"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

lunes, 9 de junio de 2008

La vergüenza de Gijón

Austria y Alemania nos ofrecieron uno de los peores momentos, una de las peores imágenes, uno de los espectáculos más bochornosos que se recuerdan en una Copa del Mundo.

Fue en el Mundial de España, en 1982, cuando ambas selecciones compartían el grupo B en la primera fase de la competición junto a Argelia y Chile. Los argelinos sorprendieron a todo el mundo derrotando a los alemanes en el debut (2-1), mientras que los austriacos hicieron los propio con los chilenos (1-0). 

Madjer hizo el primer gol de Argelia ante Alemania.

Los germanos se presentaron al segundo encuentro ante los sudamericanos con la necesidad imperiosa de ganar, y lo hicieron con facilidad (4-1), mientras sus vecinos austriacos les echaban una mano ganándole a los argelinos por 2 a 0.

El problema vino en el tercer encuentro, el que decidía las dos selecciones que pasarían a la segunda fase. En el 82, no jugaban los equipos implicados a la misma hora, ni siquiera el mismo día, y alemanes y austriacos saltaron al césped del estadio de El Molinón sabiendo que Argelia había vencido por 3 a 2 a Chile. 

Las cuentas estaban muy claras: Austria sumaba 4 puntos, los mismos que Argelia, mientras que Alemania contaba con 2. Una victoria alemana igualaría a todos con 4 puntos y entrarían en juego los goles. El uno a cero para los germanos clasificaba a los dos equipos europeos.

Saludo entre capitanes y pacto de no agresión.

El partido se acabó a los once minutos, justo el tiempo que tardó el gigantón Hrubesch en poner por delante a Alemania. A partir de ese instante, el meta Schumacher se plantó una gorra blanca en su cabeza atestada de rizos y nadie hizo nada por aproximarse a la portería rival. Los 79 minutos restantes fueron un sonrojante rondo en el centro del campo del que participaron los dos equipos.

Impropio de unos y de otros, antideportivo, vergonzoso, pero sobre todo por parte de los alemanes, quienes siempre habían mostrado un respeto absoluto por este deporte. Y su propia afición también lo entendió así, ya que les abuchearon hasta la saciedad, les pidieron explicaciones en su propio hotel después del partido y, además, no dudaron en tildar el episodio como “la vergüenza de Gijón”.

En el estadio, el público imparcial (los asturianos que se dieron cita en el Molinón) se dejaron las gargantas cantando el “¡Que se besen, que se besen!, los argelinos mostraban billetes al aire y buscaron a los alemanes a la salida del estadio para tirarles huevos, pero eso no cambió la historia: austriacos y alemanes pasaron a la segunda fase. 

La camiseta se la podían haber intercambiado antes de jugar.

Los germanos avanzaron hasta la final, después de ser primeros en su grupo ante españoles e ingleses y de superar a Francia en los penaltis en una de las semifinales más apasionantes que se recuerdan en la historia de la Copa del Mundo. 

La final la perdieron ante Italia por 3 a 1.

En cambio, a los austriacos la farsa les duró bastante menos. El equipo que entrenaba Georg Schmidt y que capitaneaba Krankl cayó ante Francia y empató ante Irlanda del Norte en la segunda fase y hubo de hacer las maletas.

“La vergüenza de Gijón” fue investigada por la FIFA, quien concluyó de modo grotesco que en ese partido se cumplieron estrictamente las reglas del juego y que este organismo no podía entrar en tácticas ni sistemas ni nada de nada. Lo que sí hicieron fue decidir que, a partir de ese instante, todas las últimas jornadas de la fase de grupos se disputarían a la misma hora (además, el ejemplo del 6 a 0 de Argentina a Perú en el mundial del 78 ya les había puesto en sobreaviso, pero ése es otro post).

El caso es que la prensa alemana cargó contra sus propios jugadores y se mostró implacable contra el fraude, contra lo que ellos consideraron un ataque al orgullo de toda la nación alemana: “Traición al juego limpio”, “Fraude legal” o “Pornografía futbolística” fueron algunos de los titulares de los medios germanos.

Pero, sin duda, el mejor titular fue el de un diario gijonés, El Comercio, que, en un alarde de ingenio y originalidad, dio la noticia en las páginas de Sucesos con este titular: “Unas 40.000 personas presuntamente estafadas en el Molinón por 26 súbditos alemanes y austríacos”.

El Comercio dio la noticia en las páginas de Sucesos.

Uno de los principales instigadores del amaño fue Jupp Derwall, el seleccionador alemán en aquel momento, quien había tomado las riendas de la selección después del Mundial de Argentina de 1978 y se había coronado campeón de Europa en Italia en 1980. Derwall, fallecido el 28 de junio de 2007, justo tres días después de que en Alemania se recordara con sonrojo el vigésimo-quinto aniversario de “la vergüenza de Gijón”, nunca entendió qué había de malo en lo que sucedió en el Molinón el 25 de junio del 82: “Nosotros queríamos clasificarnos, no jugar al fútbol”. 

Ni los aficionados desplazados hasta España ni los que se quedaron en Alemania viéndolo por televisión eran de esa opinión. Tanto es así, que Derwall emigró a Turquía para entrenar al Galatasaray después de que fuera cesado tras la eliminación de Alemania en la Eurocopa del 84, disputada en Francia.

