “Beckham asiático” sorprendió a todos anunciando su retirada definitiva y colgó las botas para dedicarse a tiempo completo al mundo de la moda, a hacer de modelo y a regentar un restaurante de su propiedad en Hong Kong donde elabora su propio sake.

***

De cara al Mundial de Sudáfrica en 2010 Japón tuvo que reinventarse, aunque aún contaba con Nakamura. Pero, por suerte, la semilla que habían plantado tipos como Miura, Nakayama, Nakata, Imamoto y Nakamura ya había germinado y ahora tocaba recoger una buena cosecha y pulir los defectos que hacían que Japón no tuviera problemas para clasificarse para el Mundial, pero, en cambio, no fuera capaz de ser una selección rocosa y con capacidad de ser más fiable y de avanzar un poco más en el torneo.

Para el Mundial de Sudáfrica estaban ya consolidados en la selección el defensa Tulio Tanaka, los centrocampistas Abe, Endo y Honda y el delantero Okubo, una hornada de jugadores que ya jugaba con asiduidad en Europa y que, además, era heredera del espíritu de sus ancestros futbolísticos. 

El grupo que les tocó en suerte no era fácil, con Camerún, Holanda y Dinamarca en el horizonte, pero los samuráis azules esta vez sí dieron la talla.

Primero cayó Camerún con un golazo de Honda. 

Honda certificó el triunfo de Japón ante Camerún en el debut en Sudáfrica.

Después les tocó cruz ante Holanda en un encuentro que se decidió con un tiro de Sneijder que se metió dentro el portero Kawashima. Y es que Japón heredó de la serie Campeones sólo la parte de Oliver Atom y se dejó en el tintero la figura de Benji, porque futbolistas talentosos de tres cuartos de campo hacia arriba los sacan de debajo de las piedras, pero los buenos porteros brillan por su ausencia. 

En el último partido del grupo, Japón se jugaba la clasificación directamente con Dinamarca. El que ganara estaría en octavos y el otro haría las maletas. Y esta vez Japón cumplió y dio una exhibición ante los europeos con un fútbol de gran calidad para imponerse por tres goles a uno con tantos de Honda, Endo y Okazaki. 

En octavos de final esperaba Paraguay.

Los nipones plantearon un partido muy serio ante los guaraníes. Minimizaron sus errores defensivos y jugaron con más orden del que en ellos es habitual, pero fueron incapaces de batir a Justo Villar y, al final, el partido se decidiría en la tanda de penaltis. 

Y allí anotaron los paraguayos sus tres primeros lanzamientos y los japoneses dos, porque el tercero lo mandó Yuichi Komano al larguero. El cuarto penalti paraguayo lo anotó Nelson Valdez y Honda marcó también el suyo para alargar la agonía. Cardozo batió también a Kawashima en el quinto lanzamiento y eliminó a Japón, que había tocado con la yema de los dedos los cuartos de final de un Mundial.

Y Sudáfrica supuso también el adiós definitivo a la selección de Nakamura, que sólo disputó deiciséis minutos en el torneo. En rueda de prensa, le preguntaron: “¿Cuándo será tu próximo partido con la selección?”. “Nunca”, respondió el diez de Japón. 

Y nunca volvió a vestir la casaca azul, aunque no abandonó el fútbol, sino que se juntó con la mayor vieja gloria del fútbol japonés, el bueno de Miura, para jugar en Yokohama en segunda división. 

Shunsuke Nakamura y Kazu Miura, dos mitos disfrutando del fútbol.

Los dos se divierten aún en este momento jugando al fútbol.

***

Para el Mundial de 2014 Japón reclutó a Zaccheroni, que clasificó a los del Sol Naciente sin problemas, pero que volvió a sucumbir en la fase de grupos como tantas otras veces. 

El empate sin goles ante Grecia en el primer partido del grupo fue su mejor resultado. Después cayeron por dos a uno ante Costa de Marfil y se vieron avasallados por Colombia en el partido que cerraba el grupo (4-1). 

Nuevamente a casa sin pena ni gloria.

Y llegó Rusia 2018 y los japoneses, con Akira Nishino a los mandos, volvieron a ser el prototipo de lo que son: un equipo divertido, rápido, valiente y honesto, pero con tendencia a hacerse el harakiri. 

Le ganaron a Colombia en el primer encuentro por dos a uno, empataron a dos tantos ante Senegal y cayeron cuando nadie lo esperaba ante una Polonia que ya estaba eliminada (0-1). 

Con esos resultados, Colombia estaba clasificada como primera de grupo y Japón y Senegal empataban a todo: a puntos y a goles a favor y en contra. Y, por primera vez en la historia de los Mundiales, se usó el juego limpio para desempatar. Japón había visto tres tarjetas amarillas en los tres partidos de la fase de grupos; Senegal, cinco. 

