"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 29 de junio de 2022

La parada de Luis Suárez en Sudáfrica que celebró toda Uruguay

“El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo con las dos manos, en la línea del gol, una pelota que hubiera dejado a su país fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue expulsado pero Uruguay no”. 
Eduardo Galeano, “Cerrado por fútbol” (2017)


Poquísimas veces en un Copa del Mundo un minuto dio tanto de sí. El 121 del encuentro de cuartos de final del Mundial de Sudáfrica 2010 en el Soccer City de Johannesburgo entre Uruguay y Ghana. 

La Celeste contra las Estrellas Negras. 

El marcador señala un empate a uno tremendamente luchado por los dos equipos, que parece que se encaminan sin remisión hacia la lotería de los penaltis tras los golazos de Muntari en el descuento de la primera parte y de Forlán al poco de empezar la segunda que les han llevado a la prórroga. 

Y entonces llegó el momento mágico que lo cambiaría todo.

***

Todo esto pasó en apenas un minuto:

Falta inexistente que el árbitro pita, incomprensiblemente, a favor de Ghana en la banda derecha del ataque de las Estrellas Negras.

Centro al corazón del área uruguaya, donde defienden todos con el corazón en un puño.

Salida en falso de Muslera, que mete la mano sin fe, y el despeje cae a los pies de Apiah.

Remata el ghanés a la media vuelta con la izquierda.

La saca Luis Suárez con la rodilla temblándole en la mismísima raya.

El balón vuela en parábola directo a la cabeza de otro atacante ghanés, Dominic Adiyiah, que remata mientras dos defensas charrúas le caen encima con todo y le calzan dos patadas terroríficas que no impiden su remate.

Mientras, Suárez y Fucile, que no se han movido de la línea de gol, sacan las dos manos para evitar el tanto. Fucile no llega, pero Suárez hace la parada antológica del Mundial.

Luis Suárez no se lo piensa y saca las manos para evitar el gol de Ghana.

El árbitro lo expulsa al instante y el uruguayo sale del campo entre lágrimas.

Assamoah Gyan, el joven ghanés, planta la pelota en el punto de penalti. Está a punto de meter a Ghana, el orgullo de África, en las semifinales de un Mundial, el primer equipo africano en conseguirlo en toda la historia.

Coge carrera. 
Carga su pierna derecha. 
Lanza.
 
Muslera va abajo, a la base del poste derecho, pero el balón va arriba. 

Al portero le da tiempo a girar la cabeza hacia el cielo y contemplar cómo la pelota sale disparada hacia la parte alta de la portería... golpea en el larguero y se va fuera.

El penalti de Gyan en el último minuto de la prórroga se estrella en el larguero.

Gyan se agarra la cabeza con las dos manos mientras camina hacia atrás nervioso.

Luis Suárez ríe y salta y corre, ahora sí, feliz, totalmente incrédulo. Se marcha a los vestuarios a ver los penaltis en una tele, porque él ha sido expulsado, pero Uruguay sigue adelante un poco más. 

Al menos, hasta que se termine la tanda de penaltis.

Junto a él, en el banco, han saltado todos a celebrar. Todos menos uno, que ha caído desmayado. Es Juan Castillo, el portero del Deportivo de Cali, suplente de Muslera, que tiene que ser reanimado allí mismo, sobre el césped del Soccer City de Johannesburgo antes de la tanda de penaltis decisiva.

En Uruguay, familias enteras estallan de alborozo, después de dos minutos conteniendo el aliento, aunque aún faltan los penaltis. De todos modos, parece que ya han ganado, tras salir indemnes del peor escenario posible. 

Gyan se lamenta mientras los uruguayos celebran su resurrección.

Y los lanzadores de ambos equipos acaban de confirmar el giro copernicano que ha dado el partido en apenas unos instantes: los que van de la parada de Suárez al balonazo al larguero de Gyan.

***

Desde los once metros, todo discurre con los nervios habituales. 

Anota cada equipo sus dos primeros lanzamientos. 

El tercero de Uruguay también lo convierte Andrés Scotti, pero el tercero de Ghana lo tira el capitán Mensah flojo y al centro y Muslera lo ataja sin problemas. 

Uruguay estalla de júbilo mientras en Ghana observan en silencio el trágico desenlace. 

Pero va Pereira a confirmar la ventaja en el cuarto penalti, se llena de balón y lo tira por encima del travesaño. 

Es el turno de Dominic Adiyiah, quien tiene en sus botas la posibilidad de empatar la serie. Lanza abajo, a la izquierda de Muslera, pero ni lo suficientemente fuerte, ni lo suficientemente colocado. El portero le adivina la intención y lo para.