Ni ser campeón de Europa y subcampeón del Mundo, ni permanecer 23 partidos seguidos ganando le sirvieron para ser considerado como un héroe nacional: “la vergüenza de Gijón” pesó demasiado.

El Correo también tachó el partido de timo.

PD. Estos fueron los protagonistas de aquel fraude perpetrado un ya lejano 25 de junio de 1982 en el estadio de El Molinón (Gijón)

República Federal de Alemania: SCHUMACHER, BRIEGEL, BREITNER, FOERSTER, DREMMLER, LITTBARSKI, HRUBESCH (FISCHER ‘68), RUMMENIGGE (MATTHAEUS ‘66), MAGATH, STIELIKE y KALTZ.
Entrenador: Jupp Derwall

Austria: KONCILIA, KRAUSS, OBERMAYER, DEGEORGI, PEZZEY, HATTENBERGER, SCHACHNER, PROHASKA, KRANKL, HINTERMAIER y WEBER.
Entrenador: Georg Schmidt.

miércoles, 30 de abril de 2008

Garrincha, la alegría del pueblo

El Mundial de Suecia, en 1958, vio cómo Brasil alzaba al cielo su primera Copa del Mundo, contempló la eclosión de un joven de 17 años, un tal Pelé, que marcó un antes y un después en la historia del fútbol, en la historia de los mundiales, pero también asistió atónito a las andanzas del mejor extremo derecho de la historia, Garrincha, la “alegría del pueblo”, nunca bien ponderada su figura y siempre denostado por no ser un jugador al uso, una estrella mediática que diríamos ahora.

Manuel Francisco Dos Santos nació en Pau Grande en 1933. Pronto sus hermanos comenzaron a llamarle Garrincha, un pájaro feo y torpe, pero increíblemente rápido que vive en la Selva de Mato Grosso, en Brasil. Y es que Garrincha era zambo (tenía los pies unos 80 grados orientados hacia dentro) y, además, tenía una pierna 6 centímetros más larga que la otra y la columna vertebral torcida a causa de una poliomielitis que sufrió siendo aún un niño. Evidentemente, los médicos le consideraron “no apto” para cualquier tipo de práctica deportiva, pero eso no afectó a Garrincha, fumador empedernido desde los 10 años, para el que el fútbol era una mera "práctica deportiva", sino su auténtica pasión.

Para Garrincha el fútbol era un juego, ese juego maravilloso que le entusiasmaba cuando lo practicaba con sus amigos en la calle. Y siempre fue así, defendiera la camiseta de su Botafogo del alma o la de su país, la de la gran Brasil. De hecho, cuentan que Garrincha siempre llamaba Joao a sus marcadores, porque no le importaba quien le marcara, sino cuánto se iba a divertir él con la pelota cosida y descosida a su veloz pierna derecha. Siempre le decía a sus compañeros: “Hoy me marca Joao, a ver qué pasa”. Y siempre pasaba lo mismo, que los mareaba una y otra vez hasta que se cansaba y centraba o chutaba a portería para hacer uno de los 252 goles que anotó con el Botafogo o los 17 que marcó en 60 partidos con la canarinha. Garrincha partía del extremo derecho, amagaba hacia un lado, después hacia el otro, salía disparado como una flecha y se frenaba en seco, pero sólo para volver a salir huyendo hacia otro lugar. Así enseñó a reír a los aficionados.

Manuel Francisco Dos Santos, Garrincha.

Tan poco en serio se tomaba Garrincha el fútbol, que cuando Brasil jugó (y perdió) la final del Mundial del 50 ante Uruguay en Maracaná prefirió irse de pesca antes de oír el partido por la radio. Probó en varios clubes de Río de Janeiro antes de fichar por el Botafogo: el Vasco de Gama lo rechazó por no traerse las botas; del Fluminense fue él quien se marchó antes de terminar la prueba para coger el último tren de vuelta a casa. Y, ya con 19 años, probó en el Botafogo, donde se quedó.

Cuentan también que Garrincha, después de ganar con Brasil la final del Mundial del 58 ante Suecia, y mientras todo el mundo lloraba en el campo, Garrincha le preguntó a Nilton Santos, su capitán: “¿Qué pasa?”. Y éste le respondió: “Acabamos de ganar la Copa del Mundo”. Entonces Garrincha, medio en broma, medio en serio, pregunta: “¿Y el partido de vuelta cuándo lo jugamos?”.

Pues ese tal Garrincha estuvo a punto de no viajar a Suecia con la selección. Brasil aún estaba sumida en una profunda depresión futbolística a causa del Maracanazo de 1950 y la caída en cuartos de final ante Hungría en 1954 y a Suecia llevó un equipo completo de médicos y psicólogos que hicieron una serie de pruebas a los jugadores. El coeficiente mínimo que habían de obtener los seleccionados era de 123, pero Garrincha sólo sumó 38. Pero entonces apareció el capitán y uno de los mejores defensas brasileños de todos los tiempos, Nilton Santos, quien convenció al seleccionador para que lo llevara al Mundial. Así lo hizo, aunque no se atrevió a poner ni a Garrincha ni a Pelé en los dos primeros partidos de la Copa del Mundo. Hasta que se enfrentaron a la Unión Soviética...

