"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

lunes, 28 de octubre de 2024

Silvio Piola, el goleador italiano del Mundial de Francia 38

5 de octubre de 1996. Estadio Republicano de Chisinau. Moldavia e Italia se enfrentan en la segunda jornada del grupo 2 de la fase de clasificación europea para el Mundial de Francia 98. Los italianos, entrenados por Arrigo Sacchi y capitaneados por Paolo Maldini, saltan al césped del estadio moldavo con un brazalete negro encintando sus brazos. El día anterior había fallecido en Gattinara (Vercelli), a los 83 años, Silvio Piola, el máximo goleador de la historia de la Serie A, o lo que es lo mismo, probablemente, el mejor goleador italiano de todos los tiempos.

Piola “Piernas largas” fue el ariete de la Italia que defendió con éxito su corona de campeona del mundo en el Mundial de Francia de 1938. El jugador más determinante de una selección rocosa y, a la vez, talentosa, que Vittorio Pozzo convirtió en prácticamente inexpugnable. La Segunda Guerra Mundial acabó con una trayectoria internacional que parecía predestinada a dejar una huella imborrable en la Copa del Mundo, pero no con su carrera como artillero, que se prolongó hasta el final de la temporada 1954, cuando decidió retirarse a los 41 de edad con más de 300 goles en el zurrón.

A su fantástica carrera plagada de goles, sólo le faltó coronarla con un Scudetto.

Pero, a veces, en la vida, no se puede tener todo…

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Silvio Guioacchino Italo Piola nació en el pequeño pueblo de Robbio, en el valle Lomellina, provincia de Pavía, el 29 de septiembre de 1913. Aunque su nacimiento allí fue meramente circunstancial, ya que sus padres eran comerciantes de tela y se habían trasladado a Robbio por motivos laborales. Pero pronto volverían a su auténtico hogar: Vercelli, en el corazón del Piamonte. Cuna de uno de los mejores equipos de fútbol italianos de la época.

Allí, el pequeño Piola empezó a estudiar en la Escuela Elemental Galileo Ferraris. Eso sí, en sus ratos libres sólo tenía una obsesión: lanzarse veloz con una pelota en los pies a regatear cuantos árboles se le pusieran en el camino y chutar con potencia y colocación entre la maleza. Hasta que lo vio don Sassi, el sacerdote del pueblo, director de la Escuela y un auténtico apasionado del fútbol. Más concretamente, del Pro Vercelli, el equipo donde el tío de Silvio Piola, Giuseppe Cavanna, jugaba de portero.

Tampoco era muy rara la pasión del capellán por el Pro Vercelli, porque en aquel momento era uno de los mejores equipos italianos, si no el mejor. La sección de fútbol del Pro Vercelli se fundó en 1903, justo diez años antes de que naciera Silvio. Para cuando el chiquillo vino al mundo, el equipo acababa de levantar su quinto Scudetto. Aún ganaría dos más, los de 1920-21 y 1921-22, aunque serían los últimos, ya que al club piamontés le resultaría imposible competir con los de las grandes ciudades de Milán, Turín y Roma en los inicios del profesionalismo. Pero vamos, que en la década de 1910 y principios del 20, el Pro Vercelli era, sin duda, uno de los rivales a batir en Italia.

El caso es que cuando don Sassi vio al pequeño Silvio regateando entre los árboles, controlando la pelota y rematando de primeras, no tuvo ninguna duda: sabía que estaba ante un fantástico futbolista, aunque sólo tuviera ocho años. Así que, bajo sus auspicios, el chico empezó a jugar a fútbol en el colegio y pronto destacó. Pero donde realmente se hizo un nombre en toda la región fue jugando de centrocampista en el Veloces, un equipo juvenil que había fundado Bernasconi, el propietario de una tienda de artículos deportivos. Ese equipo juvenil maravilló a todo el mundo y estuvo a punto de vencer en el Campeonato de Italia juvenil, donde cayó en la final contra la Roma (1-3).

La alegría del nuevo equipo duraría poco… porque en cuanto los técnicos de la Pro Vercelli vieron jugar a Piola y a sus compañeros Depretini y Pietro Ferraris, se los llevaron. Y los icorporaron directamente a la disciplina del primer equipo, bajo el mando del entrenador húngaro József Nagy, un trotamundos del fútbol que había entrenado a la selección sueca en las Olimpiadas de París en 1924 y se colgó un bronce olímpico. Nagy no se lo pensó demasiado e hizo debutar a Piola en la serie A el 16 de febrero de 1930 en un partido en el estadio del Bologna. El encuentro acabó con empate a dos, aunque el chico, que aún no había cumplido los 17 años, no se estrenó ese día como goleador.

Silvio Piola.

Y es que ya se sabe… a veces, en la vida, no se puede tener todo.

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A Piola, que jugaba de centrocampista en Veloces, lo puso Nagy desde ese primer encuentro con la Pro Vercelli de delantero centro, pese a que había otros técnicos y periodistas que pensaban (y lo escribían y lo decían) que el chico debería seguir jugando en el centro del campo. Consideraban que sus registros anotadores en sus tres primeras temporadas completas con el equipo no eran espectaculares para jugar de delantero centro. Hizo 13 goles en la 1930-31; 12 en la 1931-32 y 11 en la 1932-33.

Y es cierto que Piola podría haber jugado perfectamente de centrocampista porque era un portento físico. Un tipo fuerte, alto, de piernas largas, con la costumbre de jugar de siempre de espaldas para mantenerse siempre en contacto visual y directo con el juego, pero, además, tenía una velocidad endiablada, un gran regate, un tremendo disparo desde la larga distancia y un remate portentoso con cualquier parte del cuerpo. Vamos, que era un rematador nato (e innato también).

Pero, sobre todo, sus entrenadores decían de él que tenía la increíble capacidad de estar siempre en el sitio adecuado y en el momento preciso para hacer el remate definitivo. Aparecía de la nada en el momento sublime para definir como nadie y hacer goles y más goles. Tenía el don de la ubicuidad. Era un oportunista como la copa de un pino.

Y, claro, esa relación de amor con el gol no se compra con dinero. Y no se puede desperdiciar. Por eso siguió Nagy siguió poniéndolo de delantero centro en la Pro Vercelli y sus cifras goleadoras comenzaron a aumentar poco a poco. En la temporada 1933-1934 ya hizo 15 goles, aunque aún estaba lejos de los 21 de Giuseppe Meazza, el gran ídolo italiano del momento, o de los 32 del “capocannoniere” del torneo, el Juventino Felice Borel. Pero los 15 de Piola los convirtió en un equipo que acabó séptimo en el campeonato, muy lejos de los inalcanzables Juventus y Ambrosiana-Inter, que contaban en sus filas con la mayoría de futbolistas que disputarían (y ganarían) el Mundial de Italia de 1934.