El Loco Abreu, con el 13 a la espalda, camina hacia el punto de penalti con parsimonia, como quien se dispone a tomarse un café y leer el periódico en la barra de un bar un domingo por la mañana cualquiera. 

Coloca la pelota con mimo en el punto de cal y toma poca carrera. 


Cuando llega a la altura del balón mete por debajo la puntera de su pierna izquierda para confirmar su apodo con creces, el Loco, jugándose con un disparo a lo Panenka el pase de la Celeste a las semifinales de un Mundial cuarenta años después... cuando todo un país había perdido ya la fe inquebrantable que históricamente habían tenido en los suyos, en la Garra Charrúa.

***

Las lágrimas ghanesas contrastan con la euforia celeste. 

Los futbolistas uruguayos salen en estampida a celebrar el gol de Abreu.

A la vez que 3 millones de uruguayos saltan de alegría en sus casas, en los bares, en las terrazas, en las calles y en las avenidas, los integrantes del banquillo en Sudáfrica corren a abrazarse al Loco que les ha puesto el corazón en un puño a cambio de meterlos en las semifinales de la Copa del Mundo.

“Algunos cardiólogos nos advirtieron, desde la prensa, que ‘el exceso de felicidad puede ser peligroso para la salud’. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país fueron una fiesta. Al fin y al cabo, el derecho a festejar los méritos propios es siempre preferible al placer que algunos sienten por la desgracia ajena”, sigue relatando Eduardo Galeano en su obra póstuma “Cerrado por fútbol”, publicada en 2017.

¡Y vaya si festejaron! Aún a riesgo de perder la salud por culpa de tanta felicidad, Uruguay entera volvió a salir a la calle. Y lo celebraron también en casa, más tarde. De hecho, dicen que en 2011 un nombre de niñas volvió a hacerse popular: Victoria Celeste. Por si hay dudas, en honor de la nueva gesta de su selección.

Después vendrían las semifinales ante Holanda, donde los charrúas no pudieron superar a una versión más aguerrida de la Naranja Mecánica que se encontró con un segundo gol en fuera de juego que desequilibró el empate a uno que entonces campaba en el marcador y dejó el partido despejado para los neerlandeses. Sobre todo cuando Robben hizo el tercero tres minutos más tarde. 

Pero los uruguayos se mantuvieron en pie, como siempre, hasta el último minuto, cuando Maxi Pereira recortó distancias para poner un 3 a 2 en el marcador que metió el miedo en el cuerpo a los jugadores y aficionados naranjas, pero que no bastó para meter a los charrúas en la final. 

El Maestro Tabárez, el gran seleccionador uruguayo, lo definió con unas palabras preciosas: “Si hay que elegir una manera de perder sería muy parecida a ésta. La mejor”.

El tercer y cuarto puesto se lo llevó Alemania ante la Celeste (3 a 2), pero Diego Forlán fue galardonado con el Balón de Oro al mejor jugador del torneo (también fue uno de los máximos goleadores del certamen con cinco tantos, los mismos que el alemán Müller, el holandés Sneijder y el español David Villa), un premio que festejaron todos los uruguayos como suyo, orgullosos de su futbolista bandera y de todos sus compañeros. 

Forlán fue, sin ninguna duda, el mejor jugador charrúa en Sudáfrica.

Orgullosos de un equipo que demostró que volvía a estar impregnado del espíritu de todos los que vistieron esa camiseta celeste a lo largo de su historia. 

Honrando las cuatro estrellas que lucen en su pecho.

***

El júbilo uruguayo se entiende mejor haciendo un repaso histórico a cómo llegó su selección a ese Mundial de Sudáfrica.

En la Copa del Mundo de 1970, Uruguay había alcanzado las semifinales por última vez, plantando cara a la gran Brasil de los 5 dieces y acabando el torneo en cuarta posición tras perder la final de consolación precisamente ante Alemania (1-0). 

Después, la noche se cernió sobre la Uruguay más futbolera.

En el Mundial de 1974, la Celeste no pasó de la primera fase en un grupo difícil en el que perdió ante la Naranja Mecánica original, la de Johan Cruyff (2-0), empató ante Bulgaria (1-1) y volvió a casa tras caer estrepitosamente ante Suecia (3-0). 

Pero lo peor estaba por venir, porque Uruguay se iba a perder dos Mundiales seguidos. 

No se clasificó para disputar la Copa del Mundo de Argentina 78 ni tampoco para la de España en 1982. Era la primera vez en su historia que la Celeste se quedaba fuera de dos Mundiales consecutivos. 

Días aciagos para la Garra Charrúa.

