"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

martes, 31 de mayo de 2022

El milagro de Belo Horizonte: Estados Unidos derrota a Inglaterra en el Mundial de Brasil 50

En 1950 la máxima competición del fútbol de selecciones volvía a disputarse después de 12 años de parón a causa de la Segunda Guerra Mundial y la inmediata postguerra. El Mundial de Francia de 1938 que ganó la Italia de Pozzo había sido hasta ese instante el último torneo.

Pero en 1946 se decidió que el Mundial volvería a disputarse en 1950 y que se jugaría en Brasil, único país que había presentado su candidatura ante la imposibilidad de jugar en una Europa todavía en plena reconstrucción tras la guerra. Al Mundial del 50 la FIFA no permitió que fuera Alemania, sancionada como responsable de la contienda mundial, y tampoco disputaron la fase de clasificación los principales países comunistas europeos, por lo que ni la Unión Soviética, ni Hungría, ni Checoslovaquia lucharían en tierras sudamericanas por la conquista de la Copa Jules Rimet.

Cartel del Mundial de Brasil de 1950.

Quien sí acudiría al Mundial por primera vez sería Inglaterra. Tras haberse negado a participar en los tres anteriores torneos, los inventores de este deporte maravilloso llamado fútbol habían decidido dejar de lado su tradicional “política de no intervención”, limaron asperezas con la FIFA y se integraron en la organización junto con el resto de equipos británicos en 1946.

Eso supuso que disputaran las eliminatorias para estar en Brasil y poder demostrar al mundo que, además de los inventores del fútbol, eran los que mejor lo jugaban. No se podían ni imaginar lo que les esperaba en tierras sudamericanas.

***

La selección inglesa integró un grupo de clasificación junto al resto de selecciones británicas (Escocia, Gales e Irlanda) y de ahí saldrían dos equipos directamente clasificados para el Mundial de Brasil. Inglaterra ganó en Gales por 1 a 4 y en Escocia por 0 a 1, mientras que se deshizo con suma facilidad de Irlanda en Wembley (9-2). 

La selección, entrenada desde 1946 por Walter Winterbotton, se ganó su billete a tierras brasileras junto a Escocia, pero los escoceses renunciaron porque, aunque el segundo también iba, habían asegurado antes de la disputa de las eliminatorias que sólo jugarían el Mundial si quedaban primeros. Así que nadie pudo convencerles de lo contrario y sólo los ingleses partieron hacia tierras sudamericanas.

Bentley marcó el gol de Inglaterra en el Hampden Park de Glasgow. 

Inglaterra tenía a Bert Williams de portero y solía jugar con una defensa de tres hombres compuesta por Alf Ramsey (el seleccionador que pasaría a la historia de Inglaterra tras ganar el Mundial de 1966), John Aston Senior (buque insignia del Manchester United) y Billy Wright (el gran capitán de la selección y de los Wolves). 

En el centro del campo controlaban las embestidas rivales y cocinaban el juego de los “pross” Laurie Hughes, del Liverpool, y Jimmy Dickinson, campeón de Liga con el Portsmouth, mientras que la delantera era absolutamente temible y la solían formar Wilf Mannion, Tom Finney, Jimmy Mullen, Stan Mortensen y Roy Bentley. 

Por si fuera poco, aún tenía Winterbotton dos balas en la recámara arriba con el mítico Stanley Mathews (que entonces ya tenía 36 años) o Eddie Baily.

Ese equipazo, junto con Brasil, era el favorito para ganar el torneo después de que los italianos, los vigentes campeones, hubieran de presentar una selección totalmente nueva tras de la tragedia de Superga del 4 de mayo de 1949 cuando el avión que traía a todo el Torino de vuelta a casa desde Lisboa impactó contra la torre de la basílica de Superga, a las afueras de Turín, y murieran los 18 integrantes del equipo que había ganado las últimas cinco ligas disputadas en Italia, sus entrenadores, dos directivos y tres periodistas que acompañaban al equipo. 

Perdieron la vida 31 personas en una tragedia que vistió de luto el fútbol trasalpino y mundial. Aun así, la azzurra disputó el torneo igualmente, en un acto de homenaje a sus compañeros fallecidos, pero no pudo superar a Suecia, ante la que cayó por 3 a 2 en el primer encuentro, y regresó a casa pese al triunfo por 2 a 0 ante Paraguay.

Otra de las selecciones importantes que no disputó el Mundial fue Argentina, ya que las federaciones de Argentina y Brasil tenían grandes diferencias que no pudieron (o quisieron) solventar y la albiceleste optó por renunciar al torneo. Además, la huelga de futbolistas profesionales que se desató en 1948 y que acabó con los mejores futbolistas argentinos jugando fuera del país le restó potencial a la selección, así que la AFA decidió no participar en el Mundial de 1950. 

Así que ni la espectacular delantera de River apodada la Máquina en pleno apogeo ni unos jóvenes Di Stéfano y Carrizo pudieron debutar en una Copa del Mundo.

La espectacular delantera de River Plate se quedó sin Mundial.

Los ingleses sí que debutarían por fin en su primera cita mundialista y lo harían en el grupo de Chile, Estados Unidos y España. Sólo el primero pasaría a una liguilla de cuatro equipos de la que saldría el Campeón del Mundo tras jugar todos contra todos. 

Las casas de apuestas pagaban 3 a 1 la victoria de Inglaterra en el Mundial. Si los norteamericanos levantaban la Copa se pagaba 500 a 1.  En el partido entre Inglaterra y Estados Unidos, las casas de apuestas ni siquiera permitieron apostar. 

Imaginaos qué claro lo tenían.

Y cuan equivocados estaban.

***

Pero empecemos por el principio.

Los ingleses debutaron el 25 de junio en Maracaná ante Chile y presentaron su candidatura a ganar el torneo venciendo con relativa solvencia a los mapuches con los tantos de Stan Mortensen en la recta final de la primera mitad y de Wilf Mannion al poco de iniciada la segunda. 

Billy Wright encabeza a Inglaterra para su debut en un Mundial.

Nadie podía imaginar a esas alturas que serían los únicos goles que marcarían los Tres Leones en toda la competición.

Mientras, a la misma hora, debutaba España ante Estados Unidos en Curitiba. La selección entrenada por Guillermo Eizaguirre, la de los Ramallets, Puchades, Basora, Gainza y Zarra, derrotó a los yanquis por 3 a 1, pero lo pasó francamente mal y hubo de esperar a la recta final del encuentro para conseguir remontar el tanto inicial americano.

Con algunos apuros, sobre todo por parte de los españoles, pero los dos favoritos del grupo habían empezado como se esperaba.

***

El día 29 de junio, en Belo Horizonte, Inglaterra y Estados Unidos iban a enfrentarse en la segunda jornada del grupo segundo. El equipo norteamericano era una mezcla de jugadores amateurs de orígenes diversos, universitarios y algunos pocos profesionales de capa caída que se ganaban unos dólares jugando a soccer después del trabajo.