Así que los africanos se iban a casa y los japoneses se enfrentarían a Bélgica en los octavos de final.

Y el resultado, ya lo saben. 

El capitán belga Eden Hazard intenta consolar a un desolado Kagawa.

Un partido extraordinario, dos goles bellísimos, una defensa lamentable de los balones parados y el tercer tanto en contra en el descuento... ¡¡en un contragolpe de libro que duró 10 segundos y que se inició con un saque de esquina a favor!! 

Increíble, pero cierto. 
Un harakiri futbolístico en toda regla.

***

En Catar, los samuráis azules, dirigidos por Hajime Moriyasu, volvieron a sorprender al mundo en una primera fase espectacular para acabar de nuevo ahogándose en la orilla. 

Tras empezar el torneo derrotando sorprendentemente a Alemania tras remontar el gol de penalti de Gundogan en ocho minutos de pura inspiración en los que Doan y Asano dejaron a los teutones helados (2-1), los nipones cayeron ante una deprimida Costa Rica para dejar con vida a los germanos (0-1) en la última jornada. 

Japón remontó ante Alemania para poner patas arriba su grupo en el Mundial.

Sin embargo, en otro ejercicio de superviviencia, los de Moriyasu calcaron el encuentro del debut ante Alemania para remontar un tanto de Morata con dos fogonazos en la segunda parte (2-1) y meterse como primera de grupo en los octavos de final y, de paso, enviar a Alemania a su casa.

Pero cuando más felices se las prometían los japoneses, con una selección más pragmática y trabajada defensivamente que sus predecesoras, llegó la gran bofetada. Japón se adelantó a poco menos de dos minutos del final de la primera parte con un tanto de Maeda, pero la vieja guardia croata mantuvo a su selección en el partido y Perisic empató el choque de octavos de final a los diex minutos de la reanudación. 

Nadie fue capaz de deshacer el empate ni en lo que quedaba de partido ni en el tiempo extra y la clasificación se decidiría desde el punto de penalti. Y ahí los japoneses se mostraron tiernos ante la veteranía y los nervios de acero de una selección croata que ya fue pasando rondas a base de tandas de penalti cuatro años atrás en Rusia.

Y pasó lo que tenía que pasar. 

Que el guardameta croata Livasovik se convirtió en el héroe de su equipo detiendo los lanzamientos de Yoshida, Mitoma y Minamino para volver a dejar a Japón, otra vez, con la miel en los labios (3-1). 

Los futbolistas japoneses contemplan desolados las paradas de Livasovik. 

Así, la sorprendente Japón que derrotó a alemanes y españoles tuvo que volver a casa, mientras que Croacia volvió a aprovechar los once metros para derrotar a Brasil y meterse otra vez en las semifinales de la Copa del Mundo. Pero allí esperaban Messi y sus gladiadores y eso ya fueron palabras mayores para los viejos roqueros croatas.

Sea como sea, a Japón siempre le quedará la sensación de haber hecho un gran torneo y de haber demostrado al mundo que son capaces de competir con los mejores. Además, no podemos olvidar ni desdeñar su grandísima evolución como selección, ya que Japón no se había clasificado nunca para una Copa del Mundo hasta Francia 98 y, desde entonces, nunca han dejado de asistir. 

Y eso se dice pronto, pero no es tan sencillo... 

viernes, 22 de julio de 2022

La Argentina de Passarella se queda a medias en Francia 98

El verano del 94 daba sus últimos coletazos, con la resaca de la Copa del Mundo de Estados Unidos aún presente. El Mundial donde Brasil consiguió el tetracampeonato y el torneo en el que a Maradona “le cortaron las piernas”. 

Tras la nueva inhabilitación del astro argentino, que se había hecho hueco casi a codazos en la estupenda selección albiceleste del Coco Basile, y la eliminación en octavos ante Rumanía, a la AFA, con su presidente Grondona a la cabeza, no le quedó más remedio que destituir al seleccionador.

Basile salió por la puerta de atrás después de un trabajo con claros y sombras, pero cuyo bagaje expondremos para que cada uno juzgue con los datos en la mano. 

El Coco Basile fue destituido tras el Mundial de Estados Unidos.

El exfubolista de Huracán cogió las riendas del seleccionado tras el subcampeonato en Italia 90 con la misión de mejorar la imagen de Argentina ante el mundo. Y es que, pese al magnífico triunfo en México 86 y la defensa a ultranza de la Copa conseguida en Italia 90, el equipo de Bilardo les resultaba antipáticos a los aficionados de medio mundo y a prácticamente todos los estamentos del fútbol mundial.