El 22 de abril de 1934, unos meses antes del inicio de de un torneo que Piola no disputaría, el joven de 20 años marcó el único tanto de su equipo en la derrota ante el todopoderoso Bologna (4-1) en el estadio Renato Dall’Ara, el mismo en el que había debutado cuatro años antes. Fue su último partido con la Pro Vercelli. Porque ese verano a Piola le tocaría hacer las maletas… aunque el viaje no iba a tener el destino que, en un principio, él había deseado.

***

A la conclusión de la Copa del Mundo de 1934 en la que la Italia de Vittorio Pozzo levantó la Copa Jules Rimet tras derrotar en la final a Checoslovaquia en la prórroga, la liga italiana se reanudó con más expectativas si cabe. Para entonces, Silvio Piola, al que se habían rifado casi todos los grandes equipos del Calcio, acababa de fichar, casi por imposición gubernamental, por la Lazio, un equipo al que el futbolista, en principio, no quería ir. Después, se quedaría allí nueve temporadas y se convertiría en un auténtico ídolo.

Eran tiempos en los que el profesionalismo empezaba a acabar con el espíritu amateur que había tenido el fútbol hasta pocos años antes y los grandes clubes empezaban a pagar importantes cantidades de dinero por los futbolistas más destacados. Dinero a los clubes y dinero a los jugadores, que empezaron a convertirse en personajes muy populares y admirados por las masas. En Italia, además, había que sumar otro factor no menos importante: la coyuntura política. Con el fascismo en el poder desde finales de 1922, el fútbol era uno de los ámbitos donde los capitostes metían mano constantemente y ordenaban fichajes a su antojo.

Piola, al que no le gustaba ese mercadeo aunque tenía claro que si quería dedicarse al fútbol había de plegarse a él, deseaba fichar por el Ambrosiana-Inter (antecesor del Inter de Milán), donde jugaba uno de sus ídolos, su amigo Giuseppe Meazza, y que le quedaba lo suficientemente cerca de casa para seguir fiel a su estilo de vida tranquilo y sosegado.

No pudo ser… Tuvo que hacer las maletas y partir hacia Roma para fichar por la Lazio, en un intento gubernamental de centralizar el fútbol y contrarrestar desde la capital el empuje de los grandes equipos del norte. Pero, al menos, Piola sacó una buena tajada para su Pro Vercelli y para él y para su familia, ya que en, aquellos tiempos, pagaron 250.000 liras al equipo y un sueldo “astronómico” de 70.000 anuales para el jugador.

Pese a su fama, su sueldo y su traspaso, Piola aparecía a menudo en el campo de la Rondinella, donde entrenaba la Lazio, acompañado por su perro Frem, un pointer de pelaje blanco con manchas marrones. Solía pasar cuando acudía al entrenamiento directamente tras cazar al alba, otra de sus grandes pasiones junto con la pesca en ríos y lagos. Eso era lo que más le gustaba hacer: cazar, pescar y, por supuesto, jugar al fútbol... Y marcar goles, evidentemente.

Porque pese a que cobraba como una estrella, y estaba considerado como tal dentro y fuera de los terrenos de juego, Piola nunca vivió como una estrella. Era tímido y retraído y no le gustaba nada aparecer en los anuncios ni en los medios de comunicación. Hacía vida familiar. Era cercano y de trato afable. No bebía. No fumaba. No salía de fiesta. Vamos, que quizá por eso tuvo una carrera tan longeva.

O quizá a pesar de eso, que nunca se sabe…

***

Y, claro, llegó el momento de vestirse con la zamarra de la azzurra.

Italia - Checoslovaquia. Genoa, 1936.

Vittorio Pozzo, el astuto seleccionador italiano, se puso a renovar la selección campeona del mundo de cara al Mundial de Francia de 1938 desde el momento en que había levantado la Copa Jules Rimet de 1934 y muy pronto Piola entró de lleno en sus planes. En una temporada espectacular en la Lazio a nivel individual en la que anotó 21 goles, Pozzo lo hizo debutar con la azzurra. Fue en Viena, el 24 de marzo de 1935, en un partido amistoso ante Austria, y el joven delantero no pudo tener mejor estreno: marcó dos de los cuatro tantos de la victoria transalpina (2-4).

Desde ese momento, Piola no sólo se hizo con un hueco en la selección, sino que se convirtió en uno de los jugadores imprescindibles. Fue convocado para todos los encuentros que disputó Italia hasta su debut ante Noruega en los octavos de final del Mundial de Francia 38. Jugó catorce partidos (dos de la Copa Internacional del Europa Central de 1933-35; cuatro de la de 1935-38 y ocho amistosos) y marcó trece goles, afinando cada vez más la puntería a medida que se acercaba la cita mundialista. De hecho, en los dos partidos amistosos previos a la cita mundialista, anotó tres tantos en la victoria por 6 a 1 ante Bélgica y otro en el 4 a 0 que Italia le endosó a Yugoslavia apenas quince días antes de su debut en la Copa del Mundo.

Pero el primer partido del Mundial no iba a ser un camino de rosas, precisamente. Los italianos se presentaron en el Velodrome de Marsella el 5 de junio de 1938 para enfrentarse a Noruega y desafiaron a los 19.000 espectadores que llenaban el estadio haciendo el saludo fascista en el acto protocolario previo. En un clima prebélico intenso, el público francés abucheó a los italianos durante todo el partido y durante todos los partidos del campeonato.

El encuentro empezó bien para los defensores del título, que se adelantaron con un gol de Ferraris a los dos minutos de juego. Pero la rocosa Italia fue incapaz de imponer su juego durante el resto del partido y no pudo cerrar el encuentro ante una peligrosa Noruega que aprovechó su ocasión para enfervorecer al público local y poner a la campeona contra las cuerdas. Fue Brustad quien anotó el gol del empate a falta de siete minutos para el final. El encuentro se iba a la prórroga.

Pero ahí apareció Piola para demostrar el gran estado de forma (y de olfato) con el que llegaba al torneo. Sólo habían pasado cuatro minutos del tiempo extra cuando “Piernas Largas” cazó un rechace del meta noruego en el área pequeña para anotar el gol que le daba un sufrido triunfo a los transalpinos y los metía en cuartos de final, donde se vería las caras con Francia, la anfitriona, que se había deshecho de Bélgica con relativa comodidad (3-1).

El 12 de junio, en el estadio de Colombes de París, Francia e Italia se jugaron un puesto en las semifinales del torneo. Los italianos, además de volver a hacer el saludo fascista, se presentaron sobre el césped totalmente de negro, en un claro guiño planeado por Mussolini a las camisas negras. Fue la única vez en la historia que Italia vestiría de negro. Una provocación en toda regla a la que el público francés respondió con continuos abucheos.