Vicente Feola, que así se llamaba el seleccionador, le tenía un miedo atroz a los soviéticos, pero los compañeros le convencieron para que pusiera en el once inicial a los dos jóvenes: a Pelé y a Garrincha. Entre los dos destrozaron a la Unión Soviética, aunque los dos goles los hizo Vavá. 

Nuestro ya buen amigo por reiteración, Nilton Santos, lo recuerdaba así: “Los soviéticos nos marcaban al hombre, pero, de repente, comenzaron a amontonar gente en la parte izquierda de su defensa. Por allí andaba Garrincha”. Y desde ese momento, "la alegría del pueblo” ya no salió del once brasileño que se proclamó por primera vez campeón del mundo.

Nilton Santos, valedor de Garrincha y Pelé.

Cuatro años después, Aymore Moreira formó prácticamente el mismo equipo para defender su corona en Chile 62. Pero a Pelé lo lesionaron en el segundo partido ante Checoslovaquia y Garrincha fue el auténtico y casi único protagonista de ese Mundial. Pero, como siempre, puso nervioso a su técnico cuando, minutos antes de jugar la final ante Checoslovaquia (a la que ganó Brasil por 3 a 1), le preguntó: “Maestro, ¿hoy es la final?”, y ante un atónito Aymore Moreira, continuó, "ah, con razón hay tanta gente".

Basten unas palabras de Tostao, compañero de Garrincha en la selección en el Mundial de Inglaterra 66“Garrincha era el Charles Chaplin de los lanzamientos a puerta. Bailaba y se divertía en el campo y repetía en los grandes estadios del mundo, frente a rivales fuertes, las jugadas que hacía en la infancia, descalzo, brincando, sin reglas y sin profesores (...)".

"Pero Garrincha no sólo era un espectáculo en el campo. También era eficiente. Tenía mucha habilidad y velocidad. Colocaba la pelota, con gracia y con cariño, para que el compañero metiese gol. Así creó muchos artilleros. El defensa sabía que Garrincha iba a regatear hacia la derecha y ni así conseguía anularlo. Tenía una increíble arrancada y mucha agilidad corporal. Con el tiempo, pasó a regatear también hacia el medio y a marcar goles. En el Mundial de 1958 fue importantísimo para el título. En 1962 fue increíble. Hizo pases decisivos y marcó goles de todas las maneras. Pelé ha sido el mejor jugador del mundo de todos los tiempos, pero Garrincha ha sido el más espectacular. Maradona y él son los dos mejores jugadores que he visto después de Pelé. Garrincha y Pelé juntos nunca perdieron un partido de la selección brasileña (...)".

"No sabía lo importante que era él para el fútbol. Se volvió alcohólico y sufrió todos los efectos secundarios de la bebida. Falleció como un pajarito, un garrincha (nombre de un pajarito). Parafraseando a João Guimarães Rosa, Garrincha no ha muerto. Sigue encantado, eterno”.

Y es que Garrincha era tan buen jugador de fútbol como disoluto en su vida privada. Bebedor, fumador empedernido y de vida disoluta, también son innumerables las anécdotas que se cuentan de él. Como que añadía ron a las botellas grandes de coca cola para beber tranquilamente delante de su entrenador en las concentraciones. Todos estos excesos los pagaría muy caros (o no, que eso nadie lo sabe), ya que murió en 1983 a causa de una cirrosis.

Además, “el pájaro cantor” se casó 3 veces y tuvo 14 hijos reconocidos. Fueron 8 hijas de su primer matrimonio con Nair, a la que abandonó para marcharse con Elsa Soares, una cantante de samba, con quien tuvo un hijo que murió en un accidente de tráfico. Volvió a se padre de dos hijos más con Iraci, de otro más con Vanderleia y de un 13º que fue fruto de una relación durante el Mundial de Suecia en 1958. Además, una prueba de ADN probó que el hijo de una tal Rosangela cerraba el listado de su paternidad conocida.

Quizá por esa diferencia en la concepción del fútbol y de la vida, Garrincha y Pelé nunca fueron amigos, sólo compañeros, aunque Brasil nunca perdió un partido con los dos juntos en el campo. Y es que Pelé y Garrincha eran dos personalidades opuestas. Lo decía Cayetano Ros en un artículo en el País: “No hubo un futbolista más amateur en su espíritu que Garrincha. Ni nadie más profesional que Pelé. Garrincha fue incorregible y se peleó con el establishment. Pelé llegó a ser el establishment”.

De hecho, cuentan que si hablas de Pelé a un viejo brasileño, éste se quita el sombrero por un sentido de inmensa gratitud. Pero si le hablas de Garrincha, el viejo se pone a llorar. Mientras Pelé representa lo que cada brasileño querría ser, Garrincha es el espejo de lo que son.

Garrincha en el Mundial de Chile 62.

Manuel Francisco Dos Santos jugó al fútbol desde 1953 hasta 1972. Participó en tres Copas del Mundo (Suecia 58, Chile 62 e Inglaterra 66) y ganó las dos primeras. Disputó 60 partidos con Brasil, de los que ganó 52, empató siete y perdió uno: contra Hungría (3-1) en Inglaterra 66. Y marcó 17 goles vestido de amarillo y verde.