Una selección rota por las lesiones que supo competir hasta el final en Italia, pero que se marchó del torneo criticando duramente a todo el mundo después de la expulsión de Troglio y el polémico penalti que les pitaron en contra y que supuso, a la postre, el triunfo final de Alemania. 

Una selección cuya estrella, Diego Armando Maradona, era tan bueno sobre el césped como convulso fuera de él y que, apenas un año después del Mundial de Italia fue sancionado a quince meses de inhabilitación por dopaje. 

Aunque el propio Maradona siempre dijo que ese control antidopaje fue una farsa y que pagó los platos rotos de haber eliminado a Italia en las semifinales de su torneo y haber privado a la FIFA de su final soñada entre italianos y alemanes.

***

El caso es que Basile sustituyó a Bilardo con la intención clara de lavar la cara de la albiceleste en cuanto a nombres y en cuanto a estilo. Aunque siempre contó el Coco con Maradona, capitán y símbolo de la época pasada y gloriosa, y le dejó las puertas abiertas de la selección incluso tras conocer que el Pelusa había sido inhabilitado por quince meses tras dar positivo en un control antidopaje en Italia, con el Nápoles, en abril de 1991.

En ausencia del Pelusa, el Coco había montado una selección edificada sobre algunos de los pilares de la de Carlos Bilardo, con Basualdo y con Ruggeri, sobre el que recayó la cinta de capitán, a la que añadió la clase, la técnica, la garra y el hambre de jóvenes futbolistas que empezaban a romperla en Argentina como Cáceres, Chamot, el Cholo Simeone, Fernando Redondo, Medina Bello, Batistuta i un jovencísimo Ariel Ortega.

Con esos mimbres ganó la selección de Alfio Basile la Copa América de Chile 91 y la de Ecuador 93. 

¡Casi nada! 

Basile ganó con la albiceleste dos Copas América consecutivas.

Y encadenó una espectacular serie de victorias consecutivas (¡¡treinta y tres!!) que pusieron a la albiceleste con un pie y medio en el Mundial de Estados Unidos 94, con los aficionados frotándose las manos y los ojos porque el equipo, además, jugaba fenomenalmente bien al fútbol. 

Pero entonces se cruzó en su camino la Colombia del Pacho Maturana, que contaba con futbolistas de la talla de Higuita, Valderrama, Rincón, Asprilla y Valencia. 

Primero ganaron los colombianos dos a uno en Barranquilla y después se presentaron en el Monumental y le metieron cinco a los del Coco Basile. 

Y al equipo se le vino el mundo encima. 

Y volvió Maradona. 

Y llegó la durísima eliminatoria ante Australia que resolvió Batistuta en el Monumental tras el sufrido empate a uno que se habían traído de Sídney.

La selección albiceleste llegó al Mundial 94 pletórica, con Maradona de regreso, en su peso ideal, y con el resto del grupo totalmente acoplado. Basile había montado un equipo muy ofensivo en el que juntaba en el centro del campo a Maradona y Redondo, con el Cholo cubriéndoles las espaldas, y arriba mezclaba a Batistuta, Caniggia y Balbo. 

En la recámara, Medina Bello o Ariel Ortega. 

Y Argentina ofreció espectáculo y goles ante Grecia (4-0) y venció con solvencia a Nigeria (2-1) antes de que Maradona fuera expulsado del torneo por su positivo por efedrina y todo saltara por los aires. 

Los del Coco no se recuperaron del mazazo y perdieron ante Bulgaria (0-2) para acabar haciendo definitivamente las maletas tras caer en octavos ante la gran Rumanía de Hagi, Dumitrescu, Raduciou y compañía (2-3).

Cáceres y Batistuta se lamentan tras la eliminación en octavos ante Rumanía.

***

La destitución de Basile estaba cantada. 

Pero la sorpresa llegó con el nombramiento del nuevo seleccionador: Daniel Passarella, el gran capitán del 78, enemigo declarado de Maradona y de Bilardo, y de todo lo que oliera ligeramente a ellos, y que llegaba con la clara intención de imponer mano dura en la selección y de renovarla (aunque ya estaba medio renovada previamente por Basile). 

Un Passarella que hacía muy poco que se había retirado como jugador y se había puesto a entrenar, pero que llegaba avalado por los tres títulos que acababa de levantar con River: Primera División 89-90, el Apertura 91 y el Apertura 93.