Había entre los seleccionados muchos de Saint Louis y casi todos eran hijos de inmigrantes europeos, un friegaplatos, un conductor de coches fúnebres, algunos profesores, algún oficinista y algún que otro aspirante a contable.

El portero Borghi era de origen italiano; el defensa Maca, de origen belga, y los también zagueros Walter Bahr y Harry Keough, universitarios de San Louis; el centrocampista y capitán Eddy McIlvenny, de origen escocés; John y Ed Souza, interior derecha y atacante, de origen portugués; mientras que el ariete Joe Gaetjens había nacido en Haití y aún no disponía de la nacionalidad norteamericana.

Un equipo cogido con alfileres que apenas habían jugado juntos unos cuantos amistosos y que había confeccionado su seleccionador, Bill Jeffrey, que entonces entrenaba al Penn State, el equipo de soccer de la Universidad de Pensilvania.

Billy Wright y Eddy McIvenny, los capitanes de Inglaterra y EEUU.

Enfrente, todas las rutilantes estrellas inglesas. Profesionales todos. Las estrellas del Manchester United, del Liverpool, del Leeds, del Portsmouth, del Blackpool, del Stoke City… Ganadores de la First Division y de la FA Cup que vivían por y para el fútbol. La flor y nata de los mejores equipos de la potentísima liga inglesa.

Así que los norteamericanos saltaron al terreno de juego convencidos de que perderían y sólo tenían la intención de hacer un buen papel y caer dignamente, como cuatro días antes ante España. 

Los ingleses buscaban, en cambio, certificar un mero trámite. 
Salir, ganar e irse. 
Pero el fútbol es imprevisible y, a veces, simplemente milagroso. 

En los primeros minutos de partido los ingleses tuvieron media docena de ocasiones claras, incluyendo dos remates a los postes, que desbarató una por una el portero Borghi, tocado esa tarde por la varita mágica.

Los norteamericanos contrarrestaban la calidad técnica y táctica de los ingleses con una ilusión desbordante, mucho pundonor y poderío físico y muchos balones en largo a ver qué pescaban. Y en una de esas, en el minuto 38 de la primera mitad, encontraron petróleo. 

El atacante Souza había conseguido controlar un balón largo en tres cuartos de campo inglés e intentó aproximarse a los dominios del portero Williams, pero se escoró demasiado y, sin posición de lanzamiento, optó por centrar. El meta inglés salió a por la pelota, pero se encontró con que el haitiano Gaetjens, potentísimo, había metido la cabeza antes para alojar la pelota en el fondo de las mallas. 

Ramsey contempla impotente como el balón de Gaetjens se convierte en gol.
Fotografía: Popperfoto/Getty Images.

Mientras Williams se lamentaba, el público de Belo Horizonte se frotaba los ojos. Los inventores del fútbol estaban perdiendo contra un equipo de aficionados yanquis que, en su país, no sabían ni que estaban representándolos en un torneo de este calibre.

Pero faltaba mucho tiempo por delante, toda la segunda parte, y pocos apostaban a esas alturas porque la sorpresa se confirmara. Y más después de asistir a la salida en tromba de los ingleses, que volvieron a acorralar a los americanos en su área y dispusieron de un buen puñado de ocasiones claras que solventaron con acierto entre Borghi y la defensa. 

Pero poco a poco el paso de los minutos fue espaciando cada vez más las ocasiones inglesas y los norteamericanos se encontraban cada vez más cómodos y, a la vez, más nerviosos ante la posibilidad de dar la sorpresa de la competición. 

Pero solventaron el trámite con algún sobresalto, pero sin demasiados apuros, ante la mirada atónita de los espectadores y de los periodistas ingleses, porque lo norteamericanos no habían enviado a nadie a cubrir un torneo que no interesaba a nadie en su país.

El colegiado pitó el final del encuentro entre la desesperación de los ingleses y la alegría inmensa de los jugadores norteamericanos y del público que había asistido al partido, que invadió el campo para acabar sacando a algunos jugadores a hombros. 

El goleador Joe Gaetjens salió a hombros del estadio.

Los periodistas ingleses presentes en el estadio enviaron sus crónicas por fax o por cable y los diarios de la isla no acababan de creérselo. Hubo algún medio que al recibir el resultado (0-1) creyó que se habían equivocado al transcribirlo y puso directamente el 1 delante del cero para publicar que Inglaterra había vencido a Estados Unidos por 10 a 1. Otra cosa no era posible. O no parecía posible.

Y es que se hace difícil explicar la dimensión de un resultado como ése y contextualizarlo. 

Sería como si una selección amateur inglesa de fútbol americano derrotara a los Ángeles RAMS o a los New England Patriots. 
O como si Angola, Irak o Albania, por poner algún ejemplo, le ganaran al Dream Team americano de básquet un partido en los Juegos Olímpicos. 
O como si San Marino, España o Túnez derrotaran a Rusia en un partido de hockey sobre hielo en las Olimpiadas Invierno. 

El primer milagro en una Copa del Mundo. 
El Milagro de Belo Horizonte.

***

Pero aun habiendo caído ante Estados Unidos, Inglaterra tenía la posibilidad de pasar a la liguilla final si derrotaba a España en la última jornada del grupo en Maracaná en un encuentro que estaba marcado en rojo en el calendario por ambos equipos antes del estreno en el torneo. 

De hecho, Maracaná presentó ese día la mejor entrada de todos los encuentros jugados en ese estadio sin presencia de la Canarinha.

Once de Inglaterra que se midió a España en el estadio de Maracaná.

El seleccionador de Las Tres Rosas, Winterbotton, había incluido en el once a Stanley Mathews y a Eddie Baily para abrir más el campo y atacar por los extremos, pero los laterales españoles completaron un gran partido y cerraron bien los dos carriles. Además, los ingleses se encontraron con un Ramallets descomunal en la portería española, desde entonces conocido como “el Gato de Maracaná”, que se encargó de blocar por alto cada centro inglés al corazón del área y de atrapar cada remate a portería.

También sufrieron los “pross” la bravura y la clase de Puchades, que se echó al equipo a la espalda desde el centro del campo; el nervio de Gainza y de Basora en ataque y, finalmente, a Zarra, que anotó el tanto más famoso de la selección española en mucho tiempo. 

Un saque largo de Ramallets lo recogió Alonso en la parte derecha del ataque, aún en la línea de medios, y avanzó con la pelota hasta meter un centro preciso al vértice izquierdo del área pequeña. Allí se elevó Gainza por encima de su par y cabeceó al corazón del área pequeña, donde apareció Zarra libre de marca para rematar al primer toque y batir a Bert Williams nada más empezar la segunda parte.

Zarra marcó el gol que eliminó a los ingleses del Mundial de Brasil.

Bastó ese tanto porque los británicos fueron incapaces de reaccionar y así acabó el encuentro, con victoria española por uno gol a cero. Los ingleses tenían que hacer definitivamente las maletas en su estreno mundialista, mientras los de Eizaguirre se clasificaban entre los cuatro mejores equipos del torneo y lucharían sin éxito por levantar la Copa del Mundo. 