Para el Mundial de México 86 regresó Uruguay, pero se iba a llevar la mayor goleada de su historia en la Copa del Mundo al caer seis a uno ante Dinamarca. Pese a ello, los empates ante Alemania Federal (1-1) y Escocia (0-0) clasificaron a Uruguay para los octavos de final como uno de los mejores terceros de grupo. 

Allí esperaba la Argentina de Maradona y de Bilardo, a la postre campeona del torneo, y Uruguay compitió bien, pero se marchó de vuelta a casa tras caer por un gol a cero merced al tanto de Pasculli.

El gol de Maradona no subió al marcador, pero sí el de Pasculli.

Cuatro años más tarde, en Italia 90, la Garra Charrúa cayó en un grupo difícil junto a España, Corea del Sur y Bélgica. Los uruguayos empataron sin goles en su debut ante una triste España y Rubén Sosa mandó al limbo un penalti que les hubiera dado la victoria. 

La derrota ante Bélgica en la segunda jornada (3-1) les ponía contra las cuerdas, pero los charrúas vencieron a los coreanos con un gol de Fonseca en el último minuto de partido (1-0) y se metieron en octavos de final como uno de los mejores terceros otra vez. 

Y en octavos esperaba Italia, la anfitriona y una de las máximas favoritas para alzarse con la Copa del Mundo. 

Resistió Uruguay sesenta y cinco minutos, hasta que Schillaci se inventó un disparo increíble desde la frontal del área que, junto al postrer tanto de Serena, mandaba de nuevo a los del Río de la Plata para casa (2-0).

Schillaci y Baggio celebran el gol que clasifica a Italia y elimina a Uruguay.


Uruguay se refugió entonces en la nostalgia y no encontró el camino ni el fútbol necesario para meterse en los Mundiales de EEUU 1994 y Francia 98. Volvían a caer las tinieblas sobre una de las selecciones más importantes de la historia del fútbol. 

Y aún duraría un poco más la oscuridad, porque la clasificación para el Mundial de Corea y Japón no tapó el desastre de torneo que ofreció la Celeste a sus sufridos aficionados.

Cayó Uruguay en un grupo complicado con Dinamarca, Francia, defensora del título, y la potente Senegal. Los uruguayos cayeron en el primer encuentro ante Dinamarca (2-1) y la clasificación se les complicó enormemente. El empate sin goles ante Francia abría una pequeña puerta a la esperanza, pero con Senegal ocurrió lo inevitable. 

Los africanos llegaron al descanso con una ventaja de 3 a 0 que hacía presagiar una derrota de las que duelen mucho, pero la Celeste tiró de orgullo para remontar en la segunda parte y empatar el choque (3-3), aunque eso no bastó para pasar a octavos de final. 

Otra vez a casa antes de tiempo y sin ganar un solo partido en los Mundiales desde la victoria in extremis ante Corea del Sur en 1990.

Senegal dio la sorpresa y dejó en la cuneta a Uruguay en el Mundial 2002.

Porque para el Mundial de Alemania en 2006 Uruguay tampoco pudo clasificarse, así que urgía una revolución, un cambio de propuesta, una regeneración, una apuesta por la recuperación de las raíces. Y la llevó a cabo Óscar Washington Tabárez, el Maestro, que se apoyó en una camada de jovencísimos jugadores que llevaban en sus genes la calidad y la garra de los campeones de 1930 y de 1950 y de los semifinalistas del 54 y del 70. 

Los Suárez, Cavani, Muslera, Godín, Martín Cáceres o Fucile se mezclaron con algunos compañeros más experimentados como el capitán Lugano, el defensa Maxi Pereira o los centrocampistas Diego Pérez y Arévalo Ríos, el mítico Diego Forlán y los veteranos Andrés Scotti y el Loco Abreu para conformar un bloque sólido que sufrió mucho para clasificarse y hubo de acudir a la repesca ante Costa Rica para presentarse en Sudáfrica. 

Ganaron en casa de los ticos (0-1) y empataron en Montevideo (1-1). Prueba superada con mucho sufrimiento, pero ahora tocaba llegar a tierras africanas dispuestos a quitarse de encima el peso de cuarenta años de caída en picado y de veinte sin ganar un solo partido en la Copa del Mundo.

No tardarían en demostrar que esta Celeste tenía la estirpe de las selecciones campeonas. 

Empezaron con un empate sin goles ante la subcampeona del mundo, Francia, que encendió la mecha de una crisis sin precedentes en el vestuario galo. Para el segundo partido, Uruguay se quitó de encima una losa de veinte años sin triunfos venciendo a Sudáfrica por un contundente tres a cero que se inició con un doblete de Forlán, el futbolista que destaparía el frasco de las esencias durante el torneo. 