Hasta los 29 años no le afectaron nada las patadas ni su propia vida disoluta, pero después de que pasara por el quirófano para operarse los dos meniscos, todo se acabó. Dos agentes bancarios fueron a su casa en Pau Grande y encontraron dinero pudriéndose en los armarios. El Botafogo también se aprovechó de él pagándole menos de lo que merecía. Y la gente no lo olvida, su gente, pero no habla demasiado de él, del “pájaro cantor”, de “la alegría del pueblo”, del “Charles Chaplin del fútbol”, ése que según el escritor Eduardo Galeano, “murió de su propia muerte: pobre, borracho y solo”.

De hecho, mejor homenaje a Garrincha son las palabras de Galeano que las mías:

Garrincha, un ángel de piernas torcidas, por Eduardo Galeano.

"Alguno de sus muchos hermanos lo bautizó Garrincha, que es el nombre de un pajarito inútil y feo. Cuando empezó a jugar al fútbol, los médicos le hicieron la cruz, diagnosticaron que nunca llegará a ser un deportista este anormal, este pobre resto del hambre y de la poliomelitis, burro y cojo, con un cerebro infantil, una columna vertebral hecha una S y las dos piernas torcidas para el mismo lado. Nunca hubo un puntero derecho como él. En el Mundial del 58 fue el mejor de su puesto. En el Mundial del 62, el mejor jugador del campeonato. Pero a lo largo de sus años en las canchas, Garrincha fue mas: él fue el hombre que dio más alegrías en toda la historia del fútbol.

Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo, la pelota un bicho amaestrado, el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha no se dejaba sacar la pelota, niño defendiendo su mascota, y la pelota y él cometían diabluras que mataban de risa a la gente; él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella lo corría. Garrincha ejercía sus picardías de malandra a la orilla de la cancha, sobre el borde derecho, lejos del centro; criado en los suburbios, en los suburbios jugaba. Jugaba para un club llamado Botafogo, que significa prendefuego, y ése era él; el botafogo que encendía los estadios, loco por el aguardiente y por todo lo ardiente, el que huía de las concentraciones, escapándose por la ventana, porque desde los lejanos andurriales lo llamaba alguna pelota que pedía ser jugada, alguna música que exigía ser bailada, alguna mujer que quería ser besada.

¿Un ganador? Un perdedor con buena suerte. Y la buena suerte no dura. Bien dicen en Brasil que si la mierda tuviera valor, los pobres nacerían sin culo. Garrincha murió de su muerte: pobre, borracho y solo".

martes, 22 de abril de 2008

La "Victoria" de Jules Rimet

La Copa del Mundo nació en 1930, tras el impulso casi único de un hombre obsesionado por el fútbol. Un hombre que se había encargado de llevar el deporte rey a las Olimpiadas, pero que siempre defendió que el balompié necesitaba un torneo propio que coronara a la mejor selección del mundo cada cuatro años. Esa especie de visionario se llamaba Jules Rimet, era francés y ostentaba en ese instante el cargo de presidente de la FIFA. 

Pero al "invento" de Jules Rimet le faltaba un gran trofeo, una Copa que premiara a la mejor selección del mundo cada cuatro años. Así que la FIFA le encargó su creación a Abel Lafleur, escultor y medallista francés, quien diseñó un trofeo de plata esterlina chapada en oro, con una base azul de lapislázuli. Era una copa octogonal sostenida por una figura alada que representaba a la diosa griega de la Victoria, llamada Niké. Medía 35 centímetros de altura y pesaba 3,8 kilogramos. 

La Copa Jules Rimet diseñada por Abel Lafleur. 

De hecho, la Copa se llamó inicialmente Victoria, aunque posteriormente cambió de nombre para tomar el de su creador (el de la competición, se entiende, no el del trofeo) en el congreso que la FIFA celebró en Luxemburgo en 1946 y donde también se decidió que habría Mundial en 1950 y que se disputaría en Brasil. 

Desde entonces todo el mundo la conoció como la Copa Jules Rimet y permaneció "en activo" desde 1930 hasta 1970, porque se había estipulado que la primera selección que consiguiera levantarla en tres ocasiones se la quedaría en propiedad.

En esos cuarenta años que van de 1930 a 1970, y teniendo en cuenta que la Segunda Guerra Mundial impidió la celebración de los Mundiales de 1942 y 1946, tan sólo cinco selecciones pudieron levantar la Copa Jules Rimet. 

Jules Rimet entrega el trofeo a Raúl Jude, presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, en 1930.  

Lo hizo Uruguay en dos ocasiones (1930 y 1950). 
Las mismas que Italia (1934 y 1938) y Brasil (1958 y 1962). 
Alemania (1954) e Inglaterra (1966) también tuvieron el privilegio de ganarla. 

Hasta que el Mundial de México 70 deparó una final entre Italia y Brasil

Ambas selecciones habían ganado ya dos Mundiales previamente y quien venciera aquel memorable partido en el estadio Azteca se quedaría para siempre con la Copa Jules Rimet. 

Se la quedó finalmente Brasil al vencer con rotundidad a los italianos (4 a 1) en una auténtica exhibición de los 5 Dieces

Carlos Alberto levanta la Copa Jules Rimet en 1970.

Pero como casi todo en esta vida, no fue para siempre, ya que la Copa Jules Rimet fue robada en Río de Janeiro en diciembre de 1983. Cuatro delincuentes argentinos fueron juzgados y condenados por el robo, pero de la Copa nunca más se supo. 