Sobre el césped, los italianos fueron mucho mejores que los anfitriones y no dejaron ningún resquicio a la sorpresa. Colausi inauguró el marcador para los defensores del título a los nueve minutos, pero tan sólo un minuto más tarde empató Heisserer para los franceses. Fue un espejismo, porque Italia estaba siendo muy superior. Pero no llegaron los goles en la primera parte y tuvo que aparecer Piola en la segunda para anotar dos tantos y llevar a Francia a las semifinales del torneo. Ahí se verían las caras con Brasil, la gran atracción del torneo donde destacaba por encima de todos Leonidas, el auténtico protagonista de la Copa del Mundo hasta el momento por sus regates, su creatividad y sus goles.

Pero Leonidas no jugó ante Piola. Porque su seleccionador, Adhemar Pimenta, decidió reservarlo para una hipotética final. Y no lo alineó. Como tampoco a Tim ni a Brandao, los otros dos jugadores más creativos de Brasil.

Se cuenta que Pimenta había diseñado dos equipos, uno blanco y uno azul, para alternarlos en función del rival. Uno más creativo y uno más físico. Y que, contra Italia, optó por el físico.

También es cierto que Brasil venía de jugar una prórroga ante Polonia en octavos de final que acabó con un espectacular 6 a 6 para los brasileros, que jugaron con el equipo blanco, el de sus futbolistas más imaginativos. Leónidas marcó 3 tantos. Que después Brasil se enfrentó a Yugoslavia en cuartos y aquello se convirtió en la Batalla de Burdeos, que acabó con unos cuantos jugadores lesionados, dos brasileños expulsados y un empate a uno que obligó a repetir el partido dos días más tarde. En la repetición ganaron los brasileños (2-1) con sólo dos jugadores de la Batalla de Burdeos en el once: el portero Walter y Leonidas. Leonidas marcó todos los goles de Brasil en la eliminatoria. El de la Batalla de Burdeos y los dos del partido de repetición.

Quizá el cansancio que arrastraba hicieron que Pimenta optara por dar descanso a su estrella, pero teniendo en cuenta que no había cambios, la estrategia era un poco arriesgada. Y los italianos se encargaron de demostrarlo en un encuentro en el que fueron realmente muy superiores. Colaussi adelantó a los campeones del mundo a los once minutos de la segunda parte y Meazza dio la puntilla a los de Pimenta con un tanto de penalti cuatro minutos más tarde. Romeu recortó distancias a tres minutos del final, pero no bastó. Italia se metía en la final de la Copa del Mundo tras vencer en el único encuentro en el que no marcó Piola.

En la final se enfrentaron a la temible Hungría, que había hecho un torneo excepcional dejando en la cuneta a las Antillas Holandesas Orientales, la actual Indonesia, en los octavos de final (6-0); se había deshecho de la sorprendente Suiza en cuartos (2-0) y había masacrado a Suecia en las semifinales (5-1). Sus futbolistas más peligrosos eran Zsengeller y Sarosi, que habían anotado entre los dos seis de los 14 tantos húngaros. Pero enfrente había mucha pólvora también: la de Meazza, la de Colaussi y, por supuesto de la Piola.

En el estadio de Colombes se congregaron 45.000 espectadores, la mayoría con la esperanza de ver cómo Italia caía derrotada, que presenciaron un auténtico partidazo. Colaussi abrió fuego con un gol a los seis minutos de juego al que respondió inmediatamente Titkos para empatar la final tras una jugada embarullada en el área italiana. Entonces los italianos se lanzaron en tromba al ataque y Silvio Piola tardó apenas siete minutos más en adelantar de nuevo a Italia. La primera parte la dominaron los transalpinos, que corroboraron su mejor juego con otro tanto de Colaussi a diez minutos del descanso.

Italia - Hungría. Final de la Copa del Mundo de Francia 38.

El tres a uno presagiaba una segunda parte tranquila para los de Vittorio Pozzo, pero lo cierto es que los magiares no le perdieron la cara al partido, supieron contener las acometidas italianas y poco a poco se iban acercando con peligro a la meta de Olivieri. Italia se echó atrás a la espera de amenazar a la contra con la velocidad de Piola y Colaussi, pero fue Sarosi quien hizo vibrar a los aficionados en Colombes con el segundo gol de Hungría que apretaba la final y ponía a Italia contra las cuerdas. 3 a 2 a falta de veinte minutos de partido.

Y entonces, cuanto más falta hacía, apareció de nuevo Piola. El delantero de la Lazio acompañó una cabalgada de Colaussi, que ganó la línea de fondo en posición de extremo derecho para poner una pelota rasa al corazón del área. Por allí apareció Piola como una exhalación, ganándole la espalda a un defensor y anticipándose a otro para sacarse un potente derechazo cruzado desde el punto de penalti y hacer el cuarto tanto para Italia. Quedaban diez minutos para el final y el marcador ya no se movería más.

Italia levantaba así su segunda Copa del Mundo. Y lo hacía fuera de casa por primera vez en la historia. Además, conseguía disipar las sospechas que levantó la consecución de la primera, con constantes arbitrajes polémicos y con las presiones del Duce. En Francia 1938 fue sólo el fútbol el que habló. Y el de los italianos fue el mejor. Gracias a la capacidad estratégica y motivadora de Vittorio Pozzo, a la calidad del capitán Meazza y al desequilibrio y los goles de Colaussi y, sobre todo, de Silvio Piola, el ariete y máximo goleador de la campeona del mundo con cinco tantos en tres partidos.

***

Tras la Copa del Mundo de 1938 llegó la Segunda Guerra Mundial, que privó a Piola de aumentar su renta goleadora, de partidos y de títulos con Italia, aunque siguió jugando al fútbol en la Lazio, mientras los combates lo permitieron. De hecho, se reincorporó al equipo hasta que la guerra se interpuso definitivamente en su camino, y en el de todos, en 1943.

Las temporadas que van de la 1938-39 a la 1940-41 fueron poco fructíferas para Piola desde el punto de vista goleador, ya que se quedó no superó los diez tantos en la Serie A en ninguna de las tres campañas. Jugó menos partidos de lo habitual y, además, a media temporada el técnico decidió que jugara de centrocampista gran parte de los encuentros, por lo que no sólo descendieron sus registros goleadores, sino también la competitividad del equipo, que nunca estuvo fino, acabando siempre a media tabla y lejos de los campeones Bologna, Ambrosiana-Inter y otra vez Bologna.