Uruguay rompió ante Sudáfrica una maldición: 20 años sin ganar en un Mundial.

Ante México, para cerrar el grupo, apareció el otro pistolero, Luis Suárez, remató de cabeza un centro perfecto de Cavani para anotarel tanto de la victoria que metía a la Celeste en octavos de final.

Y en octavos volvió a aparecer Luis Suárez para volver loca a toda la defensa de Corea del Sur. A los ocho minutos se dejó caer a la derecha para recoger un centro de Forlán desde la banda contraria que se paseó por toda el área surcoreana, cruzar la pelota a la red y adelantar a los suyos. 

Vivió Uruguay de las rentas, pero los asiáticos no se rindieron y empataron el choque mediada la segunda mitad con un tanto de Lee Chung-Yong a balón parado, tras una falta que la defensa y el portero uruguayo no supieron defender. 

Parecía que los fantasmas del pasado cercano se le aparecían de nuevo a la celeste, pero el que apareció otra vez fue el Pistolero Suárez para hacer el segundo gol a falta de diez minutos y meter a Uruguay en los cuartos de final de un Mundial cuarenta y cuatro años después. 

Un golazo bárbaro con un disparo combado con la pierna derecha desde el vértice del área que golpeó en el palo antes de besar las mallas surcoreanas.

Suárez celebra bajo la lluvia el gol que metía a Uruguay en cuartos de final.

El resto es historia. 

La historia que va desde la parada de Suárez en el minuto 121 de los cuartos de final ante las Estrellas Negras hasta el penalti a lo Panenka del Loco Abreu. 

La historia que dejó a Ghana sin la primera semifinal africana de la historia y que reconcilió a Uruguay con la suya.

***

Tanto, que Uruguay ganó la Copa América de 2011 en Argentina, tras dieciséis años de sequía. Se metió en cuartos de final tras acabar segunda de grupo tras Chile. 

Se encontró ahí con la anfitriona, la albiceleste de Messi, Di María, Mascherano, Tévez, Agüero e Higuaín, y la derrotó en la tanda de penaltis tras el empate a uno que reflejaba el luminoso al final del partido y de la prórroga. 

Después dio buena cuenta de Perú en las semifinales (2-0) y se paseó ante Paraguay en la final (3-0).

La selección de Uruguay posa con la Copa América de 2011.

Y el Mundial, más de lo mismo. 

Porque Uruguay, con esta generación de futbolistas que arrancó en Sudáfrica su nuevo idilio con la Copa del Mundo, no ha vuelto a faltar a ninguna cita mundialista. Estuvo en Brasil en 2014, donde dio buena cuenta de Inglaterra y de Italia en el grupo de la muerte (mordisco de Suárez a Chiellini incluido), aunque no pudo superar a una Colombia superlativa y sorprendente en los octavos de final, ya sin su estrella sobre el césped.

Estuvo también en Rusia en 2018, peleando como suele en un grupo cerrado y áspero que acabó llevándose con sufrimiento. Un gol de Giménez contra Egipto en el último suspiro, otro de Luis Suárez ante Arabia Saudí y los tres que le hicieron a la anfitriona Rusia los metieron en octavos de final con pleno de victorias. 

Allí esperaba la temible Portugal de Cristiano Ronaldo, campeona de Europa, que no pudo detener a la Celeste ni, sobre todo, a Cavani, que firmó un espectacular doblete aunque, por desgracia, también se lesionó y se perdió los cuartos de final. Ganó Uruguay dos a uno a los lusos y en su camino se cruzó la Francia de Mbappe, Pogba, Griezmann, Giroud y compañía. 

El choque acabó con los sueños uruguayos de volver a las semifinales de una Copa del Mundo (2-0), pero volvió a demostrar una vez más que la Garra Charrúa ha vuelto y que sus aficionados vuelven a disfrutar de su selección.

Los uruguayos lamentan el gol de Francia que acabó por echarles del Mundial. 

***

Porque, pese a que el camino hacia Catar no fue fácil y parecía que Uruguay estaba condenada a la repesca e incluso a ver el Mundial por televisión, los últimos coletazos de Godín, Suárez y Cavani unidos a la exuberancia física y técnica de jóvenes sobradamente contrastados como Giménez, Fede Valverde, Bentancur o Ronald Araujo revertieron una situación muy complicada.

Uruguay era séptima a falta de cuatro jornadas para cerrar la fase de clasificación después de haber caído en la altura de la Paz ante Bolivia por 3 a 0. Óscar Tabares, tras 15 años al frente de la selección, fue cesado y la tarea de llevar a la Celeste al Mundial de Catar recayó sobre los hombros de Diego Alonso. 