Apuntan a que acabó fundida y transformada en lingotes. 
Pero sólo es una hipótesis. 

La Confederación Brasileña mandó hacer una réplica en 1984 a partir de la Copa que guardaba la FIFA (y que, a su vez, era también un réplica perfecta de la original). De hecho, hay quien dice que ésta es la original y no la que se robó en Brasil, pero eso no se puede comprobar de ninguna manera y, por eso mismo, también es sólo una hipótesis.

Una más.

***

Pero antes de su trágico fin, probablemente fundida, la Copa Jules Rimet hubo de superar multitud de vicisitudes. La primera de ellas fue sobrevivir a la II Guerra Mundial. 

La Copa la había ganado Italia en 1938 y se quedó allí durante la guerra. El vicepresidente de la FIFA, el italiano Ottorino Barassi, sacó el trofeo en secreto de su tumba en el interior de un banco de Roma y lo escondió en una caja de zapatos debajo de su cama para impedir que los nazis se apoderaran de él. 

Y, pese a lo rudimentario del plan, lo consiguió.

Ottorino Baressi presenta la Copa Jules Rimet en el Mundial de 1950.

En 1950 volvió la Copa del Mundo y allí estaba el trofeo, al que le tocó ser testigo mudo del Maracanazo que sumió a toda Brasil en un mar de lágrimas. 

Y fue pasando el tiempo sin excesivos contratiempos. La levantó Alemania en Suiza en 1954 y Brasil en Suecia en 1958 y en Chile en 1962. Hasta que llegó el año 1966. 

Año de Mundial. 
Año de Inglaterra
Año en el que se esperaba que "el fútbol volviera a casa".

Y volvió. 

Pero antes lo hizo la Copa Jules Rimet, que llegó el 20 de marzo de 1966, a apenas cuatro meses del inicio del Mundial, para ser exhibida en el Salón Central de Westminster, en Londres. En un momento de asueto, el guardia de seguridad salió a por un café y la perdió de vista. Cuando volvió a mirar, la Copa ya no estaba. 

Scotland Yard se movilizó en su intento por encontrarla, aunque sólo fuera para evitarle una vergüenza mundial a Inglaterra. Pero las pesquisas no daban resultados.

Y cuando nadie daba un duro por recuperarla, el perro más famoso de Inglaterra a partir de ese día, Pickles, la encontró envuelta en un periódico en un seto de un jardín suburbano de una zona de Londres llamada Upper Norwood cuando su amo lo sacó a dar un paseo.

Pickles encontró la Copa Jules Rimet y los ingleses suspiraron aliviados.

En ese momento, la FIFA decidió hacer una réplica en secreto para poder utilizarla en exhibiciones posteriores. De hecho, esta Copa se exhibe en el Museo Nacional de Fútbol en Preston (Inglaterra) desde que los brasileños se quedaron la original en 1970. 

Y es que a partir del Mundial de Alemania de 1974, las selecciones jugaban ya por un nuevo trofeo, la Copa del Mundo, sin ningún otro apellido más, diseñado por el italiano Silvio Gazzaniga. 

Esta Copa del Mundo nadie se la puede quedar en propiedad. La guardan las federaciones de las selecciones ganadoras durante los cuatro años posteriores a su triunfo, la devuelven en perfecto estado para el siguiente Mundial y entonces reciben una réplica.

De la Copa Jules Rimet a la Copa del Mundo de Gazzaniga.

Aunque el nuevo trofeo también ha tenido sus momentos malos. 

Por ejemplo, tras el Mundial de Alemania 2006. Y es que los campeones italianos no cuidaron la Copa del Mundo demasiado bien durante las celebraciones, ya que Fabio Cannavaro, el capitán de Italia, fue fotografiado sosteniendo un pedazo de malaquita que se había desprendido de la base del trofeo. 

Pero tranquilos, la Copa del Mundo fue reparada y los italianos la presentaron en perfectas condiciones en el Mundial de Sudáfrica de 2010 para que la acabara levantando España.

Y así, sin sorpresas desagradables, hemos llegado hasta hoy en día.

viernes, 4 de abril de 2008

Italia, la bestia negra de Alemania

Gary Lineker, delantero centro inglés, pronunció una frase que lo hizo casi tan famoso como sus goles (que fueron muchos a lo largo de su carrera, dicho sea de paso). Dijo el ariete británico: "El fútbol es un juego muy simple: juegan once contra once y siempre gana Alemania".

Como dardo propio de una época (que aún pervive hoy, salvo decorosas excepciones en partidos amistosos) en la que los ingleses siempre perdían contra los germanos está muy bien, pero debería haber completado la frase para que adquiera categoría de verdad futbolística absoluta de la siguiente manera: "El fútbol es un juego muy simple: juegan once contra once y siempre gana Alemania, salvo cuando los once de enfrente visten la zamarra italiana".

Y es que la bestia negra, negrísima, de Alemania siempre ha sido Italia

Rossi abre el marcador para Italia en la final del Mundial 82.

Cada uno carga con su cruz.

Porque alemanes e italianos se han enfrentado en las fases finales de una Copa del Mundo en cinco ocasiones y Alemania no ha ganado ni una sola vez. El balance es demoledor: dos empates a cero y tres victorias italianas con un montón de cosas en juego.

