"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 31 de marzo de 2022

La enigmática enfermedad de Passarella en México 86

Daniel Passarella tiene en su palmarés dos Copas del Mundo como jugador. Una la levantó él mismo, la de 1978, porque era el capitán de la Argentina entrenada por Menotti. En la otra, la de México 86, figura en la lista de los campeones porque fue seleccionado por Bilardo y porque recogió su medalla, pero no disputó ni un solo minuto al sufrir una aguda intoxicación justo antes del inicio del torneo de la que no se pudo recuperar. Vio casi todos los partidos de su selección en el Mundial desde el hospital.

Para poder entender, que no clarificar, porque eso a estas alturas es imposible, qué le pasó al mítico Daniel Passarella, “el Káiser” para algunos, “el Gran Capitán” para otros, en la fase final del Mundial de México 1986, tenemos que retroceder un poco en el tiempo.

***

Ídolo de River Plate, Passarella fue el alma de la selección del “Flaco” Menotti que se proclamó campeona del mundo por primera vez en su historia en 1978. Entonces, con 25 años recién cumplidos, ya mandaba en la zaga de River Plate y también en la albiceleste y estaba considerado uno de los mejores defensas del mundo. 

Passarella levanta la Copa del Mundo en 1978.

Además, tenía la capacidad de sacar el balón jugado desde atrás con facilidad, se incorporaba con mucha frecuencia al ataque y era un auténtico peligro a balón parado por su gran capacidad para el remate. Es, de largo, el defensa que más goles ha hecho en Argentina. Pero lo que hacía especial a Passarella era su carácter: un ganador nato con muchísima personalidad y una impresionante capacidad de mando. Quizá demasiada. Para lo bueno y para lo malo.

Disputó también “el Káiser” el Mundial de España 82, también a las órdenes de Menotti, ya con Maradona totalmente integrado en el equipo nacional después de que “el Flaco” lo dejara fuera de la lista de 1978 y lo enviara a disputar el Mundial Juvenil de 1979 que, por cierto, ganó también con Menotti en el banquillo. En dos años Argentina había levantado la Copa del Mundo y el Mundial Juvenil. Casi nada.

Pero los defensores del título no hicieron un buen papel en España y, después del Mundial, Menotti y la AFA no llegaron a un acuerdo para la renovación de su contrato. Así que en diciembre de 1982, tras ocho años al frente de la albiceleste, Menotti cerraba una etapa gloriosa. Su sustituto fue Carlos Salvador Bilardo, doctor, exfutbolista y un técnico muy controvertido, con métodos de trabajo y una concepción del fútbol en las antípodas de la idea futbolística del “Flaco”.

De hecho, Bilardo fue el estandarte, como jugador, del “Pincharrata”, el Estudiantes de la Plata entrenado por Osvaldo Zubeldía, un equipo rocoso, aguerrido y muy trabajado tácticamente que siempre jugaba al límite del reglamento. Ese equipo ganó el Metropolitano de 1967, la Copa Libertadores de 1968 y la Copa Intercontinental ante el Manchester United, la Copa Libertadores de 1969 (y perdió la final de la Intercontinental ante el Milán en una de las finales más sucia que se recuerda, con tres jugadores del equipo detenidos por las agresiones que protagonizaron en el campo ante los milanistas), y la Copa Libertadores de 1970, la tercera consecutiva.

Bilardo y Zubeldía en Estudiantes.

Ese equipo, con Bilardo de jugador, ya presentaba los rasgos de todos los equipos que después entrenaría “el Narigón”, que aprendió casi todo de su maestro Zubeldía. Cuentan, por ejemplo, que Bilardo y sus compañeros se interesaban por la vida personal de sus rivales para luego recordarles episodios escabrosos durante los partidos y sacarlos de sus casillas. Además, también solían tirar del amplio catálogo clásico de marrullerías: tirar arena en los ojos a los rivales, clavarles alfileres en los saques de esquina y otras lindezas semejantes.

Las mañas del Bilardo entrenador también estaban bien documentadas bastante antes de que accediera al cargo de seleccionador. Cuentan que en su etapa de técnico del Deportivo Cali, allá por 1977, recibió la visita de Boca Júniors en la la Copa Libertadores. El entrenador bostero Toto Lorenzo, otro fenómeno, mandó abrir todas las botellas de agua y de gaseosa porque no se fiaba de que Bilardo las hubiera podido manipular. También se quejó de que el míster les envió los hinchas al hotel por la noche para no dejarles descansar.

Pero es que, además, el equipo visitante se entrenó en la previa a puerta cerrada en el Pascual Guerrero, el estadio del Deportivo Cali. “El Narigón”, ni corto ni perezoso, se encaramó a una tapia y presenció allí subido todo el entrenamiento. Lo sabemos porque un reportero del El Gráfico lo pilló y lo fotografió. 

Bilardo encaramado a una valla.

Cuentan, entre realidad y mito, que al día siguiente las zonas por las que mejor se movían los jugadores más técnicos de Boca aparecieron misteriosamente encharcadas aunque no había caído ni una gota. 

Los gozos y las sombras de Bilardo: porque el Deportivo Cali jugó con él la única final de la Libertadores de su historia al año siguiente… 

Y la perdió a doble partido contra Boca.

***

En diciembre de 1982, cuando se supo que Menotti no seguiría al frente de la selección, Bilardo entrenaba a Estudiantes de la Plata, a quién mantenía líder de la tabla y que ganaría el Torneo Metropolitano. La AFA le ofreció el cargo y Bilardo aceptó. Menotti, mientras tanto, fichó por el FC Barcelona.

Y a Barcelona que se fue Bilardo para hablar con Menotti (y con Maradona) y que lo pusiera al día respecto a la selección que había dirigido durante los últimos años. Ahí llegaron las primeras diferencias entre ellos, aunque se supone que habían llegado a un pacto para mantener en secreto el contenido de esa charla.

Entonces, “El Narigón”, en una de sus primeras manifestaciones como seleccionador, dijo que el único jugador que tenía asegurada la titularidad en la albiceleste era Maradona, nadie más. Y era ése un mensaje dirigido, sobre todo, a Passarella, que era el capitán y uno de los intocables de Menotti. Lo siguiente que hizo Bilardo fue darle la capitanía a Diego y quitársela a Passarella por las bravas. El mensaje estaba clarísimo.

Pero “el Káiser”, que acababa de fichar ese mismo verano por la Fiorentina, siguió jugando a un nivel superlativo en Italia y Bilardo no tuvo “más remedio” que seguir convocándolo para la albiceleste para las eliminatorias hacia el Mundial de México. De hecho, la selección de Bilardo lo pasó muy mal en aquella fase de clasificación y los medios de comunicación y los aficionados cargaron duramente contra el técnico, a quien acusaban de no saber transmitir su mensaje a los jugadores, e incluso, de priorizar sus esquemas tácticos por encima del talento de los suyos.

Al final, el 30 de junio de 1985, Argentina se jugó la clasificación directa para México 86 en el último partido ante Perú en el Monumental. Se adelantaron los de Bilardo con un tanto de Pasculli a los 12 minutos, pero Velásques y Barbadillo dieron la vuelta al partido ya en la primera parte y dejaron al Monumental helado. 