Futbolistas como Godín o Suárez no dudaron en poner en valor todo lo que el Maestro Tabárez había conseguido.

Así se expresó Godín, el gran capitán: “Siempre me entregué en cuerpo y alma por la Celeste, como cada uno de mis compañeros, y eso también lo logró usted transmitiéndonos valores de identidad, responsabilidad y amor por la selección (...) Hizo que la selección sea parte de nuestras vidas y que el sentido de pertenencia y el orgullo por la selección de más de tres millones de uruguayos vuelva a sentirse y verse en cada rincón del mundo. Como uruguayo, simplemente ¡Gracias, Maestro!”.

El Maestro Tabárez, artífice de los grandes éxitos uruguayos. 

El caso es que tanto los jugadores como el nuevo cuerpo técnico se conjuraron para conseguir la clasificación y Uruguay acabó tercera ganando en Paraguay (0-1), derrotando en casa a Venezuela (4-1) y Perú (1-0) y rematando con otra victoria en tierras chilenas (0-2) para sacarse el pasaje a Catar por la vía rápida.

Y como el destino suele ser caprichoso, el bombo deparó un grupo en Catar 2022 con Corea del Sur, Portugal y... Ghana. 

En ese orden. 

Y Ghana volvió a disponer de un penalti que podía haber cambiado su sino en el Mundial. Fue a los veinte minutos de encuentro. 

Lo tiró Ayew y lo paró Rochet. 
Otra vez. 

Esta vez la parada del meta uruguayo no bastó para seguir en el Mundial.

Aunque en esta ocasión, pese a la victoria (2-0), tampoco la Garra Charrúa pudo seguir adelante y tuvo que ver por televisión cómo Messi levantaba la tercera Copa del Mundo para su eterno rival, Argentina. 

Doble castigo para una grandísima generación de futbolistas que defendió con orgullo las cuatro estrellas de su camiseta celeste por el mundo.  

lunes, 27 de junio de 2022

Las estrellas que nunca jugaron un Mundial

Los mejores jugadores de fútbol del mundo se consagran cada día, en cada partido de liga o de Copa, en cada eliminatoria, temporada a temporada, pero tienen la oportunidad única de subir al Olimpo cada cuatro años en los Mundiales, la posibilidad de alcanzar la gloria eterna para unos futbolistas que ya eran grandes en sus clubes y que asumen el reto de ser los mejores defendiendo contra el resto del mundo los colores de su selección, jugando con los suyos, jugando para los suyos. 

Hay muchísimos futbolistas que han pasado a la historia del fútbol por sus Mundiales memorables, los hayan ganado o no, y que han inscrito su nombre en letras mayúsculas en la historia de la Copa del Mundo.

El Mundial de Uruguay fue el de José Nassazi, el defensa charrúa del Club Atlético Bellavista, y también el de Pedro Cea, de Nacional. Cuatro años más tarde, en Italia, pasaron a la historia Schiavo, el goleador más importante de la historia del Bolonia, y Giuseppe Meazza, la estrella del Inter de Milán, que repetiría entre los mejores del mundo en Francia 1938, junto a su compatriota Silvio Piola, entonces en la Lazio, y, por supuesto, Leónidas, el Diamante Negro brasileño.

Schiavo intenta una chilena con su compañero Meazza a la espera.

En el Mundial de 1950 estaban destinados a hacer historia Ademir, Jair, Baltazar, Chico, Zizinho o Barbosa, pero quienes la escribieron en letras mayúsculas fueron el Negro Andrade, Ghiggia y Schiaffino, que certificaron el Maracanazo.

Algo parecido pasó en Suiza en 1954 cuando los germanos Morlock, Rahn, el meta Toni Turek o el capitán Fritz Walter dejaron sin corona a los Mágicos Magiares, el equipo más potente del momento conformado en ataque por estrellas como Kocksis, Puskas, Hidegkuti y Cziborg el día del Milagro de Berna.

El Mundial de Suecia de 1958 será por siempre el de Pelé y el de los goles del francés Fontaine. Como el de Chile 62 será el de Garrincha. El de Inglaterra en 1966 será el del Bobby Charlton y el de Eusébio, “La Pantera Negra”, como el del 70 es el de la Brasil de los 5 dieces al completo y el del 74 es el de Beckenbauer y Müller, pero también el de Cruyff, aunque no pudiera ganarlo al frente de su Naranja Mecánica.

El Mundial de 1978, el del dolor y la gloria, será el de Kempes, como el de España 82 será el de Paolo Rossi, a la par que el de Sócrates, Zico, Jordao y Platini, aunque ni los brasileños ni el galo levantaran al cielo de Madrid la Copa del Mundo.