Hasta 2010, cuando España levantó su primera Copa del Mundo en Sudáfrica, el cuarto puesto del Mundial de Brasil 50 fue el mejor resultado de los ibéricos en un Mundial.

El Times de Londres resumió la primera participación de su selección en una Copa del Mundo con este epitafio: “En conmovido recuerdo al fútbol inglés que murió en Río de Janeiro el 2 de julio en 1950, entre profundos lamentos de un círculo de amigos y simpatizantes. Descanse en paz. El cadáver será incinerado y las cenizas llevadas a España”.

***

El estrepitoso fracaso de Inglaterra en Brasil demostró, de forma cruel, una gran lección: haber inventado el fútbol no te convierte necesariamente en el que mejor lo juega. Y a fuerza de golpes, Inglaterra fue aprendiendo poco a poco esa dura lección.

Aunque el duelo inglés se quedó muy corto al lado del brasileño, que viviría su particular infierno pocos días más tarde, cuando cayeron sin esperarlo en un Maracaná a rebosar ante los valientes uruguayos, que acabaron levantando su segunda Copa del Mundo contra todo pronóstico en la inmensidad del silencio de un estadio semivacío. El Maracanazo, otro milagro en el mismo Mundial que marcó a toda una generación.

Los norteamericanos ya tenían el suyo, su milagro de Belo Horizonte. Aunque a su vuelta al país nadie los esperaba para aclamarlos ni para felicitarlos ni para homenajearlos más allá de un puñado de familiares y amigos. 

Los héroes de Estados Unidos que derrotaron a Inglaterra en 1950.

Pese a todo, los héroes norteamericanos del 50 quedaron en el recuerdo de todos los aficionados al fútbol, un recuerdo cada vez más admirado a medida que la selección de Estados Unidos iba consumiendo sus 40 años de travesía por el desierto de los mundiales, ya que no volvería a participar en una Copa del Mundo hasta Italia 90

Aunque a los ciudadanos norteamericanos siguió sin importarles demasiado.

miércoles, 25 de mayo de 2022

La Bulgaria de Stoichkov da la campanada en Estados Unidos 1994

El Mundial de Estados Unidos de 1994 será recordado por muchas cosas. Por ser la primera Copa del Mundo disputada en un país donde el fútbol no es ni el primero, ni el segundo, ni el tercero, ni el cuarto deporte más popular. Por ser la primera vez que los jugadores lucían el mismo dorsal durante todo el torneo y encima del número, su nombre. Por ser la primera vez que se repartieron 3 puntos por victoria en la primera fase (hasta ese instante habían sido dos). Por ser la primera vez que los árbitros desterraban el negro de su indumentaria y vestían con camisetas doradas, rojas, grises o rosas.

Se recordará Estados Unidos 94 por ser la Copa del Mundo del positivo de Maradona, donde los argentinos empezaron como aviones, incluso presentando su candidatura a levantar de nuevo la copa, para sucumbir al trauma del drama de su capitán y caer en una depresión futbolística que les mandó a casa en octavos de final. 

También se recordará por ser la Copa del Mundo de Roberto Baggio, que fue clasificando a su selección con goles inverosímiles mientras su entrenador no quería verlo ni en pintura, muy a la italiana

Fue la Copa del Mundo del fallo de Salinas delante del portero y del codazo de Tassotti a Luis Enrique. 

Fue el torneo de la Suecia de Larsson, Dahlin, Brolin y Kennet Andersson, que se plantó en semifinales reverdeciendo viejos laureles casi olvidados en el país escandinavo. 

Fue el Mundial de Romario y Bebeto

Y también la del tetracampeonato brasileño en la única final sin goles de la historia y la primera que se resolvió en la tanda de penaltis (la segunda fue la de Alemania 2006, también con Italia sobre el césped aunque con un resultado bien distinto).

Pero también fue (o principalmente fue) el Mundial de Bulgaria. 

Bulgaria celebra un gol en el Mundial de Estados Unidos 94.

La Bulgaria díscola e imprevisible de Stoichkov, Letchkov, Balakov, Kostadinov, Ivanov y el portero Mihaylov, que se encargó de sorprender a propios y extraños superando ronda tras ronda hasta detenerse en las semifinales, donde acabó topando contra la magia de Roberto Baggio y el oficio de los futbolistas italianos.

Los búlgaros no habían ganado ni un solo partido en sus cinco apariciones anteriores en una Copa del Mundo: ni en Chile 62, ni en Inglaterra 66, ni en México 70, ni en Alemania 74 fueron los balcánicos capaces de ganar un solo encuentro y se fueron a casa a las primeras de cambio. 

En México 86 tampoco obtuvieron ninguna victoria, pero superaron la primera ronda como una de las mejores terceras después de dos empates y una derrota. Se fueron a casa tras caer ante México por dos goles a cero en los octavos de final. 

Cinco mundiales y ni un solo triunfo. En Estados Unidos los Leones de Bulgaria consiguieron la primera victoria y ya no quisieron parar.

***

Todo empezó casi milagrosamente el 17 de noviembre de 1993, en el último partido de la fase de clasificación que Bulgaria debía jugar en el Parque de los Príncipes ante la Francia de Cantona, Deschamps, Blanc, Desailly, Papin, Ginola y compañía. Los del Gallo habían tropezado en casa ante Israel una jornada antes y habían dejado abierto un grupo que parecía casi sentenciado. 

Francia tenía un equipazo en 1993 con Papin y Cantona arriba.

Suecia se había clasificado ya y la otra plaza para Estados Unidos 94 se la jugarían franceses y búlgaros en París. A los galos les bastaba un empate, mientras que los Leones necesitaban una victoria que todo el mundo juzgaba improbable.

Pero ya presentarse en el Parque de los Príncipes con todo el equipo al completo fue un triunfo. Dos de los mejores atacantes del equipo, Emil Kostadinov y Lubo Penev, ambos titulares indiscutibles, estaban esperando el visado para poder entrar en Francia desde Alemania, lugar en el que el seleccionador, Dimitar Penev, había decidido concentrar al equipo para huir de las críticas en Bulgaria. 

Apenas a dos días del choque, los visados no habían llegado y al meta Borislav Mihaylov se le ocurrió una idea un poco peregrina y anticuada, pero muy efectiva. El bueno de Mihaylov jugaba en el FC Mulhouse, club de una ciudad fronteriza entre Francia y Alemania, y allí era popular y tenía contactos, así que, ni corto ni perezoso, se puso al volante de un coche, cargó a sus dos compañeros y confió en que su popularidad sirviera para cruzar la frontera sin demasiados problemas y sin la inevitable petición de documentación. 

Y así fue como Penev y Kostadinov pudieron jugar el partido más importante de su selección en mucho tiempo. Si los gendarmes franceses hubieran intuido lo que pasaría después, seguro que no les hubieran dejado pasar.