Pero a falta de 9 minutos para el final, Passarella tiró de orgullo y se fue hacia delante a rematar una falta lateral, controló con el pecho rodeado de peruanos, se la colocó en su derecha, escorado, y lanzó un potente disparo cruzado que se estrelló en el palo y que Ricardo Gareca metió en la portería peruana para empatar el partido. 

El gol de Gareca le dio a Argentina el pase al Mundial 86. 

El dos a dos final metió a Argentina en el Mundial de México mientras todo el estadio Monumental cantaba a voz en grito “¡Passarella, Passarella!” y Bilardo respiraba tranquilo por fin, a la vez que le pitaban muchísimo los oídos.

***

Con el trabajo hecho, se desató la guerra en el seno de la albiceleste y en torno a la albiceleste. Desde ese 30 de junio de 1985, después del padecimiento agónico ante Perú, Bilardo había decidido que la selección no disputaría partidos de preparación en Argentina y se la llevó de gira por Europa. Pero ni el juego ni los resultados acompañaron y no se salvaba ni Maradona, de quien los medios llegaban a decir que se le había olvidado jugar a fútbol.

Y es que, como siempre, y más allá de las guerras internas, lo que tenía a Bilardo al borde de la destitución eran los resultados y el mal juego. Porque Argentina perdió 2 a 0 en París ante Francia en marzo de 1986 y ganó por la mínima al Nápoles tres días más tarde (1-2). Otra victoria pírrica ante el Grasshoppers suizo en un partido feo (0-1) destapó la caja de los truenos. Bilardo se empeñaba en jugar con tres centrales y sin laterales y la prensa y los aficionados no lo entendían. 

Le llovían las críticas desde todos los lados. El mismísimo Menotti azuzó el fuego con unas declaraciones en una revista alemana: “El fútbol es tan generoso que evitó que Bilardo se dedicara a la medicina; es un cobarde y un enano mental”. Ahí es nada.

Bilardo y Menotti, cara a cara.

Pero lo que llevó el revuelo a la categoría de guerra fueron unas palabras del Secretario de Deportes, Rodolfo O’Reilly, en una entrevista para el diario Tiempo Argentino. Cuestionado por el periodista sobre la selección, no se mordió la lengua y dijo que “no iba para atrás ni para adelante”. Se lio gorda en el país especulando con la posibilidad de que el mismísimo presidente, Raúl Alfonsín, quisiera echar a Bilardo. 

El técnico se encontró a su llegada de Europa que en la prensa ya se discutían los nombres de su sustituto. Que si Alfio Basile, que si un triunvirato con Menotti, Carlos Griguol y Omar Pastoriza (que fueron ambos los otros candidatos a suceder al “Flaco” a finales del 82)… Vamos, que la sociedad argentina, ya de por sí dividida y enfrentada entre menottistas y bilardistas, acabo de escindirse.

El diario Clarín estaba claramente contra Bilardo y publicaba artículos casi a diario contra el seleccionador, mientras que los principales locutores de la radio argentina del momento, Víctor Hugo Morales, José María Muñoz o Adrián Paenza, y la revista el Gráfico se posicionaron a favor del “Narigón”, que intentó movilizar a todos para salvar el cargo. El míster sacó la artillería y llegó a decir: “un gobierno democrático no puede conseguir sus objetivos mediante la fuerza”. Desde Italia, Maradona apostilló: “Si tocan a Bilardo, nos vamos todos”. Y esas palabras del astro parecían cambiar las cosas.

Todo esto pasaba el domingo, 13 de abril de 1986, a apenas unos días de dar la lista definitiva de los jugadores que defenderían la zamarra argentina en México. Y tan lejos llegó el debate, los insultos y las palabras subidas de tono, que el Subsecretario de Estado de Deportes, Osvaldo Armando Otero, publicó una Carta Abierta en la Revista El Gráfico el 15 de abril en la que escribía con total claridad, para atajar la polémica: “Señor Bilardo, nadie lo quiere echar”.

El Doctor apuró hasta el último minuto del plazo de la FIFA para dar la lista, y lo hizo el jueves, 17 de abril de 1986. En ella no figuraban Alejandro Sabella, falto de ritmo, Miguel Ángel Russo, que salía de una lesión y Ricardo Gareca, todos hombres importantes con el “Doctor” en la selección y a los que decidió no incluir por diferentes motivos, pero con gran dolor de su corazón. 

Los elegidos por Bilardo para el Mundial de México 86.

En cambio, no le tembló el pulso para dejar fuera a jugadores marcadamente “menottistas” como el portero Fillol, titular el día de la clasificación ante Perú; el delantero Ramón Díaz, que no se llevaba muy bien con Maradona; el centrocampista Juan Barbas o Enzo Trossero, defensa de Independiente que se sintió especialmente traicionado por el técnico. A quien no se atrevió a dejar fuera fue al “Káiser” Passarella.

***

Y el 24 de abril, en medio de una polémica descomunal, la selección Argentina salió del país para hacer una breve gira por Europa donde jugaron ante Noruega en Oslo (perdieron 1 a 0) y ante Israel en Ramat Gan (ganaron 2 a 7). 

Después partieron hacia México, aunque Bilardo tenía previsto hacer un viaje exprés a Barranquilla, Colombia, para aclimatarse a la altura y volver a México para completar la preparación y afrontar el Mundial. 

Algunos decían que el “Narigón” tenía miedo de que le organizaran otro complot y no quiso pisar más suelo argentino antes del Mundial. El míster les dijo a los jugadores antes de partir: “Muchachos, en la valija pongan un traje y una sábana. El traje para cuando bajemos del avión con la Copa. La sábana por si perdemos y tenemos que irnos a vivir a Arabia”.

Pero el partido en Barranquilla marcó un antes y un después en esa concentración que ya en esos momentos echaba humo. La albiceleste no pasó del empate a cero ante el Junior (había quedado cuarto en la Liga Colombiana) con un juego pobrísimo. 

Esa misma noche, Maradona se reunió con algunos compañeros y le dijeron a Bilardo que querían volver a México inmediatamente, que estaban hartos de ir de un sitio a otro y que allí en Colombia no querían jugar ningún partido más. Bilardo intentó convencer a Maradona y al resto de jugadores, pero no lo consiguió y, al día siguiente, volvieron a México para seguir con su preparación.

El Gráfico cuestionó la idoneidad de la gira por Colombia.

Y allí, en el hotel de concentración, se produjo una de las grandes broncas entre Maradona y Passarella. En el equipo eran constantes las reuniones entre todos los jugadores en las que no participaba nunca Bilardo. Entre otras cosas, porque querían discutir sobre sus técnicas y sus métodos. En esas charlas se solían decir de todo a la cara para tratar de remar todos en la misma dirección. Cuentan la mayoría de los protagonistas que no llegaron a las manos por los pelos en más de una ocasión, pero que eso les vino bien como colectivo.

En teoría, en el seno de la albiceleste había dos grupos principales: los incondicionales de Maradona, jóvenes impulsivos y con carácter, y los más cercanos a Passarella, el excapitán enfrentado directamente a Bilardo. Junto a Maradona citan al portero suplente Luis Islas, el delantero Pedro Pasculli o el centrocampista Sergio Batista, mientras que con Passarella estarían Jorge Valdano, Bochini y algunos más. 