***

El primer enfrentamiento italo-germano tuvo lugar en el Mundial de Chile, allá por 1962. Ambos habían quedado encuadrados en el mismo grupo de clasificación en la primera fase y su partido cerraba el grupo. Los alemanes ya estaban clasificados y los italianos habían patinado ante el anfitrión, Chile. Necesitaban los azurri una victoria y rezar. Empataron a cero y los italianos hicieron las maletas. Los alemanes, de todos modos, también volvieron a casa pronto, en cuartos de final.

La historia, sin embargo, cambiaría mucho y pronto. Italianos y alemanes se enfrentaron de nuevo en México 1970. Esta vez en las semifinales, nada más y nada menos, de un campeonato del mundo. 

Los alemanes eran los actuales subcampeones del mundo y habían dejado en la cuneta en cuartos a los campeones, Inglaterra, vengándose de la afrenta de la final perdida en Wembley cuatro años antes. Los italianos, en cambio, habían superado la primera ronda sin pena ni gloria, aunque en cuartos ante México dieron un golpe sobre la mesa venciendo por 4 a 1. Sin embargo, quedaba por resolver un debate interno importante: la no titularidad de Gianni Rivera, que pedía a gritos todo el país.

El partido fue uno de los mejores de la historia de los Mundiales. Los italianos se adelantaron en la primera parte con gol de Boninsegna, pero los alemanes empataron cuando el partido agonizaba por medio de Schnellinger. El choque se resolvería en la prórroga. ¡Y qué prórroga! 

Müller adelantó a unos alemanes enchufadísimos, pero Burgnich empató a los 4 minutos y Riva le dio la vuelta al partido. No había tregua, y Müller se encargó de volver a empatar, pero fue sacar de centro y los italianos montaron un ataque fugaz entre el gran Facchetti y Boninsegna que remató Rivera al fondo de las mallas. 

Era el 4 a 3. 

Aún quedaban 9 minutos para el final, pero el marcador ya no se movería y Italia jugaría la final del Mundial ante Brasil. Ahí no hubo opción.

Rivera celebra el gol del triunfo italiano en el partido del siglo. 

Alemanes e italianos volvieron a encontrarse en 1978. Era la segunda fase de grupos y el vencedor del grupo jugaría la final. Ninguno de los dos podía serlo, ya que Holanda había resultado un escollo insuperable para ambos. Empate a cero e Italia jugó el tercer y cuarto puesto, que perdería ante Brasil.

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En el Mundial de 1982 el partido sí tenía importancia, y mucha. Italia y Alemania se vieron las caras en la final. Y volvió a ganar Italia. 3 a 1 con goles de Rossi, Tardelli y Altobelli. Breitner salvó el honor germano, pero el mítico guardameta Dino Zoff acabó levantando la tercera Copa del Mundo de los transalpinos .

Otra de sus grandes batallas data del Mundial de 2006. En Dortmund. En la mismísima Alemania. En semifinales. Y, de nuevo, el partido se resolvió en la prórroga. Grosso y Del Piero marcaron casi en el descuento de la segunda parte de la prórroga. 

Grosso y Pirlo celebran el primer gol de Italia. 

Italia volvió a superar a los alemanes para llegar a la finalísima y proclamarse campeones del mundo por cuarta vez en su historia.

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Si nos remitimos a los resultados cosechados entre ambas selecciones en la historia de la Eurocopa, las cosas están un poco más parejas. 

Italianos y alemanes empataron a un gol en las fase de grupos de la Euro 88 disputada en Alemania. Y volvieron a empatar, esta vez sin goles, en la Eurocopa de Inglaterra de 1996 que acabaría levantando finalmente Alemania.

Sin embargo, en las semifinales de la Eurocopa de 2012, en Varsovia, los italianos volvieron a apear a los alemanes de una gran competición. Ganaron por 2 a 1 con dos tantos de Balotelli y se metieron en una final que perderían con gran claridad ante España (4 a 0).

Los goles de Balotelli metieron a Italia en la final de la Euro 2012.

Los germanos se vengarían en los cuartos de final de la Eurocopa de Francia 2016, pero sudando tinta, ya que el partido acabó en empate a uno y los penaltis decidieron que los teutones siguieran adelante. Tampoco avanzarían mucho, porque caerían por 2 a 0 en las semifinales ante Francia, pero, al menos, eliminaron a los italianos por primera vez, aunque fuera desde el punto de penalti.

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Y es que los datos son espeluznantes. 

Alemania e Italia se han enfrentado en 37 ocasiones (hasta la Eurocopa de 2024) y los italianos les han derrotado en 15 de ellos. Empataron otros 13 y apenas 9 los ganó Alemania. 

Lástima para los germanos que, de esas nueve victorias, ocho fueran en encuentros amistosos y sólo uno en partido oficial, aunque en una competición menor como es la fase de grupos de la Nations League 2022-23. Nunca en Mundiales ni Eurocopas. 

Así que sí, que el fútbol es un juego en el que se enfrentan 11 contra 11 y siempre gana Alemania... Salvo cuando enfrente tiene a Italia.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Más curiosidades de los Mundiales

La Copa del Mundo de fútbol dio el pistoletazo de salida en Uruguay en1930. Desde ese instante, con la única interrupción de las ediciones que deberían haberse celebrado en 1942 y 1946 y que no se disputaron a causa de la Segunda Guerra Mundial, cada cuatro años se dan cita las mejores selecciones del mundo con sus mejores jugadores en un torneo irrepetible que esconde muchísimas curiosidades y sorpresas.