Porque en el Parque de los Príncipes se llegó al minuto 89 de partido con empate a uno tras los goles de Cantona y la respuesta de Kostadinov (ambos en la primera mitad). En ese momento, Ginola llegó casi hasta la línea de fondo de la parte derecha del ataque francés y recibió una falta. Prácticamente ningún compañero acudió al remate y Guerin sacó en corto con la intención de que Ginola se llevara el balón al córner y fueran pasando los agónicos segundos que les separaban de Estados Unidos 94. Pero Ginola controló la pelota y centró al segundo palo sin pensárselo. 

Y sin mirar, porque no había ningún compañero allí.

La estampida de Los Leones búlgaros fue antológica. Salieron como flechas por la parte derecha hacia la portería rival y en dos toques le llegó el balón a Penev, que vio el desmarque de Kostadinov y le metió un pase al espacio por encima de toda la defensa francesa. 

El atacante recogió la pelota en el vértice derecho del área y lanzó un misil a la escuadra de Lama que golpeó en el larguero antes de meterse en la portería francesa. 

Bulgaria celebra el gol de Kostadinov que la clasifica para el Mundial. 

Pasaban segundos del minuto 90 y Bulgaria acababa de sacar el billete a Estados Unidos mientras que a Francia le tocaba bajarse del avión. Los medios de comunicación del país balcánico hablaban de un milagro, mientras que entre los medios de comunicación corría como la pólvora una frase mítica: “Dios es búlgaro”.

Pero si lo era, quiso poner a prueba a la selección, porque justo antes del Mundial, Lubo Penev anunció que padecía un cáncer testicular, por lo que no sólo no jugaría el Mundial, sino que ahora le tocaría luchar directamente por su vida. 

Así, sin uno de los jugadores más carismáticos de la selección, Bulgaria emprendía el camino hacia el sueño americano. 

Un problema de salud privó a Lubo Penev de disputar el Mundial.

Un sueño que pasaba por conseguir la primera victoria en un Mundial para intentar seguir adelante en el torneo. Los primeros rivales: Nigeria, Grecia y Argentina.

***

A Estados Unidos llegaron Los Leones búlgaros a jugar al fútbol como vivían y a vivir como jugaban al fútbol, con intensidad, con vitalidad, a borbotones. Porque la selección de Dimitar Penev juntaba un talento descomunal, sobre todo de medio campo hacia adelante, pero eran casi todos sus mejores futbolistas unos tipos muy anárquicos, duros, que funcionaban a impulsos, capaces de lo mejor y de lo peor, con un carácter extraordinariamente competitivo y que jugaban a una velocidad endiablada.

Y vivían también así. 
Al borde del abismo. 
Sin parecer un equipo de fútbol. 

Era la única selección que había permitido a las mujeres de los jugadores estar en la concentración. 

Era la única selección que no contaba con personal de seguridad en el hotel de concentración. 

Era la única selección en la que podías ver a sus jugadores fumando y tomando cerveza en el borde de una piscina ataviados con sus camisas estampadas de colores. 

Era la única selección donde los jugadores jugaban a las cartas hasta altas horas de la madrugada. 

Jóvenes con ganas de disfrutar del momento que estaban viviendo y que se tomaban la vida como venía. 

Mihaylov y Balakov se toman unas cervecitas en la concentración.
Fotografía extraída de un reportaje firmado por Tomás Guasch en Mundo Deportivo. 

Fútbol para jugar. 
Fútbol para disfrutar. 
Fútbol para vivir.

Fútbol practicado por una generación de jóvenes que, por primera vez, había tenido la oportunidad de demostrar su talento en Europa. Y es que el régimen comunista búlgaro no había permitido salir del país a ningún deportista hasta que no cumpliera 28 años. Tras la caída del régimen, los mejores jugadores búlgaros salieron a triunfar en Europa, a empaparse del fútbol europeo y a competir con los mejores.

En 1994, Stoichkov ya llevaba cuatro temporadas en Barcelona y había sido campeón de Europa en 1992 y finalista en 1994. Lubo Penev brillaba en el Valencia CF, como lo hacía Kostadinov en Oporto, Balakov en el Sporting de Lisboa o Letchkov en Hamburgo. También jugaban en Europa y destacaban en sus clubes Genchev, Mihaylov, Ivanov o Iliev.

Pero esos futbolistas anárquicos con una personalidad desmesurada se convertían en un equipo temible cuando jugaban juntos, un ataque portentoso que brillaba especialmente con metros por delante y que convertía los partidos en un suplicio para los rivales si se les permitía correr y mover la pelota rápido en tres cuartos de campo.

Por separado eran buenos, pero juntos eran mucho mejores.

Porque tenían en Balakov, centrocampista del Sporting de Lisboa, a un auténtico portento técnico, con una izquierda maravillosa con la que lanzaba al ataque a sus veloces compañeros con pases milimétricos.

Porque le protegía Letchkov, del Hamburgo, su escudero en el centro. Un futbolista calvo con un mechón de pelo en la frente desnuda que percutía y percutía y percutía, llegando al área para rematar con las dos piernas y con la cabeza a la mínima que se le presentaba la ocasión.

Porque tenían a Kostadinov, el delantero del Oporto, capaz de marcar goles de la nada. Fuerte, potente, rápido e intuitivo y técnico.

Y porque contaban con Stoichkov, la estrella de la selección que ya había demostrado en el FC Barcelona que se había convertido en uno de los mejores atacantes del mundo. Veloz, hábil, constante, batallador, incansable, luchador, con un misil en la pierna izquierda y una facilidad inusitada para hacer goles.

Cubriéndoles las espaldas estaba Trifon Ivanov, del Neuchatel, un defensa de los de antes que, además, se incorporaba al ataque con facilidad desde su banda izquierda.

Bajo palos, Mihaylov encajaba como un guante en ese equipo. 

Un tipo que lucía con orgullo su peluquín y al que llamaban “Peluquinov”, que tenía un sentido del humor envidiable: “Me hubiera encantado tener una melena como la de Roberto Baggio, pero así es la vida”, aseguraba. 

Mihaylov disputó el Mundial con peluquín. No le fue nada mal.

En octavos de final “Peluquinov” se convertiría en el héroe de su equipo.

***

Pero las cosas no iban a empezar bien para los búlgaros, que comenzaron el torneo tan confiados que se llevaron un revolcón de época ante una magnífica Nigeria que les ganó sin despeinarse por tres goles a cero. 

Yekini, Amokachi y Amunike les recordaron a los búlgaros que podían volver a irse del Mundial sin victorias de nuevo.

Entonces los balcánicos se pusieron las pilas y batieron a Grecia con una solvencia inusitada: cuatro a cero. Hristo Stoichkov abrió además su cuenta personal con dos goles desde el punto de penalti que sirvieron para abrir el partido. Letchkov y Borimirov cerraron la cuenta goleadora. 

El primer trago ya se lo habían echado: Bulgaria había roto la maldición y había ganado su primer partido en un Mundial. 

Ahora faltaba pasar la primera fase y, para eso, había que vencer a Argentina.

La albiceleste se presentó en Dallas ante Bulgaria en estado de shock. Maradona había salido del campo tras el partido ante Nigeria de la mano de una enfermera, sonriendo y saludando, camino del control antidopaje y había vuelto entre lágrimas tras el positivo por efedrina y otras cuatro sustancias derivadas que supusieron su expulsión de la selección argentina. 