Lo curioso es que en Bilardo no confiaba prácticamente ninguno de los dos grupos. Sólo el “Tata” Brown, defensa de Deportivo Español que el “Narigón” había dirigido en Estudiantes y había incluido en la lista pese a las críticas de todos y que, en principio, estaba para hacer grupo, para ser suplente del suplente. Pero acabaría de titular indiscutible, jugaría todos los minutos de todos los partidos e incluso marcaría el primer gol de la final ante Alemania.

Pues bien, a una de esas reuniones en el comedor del hotel de concentración, Maradona llegó 15 minutos tarde. Passarella lo estaba esperando y le recriminó su actitud y su crédito como capitán, a la vez que lo acusaba de ser un mal ejemplo para los compañeros más jóvenes e insinuaba que se estaba drogando. El 10 se la devolvió delante de todos esgrimiendo una factura telefónica que ascendía a más de 2.000 dólares y que el América, club que los hospedaba, reclamaba a la selección argentina y que los integrantes habían decidido pagar entre todos porque no sabían quién era el responsable. Se ve que el teléfono al que se llamaba era de la casa de Passarella en Italia. 

Lo del teléfono es la anécdota que los que asistieron a la charla han decidido contar, pero es mucho más lo que se callaron, ya que nadie de los allí presentes ha querido desvelar nunca nada más que lo que aquí se escribe. Pero el caso es que el liderazgo del “Káiser” en ese equipo se desvaneció a partir de ese mismo instante y las causas sólo los jugadores de aquella selección las saben.

Un par de días después de la gran bronca, la revista El Gráfico reunió a Diego y a Daniel y los hizo posar sonriendo vestidos con la elástica albiceleste y ataviados con sombreros mexicanos. Argentina entera se empapó de las sonrisas de sus dos cracs y de la confianza que rebosaban ambos en volver al país con la Copa del Mundo. 

Maradona y Passarella posan felices con sombreros mexicanos.

Pero nada más lejos de la realidad. 

Los periodistas que hicieron el trabajo contarían más adelante que cada uno llegó por su lado, que no se dirigieron ni la palabra ni la mirada y que, cuando acabó la sesión, desaparecieron de nuevo cada uno por su lado.

***

La preparación estaba a punto de acabar y a tan sólo una semana del debut ante Corea del Sur, todos los miembros de la selección fueron a cenar juntos al restaurante “Mi viejo”, propiedad de Eduardo Cremasco, un exjugador de Estudiantes amigo y compañero de Bilardo. 

Al día siguiente, Passarella se empezó a encontrar mal del estómago, con frecuentes episodios de diarrea. Le diagnosticaron enterocolitis, que es una inflamación del tracto digestivo que puede estar causada por varias infecciones relacionadas con hongos, virus, bacterias o parásitos, que suele acarrear diarrea frecuente, dolor abdominal, fiebre, escalofríos y, a veces, también vómitos.

El médico de la selección, Raúl Madero, lo llevó a un hospital en México DF, le hicieron análisis, lo medicaron y pareció recuperarse. De hecho, se entrenó con normalidad con el equipo a falta de dos días para el partido inaugural y Bilardo, que dio la alineación precisamente dos días antes del choque a los periodistas, lo puso en el once titular. 

Pero la tarde previa al partido, Passarella volvió a recaer, tuvo que volver al hospital y allí permaneció unos cuantos días, perdió bastante peso y no pudo jugar tampoco en la segunda jornada ante Italia. Los dos encuentros los había jugado de titular el Tata Brown, y a muy buen nivel, por cierto.

Passarella regresó a la concentración con el equipo, aparentemente recuperado de sus problemas estomacales, y empezó a entrenarse con vistas al tercer partido, el que cerraba el grupo ante Bulgaria. Pero más débil de lo que pensaba y con unos cuantos quilos menos, sufrió un desgarro en su pierna izquierda. El médico, Raúl Madero, asegura que Passarella forzó sin su consentimiento, mientras que el “Káiser” siempre sostuvo que el cuerpo técnico aceleró su recuperación para provocarle la lesión.

Passarella trabaja bajo la atenta mirada de Raúl Madero.
Foto: Antonio Montano. La Nación.

El caso es que el 6 descansó unos días con su familia en Acapulco con permiso de Bilardo y volvió con sus compañeros para ver el partido de octavos de final ante Uruguay. Incluso se especuló con la posibilidad de que pudiera volver a jugar en el partido de semifinales si Argentina se clasificaba. Pero el Gran Capitán no toleraba la alimentación y el día antes del partido de cuartos ante Inglaterra hubo de volver al hospital y le tocó ingresar de nuevo. Ahora el diagnóstico hablaba de una úlcera en el colon.

Al final del partido ante Inglaterra, Julián Pascual, un empleado de la AFA, fue a verlo al hospital y le llevó la camiseta azul con el número 6 que debería haber vestido ante los ingleses. Al día siguiente, algunos compañeros también pasaron a verlo. Eran Almirón, Valdano, Bochini, Tapia y Clausen. Ni Bilardo ni Maradona se pasaron por la clínica desde donde Passarella también vio la semifinal ante Bélgica.

El día de la gran final ante Alemania, Passarella ya tenía el alta médica y se vistió de paisano para apoyar a sus compañeros desde el palco. 

Al final del encuentro recogió una medalla de campeón que él sentía que no le pertenecía.

Maradona con la Copa del Mundo y, al fondo, Passarella con la medalla. 

***

Pero la historia de Passarella no se quedó ahí. Ya recuperado y de regreso a Italia, donde acababa de fichar por el Inter de Milán procedente de la Fiorentina, el “Káiser” estalló e hizo unas declaraciones explosivas en las que dejaba caer que la enfermedad y las lesiones estaban orquestadas por el cuerpo técnico y el cuerpo médico de la selección, que estaba todo preparado, que se tomaba un montón de antibióticos diarios y 3 litros de suero y, para rematar, intentó desprestigiar a Bilardo diciendo que el técnico de esa selección había sido realmente Julio Grondona, el presidente de la AFA.

Fue entonces cuando los amigos de Passarella entraron al trapo. Ricardo La Volpe, compañero del “Gran Capitán” en la selección de 1978, por ejemplo, se preguntó cómo era posible que comieran juntos 40 personas y sólo uno acabara enfermo y que, además, ese enfermo fuera enemigo declarado de Bilardo.

El guardameta Fillol aún fue un poco más lejos, aunque esperó al año 2012 para pronunciarse tan tajantemente, al manifestar directamente: “Bilardo le dio una purguita que lo sacó del equipo. Y casi lo mata. Todos lo sabemos, pero nadie se atreve a decirlo”.

Passarella, con los años, fue rebajando el tono de sus declaraciones. En 2013, al respecto de lo que dijo Fillol, aseguró que el pensamiento generalizado era ése, pero que él no tenía pruebas. Y, sorprendentemente, casi exculpó del todo a Bilardo, del que dijo que, pese a todo, sentían un aprecio mutuo. Remató diciendo que si había pasado algo, tenía serias dudas de que fuera Bilardo quien lo orquestara.

Quizá a raíz de esas declaraciones de Passarella o porque ya estaba hartísimo del tema, el médico de la selección argentina en México 86, Raúl Madero (que murió el 24 de diciembre de 2021 a los 82 años) habló por primera vez del caso en 2015 para la revista El Gráfico. Fue muy contundente: “Passarella fumaba y tomaba whisky por las noches y pensó que los cubitos de hielo no le iban a hacer nada. Su problema en el 86 comenzó por el hielito del whisky”.