El Mundial de México 86 será el de Maradona por los siglos de los siglos. Y de nadie más, porque el Barrilete Cósmico no permitió que nadie le hiciera sombra en esa cita.

Y así podríamos seguir hasta la actualidad, incluyendo a un sinfín de estrellas que el Mundial agigantó aún más: 

Lothar Matthäus en Italia 90, junto al sorprendente Schillacci y al inimitable camerunés Roger Milla. Romario, Bebeto y Roberto Baggio en tierras norteamericanas en 1994. Zidane, con el permiso de Davor Suker, en Francia 98. Ronaldo en 2002 y Cannavaro y su Italia imperial en 2006. Los españoles Iniesta y Villa y el uruguayo Diego Forlán en 2010. Miroslav Klose y toda Alemania en Brasil en el 2014. Griezzman y Mbappé en la cita de Rusia de 2018 junto a los magníficos croatas Modric, Rakitic y Perisic, que se plantaron contra todo pronóstico en la final de un torneo vibrante. 

Luka Modric se llevó el trofeo al mejor jugador en Rusia 2018.

Y Messi en Catar, cuando se disfrazó de Diego Armando Maradona para ganar el tercer Mundial para Argentina.

Por el camino también han desfilado en el gran escaparate de los Mundiales futbolistas tan importantes e imprescindibles en sus clubes como en sus selecciones, referentes como Matthias Sindelar, Josef Bican, Josef Masopust, Lev Yashine, Amarildo, Gianni Rivera, Gérson, Neeskens, Ardiles, Lato, Rummenigge, Gary Lineker, Francescoli, Van Basten, Ronaldinho, Rudi Völler, Tigana, Valdano, Rivaldo, Jurgen Klinsmann, Caniggia, Gica Hagi, Totti, Batistuta, Stoichkov, Luis Figo, Cafú, Valderrama, Diego Forlán, Bergkamp... 

Son incontables.

***

Pero en la otra orilla, en el otro margen del río mundialista, se han quedado futbolistas sensacionales, estrellas mundiales en su época, que no es que no triunfaran en una Copa del Mundo, sino que no pudieron ni siquiera intentarlo porque no participaron jamás.

Algunos, por motivos obvios, porque nacieron en países de escasa tradición futbolística. O mejor, de gran tradición futbolística, pero de escasa producción de buenos futbolistas y no pudieron clasificar a sus selecciones para una cita tan exigente como ésta.

Por eso nunca jugó un Mundial el liberiano George Weah. Porque si Liberia se hubiera clasificado para un Mundial compitiendo contra Argelia, Marruecos, Nigeria, Camerún, Egipto, Senegal, Ghana, Túnez o Costa de Marfil, a George Weah, Balón de Oro en 1995 y Mejor Futbolista Africano del Año en 1989, 1994 y 1995, habría que considerarlo poco menos que un Dios. 

Aún así, estuvo a punto de conseguirlo, nunca mejor dicho, porque un solo punto privó a Liberia de asistir al Mundial de Corea y Japón en 2002. 

Esa plaza se la llevó Nigeria.

El atacante liberiano George Weah nunca pudo disputar un Mundial.

Por eso tampoco disputó ningún Mundial otro George, el díscolo norirlandés Best. El quinto Beatle tuvo la terrible mala suerte de estar en el ocaso de su carrera en 1982, cuando Irlanda del Norte, contra todo pronóstico, se clasificó para el Mundial de España

El astro ya tenía treinta y seis años y su estilo de vida repleto de excesos le empezaba a pasar factura, así que Billy Bingham, que se lo pensó hasta el final, decidió no convocarlo. 

Atrás quedaban treinta y siete encuentros y nueve tantos con su selección. 

Pero, lamentablemente, ningún Mundial.

El mítico George Best también se quedó sin Mundial.

El ariete galés del Liverpool de los años 80, Ian Rush, que marcó casi 350 goles con los “Reds” y ganó cinco Ligas, tres FA Cups, cinco Leagues Cup, cuatro Charity Shields y dos Copas de Europa, no pudo clasificar a su selección para los Mundiales de España 82, México 86, Italia 90 ni Estados Unidos 94. 

El magnífico delantero vistió setenta y tres veces la casaca galesa y anotó veintiocho tantos.
Pero nunca pudo disputar un Mundial.

Como tampoco pudo hacerlo defendiendo esa misma camiseta el magnífico extremo zurdo del Manchester United Ryan Giggs, que ganó trece Ligas, cuatro FA Cups y dos Copas de Europa. Quizá si hubieran coincidido los dos galeses en el tiempo en plenitud de facultades sí lo habrían logrado. 