Una selección con jugadores como Chamot, Redondo, Canniggia, Simeone o Batistuta que no supieron reaccionar a la caída del Diez. Los búlgaros vieron que ésa era su oportunidad y salieron a por ella sin complejos. 

Los goles de Stoichkov y Sirakov le dieron la victoria a los Leones y dejaron a Argentina sumida en una profunda depresión. 

Bulgaria se metió en octavos de final por primera vez en su historia. 

Se clasificaron las tres selecciones para los octavos de final: Nigeria, primera de grupo, Bulgaria, segunda, y Argentina, tercera. Los sorprendentes nigerianos caerían ante Italia en un partido de infarto y los argentinos ante una asombrosa Rumanía, pero los búlgaros empezaban a estar tocados por la varita mágica y lo demostraron ante México.

Había sido precisamente el Tri quien había despachado a Bulgaria en México 86, el último Mundial disputado por los balcánicos, así que el choque se presentaba como una revancha en toda regla. 

Stoichkov se encargó de poner a su equipo por delante a los seis minutos, pero García Aspe empató de penalti sólo doce minutos después.  A medida que avanzaba el partido, el miedo a perder de ambos se fue poniendo de manifiesto, así que nadie fue capaz de batir de nuevo la portería rival. 

Los penaltis decidirían quién se mediría a Alemania, la campeona del mundo, en los cuartos de final. Y ahí emergió la figura del bueno de Mihaylov.

El primer lanzamiento de García Aspe salió desviado, pero el meta mexicano detuvo el lanzamiento de Balakov. Entonces Mihaylov paró el penalti de Marcelino Bernal mientras Guenchev adelantaba a Bulgaria. 

El meta búlgaro ya tenía a los mexicanos atemorizados y volvió a parar el disparo de Jorge Rodríguez. El gol de Borimirov ponía a Bulgaria con dos goles de ventaja en la tanda y, aunque marcó el mexicano Suárez, Letchkov también marcó el suyo para darle a los balcánicos el paso a los cuartos de final del Mundial. 

Alemania se relamía mientras los búlgaros volvían a la piscina con sus cervezas, sus cigarros y sus timbas para celebrar que ya habían hecho historia en el Mundial. 

Mihaylov declaró a los medios de comunicación: “En Sofía, donde nací, se habrán agarrado miles de borracheras en mi nombre”. 

Mihaylov fue el gran protagonista de Bulgaria en los penaltis ante México.

Ni más, ni menos.

***

El caso es que los búlgaros salieron al estadio de los Giants de Nueva York sin ningún tipo de complejo y dispuestos a eliminar a la actual campeona del mundo. Alemania había llegado hasta los cuartos de final ganando el grupo que compartía con España, Corea del Sur y Bolivia y dejando fuera a Bélgica en octavos con cierta solvencia (3-2). 

Pero Bulgaria era otra cosa.

En la primera mitad no pasó casi nada. Bueno, alguna cosa sí. Un remate al palo de Balakov tras una cabalgada de Stoichkov y, después, un enfado descomunal entre los dos que el seleccionador tuvo que solventar en el vestuario obligándoles a hacer las paces si querían saltar al campo en la segunda mitad. No sabremos nunca si se hubiera atrevido a cambiarlos, pero el caso es que se disculparon mutuamente y aquí paz y después gloria.

Trifon Ivanov y Rudi Völler pugnan con todo por un balón. 

En la segunda parte se acabó la calma y todo saltó por los aires. A los dos minutos, Klinsmann controla una pelota dentro del área balcánica e intenta recortar ante Letchkov. El medio búlgaro mete el pie y el delantero germano se desploma en el área. El árbitro colombiano Torres Cadena señaló los once metros sin dudarlo ni un solo instante, mientras los jugadores de Dimitar Penev se lo comían. 

Mihaylov no pudo vestirse de héroe esta vez y Matthaus lo batió para hacer el uno a cero y dejar a Alemania a un paso de las semifinales. Y más cuando Haessler se sacó un misil desde el borde del área que la intervención espectacular de Mihaylov envió a saque de esquina. 

Parecía que la suerte estaba echada.

Pero el orgullo herido de los balcánicos salió a relucir y volcaron el campo en dirección a la portería de Bodo Illgner en pos del empate. Dos saques de esquina casi seguidos rematados por Ivanov y Kostadinov, aunque muy desviados ambos remates, empezaron a meter el miedo en el cuerpo de los campeones del mundo, que recurrieron al contragolpe para solventar la papeleta y estuvieron a punto de hacer el segundo tras un remate al palo que recogió Völler para enviarlo a la red y que fue anulado por fuera de juego.

Parecía la señal que estaban esperando los búlgaros para cambiar definitivamente el signo del encuentro. 

A la media hora de juego, Stoichkov recibe una falta a unos cinco metros del vértice derecho del área. Él se la guisa, él se la come. 

Y se dispone la estrella búlgara a ejecutarla. 

Stoichkov golpeó con el alma para empatar el partido ante Alemania.

No es la mejor posición, porque está demasiado escorada, pero un tipo con la calidad de Hristo en su izquierda no se lo piensa y pone la pelota en el fondo de las mallas tras superar perfectamente la barrera. 

Illgner, que iba hacia su palo, no se mueve. 

Empate a uno.

Tres minutos más tarde, los búlgaros se ponen a tocar en corto en la parte derecha del ataque. Se juntan Balakov, Stoichkov y Kostadinov y se la pasan rápido y por el suelo para salir de la presión en banda alemana, hasta que el balón le llega a Yankov, que recorta y mete un centro al corazón del área germana, totalmente desguarnecida.

Por ahí aparece defendiendo desesperado Haessler, porque por encima de él salta de cabeza Letchkov para poner el balón arriba, lejos del alcance de Illgner.

Letchkov se tiró con todo para conectar un cabezazo espectacular.

Después salió corriendo con los brazos alzados en una celebración icónica, festejando lo que únicamente ellos esperaban, la eliminación de Alemania.

Letchkov le dio la vuelta al partido con un testarazo memorable.

Ahora, puestos a redondear la gesta, sólo faltaba dar otra campanada y eliminar a Italia en semifinales. 

Pero eso ya era demasiado. 

Italia llegó a las semifinales en modo campeona del mundo, es decir, el típico torneo en el que la azzurra hubiera podido caer mil veces y fue pasando rondas hasta convertirse en campeón. 

A saber, tercera en un grupo con México, la República de Irlanda y Noruega. A punto de caer en octavos ante Nigeria, que jugó un partidazo para ver cómo Roberto Baggio empataba el choque en el minuto 88 y el mismo jugador hacía el gol del triunfo en la prórroga. 

A punto de volver a caer de nuevo en cuartos de final ante España, con otro gol de Baggio a dos minutos del final después del fallo incomprensible de Salinas ante Pagliuca apenas minutos antes y el codazo posterior a Luis Enrique que hubiera podido suponer el empate de penalti para España.