Eso merece una explicación. Resulta que en México se había producido un terremoto de 8’1 grados en la escala Richter en septiembre de 1985 que hizo peligrar la celebración del mundial en suelo azteca. Y a todos los que acudieron al torneo se les especificó que bebieran siempre agua embotellada por si la del grifo pudiera estar en malas condiciones a causa del terremoto y generara parásitos intestinales.

Pero el doctor Madero no se paró ahí y continuó: “Cuando (Passarella) agarró el virus lo llevé al hospital, con los mejores especialistas en gastroenterología. Bilardo le dijo que la camiseta titular era de él. Antes del partido con Italia, fue claro: ‘Si te sentís bien, me decís y jugás’. ‘No, con los italianos hacés una macana y te pintan la cara, espero otro partido’, le contestó Passarella. Después del 1-1 con Italia, hubo un entrenamiento intenso, con calor, y él se quería meter. ‘No jodás, porque vas a tener problemas’, le dije. ‘Usted está cagado’, me respondió. ‘Yo te voy a romper una botella en la cabeza, me tenés podrido, si te digo que no lo hagás, no lo hagás’, le dije. No me dio bola, se metió y terminó desgarrándose. Un tipo muy jodido. Empezó a declarar que yo le había dado algo a propósito. ‘Seguí jodiendo, que tengo todos los papeles, un cierto prestigio, y si seguís hablando te voy a hacer un juicio que no te va a alcanzar toda la guita que ganaste en la Fiorentina para pagarme’, le dije. No jodió más”.

Diego Armando Maradona, en el libro autobiográfico “México 86. Mi Mundial. Mi verdad” (2016), también se apunta a la teoría de los hielos de los whiskys que supuestamente tomaba Passarella por las noches. Como apunta también a que fue el mismo Passarella quien se borró de la cita mundialista enrocado en la idea de que debía ser el capitán de ese equipo y estaba siendo ninguneado.

Bilardo y Maradona, los estandartes de Argentina en México 86.

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Al final todas las dudas de un caso auténticamente rocambolesco quedan ahí, sin resolver.

¿Fue Bilardo quién orquestó toda la trama con la complicidad de Maradona y su clan y los servicios médicos de la selección? ¿O todo fue una mera casualidad, una treta del destino, una concatenación de desgracias que acabó privando a Passarella de ganarse en el campo su segundo mundial?

Es difícil, o prácticamente imposible, responder a estas preguntas, pero los hechos, al menos, expuestos quedan.

lunes, 28 de marzo de 2022

Las inexplicables catástrofes de Italia

“Los italianos pierden guerras como si fueran partidos de fútbol
y partidos de fútbol como si fuesen guerras”.
Winston Churchill

La zamarra italiana tiene cosidas en su pecho cuatro estrellas. Cuatro veces que ha sido la azzurra campeona del mundo. Se dice pronto, pero no es nada fácil conseguir eso. Sólo Brasil, con cinco Copas del Mundo, tiene más estrellas en su casaca amarilla. Alemania tiene las mismas estrellas que los italianos en su uniforme blanquinegro. La albiceleste luce tres tras su triunfo en Catar, pero el resto de selecciones está a años luz.

Además, Italia tenía y tiene una particularidad que ostenta orgullosa como nadie: no necesita ser favorita, no necesita jugar bien y no necesita tener la mejor selección para ganar una Copa del Mundo. De hecho, sería discutible esta afirmación en el caso del Mundial de Francia de 1938 donde se presentó como campeona del mundo y con una selección temible, pero ni en Italia en 1934, ni en España en 1982, ni en Alemania en 2006 era la mejor selección. 

Cannavaro levanta la Copa del Mundo en Alemania 2006.
Foto: Nicolas Asfouri. AFP

Aún así, ganó. 
Y ganó empezando mal, como siempre. 
Y ganó estando contra las cuerdas en muchísimos momentos, como siempre. 
Y ganó desde la defensa con picotazos variados arriba de sus jugadores más talentosos y, a la vez, más discutidos en momentos determinantes en los partidos importantes. 
También como siempre.

Sin embargo, esa Italia esforzada atrás y vertiginosa de tres cuartos de campo hacia adelante, esa Italia capaz de ganar a selecciones que son mejores y que juegan mejor, también es capaz de lo peor cuando nadie se lo espera. Es capaz de generar un cataclismo inesperado. Y es capaz de tener vaivenes inexplicables en su rendimiento, sobre todo, después de conseguir la gloria. Y es capaz de tirar por tierra ante rivales aparentemente menores esa fiabilidad, seguridad y pegada ganada con sangre, sudor y lágrimas torneo tras torneo.

La prueba la acabamos de tener ahora mismo. Una Italia que se había proclamado campeona de Europa apenas unos meses atrás, se quedó fuera del mundial de Catar a las primeras de cambio, sin ni siquiera llegar al reto de jugarse su presencia ante Portugal en un choque que prometía ser de órdago. Pero nadie contaba con el ejército macedonio, que esperó al minuto 92 para dar la estocada.

Y, además, venía muy avisada la Nazionale porque lo que parecía imposible, ni más ni menos que la disputa de una Copa del Mundo sin presencia azzurra, ya pasó en el Mundial de Rusia en 2018. Sesenta años habían transcurrido entonces sin ninguna ausencia italiana en el torneo: eso son 14 ediciones seguidas acudiendo a la fase final de un Mundial.

Il Corriere dello Sport.

Pues otra vez se han quedado fuera. 
En casa y ante una selección nobel e inexperta como Macedonia del Norte.

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Pero, aunque suene raro, Italia ya ha pasado por calamidades inesperadas y catástrofes similares que les tocó digerir a sus atónitos aficionados. Una de las primeras fue en el Mundial de 1962, donde fue apeada de la competición en primera ronda en un grupo formado por Chile, Alemania Federal y Suiza. 

Los transalpinos perdieron ante los germanos y en el segundo partido cayeron ante los anfitriones en una auténtica encerrona que habían pedido a gritos cuando la prensa italiana catalogó a Chile, palabra arriba, palabra abajo, de país tercermundista. Cuando saltaron al campo los italianos tenían enfrente a una jauría de lobos dispuestos a merendárselos y en las gradas, el resto de la manada. Perdieron los italianos 2 a 0 en uno de los partidos más sucios de una Copa del Mundo y la posterior victoria ante Suiza ya no servía para nada.

Italia volvía a presentar su candidatura a todo en Inglaterra en 1966, pero entonces la catástrofe fue aún mayor que en Chile. Futbolistas como Bulgarelli o Albertosi, partieron entre vítores y volvieron entre abucheos y tomatazos de unos tifosi enfurecidos. Italia había perdido 1 a 0 ante Corea del Norte, una selección desconocida y debutante en un Mundial y le había tocado hacer las maletas en un grupo en el que sólo fueron capaces de ganar a sus verdugos chilenos y donde cayeron también contra la Unión Soviética.

Italia cayó sorprendentemente ante Corea del Norte en 1966.

Después del éxito en el Mundial 82, los italianos volvieron a sufrir uno de sus habituales vaivenes y no fueron capaces de clasificarse, siendo los campeones del mundo, para disputar la Eurocopa del 84 en Francia. 