E incluso estuvo bastante cerca del descenso en la campaña 40-41, que no se produjo por un mejor coeficiente goleador frente al Novara, que acabó con sus huesos en la serie B. Pese a ello, el papel de Piola fue fundamental en un partido clave, el que le enfrentó a la Roma en el derbi de la Ciudad Eterna el 16 de marzo de 1941, con el descenso pendiendo sobre las cabezas de los “biancocelesti”. Piola se lesionó a los veinte minutos de juego tras un choque con un defensa “giallorossi”, pero siguió jugando para conseguir los dos goles de la victoria de la Lazio que, a la postre, serían cruciales para evitar el descenso.

Società Sportiva Lazio, 1940-41

En la siguiente temporada, la 1941-42, los números de Piola se acercaron a los de siempre, quedando segundo en la tabla de goleadores con 18 tantos en un torneo que se llevó la Roma a sus vitrinas. Y en la campaña posterior fue el “Capocannonieri” con 21 tantos en 21 partidos, aunque el equipo completó un torneo bastante mediocre que acabó levantando el Torino.

Ésa sería su última temporada en la Lazio, donde jugó 243 partidos en nueve temporadas y anotó 159 goles, 149 en competiciones oficiales y 10 en amistosos. No ganó el scudetto, pero se ganó el cariño, la admiración y el respeto de todos los aficionados laciales.

De hecho, esos 149 goles de Silvio Piola en partidos oficiales con la Lazio fueron un registro inalcanzable para nadie hasta que un tal Ciro Immobile (quien, por cierto, tampoco ha podido ganar nunca un Scudetto), lo superó en el año 2021.

Habían pasado nada más y nada menos que 79 años.

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En 1944 las competiciones de ámbito nacional se paralizaron a causa de la guerra y Silvio Piola volvió a casa, al Norte de Italia. Consiguió el permiso para unirse al Torino y disputó el Campeonato de la Alta Italia. Recién estrenada la treintena y en unas condiciones terribles para todos, Piola siguió demostrando su instinto goleador anotando 27 tantos en un torneo que se acabaron llevando sorprendentemente Los Bomberos de La Espezia.

A la conclusión de la guerra, con ganas de quedarse en su tierra natal, pidió a la Lazio la carta de libertad definitiva y acabó fichando por la Juventus en 1945. La Vecchia Signora desembolsó 2 millones de liras y la recaudación de un partido amistoso en Roma para hacerse con los servicios del goleador de Verccelli.

Cestmir Vycpalek y Silvio Piola. Juventus, 1947

Sin embargo, en la Juve tampoco no llegaron los títulos. Piola jugó de “bianconero” la llamada División Nacional de 1945-46 y 1946-47, pero la Vecchia Signora no pudo superar nunca al Torino. Así que, pese a que el rendimiento de Piola aún era bueno, los dirigentes de la Vecchia Signora consideraron que ya estaba mayor, tenía 34 años en 1947, para defender los colores de la Juventus. Y le dieron la carta de libertad.

Y se equivocaron…

Porque tampoco sin Piola pudo la Juventus plantar cara a sus vecinos del Gran Torino, un equipazo de ensueño que marcó un época tras ganar cuatro campeonatos italianos seguidos y al que sólo pudo parar una tragedia: el accidente aéreo de Superga que tuvo lugar el 4 de mayo de 1949 y donde perdieron la vida 31 personas. Entre ellas, 18 jugadores del Torino, dos técnicos y un periodista del club.

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Cuando Piola salió de la Juventus en el verano de 1947, decidió fichar por el Novara, que estaba en ese momento en la serie B. No le importaba. Sólo quería seguir disfrutando jugando al fútbol y marcando goles y hacerlo cerca de casa. Cerca de los suyos. Cerca de su gente. Para seguir siendo feliz.

El veterano delantero se integró pronto en la disciplina del equipo y ayudó con sus 16 tantos a conseguir un ascenso vertiginoso. Y no sólo eso, sino que siguió jugando cinco temporadas más, haciendo 70 goles y manteniendo al Novara en la élite temporada tras temporada. Fue así como se convirtió en un auténtico ídolo en una ciudad que lo veneraba y que él también adoraba.

Hasta que se retiró definitivamente con 41 años ya cumplidos y unas cifras goleadoras que impresionan.

Porque Piola sumó la friolera de 274 goles en la serie A; 43 más en las dos temporadas de la Divisione Nazionale (1944-45 y 1945-46); 16 tantos en la Serie B; otros 16 entre Copa de Italia y Copas Continentales; y otros 30 más en los 34 partidos en los que se vistió con la zamarra azul de Italia.

En total, 379 tantos en 669 encuentros.

Unos registros, los de Silvio Piola, que superan los del otro gran mito italiano de los años 30, el gran Giuseppe Meazza, que anotó 262 goles en la Serie A, y que le convierten en el máximo goleador de la historia de la liga italiana. El que más se ha acercado a estos dos fenómenos ha sido un tal Totti, con 250 tantos en la máxima categoría del fútbol italiano.

No debe ser tan fácil eso de ser el mayor goleador de la historia del fútbol italiano, ya que en más de 125 años nadie ha sido capaz de superarlo. Aunque sus goles no le hubieran servido para ganar un Scudetto.

Pero, ya se sabe… A veces, en la vida, no se puede tener todo…

Aunque, bien pensado, a Silvio Piola tampoco le hacía tanta falta un Scudetto… que una Copa del Mundo pesa mucho. Y cuesta muchísimo ganarla.

Que se lo digan a Italia, que tuvo que esperar 42 años para volver a levantarla.

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Tras su retirada, Piola se puso a entrenar, pero desde el banquillo no se marcan goles, así que pronto dejó el mundo del fútbol profesional para disfrutar de él como un aficionado más. Junto a su mujer, Alda Ghiano, con la que se había casado en 1948 y con sus hijos Darío y Paola. Junto a su familia y sus amigos, disfrutando del día a día de una vida de placeres sencillos. Sin que nadie pudiera reconocer a simple vista la estrella que fue, porque nunca se comportó como tal.

Silvio Piola murió en una residencia de ancianos de Gattinara en 1996, a los 83 años, cuando ya el Alzheimer había empezado a desvanecerle los recuerdos. Descansa en la capilla familiar del cementerio de monumental de Billiemme, en Verchelli, muy cerca del estadio que lleva su nombre y donde marcó tantos y tantos goles. Un estadio que hoy lleva su nombre.

Como el del Novara, al que acudía domingo tras domingo como un aficionado más, hasta que la salud se lo permitió, a disfrutar del fútbol y de los goles de su equipo.

Aunque cada vez fueran menos los que lo reconocieran en el estadio.
Aunque cada fueran menos los que supieran que se sentaban a disfrutar del fútbol junto a todo un campeón del mundo. 