Así que con este recorrido tan típicamente italiano, parecía difícil que Bulgaria los eliminara. Y pasó que Roberto Baggio volvió a vestirse de estrella para hacer dos goles en la primera mitad y dejar la semifinal encarrilada. Pero Stoichkov anotó un penalti en el último minuto y recortó distancias para dejar las espadas en todo lo alto en la segunda parte. 

Una Italia tocada por la varita fue un escollo insalvable para Bulgaria.

Pero esta vez no hubo sorpresa y el oficio italiano bastó para frenar las acometidas balcánicas. Aunque al final del choque, el Pistolero búlgaro se quejaba ante los medios de comunicación: “Dios sigue siendo búlgaro, pero el árbitro era francés”. 

Ahí queda eso.

En el partido por el tercer y cuarto puesto ante la otra revelación, Suecia, los búlgaros se jugaban su mejor clasificación en un Mundial y la Bota de Oro de Hristo Stoichkov, que empataba a seis tantos con Oleg Salenko, el delantero ruso. 

En un partido entre los dos equipos que dejaron a Francia sin Mundial, los búlgaros no comparecieron. Ya habían hecho bastante y para ellos el torneo había terminado. Suecia venció cuatro a cero para quedar tercera, pero a los balcánicos, después de la derrota ante Italia, no les importó. 

Larsson bate a Mihaylov en el partido por el tercer y cuarto puesto.

Sólo querían volver a casa y celebrarlo con su gente. 
Y lo hicieron. 
¡Vaya si lo hicieron!

***

Después de cumplir el sueño americano culminado con el Balón de Oro que recibió Hristo ese mismo año de 1994, los búlgaros volvieron por sus fueros. Esta magnífica generación vivió su ocaso en Francia 98, donde siguieron con su actitud vital intacta, fumando, bebiendo y relajándose en la concentración, sólo que esta vez no les fue tan bien. 

Empataron sin goles ante la Paraguay de Chilavert, Gamarra y Ayala, volvieron a caer ante Nigeria por un gol a cero y se llevaron seis tantos en una última jornada intrascendente ante España, con los dos eliminados del torneo. 

Fue el triste epílogo de una selección mítica que, de momento, no ha vuelto a levantar la cabeza en la Copa del Mundo.

Bulgaria se marchó del Mundial de Francia por la puerta de atrás.

Desde Francia 98 han pasado veintiseis años y seis Mundiales. En ninguno de ellos hemos podido volver a disfrutar de los Leones. Aunque quizá sea complicado reunir a una generación de jugadores tan especial y tan mágica como la que defendió el escudo de Bulgaria en el Mundial 94.

viernes, 20 de mayo de 2022

Joao Saldanha, el periodista comunista que forjó la Brasil del 70

El 17 de marzo de 1970, Joao Saldanha sale del edificio de la Confederación Brasileña de Deportes con el paso acelerado y la cabeza alta. Tiene el coche aparcado en la puerta, pero no le da tiempo a esquivar a parte de la prensa que hay congregada a las puertas del edificio antes de subir. Así que, allí, prácticamente con el coche en marcha, comunica su “renuncia” a continuar al frente de la selección brasileña de fútbol. Apenas faltan dos meses y medio para el debut de la canarinha en el Mundial de México 70.

Porque Joao Saldanha es el seleccionador que ha clasificado a Brasil para el Mundial ganando los seis partidos disputados en las eliminatorias con 23 goles a favor y tan sólo dos en contra. 

Es el tipo que ha conseguido que Brasil vuelva a sus orígenes y practique de nuevo el Jogo Bonito que siempre la ha caracterizado. 

Es el artífice de un equipo con denominación de origen al que todos llamaban “la Fieras de Joao”. 

Es el valiente capaz de juntar a los cinco mejores atacantes del país en el mismo once después del fracaso de Inglaterra 66. Y ahora está de patitas en la calle.

Saldanha renunció a la selección apenas unos meses antes del Mundial.

¿Qué pasó para que Joao Saldanha hubiera de “renunciar” a la selección después de haber recuperado su autoestima, ahora que volvía a practicar un fútbol espectacular, que asustaba a todos sus rivales y que era clara favorita para proclamarse tricampeona del mundo y quedarse la Copa Jules Rimet para siempre? 

Tendremos que retroceder en el tiempo para intentar dar las claves de una explicación que realmente no existe y que sigue en el aire más de medio siglo después.

***

Corría el mes de enero de 1969 y el octavo seleccionador brasileño en dos años y medio acababa de recoger sus bártulos y salir del equipo. La canarinha no levantaba cabeza desde la Copa del Mundo de Inglaterra 66, donde había obtenido la peor clasificación de su historia en un Mundial y se había marchado a casa a las primeras de cambio por primera vez el torneo (y, hasta hoy, única). Además, Pelé había decidido dejar la selección después del Mundial. A los 29 años estaba cansado y frustrado por las lesiones del Mundial 62 y las del Mundial 66.

El ambiente en la selección era terrible. La canarinha se había convertido en una olla de grillos. En una casa de locos. Los aficionados de Río de Janeiro y los de Sao Paulo, con la complicidad e los medios de comunicación, iban a la gresca por si jugadores convocados eran cariocas o paulistas y acabaron tan decepcionados que dejaron de asistir a los partidos y los que iban al campo, depende de dónde jugaran y qué futbolistas integraran la selección, incluso llegaron a pitar el himno. Y es que Brasil jugaba un partido y lo hacía con jugadores y entrenador únicamente paulistas. Y el siguiente amistoso, todos cariocas y técnico carioca también.

En ese contexto, Joao Havelange, entonces presidente de la CBD (Confederación Brasileña de Deportes), decide lanzar un órdago y le ofrece el puesto de seleccionador a Joao Saldanha, un gaucho nacido en Río Grande del Sur en 1917, que había sido futbolista del Botafogo en su juventud y que sólo contaba con una única experiencia como entrenador: había sido el técnico del Botafogo entre 1957 y 1959 y ganó un campeonato carioca. 

Saldanha ganó con Botafogo en su única experiencia en los banquillos. 

Pero desde entonces, Saldanha, a quien todos llamaban “Joao Sin Miedo”, no había entrenado a ningún equipo más y se había dedicado a ejercer con vehemencia y arrojo su verdadera profesión: periodista.

Era Saldanha un periodista comprometido, sin pelos en la lengua, un comunista declarado con carnet del partido, que había cubierto el desembarco de Normandía junto a las tropas del general Montgomery en 1945 y que había sido herido de bala por la policía en una manifestación en 1949. 

De hecho, Saldanha, considerado en los años sesenta uno de los mejores analistas de fútbol del país, había denunciado, micrófono en mano en la radio y la televisión y con la pluma afilada en sus columnas en el Jornal do Brasil, la desorganización y la corrupción imperante en el fútbol brasileño una y otra vez hasta desgañitarse, sobre todo a partir de la debacle en el Mundial de Inglaterra 66.