Hay que aclarar que sólo 8 selecciones disputaban entonces la fase final y no era fácil sacar un billete, pero, claro, siendo campeona del mundo es difícil explicar un cuarto puesto en un grupo compuesto por Rumanía, Suecia, Checoslovaquia y Chipre.

Los campeones del mundo del 82 empataron en casa a dos goles con Checoslovaquia, o cero con Rumanía, perdieron cero a tres ante Suecia y sólo le ganaron a Chipre por 3 a 1. Fuera les fue aún peor: derrotas claras en Rumanía (1-0), Suecia (2-0) y Checoslovaquia (2-0) y un triste empate a 1 en la isla de Chipre. 

Una victoria y tres empates en ocho encuentros y a ver la fase final de la Eurocopa de Francia por la tele.

En el Mundial de México 1986 los italianos defendían título y eso les eximió de jugarse la clasificación, pero su papel en el campeonato fue muy discreto. Empataron a uno ante búlgaros y argentinos y estuvieron a punto de verse sorprendidos por Corea del Sur en el partido que cerraba el grupo y que ganaron 2 a 3 pidiendo la hora. Claro, en los octavos de final se encontraron con la Francia de Platini y compañía y perdieron claramente por dos goles a cero para regresar a casa demasiado pronto.

Después de dos buenos mundiales en 1990 (un tercer puesto en casa) y en 1994 (donde fueron pasando ronda a ronda con maravillas de Roberto Baggio en los últimos minutos de cada partido hasta plantarse en la final y perderla en penaltis ante Brasil), Italia pasó casi de puntillas por las Copas del Mundo de 1998 y 2002

Ahn Jung-Hwang celebra el gol de Corea del Sur en 2002.

Hasta que volvieron a sorprender al mundo con una victoria inesperada en 2006 para conseguir su cuarta estrella en la camiseta.

Y volvieron a hundirse en el lodo sin previo aviso. 

***

En Sudáfrica sufrieron la maldición del campeón y cayeron en la primera fase haciendo tan solo dos puntos en un grupo con Paraguay, Nueva Zelanda y Eslovaquia. Los de Marcello Lippi empataron con mucho sufrimiento ante los guaraníes en el debut (1-1) y fueron incapaces de vencer a Nueva Zelanda en un segundo encuentro que volvió a acabar en empate a uno. 

La puntilla se la dio a Italia la selección de Eslovaquia, que sólo había sido capaz de empatar a uno ante Nueva Zelanda y caer derrotada con claridad ante Paraguay (0-2). Los eslovacos ya tenían las maletas preparadas, pero se encontraron con una Italia nerviosa y desquiciada y sacaron tajada. Eslovaquia venció a por 3 a 2 y envió a los campeones a casa.

Cannavaro y Del Piero lloran la eliminación en Sudáfrica 2010.

Con ese desastroso resultado en el Mundial de 2010 comenzó un declive para Italia que llega hasta hoy y que el sorprendente triunfo en la Eurocopa de 2020 (se jugó en 2021 a causa de la pandemia causada por la COVID) se había encargado de maquillar. 

Porque Italia volvió a caer en la primera fase en Brasil en 2014, aunque esta vez el grupo era bastante más complicado con Costa Rica, Inglaterra e Uruguay luchando con ellos por dos puestos en los octavos de final. Y eso que la azurra empezó muy bien, ganándole 2 a 1 a Inglaterra, pero después perdió ante Costa Rica y Uruguay por 1 a 0 y volvieron a despedirse de una Copa del Mundo a las primeras de cambio.

Mala costumbre, esa de caer eliminado en la primera fase, sobre todo, para una selección como la italiana, acostumbrada a codearse con las grandes selecciones y a llegar lejos en cada torneo al que se presentaba. Pero, claro, mejor irse a casa en la primera fase que no ir. Porque ningún italiano imaginaba, ni ningún aficionado al fútbol tampoco, que ese partido ante Uruguay el 24 de junio de 2014 sería el último de Italia en una Copa del Mundo hasta, por lo menos, el verano de 2026. 

Ver para creer.
Pero así es. 

La selección italiana hizo una Eurocopa 2016 bastante decente, liderando su grupo en la primera fase por delante de belgas, suecos e irlandeses y batiendo claramente a España en octavos de final por dos goles a cero. Sólo los penaltis en los cuartos de final ante Alemania la frenaron en su avance hacia las rondas finales de la competición.

Pero en la fase de clasificación para el Mundial de Rusia se consumó la tragedia. Italia y España compartían grupo y, en teoría, entre ellos se jugarían el pase directo a la Copa del Mundo (el primero se clasificaba directamente y el segundo habría de disputar una repesca a doble partido contra el segundo de otro de los grupos de clasificación). Y, efectivamente, Albania, Israel, Macedonia del Norte y Liechtenstein fueron meros espectadores de lujo en la lucha entre italianos y españoles.

Italia estrenaba seleccionador. Gian Piero Ventura había sustituido a Antonio Conte después de la Eurocopa, pero la base de la Nazionale seguía siendo la misma: Buffon, Chiellini, Bonucci, Verrati e Insigne, aunque todos un pelín más mayores y sin aparente relevo a los mandos.

Italia y España empataron a uno el 6 de octubre de 2016, en la segunda jornada, en un encuentro disputado en Turín y las dos selecciones fueron ganando todos sus partidos hasta que volvieron a enfrentarse en la séptima jornada el 2 de septiembre de 2017 en el Santiago Bernabéu. España ganó cómodamente por 3 goles a cero y certificó la repesca. Además, cosas del destino, Macedonia del Norte arrancaría un empate a uno en Turín en la penúltima jornada. España no falló y a Italia le tocó en suerte Suecia en la repesca.

El partido de ida entre suecos e italianos se disputó en Solna el 10 de noviembre de 2017 y allí ganó Suecia 1 a 0 con gol de Jakob Johansson. Ese gol iba a ser oro en paño para los suecos. 

Italia cayó en Suecia por 1 gol a 0.

De hecho, el resultado era malo para Italia, pero la azurra creía firmemente en la remontada en Milan, ante su gente, con el peso de las estrellas de su lado y con 60 años de presencia ininterrumpida en las fases finales de los mundiales como argumento. Pero el fútbol es caprichoso y los suecos, desde luego, no eran cojos, pese a que su estrella, Zlatan Ibrahimovic, había dejado la selección un año antes.

Ventura planteó el encuentro con tres centrales, cinco en el centro del campo y dos arriba, pero no podía contar con Verrati, sancionado, en el centro del campo, y había dejado en el banco a Insigne y a De Rossi, que no jugaron ni un solo minutos. 

Los suecos fueron a Milan a defender su gol y siempre se jugó en la parcela del campo que defendían los visitantes, pero los italianos se jugaron su suerte a base de centros laterales que no hicieron ni cosquillas a los nórdicos. El partido acabó con Buffon subiendo a rematar y con toda una nación llorando a lágrima viva tras el pitido final.

Buffon no puede contener las lágrimas tras la eliminación.

Evidentemente, Ventura fue destituido y llegó Mancini. Buffon abandonó la selección y empezó a producirse, poco a poco, una renovación en una selección que quizá necesitaba tocar fondo para reinventarse. O así parecía escribirse la historia después de que Italia se proclamara campeona de Europa en Wembley el 11 de julio de 2021. Pero el destino es caprichoso. Tan solo 256 días después de alzar al cielo la Eurocopa, Italia se vuelve a quedar sin Mundial por segunda vez consecutiva.