El caso es que nada más tomar posesión del cargo, el Káiser declaró que cualquier jugador al que llamara para vestir la camiseta argentina se iba a someter primero a una rinoscopia. Además de lanzar así un mensaje directo a Maradona, Passarella se metió en un jardín, porque era tanto como asumir que había futbolistas que habían pasado por la selección que se drogaban de forma habitual. 

Porque la afición de Maradona a la cocaína era de sobras conocida, pero el Pelusa volvía a estar inhabilitado, tenía treinta y cinco años y, además, no parecía que el nuevo seleccionador lo fuera a llamar, así que, realmente, ¿a quién dirigía Passarella ese contundente mensaje? No se sabe, porque nunca lo aclaró, pero un poco más tarde hubo de lidiar con ello.

Evidentemente, el Pelusa no se calló y, además de fustigar a Passarella por lo que él consideraba “sus boludeces”, dejó publicado en su libro “Yo soy el Diego de la gente” algo realmente grave: que él tomaba cocaína, pero nunca lo hizo para aumentar su rendimiento, si acaso, esa adicción le perjudicaba deportivamente, pero “otros” sí se habían drogado con el fin de aumentar su rendimiento en otras competiciones. 

Ahí la dejó. Botando. 

Pero Passarella no entró al trapo y se dedicó a lo suyo, que, en principio, era renovar la selección argentina.

Passarella se estrenó como seleccionador argentino en noviembre de 1994.

Y lo primero que hizo fue confeccionar un equipo muy joven en torno al Muñeco Gallardo, el joven 10 de River, usando a jugadores de la liga argentina para que se foguearan en los duros partidos internacionales. 

A la vez, imponía sus normas. 

Algunas ciertamente extrañas, como la prohibición de llevar pendientes o la obligación de llevar el pelo corto. 

Lo del pelo corto lo contó en una entrevista. Decía que tener el pelo largo te hace perder la concentración en el campo, porque siempre estabas tocándotelo o arreglándotelo, y que había análisis sobre eso, sobre las veces que se tocaban el pelo los jugadores que lo tenían largo y los que lo tenían corto. 

El autor del análisis debía ser joven y no se había remontado a la época de Kempes, pero Passarella no podía haberse olvidado del Matador. No podía haberse olvidado de todos los goles que hizo Kempes en el 78, con su melena al viento, para contribuir a que él mismo levantara al cielo de Buenos Aires la primera Copa del Mundo para la albiceleste. 

Kempes, con sus greñas, hizo nada menos que seis goles en el Mundial 78.

Seguro que Kempes, con el pelo corto, en vez de haber hecho dos goles en la final y seis en el torneo, hubiera hecho seis ante Holanda y quince en todo el campeonato. 

Brutal Passarella con lo del pelo. 
Y un poco pasado de rosca también.

Pero el caso es que entre los futbolistas que Passarella solía llamar a la selección había algunos con el pelo largo y debían elegir entre cortárselo o renunciar a vestir la albiceleste. Los jóvenes Sorín y Coudet se lo cortaron sin rechistar. Más tarde, ya con el Mundial de Francia a la vuelta de la esquina, Batistuta, después de ver que el técnico iba en serio, se cortó las puntas. 

Pero hubo dos que no le hicieron ni caso: Caniggia y Redondo.

Aunque lo cierto es que a Passarella parecía venirle muy bien la historia del pelo y de que no se lo quisieran cortar porque al Pájaro Cani no podía verlo ni en pintura y de Redondo tampoco era un fan incondicional. De hecho, al mediocentro del Real Madrid lo quería poner en la izquierda y no en el centro, algo que el madridista no aceptaba tampoco. 

Y eso, en los partidos de preparación podía resultar, pero a medida que se acercaban las eliminatorias para el Mundial de Francia 98, no contar con el talento de Redondo ni con la velocidad y la definición de Caniggia porque no se cortaran el pelo resultaba una apuesta, cuando menos, arriesgada.

Caniggia siempre ha contado con un pelín de sorna la llamada de Passarella instándole a cortarse la melena, diciendo que al principio pensó que era una broma, que el seleccionador de Argentina no podía estar pidiéndole tremenda chorrada. 

Incluso le llegó a decir que se lo cortaría un centímetro o centímetro y medio, en plan “joda”, pero Passarella le dijo que no, que un poco más. 

Y Caniggia colgó el teléfono. 

Pero cuando se vio fuera de la lista del Mundial de Francia la sonrisa se le heló en la boca. 

Caniggia decidió no cortarse el pelo y se quedó sin Mundial.

Siempre dijo el Pájaro públicamente que Passarella le “cagó” un Mundial, el evento más importante para cualquier futbolista y que sólo se da cada cuatro años se lo “cagó”. 

Y la relación entre ellos se rompió para siempre.