Junto al máximo goleador de la historia de la Serie A.
Junto a una persona humilde y sencilla que tuvo la suerte de disfrutar la vida haciendo lo que más le gustaba: jugar al fútbol.

Aunque nunca ganara un Scudetto.
Porque, a veces, en la vida, no se puede tener todo…

lunes, 14 de octubre de 2024

Michel Platini, el Rey que abdicó antes de tiempo

"Los equipos de fútbol son una forma de ser". 
Michel Platini

Hasta la década de los 80, la selección francesa de fútbol no había tenido mucho peso en la historia de la Copa del Mundo, pese a que fuera precisamente un francés, Jules Rimet, presidente de la FIFA en los años 30, el encargado de crear una competición que se convertiría en el espectáculo deportivo más importante del mundo junto a las Olimpiadas.

De hecho, a las puertas del Mundial de España 82, la mejor clasificación de Francia en una Copa del Mundo se remontaba al tercer puesto cosechado en Suecia en 1958, cuando bajo la batuta de Raymond Kopa y con los goles de un extraordinario Just Fontaine (¡hizo 13!) los galos se plantaron en semifinales y sólo cayeron ante la Brasil de los jóvenes Pelé y Garrincha (5-2) que acabaría levantando la primera Copa del Mundo de la historia de la Canarinha.

Ni antes ni después habían hecho nada reseñable Les Bleus en un Mundial. En Uruguay 1930 y en Italia 1934 cayeron en la primera fase. En su Mundial de 1938 fueron los primeros anfitriones que no consiguieron levantar el trofeo, tras caer en cuartos de final contra los campeones italianos, que revalidaron el título conducidos por Pozzo desde el banquillo y con los goles de Piola sobre el césped.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los franceses no se clasificaron para los Mundiales de Brasil 1950, Chile 1962, México 1970 y Alemania 1974. Cuando sí lo hicieron (en Suiza 54 e Inglaterra 66) cayeron sin pena ni gloria en la primera fase de todos los torneos.

Hasta que en el Mundial de Argentina en 1978 (veinte años después de la gesta de la selección que encabezaban Kopa y Fontaine) empezó a emerger la figura de un centrocampista fino y elegante que iba a convertirse en uno de los mejores jugadores del mundo y en el estandarte de Les Blues: Michel Platini. A partir de la llegada de “Le Roi” (para nosotros, el Rey), Francia creció como selección y se convirtió, con su fútbol de salón, en una de las aspirantes más serias a levantar la Copa del Mundo.

Once de Francia en su debut ante Italia en el Mundial 78.

Pero aspirar a algo y acabar consiguiéndolo no es exactamente lo mismo.

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Michel Platini nació en Joeuf, un pueblo de la región de Lorena, a las puertas del verano de 1955. Era el retoño de un matrimonio de origen italiano que se había afincado en Francia tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

El chico pronto empezó a darle patadas a un balón por las calles del pueblo. Incitado por su padre, Aldo Platini, un apasionado del fútbol que había jugado fantásticamente bien pero que nunca había querido dar el paso al profesionalismo. De hecho, Aldo era entrenador y educador del AS Joeuf, que militaba entonces en la Tercera División francesa. En ese club empezó a destacar el joven Michel, que ya se caracterizaba por la elegancia con la que conducía la pelota, por su habilidad en los lanzamientos de falta, por su extraordinaria visión de juego y por la capacidad para hacer jugar al equipo y para romper el partido con sus goles.

Aldo, su padre, decide entonces hacer algo que nunca había querido hacer antes: ficha por el AS Nancy como entrenador para poder ser el mentor de su hijo en el fútbol profesional. Porque el Nancy se hace también con los servicios del joven talento y lo hace debutar en su equipo de reservas sin cumplir aún los 18 años. Michel Platini respondió haciéndole tres goles en su debut al Valenciennes. Era el mes de mayo de 1973 y el camino de Michel Platini en la élite del fútbol francés parecía tremendamente despejado.

Sin embargo, la mala suerte se cebó con la joven promesa gala, que se rompió la pierna en un partido ante OGZ Niza y se perdió la que quedaba de la temporada 1973-74. En su ausencia, el Nancy descendió a Segunda División y Platini afrontó la siguiente campaña, la 1974-75, ya recuperado de su grave lesión, en la segunda categoría del fútbol francés. Fue entonces cuando emergió todo su talento y contribuyó al ascenso del equipo a la Ligue 1 con 17 goles jugando de centrocampista.

A partir de ese instante, el Nancy consiguió ir haciéndose poco a poco un hueco entre los grandes del fútbol galo temporada tras temporada comandado en la sala de máquinas por un majestuoso Michel Platini que, además, tenía la capacidad de resolver partidos con sus goles. Así fue cómo el Nancy consiguió levantar la primera Copa de Francia de su historia en 1978. Fue frente al Niza y, faltaría más, el tanto de la victoria lo hizo Platini (1-0). El joven ya era una de las estrellas más cotizadas del fútbol francés a sus 23 años recién cumplidos y el seleccionador, Michel Hidalgo, ya le había concedido la batuta de Les Blues.

El AS Nancy de Platini ganó la Copa de Francia en 1978. 

Hidalgo cogió las riendas de la selección del gallo en marzo de 1976, tras la destitución de Stefan Novacks. El exfutbolista pronto vio en Platini las cualidades que necesitaba para edificar el equipo en torno a él y lo “fichó” para la causa. 

El que estaba llamado a ser el nuevo capitán de la Tricolor debutó ante Checoslovaquia en el Parque de los Príncipes el 27 de marzo de 1976. El choque acabó 2 a 2 ante los que, sorprendentemente, se proclamarían campeones de Europa unos meses más tarde gracias al famoso penalti transformado en la tanda por un tal Antonín Panenka.

Ah, sí, claro, Platini marcó en su debut.
Faltaría más.

***

El Mundial de Argentina 78 supone un auténtico reto para Francia, que viene de recorrer una larga travesía por el desierto desde 1966, ausente en las fases finales de la Eurocopa de 1968, del Mundial de México 70, de la Euro de 1972, del Mundial de Alemania 74 y de la Eurocopa de 1976. Doce largos años sin disputar ni una sola fase final. Una auténtica tragedia futbolística.

El seleccionador Michel Hidalgo ha roto el maleficio con una jovencísima selección en la que Michel Platini, que a sus 23 años ya empieza a ser conocido como el Rey, empieza a despuntar. El grupo de Francia es muy complicado y los de Hidalgo acaban pagando su inexperiencia en una competición tan exigente.