Y lo hace porque esa selección contra la que nadie quería cruzarse en las eliminatorias, esa selección del gen competitivo y de ganar sin despeinarse, esa selección que necesitaba media oportunidad para hacer goles, no supo certificar su pase a falta de dos partidos para el final del grupo. 

Fue incapaz de ganarle en casa a Suiza, una buena selección que se llevó un empate merecido de Roma. Pero, sobre todo, fue incapaz de hacerle un gol a una Irlanda del Norte que no se jugaba nada en Belfast, mientras los suizos aplastaban a Bulgaria por 4 a 0 para sellar su pase a la fase final del Mundial y mandar a los italianos otra vez a la repesca.

Y en la repesca, el sorteo no fue benévolo con los italianos, que veían en el horizonte un enfrentamiento durísimo con Portugal para una sola plaza. Pero primero había que certificar ciertos trámites. Pasar por la oficina, por así decirlo. Portugal tuvo un día duro en la suya ante los turcos, pero solventó el papeleo. 

Los italianos, antes temibles, cuyo seleccionador había asegurado que iban a ir al mundial y lo iban a ganar, generaron 30 ocasiones en Palermo para acabar cayendo en el minuto 92 de encuentro ante Macedonia del Norte para volver a llorar su segunda ausencia consecutiva en un Mundial.

Italia se consuela tras la derrota ante Macedonia del Norte.
Foto: Tullio M. Puglia. Getty Images.

Pero, ojo, cuidado con la azzurra que lleva cosidas al pecho 4 estrellas de las que no se regalan en la tómbola. Y quien sabe si dentro de poco vuelven por sus fueros y renuevan su estatus de potencia futbolística de primer orden. 

Con Italia uno nunca sabe.

El Doctor Sócrates y la Democracia Corinthiana

14 de diciembre de 1983. Casi 38.000 personas llenan a rebosar el estadio de Pacaembú, la casa del Corinthians, en los instantes previos al partido de vuelta de la final del Campeonato Paulista entre el Timao y Sao Paulo. De repente, un futbolista de más de metro noventa, pelo negro rizado y barba, encabeza la salida al césped de todo el equipo albinegro portando una pancarta en la que se puede leer: “Ganhar ou perder, mas sempre com democracia”.

"Ganhar ou perder, mas sempre com democracia": la esencia de la Democracia Corinthiana.


Los espectadores rugen. La escena que contemplan aún los enfervoriza más y los hunde plenamente en las raíces del club que aman. Están a punto de cumplirse 20 años de dictadura total en el país y la sociedad empieza a pedir democracia. El Timao lleva casi dos temporadas pidiendo esa democracia para Brasil y gestionándose en democracia ellos mismos.

Y el jugador que encabeza la comitiva del Corinthians, su capitán, es Sócrates. El Doctor. Un ídolo en el campo y también fuera de los estadios. Elegante, alegre y estético con el balón. Valiente y rebelde con él y sin él.

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Sócrates Brasileiro Sampaio de Spouza Vieria de Oliveira nació en Belém en 1954. Su padre era un estudioso autodidacta, amante de la literatura y gran admirador de los filósofos griegos y, por eso, les puso a sus hijos los nombres de Sófocles, Sócrates y Sósceles. Sólo el pequeño, también futbolista y también internacional con Brasil, se libró del nombre heleno: a él le pusieron Raí.

El pequeño Sócrates era un enamorado de la pelota, pero sus padres le insistieron hasta la saciedad para que estudiara, se cultivara y se formara al margen del balón. Que se dedicara a algo de provecho. Por eso, el espigado joven, que era buen estudiante, compaginó los estudios con el fútbol y se matriculó en la Universidad de Sao Paulo en Medicina. Corría el año 1977 y mientras sus compañeros vivían sólo por y para el fútbol, Sócrates estudiaba mientras marcaba goles y hacía jugar a todo el Botafogo.

Sócrates. Jugador Revelación del Campeonato Paulista en 1974.
Archivo Iconsport.

En 1978 fichó por el Corinthians, el que se convertiría en el club de su vida, y, a la vez, se licenció en Pediatría. Tenía en sus manos el talento para curar y en sus pies pequeños (gastaba un 37 pese a medir 1,93), y un poco deformados por un hueso desencajado en el talón, un talento desbordado para el fútbol.

Jugaba de ocho, dominando el centro del campo, con la cabeza alta y el balón pegado al pie, un fútbol surtido de recursos preciosos como taconazos, regates inverosímiles, pases picados y grandes zancadas con cambios de ritmo imparables que le llevaban a plantarse en el área rival con su más de metro noventa y a hacer goles de fuerte disparo o asistir a sus compañeros. 

A todo eso unía un potente juego aéreo y la capacidad innata para golpear el balón con tanta fuerza de tacón que incluso llegó a tirar penaltis así. Hay quien decía de él que jugaba mejor hacia atrás que la mayoría de jugadores hacia delante.

Sócrates en el Mundial 82.
Foto Bob Thomas / Getty Images.

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Ahora, retrocedamos en el tiempo. Volvamos a principios de los 80. Regresemos al estadio de Pacaembú, a la casa del Corinthians. Estaba el club en ese momento en una situación muy delicada, económicamente destruido y con unos resultados futbolísticos que tampoco acompañaban. Tanto es así que a finales de 1981 dimitió el histórico presidente Vicente Matheus y Waldemar Pires se convirtió en el nuevo mandatario de los albinegros.

La primera decisión de Pires fue la de nombrar como director de fútbol a un sociólogo llamado Adílson Monteiro Alves, que llegó cargado de ideas revolucionarias en una época convulsa, con la sociedad en ebullición tras casi 20 años bajo una dictadura que había empezado en 1964 y que ahora parecía dar sus últimos coletazos.

Monteiro Alves habló con los jugadores del equipo y, directamente, les cedió el poder. Los futbolistas del Corinthians, encabezados por Sócrates, el defensa Wladimir, el lateral Zenon y el delantero Casagrande, pasaron a decidir absolutamente todo lo que pasaba en el club por estricta mayoría. 

Pero no ellos solos. 

Cada persona (futbolista, cuerpo técnico, dirigente o empleado), un voto. 

Y así lo decidían todo: el método de entrenamiento y los horarios, el sistema de juego, los fichajes, el dinero que cobrarían jugadores y empleados, los autobuses que cogerían y dónde pararían, las bajas, la necesidad o no de concentrarse antes de un partido, los menús y los precios de la cafetería del club… Todo. Absolutamente todo.

Evidentemente, muchos periodistas y empresarios se pusieron en su contra, les llamaron “anarquistas” y “comunistas barbudos” y pronosticaron un futuro corto y más bien negro para el segundo club más popular de Brasil. Pero se equivocaron. El Corinthians ganó el Campeonato Paulista dos años seguidos (1982 y 1983) después de haber jugado un año en la segunda división, con un fútbol vistoso y atractivo, y, sobre todo, se convirtió en ejemplo para un país que empezaba a anhelar la democracia.

De repente, el Timao se había convertido en la imagen de la revolución brasileña en contra de la dictadura. El equipo salía en cualquier estadio con pancartas donde se leía “Democracia”, “Quiero votar a mi presidente” o “Derechos ya”. En la camiseta con la que jugaban, justo encima del número, todos llevaban impresa la palabra “Democracia” y debajo “corinthiana”, tal como ahora llevan escritos los jugadores sus propios nombres.