***

El Káiser tenía sus propias ideas y las ejecutaba a rajatabla. 

Hasta sus últimas consecuencias. 

Llevó el timón de la selección con mano de hierro, con los jugadores que él y su cuerpo técnico querían, al margen de los gustos y las peticiones de la prensa o los aficionados. Sus jóvenes futbolistas tenían que cumplir tres premisas: pelo corto, boca cerrada y disciplina. Por eso era difícil que en esa selección entraran, con melena o rapados, Redondo o Caniggia. 

Demasiada personalidad. 
Demasiado quilombo.

Pero así fue armando Passarella la selección que defendería los colores de la albiceleste en Francia, después de ganarse la plaza en la primera fase de clasificación sudamericana de la historia en la que se enfrentaban todos contra todos. 

Se clasificó muy bien, con apenas dos derrotas. 

Y antes, con la selección olímpica había ganado la medalla de plata en Atlanta 96, cayendo en la final ante Nigeria en los últimos minutos de partido. 

Pero antes también había caído en cuartos de final de la Copa América 95 ante Brasil y en cuartos volvió a caer después en la Copa América 97, esta vez ante Perú. 

Así son los resultados. 
Claros. 
Crudos.

Argentina cayó contra Perú en los cuartos de la Copa América 97.

Y así se presentó Argentina en Francia. 

Con una selección mayoritariamente “europea” y con el viento a favor que le daban los últimos buenos resultados de la fase de clasificación que mantenían a los medios, en general, entusiasmados y a los posibles detractores, callados. 

Passarella y su cuerpo técnico habían escogido unas preciosas y prácticas instalaciones en L’Etrat (Saint Étienne), alejados del mundanal ruido, con la idea de alejarse del foco mediático y de las miradas del resto de selecciones. 

Pero, claro, allí se presentaron todos los medios acreditados argentinos más algunos de otras partes del mundo. Y Passarella ordenó colgar unas lonas verdes para tapar los campos de entrenamiento de los suyos para que sus tácticas y sus jugadas ensayadas fueran del todo secretas. 

La prensa montó en cólera. 
Pero las lonas se quedaron. 
Por supuesto.

Aunque al final las lonas verdes acabarían siendo lo de menos. Unos días antes de que comenzara el Mundial se vivió en la concentración de Argentina un momento convulso. Passarella, en su cruzada contra las sustancias en la selección, había obligado a los jugadores a pasar un análisis antidopaje como los que haría la FIFA durante el torneo justo antes de viajar a Francia, el 2 de junio del 98. 

En los resultados apareció un positivo por cocaína y éxtasis que se difundió entre la prensa.
¿Cómo? Hay quien dice que en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires, donde se analizaron las muestras, trabajaba la esposa del periodista Claudio Federovsky, que fue quien acabó difundiendo la noticia con nombre incluido: Juan Sebastián Verón.

Passarella y el médico de la selección, Luis Seveso, dijeron en un primer momento que sí había un positivo en los análisis internos, pero que era por sustancias antigripales y que, en efecto, se trataba de Verón. Esto pasaba el 5 de junio de 1998. Al día siguiente, Passarella desmintió directamente todo en rueda de prensa, mientras Verón decía que se estaba comiendo un “garrón”. 

Grondona, el presidente de la AFA, salió a la palestra para decir que sí sabía que había un positivo, pero que desconocía el nombre del futbolista, que eso era una información que sólo tenía el cuerpo técnico. Añadió que eran controles internos, que se habían practicado cuando no había ninguna competición en marcha y que el caso no tenía más recorrido. 

Verón fue señalado por la prensa por un supuesto positivo por cocaína. 

De momento, la cosa quedó ahí (a la conclusión del campeonato quedaría demostrado que era todo cierto, pero nadie investigó más a fondo la cuestión porque los análisis eran internos y no acarreaban sanciones), pero las relaciones del plantel con la prensa se recrudecieron justo antes del inicio del torneo.

El punto culminante de esa mala relación de la selección de Passarella con la prensa vino justo después del debut de la albiceleste en el Mundial con una importantísima victoria por la mínima ante Japón (1-0). 

Tras la historia del doping y algunas noticias más sobre malos rollos en el seno del equipo, algún medio argentino había publicado que el Mono Burgos se había pegado con Leonardo Astrada. En ese momento, los pesos pesados del vestuario se reunieron con el Káiser y le informaron de que no querían más tratos con la prensa. 

El jefe de prensa de la selección intentó convencerlos argumentando que su imagen quedaría muy dañada si tomaban esa medida, pero los futbolistas lo tenían claro. Montaron una rueda de prensa con todos los jugadores presentes en la que el capitán Simeone anunció que no iban a hablar con ningún medio de forma personalizada. Saldrían a las ruedas de prensa que marcaba la FIFA, pero todos juntos. 