Giggs participó con Gales en las fases de clasificación de los Mundiales de EEUU 94, Francia 98, Corea y Japón 2002 y Alemania 2006, pero no logró nunca la clasificación. Sí pudo hacer historia desde el banquillo, ya que Giggs tomó las riendas de la selección galesa en 2018, pero fue apartado del equipo en noviembre de 2020, cuando fue acusado de agredir a dos mujeres. 

Finalmente, el 23 de abril de 2021 anunció su dimisión definitiva. Mientras, su colega Rob Page fue avanzando en la fase de clasificación para acabar logrando un billete histórico al Mundial de Qatar sesenta y cuatro años después de la última (y única) participación de Gales en una Copa del Mundo. 

Al final, Gareth Bale sí dispuso de la oportunidad que Rush y Giggs no tuvieron.

Ryan Giggs y un jovencísimo Gareth Bale coincidieron en País de Gales.

Algo parecido le pasó a Jari Litmanen, estrella indiscutible del formidable Ajax de los 90 con el que levantó una Copa de Europa y considerado el mejor jugador finlandés de todos los tiempos. 

Defendió la camiseta de su selección en ciento treinta y siete ocasiones y marcó treinta y dos goles, aunque no pudo hacer realidad su sueño de clasificar a Finlandia para una Mundial. 

Lo intentó desde el Mundial de Italia 1990 hasta el Mundial de Sudáfrica en 2010 pero, claro, nacer en Finlandia te otorga escasas posibilidades de asistir a una Copa del Mundo.

Jary Litmanen capitanea a Finlandia en un choque ante Inglaterra.

Lo que ya no resulta tan comprensible es el caso de otros jugadores que competían en selecciones tradicionalmente fuertes y eran las estrellas y los líderes de sus equipos pero que, por unas cosas o por otras, nunca pudieron mostrar su talento en la Copa del Mundo. 

Di Stéfano y Kubala con España, Schuster con Alemania o Eric Cantona con Francia serían algunos de los ejemplos más claros, a los que podríamos sumar al ecuatoriano Alberto Spencer o al paraguayo Arsenio Erico, auténticos cracs que tampoco disputaron nunca una Copa del Mundo.

Pero... vayamos paso a paso.

***

Alberto Spencer está considerado uno de los 20 mejores futbolistas sudamericanos del siglo XX. Y eso es mucho decir, porque está por delante de Romario, de Francescoli, de Rivellino, de Kempes, de Leónidas, de Passarella, de Valderrama... 

En fin, para qué seguir.

Ese ecuatoriano ilustre anotó 451 goles en una carrera que empezó en el Club Deportivo Everest en 1953 y acabó en el Barcelona Sporting Club de Ecuador en 1972. En medio, la gloria con Peñarol, una camiseta que vistió durante once años, desde 1959 hasta 1970, y con la que levantó tres Copas Libertadores, dos Intercontinentales y ocho Campeonatos de Liga.

El goleador defendió en once ocasiones los colores de Ecuador... y también se enfundó la celeste de Uruguay en cinco partidos, aunque siempre fueron amistosos. 

Y es que la Federación Uruguaya trató de convencerlo para que se nacionalizara y jugara para la Garra Charrúa, pero Spencer nunca quiso renunciar a Ecuador.

Y a punto estuvo de clasificarse para el Mundial de Inglaterra en 1966, cuando disputó un partido de desempate ante Chile para dirimir quién acompañaría a Uruguay, Argentina y Brasil a tierras británicas. Pero Chile venció dos a uno y los sueños mundialistas de Alberto Spencer y de Ecuador se desvanecieron. 

La Tri tendría que esperar hasta el año 2002 para debutar en una Copa de Mundo.

Alberto Spencer, ídolo de Peñarol, no pudo jugar un Mundial con Ecuador.

***

El paraguayo Arsenio Erico es otro de los grandes cracs sudamericanos que nunca pudo disputar un Mundial. El Duende Rojo, máximo goleador de la historia del fútbol argentino, debutó con Independiente en 1934 con solo 19 años y pronto se ganó la admiración de los aficionados. 

Tan bueno era que inspiró poemas, canciones y versos. 

Y dicen quienes lo vieron jugar que su idilio con el gol era proporcional a la elasticidad y la elegancia con la que se movía dentro del terreno de juego.

Pero Erico no sólo nunca pudo disputar un Mundial, sino que jamás vistió la camiseta de la selección paraguaya. 