Eran los llamados años de plomo de la dictadura militar que se había apoderado del país tras el golpe de estado de 1964. Un régimen marcado por el espionaje, las torturas, las desapariciones y los asesinatos de los opositores que encabezó a partir de octubre de 1969 el general Emilio Garrastazu Médici. Un régimen que oprimía al país con puño de hierro y que, a la vez, necesitaba exportar una realidad muy distinta al exterior, la imagen de un país alegre que vivía feliz. Y eso sólo lo podía conseguir con el fútbol.

Aún así, la idea de Havelange de ofrecerle la selección a uno de los periodistas más combativos de Brasil, a un comunista confeso que no dudaba en manifestar su rechazo al régimen y a uno de los críticos más feroces de la selección y de la federación no deja de ser un misterio. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué razones tenía Havelange para tomar semejante decisión? ¿A quién tuvo que convencer para hacerlo?

Joao Saldanha era un periodista sin pelos en la lengua.

Ahí entramos en el terreno de la especulación, pero cuentan que Havelange quería poner a un periodista como Saldanha al frente de la selección porque, en primer lugar, se quitaría de encima un crítico de mucho peso con carisma entre los aficionados y, en segundo lugar, pensaba que así la prensa sería más benevolente con el equipo y no se atrevería a devorar con sus ácidas críticas a uno de los suyos. Puede que, al principio, no fuera muy desencaminado, pero la historia no tenía pinta de acabar bien.

De hecho, al día siguiente de su nombramiento, a la prensa paulista sólo le faltó escupir fuego por la boca. El Jornal da Tarde titulaba: ‘Perdimos la Selección’, mientras que La Gazeta llevaba en su portada el siguiente titular: “João Saldanha, periodista de Río de Janeiro y técnico por casualidad”. 

Por el contrario, la prensa carioca fue bastante más benévola con uno de los suyos, un tipo con prestigio y que, además, ya había anunciado en sus columnas de opinión y en la radio y la televisión que iba a jugar al ataque y a recuperar el Jogo Bonito para Brasil. 

Después, claro, a medida que fueron llegando los buenos resultados y los aficionados recuperaban la ilusión perdida en una selección a la que Saldanha le estaba devolviendo su identidad en tiempo récord, los medios se calmaron un poco, aunque no por mucho tiempo.

Joao confeccionó el equipo con una base de futbolistas de Botafogo, Cruzeiro y Santos, es decir, que aglutinó a cariocas y paulistas y añadió a futbolista de Minas Gerais. También recuperó un 4-3-3 que convertía con frecuencia en un 4-1-2-3 en el que la posición de partida era sólo eso, de partida. 


Saldanha dirige un entrenamiento de la selección brasileña.

Porque Saldanha no dudó en rodearse de los jugadores más talentosos y de darles absoluta libertad de movimientos en ataque. Ensanchó el campo con los laterales muy abiertos para que se incorporaran como extremos y percutieran continuamente en ataque. Retrasó al 9 para juntar mediapuntas tocadores y le dio mucha importancia al movimiento de los jugadores, a la velocidad de las acciones y al cambio constante de posiciones. 

En definitiva, dibujó claramente la Brasil que pocos meses más tarde levantaría la Copa del Mundo con los 5 dieces con Zagallo en el banquillo.

Los militares del régimen, mientras tanto, conscientes de que necesitaban recuperar a la selección brasileña para tener al pueblo contento y aletargado y anhelando atribuirse la gloria que supondría ganar el tricampeonato, ya habían convencido a Pelé para que volviera a la selección. Y O Rey había dicho que sí.

El que no lo tenía tan claro era Saldanha, que no veía bien al astro físicamente y prefería a Tostao en su posición, un joven humide, muy concienciado socialmente y, por encima de cualquier consideración, buenísimo jugando al fútbol. 

De momento, Saldanha los ponía a los dos, a Pelé y a Tostao, también a Gerson y a Jairzinho, y las cosas funcionaban perfectamente, con la clasificación en el bolsillo después de unas eliminatorias perfectas con un juego deslumbrante en el que vencieron en casa y fuera a Colombia (0-2 y 6-2), a Venezuela (0-5 y 6-0) y a Paraguay (0-3 y 1-0).

Gerson y Pelé escuchan atentamente a Saldanha en un entrenamiento.

***

Fue entonces cuando a los gerifaltes del régimen y a los directivos de la federación brasileña se les encendió la bombilla. ¿Qué pasaría si Brasil ganaba el tricampeonato en México entrenada por un periodista que era comunista, que no tenía pelos en la lengua y que era muy crítico con la dictadura? 

Por eso, una vez solventado el problema futbolístico, con Brasil clasificada para el Mundial, se decidieron a resolver el problema que ellos mismos habían creado nombrando al seleccionador. A partir de ese instante llegaron todos los problemas de Saldanha, incluso algunos que parecía provocar él solito por su carácter indomable. Pero los que mandaban sabían de su carácter y se aprovecharon de ello para ponerle en aprietos.

Porque Joao Sin Miedo tenía un lema. “Si hablas es para decir la verdad”. Y lo aplicaba a rajatabla y allá donde fuera. Por ejemplo, el 10 de enero de 1970 se desplazó hasta Ciudad de México para el sorteo de grupos del Mundial y se llevó bajo el brazo un dossier que incluía los nombres de más de 3.000 presos políticos y cientos de personas asesinadas y torturadas por la dictadura para distribuirlo entre la prensa y las autoridades internacionales.

Saldanha no le bailó el agua a nadie en su etapa de seleccionador.

Tampoco se calló en una entrevista en la BBC junto al seleccionador británico, Alf Ramsey, el actual campeón del mundo. En un momento del programa, el sir inglés, con su habitual flema y pedantería, se le ocurrió dejar caer que en Brasil sólo había corruptos. 

Saldanha lo miró a los ojos y le espetó: “¿Y por qué cree que Scotland Yard es el cuerpo de policía más famoso del mundo? ¿Porqué aquí sólo hay monjas?”. Y al lord inglés se le quedó la sonrisa congelada en la boca.

Aunque peor fue lo de Hamburgo. Saldanha había viajado a Europa para estudiar a sus posibles rivales en la Copa del Mundo y participó en una entrevista televisiva. Allí, un alemán con ganas de gresca le preguntó si en Brasil aún mataban indios y qué pensaba del genocidio de las tribus indígenas brasileñas. 

Aún no había acabado el periodista alemán de saborear su osadía cuando recibió la respuesta de Joao. Una bofetada en la cara con la mano abierta y sin contemplaciones: “Nuestro país tiene 470 años de historia. En esos años murieron menos indios que en 10 minutos de cualquiera de las guerras que ustedes provocaron. Los salvajes son ustedes”. 

Pi, pi, pi, pi... Son los pitidos de los televisores en el momento en que quitaban el programa de antena, mientras que el teléfono de la embajada brasileña en Berlín se colapsaba porque no daba abasto con tantas llamadas pidiendo la cabeza del seleccionador brasileño.

Saldanha nunca se cortó delante de un micrófono.