Y se lio otra vez. 

Argentina volvía a estar en el foco cuando el balón apenas había empezado a rodar.

***

Porque por lo que respecta al fútbol, la albiceleste empezó el torneo como un tiro, dando miedo. 

El once de Argentina en el Mundial de Francia 98 era potentísimo.

Era un equipo rocoso detrás, con Ayala y Sensini sujetando la defensa y el gran Roa bajo palos, y creativo, vertiginoso, veloz y voraz de medio campo hacia arriba, con Simeone anclando el equipo y la magia de Verón y Ortega ara surtir de balones a Batistuta y al Piojo López. 

Además, jugadores tan dotados como el Muñeco Gallardo o Hernán Crespo esperaban en el banquillo para cuando vinieran mal dadas. 

Un auténtico equipazo, vaya.

Y tras la victoria sufrida ante Japón en Toulouse y la espantada ante la prensa, llegó Jamaica, un bálsamo para la albiceleste, que se merendó a los caribeños sin pestañear en el majestuoso estadio del Parque de los Príncipes. Cinco a cero con dos goles del Burrito Ortega y tres más de Batistuta, que empezaba a postularse como uno de los más firmes candidatos a ganar la Bota de Oro.

El último partido del grupo se jugaría en Burdeos. Argentina y Croacia llegaban al encuentro con la clasificación ya certificada y dirimirían entre ellos las posiciones finales y, por tanto, los cruces. Passarella mantuvo la columna vertebral del equipo, pero dio descanso a algunos titulares y metió en harina a otros que podían llegar a serlo. 

Le dio la manija del equipo al Muñeco Gallardo, que respondió con un gran partido y el inicio de una gran jugada colectiva que culminó a otro debutante en el torneo, el defensa Mauricio Pineda. Su tanto fue el único del partido y colocó a Argentina primera con pleno de victorias, la primera vez que la albiceleste lo conseguía en toda su historia. 

Mauricio Pineda celebra el gol en su debut con Argentina en un Mundial.

Paradójicamente, esa primera posición le complicó el camino. 

Porque Argentina se vería las caras con Inglaterra en octavos de final, mientras que Croacia se cruzaría con Rumanía.

***

Pero Argentina se sentía fuerte, pese a que el cruce se las traía. No sólo tendrían enfrente los de Passarella a futbolistas como Beckham, Scholes, Shearer y un pequeño genio llamado Michael Owen (sólo faltaba Paul Gascoigne), sino que los ingleses esperaban el choque con ansias, buscando la revancha de los cuartos de final de México 1986, el día de la Mano de Dios y del Gol del Siglo, ya que en los doce años transcurridos no se habían enfrentado todavía en una Copa del Mundo.

El partido empezó como un tiro en Saint Étienne y nada más empezar amenazaron los ingleses con una internada de Owen que tuvo que resolver Ayala tirándose al suelo y el rechace lo enganchó Le Soux para meter un centro chut raso al que no llegaron los atacantes ingleses por poco. 

Pero la respuesta argentina fue mejor. 

Ariel Ortega metió un centro al segundo palo que recogió Simeone para encarar a Seaman, que le hizo penalti. Batistuta lo transformó en el uno a cero con un poco de suspense, porque el meta lo toca, pero no lo puede sacar. 

Inglaterra se levantó enseguida, porque tres minutos más tarde Owen se internó en el área y cayó al notar el contacto de un Ayala que iba a por todas. El colegiado señaló los once metros en la otra área y Shearer se encargó de empatar los octavos de final a los nueve minutos. 

Era el primer gol que encajaba Argentina en el torneo.

Pero no sería el último. Porque apenas siete minutos después, Beckham le mete un pase a Owen en tres cuartos de campo, el chaval controla de espuela, encara y se va de su marca, se presenta en el borde del área, regatea a Ayala, su último escollo, y define con una clase descomunal ante Roa para hacer un golazo que pone a Inglaterra por delante. 

Dieciseis minutos de partido y 1 a 2.

Michael Owen se sacó de la chistera uno de los mejores goles del torneo. 

Argentina pasó unos minutos grogui, amargada, sin encontrar la pelota y recibiendo las embestidas inglesas. Schooles estuvo a punto de hacer el tercero, pero la echó fuera en un remate en el área pequeña. Pero, poco a poco, el Burrito empezó a entrar en el partido, empezó a conectar con la pelota y el signo del choque cambió. Ahora Argentina estaba más cerca del empate con un remate alto de Batistuta o una llegada a línea de fondo de Zanetti. 