Los galos caen ante Italia en su debut (2-1), pese al tanto de Platini, y también ante la anfitriona Argentina (2-1) en un encuentro que los deja matemáticamente sin posibilidades de clasificación para la siguiente fase. El tercer e intrascendente partido ante Hungría lo ganan los de Hidalgo con claridad para marcharse del torneo con un buen sabor de boca. 

Platini y Ardiles en el Francia-Argentina del Mundial 78.

De hecho, ese buen sabor de boca lo ha dejado el Rey, a quien ya pretenden algunos grandes. Inter de Milán y Juventus de Turín en Italia preguntan su precio. Y París Saint-Germain y Saint-Etienne en Francia también suspiran por incorporarlo.

Pero Platini se queda en Nancy la temporada 1978-79 para acabar el año que le queda de contrato. Será la última. Y será un calvario… porque el astro francés se lesiona de gravedad en agosto en un partido ante el Saint-Etienne. Se pierde prácticamente toda la primera vuelta de la competición, pero llega a final de temporada en plena forma, con la lesión olvidada, y se despide del club que le hizo debutar en primera división por la puerta grande. Y es que en el verano de 1979 ficha por el Saint-Étienne, un auténtico coloso del fútbol galo que había ganado cuatro ligas consecutivas entre 1967 y 1970 y tres más en 1974, 1975 y 1976; además de las Copas de Francia de 1968, 1970, 1974, 1975 y 1977.

El nivel de Les Verts era tan alto que llegaron hasta las semifinales de la Copa de Europa en 1975, perdiendo contra el futuro campeón, el Bayern de Múnich, y un año más tarde se plantaron en la final del torneo ante el gigante bávaro. Pero cayeron por un gol a cero en un partido muy disputado que se resolvió con un solitario gol de Franz “Bulle” Roth y en el que Les Verts se estrellaron con los palos hasta en dos ocasiones.

A ese gran equipo, que tras la final perdida en la Copa de Europa ya no había sido capaz de volver a pelear por el título, llegó Platini en el verano de 1979 para intentar reverdecer los recientes laureles. Y también se unió al proyecto el neerlandés Johnny Rep para construir un equipo temible que volvió a ganar la Liga en la campaña 1980-81 y que disputó (y perdió) esa misma temporada la final de la Copa de Francia ante el Bastia (1-2). Les Verts obtuvieron una estrella en su camiseta al ser el primer equipo en conseguir levantar 10 ligas francesas. Sólo el París Saint-Germain luce también una de ésas, y la consiguió en 2022, tras ganar ocho campeonatos desde el 2013 gracias a la inversión catarí.

Michel Platini luciendo la camiseta de Les Verts. Archivo ASSE.

El caso es que nadie lo sabía entonces, pero esa Liga de 1981 iba a ser la última de la historia del magnífico Saint-Étienne. Porque en la temporada 1981-82, el equipo acabó perdiendo el título ante el Mónaco por un solo punto de diferencia y, además, la temporada se cerró en blanco tras volver a caer en la final de la Copa de Francia, esta vez ante el París Saint-Germain en una fatídica tanda de penaltis (6-5) tras un partido impresionante.

Toko había adelantado a los parisinos cuando no se había alcanzado el cuarto de hora de la segunda parte, pero el gran Michel Platini empató el encuentro veinte minutos más tarde sorprendiendo con su temible llegada para mandar la final a la prórroga.

Ahí, en el tiempo extra, el astro galo parecía sentenciar el partido con otro golazo marca de la casa, ganando la espalda de la defensa en el costado izquierdo del ataque y definiendo con calidad y maestría con su pierna derecha. Era la recta final de la primera parte de la prórroga y la Copa ya tenía dueño, pero entonces, en el descuento de la segunda mitad del tiempo extra, apareció precisamente Dominique Rocheteau, exestrella de Les Verts, para coger un rechace en el punto de penalti y empalmarlo al fondo de las mallas para mandar la final a los penaltis. El meta Jean Castaneda no tenía fuerzas ni para levantarse del suelo tras el mazazo, mientras que George Peyroche, el técnico del PSG, se lanzaba al césped para besarlo cuando el colegiado dio por finalizados los 120 minutos.

Desde los once metros nadie falló en los cinco primeros disparos. Tampoco Platini, que se había reservado el último de la tanda para Les Verts. Pero en la muerte súbita falló el central Christian López, mientras que Jean-Marc Pilorget conservaba la calma y marcaba para que el PSG levantara la primera Copa de Francia de su historia. Esa Copa que se le había escapado entre los dedos al Saint-Etienne y a Platini.

Fue el último partido del Rey con Les Verts.
A la vuelta de la esquina, el Mundial de España 82.
Y después, en el horizonte, la Vecchia Signora.

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Tras el fiasco copero, y antes desembarcar en la Juventus de Turín, el elegante centrocampista francés acudió al Mundial de España 82 para capitanear a la selección del Gallo. Y allí, en el país vecino, dio un recital de cómo dirigir a un equipo de fútbol.

Los franceses se convirtieron en uno de los mejores equipos del torneo y, sin ninguna duda, en uno de los que mejor jugaban al fútbol junto a los brasileños de Telé Santana. Claro, Telé Santana tenía a Sócrates, Zico, Falcao, Toninho Cerezo o Junior, que parecían imbatibles. Pero los franceses no andaban escasos de talento.

Porque Hidalgo había reunido un elenco de futbolistas muy técnicos y de un trato de balón exquisito que los hacía temibles. Jugaban bien al fútbol hasta los defensas. Y en el centro del campo la calidad era superlativa con Platini, Giresse y Tigana, que se asociaban y nutrían de buenos balones a Lacombe o Rocheteau, que jugaban delante.

Once del Gallo en las semifinales del Mundial 82 ante Alemania.

A la Brasil de Tele Santana la envió para casa Italia con de los goles de un inspiradísimo Paolo Rossi (y las paradas de Dino Zoff) en la liguilla de cuartos de final, pero a la Francia de Michel Platini no la pudieron frenar ni Austria (1-0) ni Irlanda del Norte (4-1) en un grupo mucho más sencillo que solventaron con clase y autoridad. Así que, por primera vez desde 1958, Francia se metía en las semifinales de una Copa del Mundo.

Pero ahí esperaba Alemania Federal, que se acabaría convirtiendo en la auténtica bestia negra de la selección del Gallo. Y en un partido memorable que pasará a la historia de los Mundiales, la selección liderada por Platini hacía las maletas tras caer en una cruel tanda de penaltis.

Pese a que Platini hubiera empatado el partido de penalti a los veintiséis minutos.
Pese a que Tresor y Giresse pusieran 3 a 1 a Francia en la primera parte de la prórroga.
Pese a que el alemán Stielike fallara primero en el tercer penalti de la tanda.

Al final, quien se jugaría el Mundial con Italia sería Alemania.