Los jugadores del Corinthians lucen su lema en la camiseta.
Archivo fotográfico del Corinthians. 

Participaron además algunos futbolistas en las multitudinarias manifestaciones que se produjeron en el país en 1984 a favor de la democracia bajo el auspicio de los activistas Henrique Cardoso o Lula da Silva (los dos acabarían siendo presidentes). 

De hecho, en una de esas protestas, ante millones de personas, Sócrates cogió el micrófono y prometió que si el Congreso aprobaba la Enmienda Constitucional Dante de Olivera, que proponía el regreso inmediato de la democracia al país garantizando el voto libre para la elección del presidente del país, él rechazaría la oferta que tenía sobre la mesa de la Fiorentina y se quedaría en Brasil. La enmienda sería rechazada en el Congreso por unos pocos votos y el astro voló a la Toscana.

Y con él, la Democracia Corinthiana desapareció, en un momento en el que los clubes más importantes del país habían creado el Club de los 13 para gestionar juntos sus problemas y exigían un presidente claro y un modelo de gestión en cada club que el Corinthians no cumplía. Los resultados deportivos, que en 1984 y 1985 no fueron tan buenos, y la marcha de Sócrates, precipitaron el final de la experiencia democrática en el club. Las elecciones internas del Corinthians las ganó Roberto Pasqua, que fue el nuevo presidente y el encargado de volver al clásico modelo de gestión presidencial.

Pero a Sócrates tampoco le fue bien salir de su país. No entendía el fútbol italiano, su exceso de profesionalización y su resultadismo por encima de todas las cosas. No entendía a los futbolistas que sólo jugaban por dinero. No entendía la profesionalización del fútbol. Y regresó un año después a Río de Janeiro, al Flamengo (1985-1987), antes de volver a la ciudad de São Paulo, esta vez para defender los colores del Santos (1988-1989).

Se retiró para ejercer la medicina y probó también haciendo sus pinitos como pintor, e incluso como músico y como articulista, pero el fútbol podía mucho y se marchó un mes al Norte de Inglaterra para jugar con el modestísimo Garforth Town, ya con 50 años cumplidos, antes de colgar definitivamente las botas.

***

Así resumía Sócrates prácticamente casi toda su vida: “Jugué los mundiales de 1982 y de 1986 en una maravillosa selección. Conocí el calcio en la Fiorentina. Fui técnico. Sigo siendo médico. Escribo crónicas para un diario deportivo y poemas que ponemos en canciones con amigos músicos. Pero esa, la de la democracia conrinthiana, fue la época más exultante de mi vida. Dos años y medio que valen por 40 de felicidad”.

Pero nuestro héroe romántico y luchador era también un fumador empedernido y un gran bebedor desde muy joven y sufrió en los últimos meses de su vida una hemorragia digestiva mientras esperaba un trasplante de hígado. Murió en el hospital donde estaba ingresado el 4 de diciembre de 2011. Tenía 57 años, esposa y seis hijos.

Pacaembú despide al doctor Sócrates.

Ese mismo día, miles de aficionados volvían a llenar a rebosar el estadio de Pacaembú, la casa del Corinthians, gritando, cantando y animando a los suyos en los instantes previos al partido que cerraba el Campeonato Brasileño ante el Palmeiras. Los jugadores de ambos equipos se posicionaron en círculo en el centro del campo dispuestos a guardar un minuto de silencio por Sócrates. 

Y los jugadores y todo el cuerpo técnico del Timao alzaron el brazo derecho en alto con el puño cerrado, tal como celebraba los goles Sócrates en todos los estadios. 

Sócrates celebra un gol con el puño en alto.
Archivo fotográfico del Corinthians.

Los seguidores del Timao se pusieron en pie también con el brazo en alto y el puño cerrado y gritaron todos con fuerza: “¡Adiós, doctor Sócrates!”. 

Después el Corinthians empató el partido para ganar su quinto Campeonato Brasileño y homenajear así al Doctor, que quería irse de este mundo el día que su Corinthians volviera a ganar otro Brasilerao. 

Lo consiguió.

viernes, 25 de marzo de 2022

La tragedia de Sarrià. Cae la Brasil de Telé Santana en el Mundial 82

El Brasil de Telé Santana en el Mundial 82 era una auténtica máquina de jugar al fútbol. Un equipo que despachaba fútbol por los cuatro costados. Capaz de jugar en corto y al pie, al trote, y desmelenarse en un segundo por cualquier parte del campo, con cualquiera de los artistas que conformaban una escuadra inolvidable.

Un conjunto que jugaba al ataque con todas sus consecuencias en un tiempo en que nadie quería jugar así de expuesto. En un mundo de defensa y contraataque quedó la canarinha, y acaso la Francia de Michel Hidalgo capitaneada por Michel Platini, como la gran exponente del otro fútbol, el que busca entretener y hacer disfrutar al aficionado, transportándolo a la infancia, al fútbol de la calle donde todo era posible.

Y esa selección se quedó sin corona, sin ningún título que corroborara su osada apuesta, pero consiguió hacer disfrutar con su magia a todos los aficionados al fútbol.

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Telé Santana, un seleccionador que anteponía la belleza al resultado siempre, confeccionó ese equipo inolvidable a partir de un centro del campo colosal, heredero del jogo bonito del Brasil de los 5 dieces de México 70. Un centro del campo formado por virtuosos de la pelota con un talento inigualable en el que resultaba prácticamente imposible detectar quién era el mejor, en quién residía el espíritu de ese grupo, quién iba a romper el partido, por dónde iba a hacerlo y en qué momento lo haría. Porque todos improvisaban. Todos sorprendían. Todos aceleraban el ritmo de repente. Todos jugaban a la pelota como querían. Y ahora… donde leyeron todos, pongan cualquiera. Es lo mismo.

Selección de Brasil en el Mundial de España 82.

Eran Zico, Sócrates, Falcao y Toninho Cerezo los grandes exponentes de ese equipo, acompañados por dos laterales extraordinarios que jugaban más de extremos que de laterales, Junior y Leandro, y por un extremo que jugaba donde realmente donde quería, Eder, capaz de aparecer en el lugar del campo más insospechado y darle desde ahí una marcha más al juego, una velocidad más, siempre con el balón cosido a su bota.

El diez de esa selección era Zico, el Pelé blanco, con un guante de seda en la pierna derecha para mover a su equipo y un golpeo extraordinario, milimétrico y potentísimo para lanzar desde cualquier posición en parado o en jugada. Era quizá era el más talentoso de ese equipo.

Pero el capitán, el emblema, el líder, el que rubricaba en el campo el sello de las ideas de Telé Santana era Sócrates. Un jugador de 1’93 que calzaba un 37 de pie, que siempre conducía con la cabeza levantada, que movía el balón con una fluidez increíble, que hacía pases de tacón tan potentes y precisos como muchos no saben hacerlos de cara, con un disparo colosal y una capacidad de llegada al área contraria inaudita.

Falcao era el cinco de una selección sin cinco. Era un centrocampista que anclaba al equipo desde el toque y la posición, desde la elegancia y la inteligencia. Y, junto a él, Cerezo completaba ese centro del campo único con su capacidad innata para ver el fútbol y jugarlo, compenetrándose a la perfección con todos sus compañeros, ocupando los huecos que ellos dejaban e intercambiando posiciones con desparpajo, fluidez y naturalidad.