Sí, seguramente su verborrea no ayudó a que siguiera en el cargo. Ni su peculiar respuesta a las provocaciones recurriendo a un Colt 32 dorado que solía llevar encima por si acaso. Aunque todo parecía bastante orquestado desde un sector de la prensa que, sorprendentemente, tenía hilo directo con los que gobernaban el país y la federación.

Como cuando la federación había pactado un partido de entrenamiento de la selección contra el Flamengo y su entrenador, conocido como Yustrich y más conocido aún por sus diatribas provocadoras rozando los argumentos fascistas, se despachó a gusto contra Saldanha en la prensa. Cuentan que Joao Sin Miedo se presentó en la concentración del Flamengo por la noche con su Colt 32 dispuesto a dirimir sus diferencias con Yustrich, pero, afortunadamente, no le encontró.

El caso es que la afición por decir la verdad de Saldanha le iba a jugar alguna que otra mala pasada más. Un periodista adicto al régimen que, curiosamente, no dejaba de atacar al seleccionador, publicó que el presidente Médici, un futbolero confeso, había sugerido que una buena incorporación para la selección sería la estrella del Atlético Mineiro, el delantero Darío “Maravilha”, y otro compañero de Globo TV le siguió el juego preguntando directamente a Saldanha qué opinaba sobre la “sugerencia” del presidente. 

Darío Maravilha era una de las estrellas del At. Mineiro.

Joao no se cortó: “Brasil tiene ochenta o noventa millones de hinchas que aman el fútbol. Es un derecho que tiene todo el mundo. De hecho, el presidente y yo tenemos mucho en común. Somos gauchos. Nos gusta el fútbol. Y ni yo elijo el ministerio, ni el presidente elige el equipo. Como pueden ver, nos entendemos muy bien”. 

Y a otra cosa.

Pero aún había otro punto tenso, otro clavo ardiendo que ni la Dictadura ni la Federación podían ni querían pasar por alto. Saldanha estaba meditando si contar o no con Pelé para el Mundial. Decía Saldanha que Pelé no estaba para jugar por culpa de problemas de visión y de una condición física precaria y, además, no quería descansar, quería jugar siempre. 

Así lo explicaba el seleccionador: “En los 17 partidos que disputó con la selección brasileña, Pelé siempre estuvo mal. En los partidos nocturnos, mucho más. El criollo perdió por completo su visión de campo. Le expliqué al médico que en cuanto Pelé volviera a su mejor forma física, tendría la oportunidad de volver al equipo, pero tal como estaba, me parece que ya no le sería posible. Personalmente, Pelé no tiene nada que ver con eso. Si tiene un problema físico no es culpa suya. Yo jamás podría acusarlo de mala voluntad conmigo”.

Claro, los medios de comunicación dispararon todo su arsenal contra Saldanha sacando sus palabras de contexto y distorsionando el mensaje. Acusaron al entrenador de llevarse mal con el astro y querer borrarlo de la lista, cuando al que querían borrar todos a esas alturas de la película era a Saldanha. 

Saldanha conversa con Pelé en un entrenamiento.

Pero los aficionados se creyeron el mensaje y Pelé era Pelé. O Rei. Intocable. Las victorias de Saldanha, el cambio de aire de la selección, la vuelta del fútbol samba y la posibilidad del tricampeonato pasaron a un segundo plano. No sin Pelé. Aunque Pelé había disputado con Joao todos los partidos de las eliminatorias y “sólo” había sido suplente en un amistoso.

El caso es que era cierto que Pelé tenía problemas de vista, aunque los tenía desde el Mundial de 1958 y eso no le impidió ser el mejor jugador del torneo con 17 años. Como tampoco le impediría ser uno de los referentes de la selección que, en apenas 3 meses, se iba a proclamar tricampeona del Mundo en México 70 asombrando al mundo con su juego. Pero que tenía problemas de vista que se fueron agravando con la edad es indiscutible.

***

Con todo ese cóctel en la coctelera, la “renuncia” de Saldanha ya no sorprende tanto y, aunque cada una de las razones por sí solas podrían bastar para acabar con la destitución de cualquiera, lo cierto es que son muchas las voces que se alzan contra las teorías cercanas al poder de que fue Saldanha mismo con sus actitudes quien se autodestruyó.

Carlos Ferreira Vilarinho, autor del libro “Quién destruyó a João Saldanha” y el periodista André Iki Siquiera, autor de la biografía “João Saldanha, una vida en juego” y director del documental “João” junto con Beto Macedo (2008) apuntan en la misma dirección. El presidente Médici, a través de su ministro de educación y cultura, Jarbas Paxarinho, decidieron la “renuncia” inminente del técnico porque Saldanha se había convertido en un problema de estado. 

No podían permitir que el éxito que buscaban y podían conseguir en México se lo atribuyera el pueblo a un entrenador comunista con una inmensa capacidad de crítica y la imagen que eso supondría para su régimen a nivel nacional e internacional. Así que le hicieron “renunciar”.

André Iki Siqueira dice literalmente: “No tengo ninguna duda de que Joao fue apartado del mando de la selección por los militares, pero no hay documentos que acrediten una orden de Médici, a quien Joao consideraba el mayor asesino de la historia del país, además de perpetrar secuestros y torturas. Joao siempre denunció esto, incluso mientras dirigía la Seleção. El éxito de Joao en la selección se convirtió en un problema de Estado”.

El presidente Médici recibió a los campeones del mundo tras su triunfo.

***

Tras la salida de Saldanha, Havelange llamó a Mario Zagallo, “el Lobo”, que tenía entonces 38 años y no sólo había ganado como jugador los Mundiales de 1958 y 1962, sino que había sido compañero de algunos de los jugadores actuales. Zagallo, práctico como pocos, reunió a los mejores jugadores de ataque, a los llamados 5 dieces, y estudiaron la manera en la que pudieran jugar todos juntos. 

Fue continuista con el modelo de Saldanha, pero incluyó a Rivellino, que no era santo de la devoción de Joao, y, por supuesto, mantuvo a Pelé en el once. También incluyó a Clodoaldo en el centro del campo para equilibrar con su posicionamiento y su despliegue físico un equipo que podía parecer descompensado. 

La base de Saldanha, con un poquito de pimienta de Zagallo para pasar a la historia del fútbol mundial.

La Brasil de los cinco Dieces que maravilló en el Mundial de México 70.

Y sí, por si os lo estabais preguntando, Zagallo sí que convocó a Darío “Maravilha”, la figura del Atlético Mineiro que quería el presidente. Pero luego no jugó ni un solo minuto en el torneo. 

La mano izquiera de Zagallo que Saldanha ni tuvo ni quiso jamás tener.


***

Joao Saldanha se fue de la selección sin hacer demasiado ruido por respeto a los jugadores, a los que recomendó que no hicieran nada que pudiera perjudicarles de cara al Mundial. Y volvió a la prensa, a sus ácidos análisis futboleros y a su posición claramente crítica con la dictadura. 

Y así murió. Fiel a sus ideas. 

Y trabajando a los 73 años. Porque falleció en Roma, después de ver en directo y comentar para los medios de comunicación la semifinal del Mundial 90 entre Italia y Argentina.