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Con esa maleta aterrizó en Turín Michel Platini para empezar la temporada 1982-83. La Roma ganó el Scudetto por delante de la Vecchia Signora, pero Platini cayó de pie en el equipo. Completó una temporada extraordinaria y se convirtió en el máximo goleador del torneo con 16 goles para meterse en el bolsillo a todos los aficionados bianconeros. Ganó su primera Copa de Italia ante el Hellas Verona. Y alcanzó su primera final de la Copa de Europa… aunque cayó ante el Hamburgo por un gol a cero, lo que le supuso clavarse una espina que le costó muchísimo sacarse.

La temporada siguiente, la 1983-84, ya ganó su primera Liga Italiana. Y también su primer título europeo: la Recopa de Europa, derrotando al Porto en la final por dos tantos a uno. En apenas dos años ya tenía el zurrón lleno de títulos y se había convertido en el ídolo de todos los juventinos. De los franceses ya lo era… pero, por si acaso, iba a refrendarlo en la Eurocopa de 1984, cuya fase final se disputaría en tierras francesas.

Y allí Michel Platini se convirtió en leyenda.

Platini celebra un gol en la Eurocopa de Francia 84.

El capitán galo marcó el único tanto del partido en el debut ante Dinamarca (1-0). Anotó tres más en la paliza que le dieron a los belgas (5-0) y cerró la fase de grupos marcando los tres con los que Francia doblegó a Yugoslavia (3-2). Siete goles en tres partidos que metían a Francia en las semifinales del torneo, donde se vería las caras con Portugal.

Y las semifinales volvieron a ser otro partidazo memorable que, esta vez, cayó del lado francés con Platini como héroe. El partido acabó con empate a uno después de que Rui Jordao igualara con un soberbio testarazo en la segunda mitad el tanto que había conseguido Domergue de libre directo para los franceses en la primera. 

Y en la prórroga se desató la tormenta en el Velodrome de Marsella. Ambos conjuntos apostaron sin reservas por no llegar de ninguna manera a la tanda de penaltis. Pero fueron los portugueses, más sueltos y sin nada que perder, los que sorprendieron a los anfitriones en la recta final de la primera parte de la prórroga. Chalana volvió a penetrar por el costado derecho del ataque portugués y metió un centro pasado al segundo palo que Rui Jordao empalmó de primeras. El balón botó en el suelo y se elevó antes de besar las mallas de la portería defendida por un sorprendido Joel Batts. El estadio enmudeció. Y sólo volvió a gritar tras una gran parada de Batts que hubiera supuesto el 1 a 3 justo cuando ambas selecciones iban a intercambiar los campos para afrontar la segunda parte de la prórroga.

Porque tras esa parada salvadora, Francia se encomendó a la calidad de su genio y se volcó en pos de un empate que no llegaba. Hasta que Domergue, a falta de seis minutos para el final, resolvió una jugada llena de carambolas dentro del área lusa para devolver la ilusión a toda Francia. Y cuando en el horizonte se atisbaban ya los penaltis, Tigana se inventó una espectacular jugada personal llena de quiebros y regate que acabó remachando Michel Platini con una tranquilidad pasmosa para hacer el 3 a 2 a dos minutos del final de la prórroga y meterse en la final de "su" torneo.

El Rey había salvado a Francia. Y, de paso, había marcado su octavo gol en cuatro partidos. Pero aún le quedaba marcar uno. Quizá el más feo. Porque al guardameta español Arconada se le escurrió por debajo del sobaco el lanzamiento de Platini en el momento más inoportuno. En la final de una Eurocopa. No fue el más bello, desde luego, pero ese gol de Platini (y la rúbrica de Bellone con el tiempo ya cumplido) le dio a Francia su primer título internacional. 

Platini levanta la primera Eurocopa para Francia en 1984.
Foto: Alessandro Sabatini / Getty Images.

Y a Michel Platini, nueve goles en cinco partidos, el cetro del fútbol mundial.

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Esos años fueron, sin duda, los mejores del astro francés, que coincidieron con su paso por la Juventus de Turín. Platini, jugando de centrocampista, fue el máximo goleador de la Serie A en 1983, 1984 y 1985 portando orgulloso el brazalete de capitán de la Vecchia Signora. Había ganado dos ligas italianas, dos Copas de Italia, una Recopa, una Supercopa de Eurocopa y la tan ansiada Copa de Europa, aunque fuera en uno de los días más negros de la historia del fútbol, en la Tragedia de Heysel.

También ganó los Balones de Oro de esos mismos años: 1983, 1984 y 1985. Así, seguiditos. Uno detrás de otro. Un hito que sólo superaría después un tal Leo Messi, que ganó cuatro de forma consecutiva (y otros cuatro más para sumar un total de ocho).

Aunque, como casi todo, el dato esconde una pequeña trampa. En aquellos tiempos no podía ganar el Balón de Oro ningún jugador que no fuera europeo. Eso excluía a Maradona de la terna, por ejemplo, que no ganó ninguno. A partir de 1995, la revista France Football cambió la norma: podía ganar el Balón de Oro cualquier futbolista de cualquier nacionalidad siempre y cuando jugara en una liga europea.

Con o sin Balón de Oro de por medio, precisamente la rivalidad entre Michel Platini y Diego Armando Maradona se convirtió en el símbolo de una época y, a la larga, propició el retiro anticipado del astro francés, la abdicación del Rey antes de tiempo.

Platini se había convertido en el líder indiscutible de la Juventus de Turín, la más poderosa entre los poderosos del Norte. Maradona llegó a Nápoles en el verano de 1984 para devolverle la sonrisa y meter al Sur en el mapa del Calcio en pleno dominio del astro galo y de su equipo.

El Rey era un elegante francés, silencioso y comedido dentro y fuera del campo. El Pelusa era la improvisación, la sorpresa, la genialidad, pero también el bullicio, la locura, la bronca, la sangre caliente… temperamental dentro y fuera del campo. Con razón o sin ella.

Michel se movía como pez en el agua entre las altas instancias, entre los pasillos y despachos de los altos cargos de la FIFA y de la UEFA. Con elegancia. Con prestancia, Con brillantez. Pisando fuerte la moqueta. Diego los tenía a todos entre ceja y ceja. Y viceversa.

Platini simbolizaba al noble poderoso y Maradona al malcarado contestatario.

Y, poco a poco, tras años de dominio del Rey, Maradona se fue abriendo paso. De hecho, la temporada 1985-86, la Juventus ganó el Scudetto, pero tuvo que lucharlo más de la cuenta ante la Roma y el Nápoles, que acabaron segundo y tercero. En la Copa de Italia, los juventinos se despidieron en los octavos de final ante el modesto Como. Y en la Copa de Europa dijeron adiós ante el FC Barcelona en los cuartos de final. 