Dicen los expertos que pudieron gozar de ese equipo que hubiera sido una máquina perfecta y prácticamente invencible de haber tenido un portero de garantías y un delantero centro de los que suelen salir en Brasil cada pocos años. El de esa selección era Serginho, un corredor incansable que las peleaba todas, que no era malo, pero, desde luego, no se acercaba a la calidad de sus compañeros del centro del campo. La culpa no era suya, ni mucho menos. Es que los otros eran buenísimos.

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Esa selección brasileña capitaneada por el Doctor Sócrates empezó arrasando en España. En el primer partido de la primera fase se encontró con la necesidad de remontar el gol inicial de la Unión Soviética

Lo intentaron los brasileños sin suerte, hasta que a falta de quince minutos para el final, el ocho cogió el balón en la posición de interior izquierdo en tres cuartos de campo, se orientó hacia la derecha sorteando un primer defensor soviético, dejó sentado al segundo con un toque más hacia la derecha y lanzó un misil desde la frontal del área que el mítico guardameta Dassaev, heredero de Yashine, sólo pudo ver volar camino de la escuadra. 

Zico y Sócrates celebran el gol del empate brasileiro ante la URSS.

El indetectable Eder se sumó a la fiesta y acabó de remontar el choque a dos minutos del final con otro soberbio disparo típicamente brasileño, una pelota que él mismo levanta para empalmar una folha seca fantástica que volvió a dejar de piedra al gran portero soviético.

Ese fantástico equipo vencería con comodidad ante Escocia por 4 a 1, aunque volvió a empezar perdiendo, y ante la debutante Nueva Zelanda por 4 a 0. Pero en el grupo de cuartos de final (sólo el campeón de ese grupo de tres se clasificaría para las semifinales) pagó la desidia en la primera fase de argentinos e italianos y esas tres potentísimas selecciones conformaron el grupo de la muerte.

Los italianos derrotaron a la Argentina de Menotti, Kempes y Maradona por 2 a 1 en el partido que abría el grupo y luego le tocó el turno a los de Tele Santana de medirse a los todavía campeones del mundo. Ni Kempes ni Maradona pudieron hacer sombra a los artistas brasileños, que dominaron el choque a su antojo, se adelantaron a los 11 minutos con un gol de Zico y mantuvieron la pelota y el dominio del partido generando las mejores ocasiones.

Zico celebra su gol contra Argentina en el Mundial 82.
Crédito: Mark Leech / Offside / Getty Images.

En la segunda parte no cambió la decoración. Los amarillos dejaron el balón a los argentinos y los mataron en cada contra. Daba la sensación de que creaban peligro sólo con desearlo. Y sentenciaron con tantos de Serginho y de Junior. Después, Maradona fue expulsado por una entrada fruto de la impotencia a falta de 4 minutos y Ramón Díaz hizo el del honor a punto de acabar el choque. Argentina estaba eliminada, mientras que Brasil e Italia se jugarían entre ellos el pase a las semifinales. El empate le bastaba a Brasil.

Ese duelo dramático, en el viejo estadio de Sarrià, marcó a todos los integrantes de esa maravillosa selección brasileña. Un espectáculo de partido entre el jogo bonito brasileño y su kriptonita, un equipo cerrado que jugaba a la contra con una velocidad endiablada y en el que iba a despertar su ariete, Paolo Rossi, medio dormido hasta justo ese instante del torneo.

El delantero juventino anotó el primero a los 5 minutos, de cabeza tras un centro de Cabrini, para poner el partido patas arriba desde el inicio. Y empató Sócrates sólo 7 minutos después batiendo raso al meta Dino Zoff por el palo corto tras una jugada con Zico. Vuelta a empezar. 

Los brasileños celebran el empate momentáneo de Sócrates.
Crédito: Mark Leech / Offside / Getty Images.

Con Brasil dominando, buscando un gol, con tranquilidad, como siempre, aunque el empate les sirviera, e Italia esperando su oportunidad. Y la tuvo el combinado transalpino a los 25 minutos cuando Cerezo, el más seguro de los centrocampistas brasileños, perdió un balón y Rossi montó una contra fulgurante para volver a adelantar a Italia. Y los brasileños, de nuevo a jugar, de nuevo a proponer, de nuevo a inventar.

En la segunda parte, el acoso brasileño no tenía fin y acabó dando sus frutos. Primero fallaron unas cuantas ocasiones claras antes de que Falcao anotara el tanto que volvía a poner el empate en el marcador y a meter de nuevo a Brasil en las semifinales del torneo. 

Pero Rossi sólo esperó 6 minutos más para marcar de nuevo y darle la vuelta a todo. Esta vez fue a la salida de un córner muy mal defendido por los brasileños que dejaron la pelota suelta dentro del área para que Rossi acabara empujándola de nuevo a la red. 

Paolo Rossi celebra el gol del triunfo de Italia. Crédito: FIFA.

Y volvió la canarinha a tratar de responder. 

Asedió de nuevo a Italia y tuvo el empate en la cabeza de Óscar, pero ganaron los guantes de Dino Zoff, que hizo una parada impresionante para clasificar a la azzurra. 

Y a los amarillos les tocó hacer las maletas.

***

Los brasileños llamaron a ese partido La tragedia de Sarriá. De hecho, Zico dijo más tarde sobre el partido: “Creo que no importaba los goles que marcásemos. Los italianos iban a ser capaces de marcar siempre uno más”. 

Aunque Sócrates, justo después de acabar el choque, lo sintetizó a la perfección: “Perdimos. Mala suerte y peor para el fútbol”. Porque el Doctor insistía en una idea muy bella y muy suya: “No hay que jugar para ganar, sino para que no te olviden”. 

Y eso la canarinha del 82 sí que lo consiguió: permanecer en el recuerdo colectivo pese a la derrota con un fútbol de ataque, bello, alegre, preciso, veloz, despreocupado, ágil y sorprendente.

Sócrates, Zico, Falcao, Júnior y Óscar aún disputarían otro Mundial con la canarinha, el de México 86, pero la derrota del 82 había hecho daño en Brasil, que apostó 4 años más tarde por un fútbol un poco más práctico y menos preciosista con sus estrellas del 82 ya en la recta final de sus carreras. Al final, el resultado fue el mismo, pero sin gloria ni recuerdo, porque Brasil cayó en la tanda de penaltis ante la Francia de Platini, otra vez en cuartos de final.

Sócrates en el Mundial de México 86.
Crédito: David Cannon / Allsport.

Zico jugó 71 partidos con la selección brasileña y anotó 48 goles. Sócrates disputó un total de 60 partidos con la canarinha. Y marcó 22 tantos. Nunca ganaron nada con la verdeamarelha. Bueno, se ganaron el recuerdo eterno, que es muchísimo más. 

El hermano de Sócrates, Raí, sin ir más lejos, fue un magnífico jugador también. Ídolo en el Sao Paulo y el París Saint Germain. Y fue campeón del mundo con la canarinha en Estados Unidos en 1994. Pero todos recuerdan mucho más a Sócrates y a Zico y a la fabulosa selección del 82. Ésa que nunca ganó nada por culpa de la Tragedia de Sarriá.