Aquí podéis encontrar algunas.

Y si seguís leyendo, algunas más.

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En la final de la primera Copa del Mundo, disputada en Uruguay en 1930, argentinos y uruguayos pretendían jugar con su propio balón. Al final, la decisión fue salomónica: la primera parte se jugó con el balón de los argentinos y la segunda con el de los uruguayos. 

La final del Mundial de 1930 se jugó con dos balones.

Y algo de razón debían tener, porque la primera mitad acabó con triunfo argentino por 1 a 2, mientras que en la segunda los uruguayos metieron tres tantos con su balón para acabar ganando su primer torneo por 4 a 2.

Por cierto, en ese primer Mundial había un árbitro belga que se ganó unos "durillos" extra al ejercer también como corresponsal para un diario alemán. Se llamaba John Langenus y nadie osó decirle nada por su condición de agente doble.

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En el Mundial de Italia, allá por el año 34, un jugador jugó su segunda final de la Copa del Mundo consecutiva y, además, se resarció al ganar la que perdiera cuatro años antes en Uruguay.

Se llamaba Luis Monti y era argentino de nacimiento. Se nacionalizó italiano y defendió la azzurra en el Mundial de 1934. Es el único futbolista que ha jugado dos finales de una Copa del Mundo con dos equipos distintos.

Luis Monti con la casaca de Italia.

Por cierto, la selección italiana que consiguió levantar su primera Copa del Mundo en 1934 contaba con tres argentinos más en su once.

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En 1950, Brasil no sólo perdió un Mundial ante su público. 

Además, perdió un uniforme. 

Jugaban de blanco, pero ante tamaña desolación decidieron darle la espalda a su equipaje y cambiar sus colores por la actual verdeamarelha.

Brasil en 1950, ataviada con su uniforme blanco.

Además, tras la victoria de EEUU por un gol a cero, obra de Joe Gaetjens, ante Inglaterra (en la primera participación de los británicos en un Mundial), los telegrafistas solicitaron a los corresponsales que repitieran el comunicado con la noticia porque no se la creían.

Dicen que algunos periódicos interpretaron que habría un error en el comunicado y le añadieron un uno al cero para acabar publicando que los ingleses habían derrotado a los norteamericanos por 1 a 10.

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El Mundial de Suiza 54 fue el primero que se emitió por televisión.

Los espectadores pudieron ver desde sus casas el primer y sorprendente triunfo de los alemanes en un Mundial capitaneados por Fritz Walter.

Alemania celebra un triunfo que casi nadie esperaba.

Y un buen puñado de buenísimos partidos. El increíble 7 a 5 de cuartos de final entre Austria y Suiza, la fantástica semifinal entre Uruguay y Hungría que se decidió en la prórroga o la emocionantísima final donde cayeron los Mágicos Magiares.

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Suecia 58 contempló por primera y única vez a los cuatro representantes del Reino Unido en la fase final de un Mundial. Escocia, Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte acudieron a tierras escandinavas, donde, además, nacería un mito: Pelé, el jugador más joven en anotar un gol en la fase final de una Copa del Mundo (con 17 años y 238 días). Se lo hizo precisamente a Gales.

Pelé marcó ante Gales su primer gol en un Mundial.

Después, Brasil derrotaría a Francia en semifinales y a Suecia en la final para ganar su primer Mundial.

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Chile 62 fue la demostración de que es muy difícil parar el fútbol. Había elecciones en Alemania, pero el parlamento alemán decidió retrasarlas hasta la conclusión del Mundial porque en el país nadie estaba pendiente de otra cosa.

Por cierto, cuentan que Garrincha le preguntó a su entrenador antes de la final contra quién jugaban: ¡¡No lo sabía!!, lo que no fue óbice para que Brasil, liderado por el propio Garrincha, ganara su segundo mundial.

Mauro Ramos levanta la Copa del Mundo en Chile.

Pero Chile 62 pasará a la historia como uno de los mundiales más duros de la historia. Hubo 50 lesionados (entre ellos Pelé) y se contabilizaron tres fracturas de piernas, una de cadera y una nariz rota. Un auténtico drama y uno de los peores torneos que se recuerdan.

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En Inglaterra 66, el portero mexicano Carvajal jugó su quinto mundial consecutivo, récord que igualó el alemán Mathaus en Francia 98. Para su desgracia, Carvajal sólo ganó un partido en esos cinco mundiales.

Por cierto, en este Mundial debutaron Corea del Norte y Portugal y ambas selecciones se enfrentaron en cuartos de final tras haber dejado fuera de la competición a Italia y Brasil.

¡Casi nada!

Portugal y Corea del Sur en el Mundial de Inglaterra.

¡Ah! Y acabó pasando Portugal a semifinales, aunque tuvo que remontar un sorprendente y peligrosísimo 3 a 0 para acabar doblegando a los correosos norcoreanos (5-3).

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En el Mundial de Alemania 74 el chileno Cazsely se adjudicó el dudoso honor de recibir la primera tarjeta roja de la historia de los mundiales.

Lo más curioso es que no se trataba de un defensa bronco y aguerrido, sino de un delantero fuera de sitio que metió el pie a destiempo.