El viento parecía estar cambiando de dirección...

Platini y Maradona en un Juve-Nápoles de 1986.

Y aún quedaba el colofón a la temporada, el Mundial de México 86, donde esa rivalidad entre Platini y Maradona, entre el Norte y el Sur de Italia, trascendió todas las fronteras. Curiosamente, los reyes de Italia no se encontraron sobre el terreno de juego en todo el torneo, aunque cada uno condujo a su selección hasta donde buenamente pudo.

Michel Platini no brilló tanto individualmente como en el Mundial de España, pero llevó a Francia al mismo escalafón: las infranqueables semifinales. Y dejó por el camino a Brasil en los cuartos de final (vencieron los galos en la tanda de penaltis tras empatar a uno el tiempo reglamentario y la prórroga).

Pero volvió a atragantársele de nuevo Alemania, una auténtica bestia negra con la que los franceses (y también Platini) tenían auténticas pesadillas. Esta vez fue todo bastante menos épico y mucho más prosaico que en el Mundial 82. Brehme adelantó a los germanos muy pronto y a los galos se les hizo bola el partido. Hasta que en el último minuto Völler dio la puntilla al once del Gallo. Y Platini se quedó sin su sueño de ganar un Mundial.

A Maradona, en cambio, en 1986 nadie pudo frenarlo en tierras aztecas. Tampoco Alemania. Como antes no pudieron los sorprendentes belgas. Ni sus archienemigos ingleses. Ni sus máximos rivales uruguayos. Ni sus enemigos internos. Ni siquiera él mismo. Nadie, absolutamente nadie, pudo frenarlo. Ni a él ni a las cábalas de Bilardo.

Así que Platini cayó ante Maradona sin siquiera enfrentarse a él. Sólo por comparación.

Cayó el Norte frente al Sur.

Y volvió a caer de nuevo a su regreso a Europa, cuando el Nápoles del Pelusa consiguió por fin darle la vuelta al mapa de Italia y ganar su primer Scudetto en la temporada 1986-87. La Juve de Platini fue segunda, tras caer en Delle Alpi y también en el estadio San Paolo ante los napolitanos capitaneados por Maradona. La Copa de Italia también se la llevó el equipo del genio de la albiceleste, que ese año no dejó ni las migajas.

A la postre, eso acabó por darle la puntilla a un Rey que decidió abdicar.

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Y es que al finalizar la temporada 1986-87 el astro francés se retiraba del fútbol “porque se aburría y se había cansado de jugar”. La foto de su partido de homenaje entre Francia y la selección del resto del mundo lo dice absolutamente todo. Incluido el mensaje de sus camisetas. Impagable.

Partido homenaje a Michel Platini (23 de mayo de 1988).

El Rey abdicó con 32 años recién cumplidos, cuando lo había ganado prácticamente todo. Una Copa de Francia con el Nancy, una Liga francesa con el Saint-Etienne y, con la Juventus de Turín, el súmmum: una Copa de Italia, dos Scudettos, una Recopa, una Supercopa de Europa, una Copa de Europa y una Copa Intercontinental. Además, había conseguido el primer título de la historia de la selección de Francia siendo el mejor jugador y el máximo goleador con 9 goles: la Eurocopa de 1984.

Pero la espina del Mundial no se la pudo quitar nunca.

Dos semifinales en tres participaciones son un hito extraordinario, sobre todo jugando en una selección que sólo había superado la primera fase una sola vez en toda la historia de los Mundiales. Pero el mejor centrocampista de la época quería más. Aspiraba a mucho más. Y estaba seguro de poder conseguir aún muchísimo más.

No lo consiguió, pero lo que sí hizo fue sentar las bases de todo lo que conseguiría después Francia. La Francia de Aimé Jacquet. La Francia multicultural de 1998 con Zidane a la cabeza, el jugador que le disputa a Platini el cetro de mejor futbolista francés de la historia. El futbolista que de mayor quería ser como Platini y que consiguió para Francia lo que Michel no pudo alcanzar: la Copa del Mundo.
Y otra Eurocopa.
Y otra final de un Mundial.
Muchos éxitos para poner en la balanza. Quizá demasiados.

El caso es que, pese a no ser nunca campeón del mundo, Platini puso la primera piedra de las dos estrellas que los galos lucen en su camiseta. Porque hubo una Francia “Preplatini” y otra “Postplatini”. La “Preplatini” no estaba entre las grandes del futbol mundial y tampoco se la esperaba. La “Postplatini” siempre tenía un sitio y un cubierto reservado en el banquete de las campeonas.

Sin la calidad, la clase, el orgullo, la confianza, la autoestima y la cultura del triunfo que Michel Platini le imprimió a la selección francesa nada de lo que vendría después hubiera sido posible. Porque el Rey hizo subir a Les Bleus los dos escalones que le faltaban para convertirse en aspirante a todo torneo tras torneo. 

Y de ese escalón se han bajado muy puntualmente. Sólo para coger impulso y volver a instalarse entre las grandes. Dos estrellas de campeón del mundo, en Francia 1998 y en Rusia 2018, y dos subcampeonatos más, en Alemania 2006 y Catar 2022, lo confirman. Y otra Eurocopa, la de Bélgica y Países Bajos 2000, para una selección que ni siquiera se había acercado a ganar nada hasta su llegada.

De hecho, en 1998, y formando parte de los actos que se enmarcaban en el Mundial de Francia, una selección de 250 expertos (periodistas de fútbol internacionales y técnicos de la Commebol y la UEFA) elaboraron un once ideal del siglo XX.

Escogieron a Yashine en la portería y conformaron una línea de cuatro defensas con Carlos Alberto (capitán de Brasil en México 70), Beckenbauer, Bobby Moore y Nilton Santos (bicampeón con Brasil en 1958 y 1962). Arriba pusieron un tridente formado por Garrincha, Pelé y Maradona. Y los tres centrocampistas que completarían el once ideal del siglo XX serían Di Stéfano, Johan Cruyff y… Michel Platini.

Platini en los cuartos de final del Mundial de México 86.

Quizá no hubiera sido posible la aparición de un Zidane y de un Henry primero y de un Griezmann y un Mbappé después sin él.

Sea como sea, ahí queda eso, debe pensar Platini.

De lo otro…
Sí, de eso otro…

De los agujeros negros en su presidencia de la UEFA. De su oscura y sórdida relación con el presidente de la FIFA. De la corrupción, de las trampas y del escarnio. De las comisiones ocultas. De las miserias de las altas esferas del fútbol mundial.

De todo eso otro… de momento, aún no hablamos.
Pero ya hablaremos… Por supuesto que hablaremos.