Y precisamente Zanetti fue el sorprendente protagonista del empate en el descuento de ese frenético primer tiempo. Una falta en la frontal la botó Verón. Amagó la Brujita con el disparo, pero se la dio rasa a Zanetti, que se giró y, a la media vuelta, sacó un disparo brutal que batió a Seaman. Una jugada salida de la pizarra de Passarella y ejecutada a la perfección por sus jugadores.

Tras el descanso decayó el partido. 
No la intensidad, pero sí el ritmo. 

Y fue entonces cuando Beckham cayó en las redes de Simeone. El Cholo le hizo una falta al británico que, desde el suelo, levanta las piernas. El Cholo nota el contacto y se va al suelo, con el árbitro junto a él. El trencilla no duda en echar a Beckham, que será vilipendiado por los tabloides ingleses durante muchísimo tiempo. 

Beckham picó ante Simeone y dejó a Inglaterra con diez en el peor momento.

Pero Argentina, contra diez, no encuentra la manera de meterle mano a Inglaterra, aunque goza de las mejores y más claras ocasiones, y el partido se va a la prórroga y, después, a los penaltis.

Ahí, en la suerte fatídica, Roa se vistió de Goycochea en Italia 90 para meter a Argentina en los cuartos de final. 

Berti, que había salido en la segunda parte, inaugura la tanda batiendo a Seaman. 
También vuelve Allan Shearer a batir a Roa, como en el partido. 
Es el turno de Crespo, que había sustituido a Batistuta. Y Seaman le adivina el lanzamiento.

Argentina tiene el corazón en un puño. 
Pero... va Paul Ince y el meta del Mallorca sostiene a su equipo con un paradón. 

Todo sigue igual. 

Verón también marca. 
Merson empata de nuevo. 
Gallardo adelanta a Argentina, pero Owen también mete el suyo. 
El último penalti argentino lo transforma Ayala con calma, raso y a la izquierda de Seaman. 

Y David Batty, que cierra la tanda para Inglaterra, lo tira fuerte y casi al medio. Roa se ha vencido a su derecha, pero rectifica para despejar el disparo y meter a los suyos en cuartos de final. 

Carlos Roa detiene el lanzamiento de Batty y mete a Argentina en cuartos.

Argentina, con sufrimiento, ha vuelto a dejar a Inglaterra en el camino

Ahora espera Holanda en el Velodrome de Marsella.

***

Holanda tiene un auténtico equipazo. 

El portero, Van der Sar. Stam y De Boer de centrales, apoyados en los carriles por Reiziger y Numan. En el centro del campo, Cocu, Ronald de Boer, Edgar Davis y Wim Jonk. Y arriba, dinamita con Kluivert y Bergkamp. En banquillo, junto al mítico Guus Hiddink, Overmars, Clarenze Seedorf, Hasselbaink y Zenden, por si acaso vienen mal dadas.

Passarella puso sobre el césped el equipo de gala, con Sensini ya recuperado en el centro de la defensa junto a Ayala, con Zanetti por la derecha y Chamot por la izquierda. En el centro del campo, conteniendo, Almeyda y Simeone, con Verón y Ortega con mayor libertad de movimientos. Arriba el Piojo López atacaba partiendo de cualquiera de las dos bandas y Batistuta era la referencia. 

Las fuerzas, pese a que Ortega declaraba antes del partido que había ido a Francia a ser campeón del mundo, estaban muy parejas.

El partido empezó a las cuatro y media de la tarde, con 38 grados a la sombra. 

Pese a todo, argentinos y holandeses volverían a ofrecer un espectáculo colosal en el inicio del partido. Porque apenas iniciado el juego, los holandeses ya habían estrellado un balón en el palo de Roa. Avisando de lo que estaba por venir, que fue el primer tanto del encuentro a los doce minutos. 

Ronald de Boer se va de su par en el centro del campo y le mete un pase magnífico por alto a Bergkamp. El ariete la deja con la cabeza para la entrada de Kluivert en el punto de penalti que, con un toque sutil, bate a Roa. 

Golazo y uno a cero para la Naranja Mecánica.

Kluivert adelanta a Países Bajos con un golazo nada más comenzar el choque.

Pero Argentina responde pronto. 

La Brujita Verón ve con el rabillo del ojo la entrada de Claudio López cortando en dos la defensa naranja, que ha tirado mal el fuera de juego. Le mete un pase preciso y precioso y el Piojo se encuentra solo ante Van der Sar. 

Por un momento, parece que el valencianista se lía con la pelota y no sabe qué hacer, pero no. El Piojo mantiene la sangre fría, envía al portero al suelo y empata el partido. 

Diecisiete minutos de la primera y empate a uno.