Cosas del fútbol.

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En España 82, los húngaros anotaron la mayor goleada de la historia de los mundiales al endosarle un humillante 10 a 1 a El Salvador. Incomprensiblemente, dos futbolistas de la selección húngara vieron la amarilla... ¡por perder tiempo!

Además, en el partido entre Francia y Kuwait los galos anotaron un gol que el árbitro dio por válido, pero un jeque kuwaití irrumpió en el terreno de juego, amenazó al árbitro y éste no dudó un solo instante y anuló el gol.

El jeque kuwaití protesta sobre el césped del estadio José Zorrilla.

Evidentemente, el colegiado fue inhabilitado por la FIFA a la conclusión del choque.

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En Francia 98, los brasileños fueron obligados a dar clases de canto para entonar y cantar mejor su himno nacional. Clases de fútbol no les hacían falta, pero aún así cayeron en la final ante la Francia de Zidane.

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En el Mundial de Corea y Japón, en 2002, un jugador pasó a formar parte de la historia de los mundiales. Curiosamente, no fue un delantero, no fue centrocampista virtuoso, no fue un portero de reflejos inhumanos ni un portento de la clase y de la técnica. 

Fue un lateral derecho. 
Es brasileño y se llama Cafú.
Se trata del primer y único jugador que ha disputado tres finales de la Copa del Mundo.

Cafú besa la Copa del Mundo en 2002.

Ganó dos (la mencionada de 2002 y la de Estados Unidos en el 94 y perdió ante Francia en Saint Dennis la de 1998).

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En fin, que veintidós Mundiales dan para muchas curiosidades, sorpresas y anécdotas, pero ya iremos desgranándolas poco a poco.

lunes, 17 de marzo de 2008

Algunas curiosidades mundialistas

La historia de los Mundiales comienza en 1930 en Uruguay y, hasta el torneo disputado en Catar en 2022, se llevan jugadas veintidós fases finales. Ha pasado mucho tiempo, casi un siglo, y precisamente por ello las curiosidades y las anécdotas se suceden y se superponen.

Aquí rescataremos sólo algunas.

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Brasil y Alemania, las dos selecciones con más participaciones mundialistas y más encuentros disputados en fases finales, nunca se habían encontrado en su camino hasta la final del Mundial de Corea y Japón, en 2002. Los alemanes habían jugado 85 partidos en los Mundiales y los brasileños 87 sin encontrarse ni una sola vez. Los brasileros se llevaron el partido con dos goles de Ronaldo y levantaron su quinta Copa del Mundo.

Ronaldo decidió para Brasil la final del Mundial 2002.

Eso sí, cuando volvieron a verse las caras doce años más tarde, en Belo Horizonte, en la semifinales del Mundial de Brasil 2014, el varapalo histórico se lo llevaron los brasileños.

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Italia y Brasil se han encontrado dos veces en la gran final del torneo. En ambas ocasiones estaba en juego algo más que la Copa del Mundo. En 1970, en México, italianos y brasileños sumaban dos Copas del Mundo, por lo que el ganador se quedaría la Copa Jules Rimet en propiedad.

Ganó la canarinha de Pelé.

Pelé celebra el tercer Mundial para Brasil en México 70.

En 1994, en EEUU, volvieron a verse en la final. Esta vez nadie se quedaría el trofeo en propiedad, pero ambos ponían sobre el tapete sus tres Copas del Mundo y dirimían la supremacía del fútbol mundial.

Los brasileños llevaban 24 años sin ganar el Mundial, precisamente desde que vencieron a los azzurri en el 70. Pero eso no importó: volvió a ganar Brasil, en la primera final de la historia que acabó sin goles y que se hubo de resolver desde el punto de penalti.

Italia no quiere ver a Brasil en la final ni en pintura.

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El Mundial de México 70 fue importantísimo por muchas cosas. Fue un Mundial fantástico en cuanto a juego, fue la despedida de Pelé, Brasil se quedó en propiedad la Copa Jules Rimet. Sin embargo, también pasará a la historia por ser el primer Mundial en el que se utilizaron tarjetas y en el que se permitieron cambios.

La primera tarjeta amarilla de la historia la recibió el soviético Kaji Asatiani en el partido inaugural ante la anfitriona México.

Asatiani vio la primera amarilla de la historia.

Curiosamente, nadie fue expulsado en todo el Mundial.
Impensable hoy en día, ¿verdad?

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Hasta el Mundial de Estados Unidos, en 1994, la participación de Bulgaria en los Mundiales había sido un fracaso total y absoluto.

Los búlgaros habían jugado 16 partidos y no habían ganado ni uno solo.
En tierras norteamericanas se truncó del todo la mala suerte.

Bulgaria fue una de las grandes sorpresas del Mundial de EEUU.

Stoitchkov, Balakov, Letchkov y compañía llegaron a las semifinales del torneo (donde cayeron ante la Italia de Baggio) y obtuvieron el mejor resultado de su historia acabando cuartos.

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Para acabar, de momento, con las anécdotas, empezaremos por el principio.

Los uruguayos celebraron de tal forma su triunfo en la primera Copa del Mundo celebrada en Uruguay en 1930, que, desde entonces, el 31 de julio (fecha en la que se disputó la final ante Argentina) es fiesta en el país.