El Piojo López equilibró el marcador tirando de mucha sangre fría.

Las ocasiones se van sucediendo entonces poco a poco. 

Primero Cocu lanza un disparo peligrosísimo desde la distancia al que responde muy bien el Lechuga Roa. A continuación, es Ortega quien pone el huy en la boca de los aficionados argentinos con un disparo lejano que se estrella en el palo de Van der Sar. Y aún le da tiempo a Simeone de intentar un disparo lejano que se va fuera por poco antes de llegar al descanso con las espadas en todo lo alto.

En la segunda parte se nota más el miedo a perder en los dos equipos, pero hay tanta calidad que cualquiera puede llevarse el partido en alguna acción individual. 

El peso del choque lo sigue llevando Holanda, que toca más y mejor, mientras Argentina contragolpea con peligro cuando roba. 

Una de esas contras está a punto de caer del lado albiceleste. Verón le mete un gran pase a Batigol, que recorta y golpea a puerta. El balón pega en el palo. 

Minutos después, Kluivert engancha un remate de cabeza que hace trabajar a Roa.

Cuando faltaba menos de un cuarto de hora para el final, el lateral holandés Numan vio la segunda tarjeta amarilla y dejó a su equipo con diez hombres, pero a Argentina no le dio tiempo a probar a Van der Sar. 

Bueno, sí. 

Lo hizo a falta de un minuto para el final, en una internada de Ortega que volvió loco a Stam dentro del área para dejarse caer a ver si el árbitro picaba. 

No picó. 

Y mientras el árbitro le amonestaba, el meta holandés se le encaró, el Burrito subió la cabeza y golpeó al portero. El holandés, antes de sentir el contacto, ya estaba en el suelo. 

Ortega fue expulsado e igualó las fuerzas a las puertas de una hipotética prórroga.

El árbitro no picó, pero Ortega sí lo hizo ante Van der Sar.

Pero el fútbol es caprichoso y la prórroga jamás se disputaría. 

Porque casi en el tiempo de descuento, con el partido agonizando, Ronald de Boer metió una pelota larguísima buscando la espalda de la defensa argentina. Allá corrían, mirando al cielo de Marsella, el Ratón Ayala y Dennis Bergkamp. 

El holandés le ganó la posición al defensa argentino, la bajó de forma sublime con el empeine de la pierna derecha, dejó pasar a Ayala, la pisó y la metió en un ángulo. 

Dos a uno para Holanda, que se vería las caras con Brasil en las semifinales y caería con honor en los penaltis tras empatar a uno con la canarinha. 

Argentina, en cambio, tenía que hacer las maletas.

Bergkamp eliminó a Argentina con uno de los mejores goles del Mundial. 

***

De regreso a Argentina los periodistas afilaban los cuchillos. Los invictos, como llamaba Passarella a los de ese gremio. Ahora ya no importaba que el Káiser hubiera abierto de par en par las puertas de la albiceleste a jóvenes como Gallardo, Crespo, Verón, Zanetti y Claudio López. Ahora había que ajustar cuentas. Y el entrenador lo sabía.

Los titulares y los comentarios más repetidos fueron que Ortega no era jugador para la selección o que Passarella se equivocó en todo y tendría que dar explicaciones. En líneas generales se acusó al seleccionador, y también a los futbolistas, de no jugar a la manera argentina y de sucumbir al tacticismo europeo.

Lo expresaba así Ángel Cappa: “Holanda jugó como debía hacerlo Argentina, tocando el balón, atacando y abriendo el campo. Ellos han aprendido esto y lo incorporaron desde la época de Cruyff, pero el futbolista argentino lo siente desde tiempos inmemoriales y es increíble que pierda la fe en su juego”.

Menotti, el técnico campeón en el 78, iba en la misma línea y se quejaba de que Argentina había jugado “a la italiana”. Como el periodista Horacio Pagani que decía que a los jugadores y al técnico les faltó convicción para poner en práctica el estilo de juego típicamente argentino y confiaron su suerte a la táctica, no al concepto del juego.

El tiempo de Passarella en el banquillo de la albiceleste se agotó tras el Mundial. 

El Káiser, tras la derrota, dejó la selección, pero con la conciencia tranquila. “No cumplimos el objetivo de estar entre los cuatro primeros, pero si analizamos cómo quedó eliminada Argentina y contra los rivales que le tocó jugar creo que no es un fracaso”. 

Y en septiembre de ese mismo año 1998, tras resolver el contrato que tenía con el RCE Espanyol de Barcelona, Marcelo Bielsa se convertiría en el nuevo y flamante seleccionador argentino.

Pero ésa ya es otra historia...