En aquella época no era demasiado normal que fuera seleccionado un futbolista que no jugara en la Liga de su país, pero, igualmente, Erico pidió permiso a la AFA para poder ser seleccionado por Paraguay y disputar el Sudamericano de 1937. Sin embargo, la Federación Argentina no se lo permitió por miedo a que Paraguay conformara una selección excesivamente potente.

Al final, Argentina se llevó el Sudamericano del 37 y Arsenio Erico jamás debutó con Paraguay. 

Realmente, tampoco hubiera podido disputar ninguna Copa del Mundo porque a Francia 1938 renunciaron a ir todas las selecciones sudamericanas, excepto Brasil. Después vendría la Segunda Guerra Mundial y el torneo no se disputaría hasta 1950, cuando el gran mito de Independiente ya hacía un año que se había retirado de los terrenos de juego a los 35 años.

Arsenio Enrico, el Duende Rojo de Independiente, no pudo debutar con Paraguay.

***

Un caso muy especial fue el del alemán Bernd Schuster. 

El exquisito centrocampista había sido el cerebro de su selección en la Eurocopa de 1980, que acabó levantando al cielo de Roma tras batir a Bélgica por dos a uno con tantos del gigantón Hrubesch (Alemania). Tenía apenas veinte años y ya fue Balón de Plata europeo por detrás de su compatriota Karl-Heinz Rummenigge. 

Pero el carácter de Schuster le iba a jugar una mala pasada.

Primero tuvo la mala suerte de sufrir una lesión muy grave que no le permitió jugar prácticamente nada durante el año 1982, su primera temporada en el FC Barcelona procedente del Colonia, y que le dejó fuera del Mundial de España

Pero cuando se recuperó, fue convocado para un partido de clasificación para la Eurocopa del 84 ante Albania y se negó a ir porque su tercer hijo estaba a punto de nacer. Esta negativa acompañada de una mala relación con el seleccionador Jupp Derwall, parte de la prensa y algunos compañeros le hizo tomar la decisión de no vestir más la camiseta de la Mannschaft

Tenía tan solo veintitrés años, pero ya se había enfundado la zamarra alemana en veintiuna ocasiones. 

No se la pondría más.

Y eso que tras la Eurocopa del 84 despidieron a Derwall y cogió las riendas Franz Beckenbauer, que le propuso volver. 

El Ángel Rubio volvió a decir que no. 

Y se perdió la final del Mundial 82, la final del Mundial del 86 y la gloria de levantar la Copa del Mundo en Italia 90.

El mismo Schuster hablaría de su decisión en una entrevista en 2007 para la revista Líbero: “Haber dejado la selección fue una decisión dura y, probablemente equivocada, pero no tuve a nadie que me aconsejara en aquellos momentos (...) Y me perdí ganar un Mundial mínimo… Y quizá dos”. 

Una pena para Schuster, para Alemania y para el fútbol.

Bernd Schuster fue Campeón de Europa con Alemania en 1980.

***

El 12 de agosto de 1987, el seleccionador francés Henry Michel hizo debutar a un joven delantero de veintiún años destinado a hacer grandes cosas en el fútbol mundial. Jugaba en el Auxerre y ese día, ante Alemania, formó en la delantera junto a Jean-Pierre Papin. Francia perdió dos a uno, pero el joven anotó el único gol de la selección del Gallo. 

Su nombre: Eric Cantona.

Ya en aquella época, Cantona se había ganado la fama de chico malo, rebelde, indisciplinado y polémico en unas cuantas ocasiones. El Auxerre ya le había multado por agredir a su compañero Bruno Martini en un entrenamiento y, poco más tarde, el 5 de abril de 1988, fue sancionado con tres meses sin jugar por una entrada violentísima a Michel Der Zacharian en un partido contra el Nantes. 

Pese a todo, el polémico delantero metió a la selección francesa sub-21 en la final de la Copa de Europa con un doblete en semifinales ante Inglaterra. La figura de Cantona cobró otra dimensión y el delantero pidió al Auxerre que lo traspasaran a un equipo más grande. Finalmente, el Olympique de Marsella de Bernard Tapie firmaría a la gran promesa francesa para los próximos cinco años a cambio de veintidós millones de francos.

Aún no había debutado con el Marsella y ya tuvo la primera polémica con el seleccionador que le había hecho debutar en la selección absoluta apenas unos meses antes. Henry Michel no le convocó para un encuentro ante Checoslovaquia y Cantona hizo unas declaraciones explosivas en las que llamaba a Michel “saco de mierda” y en las que prometió que no volvería a vestir la camiseta del Gallo hasta que Michel dejara de ser el seleccionador. 

La Federación Francesa le excluyó cualquier convocatoria durante un año y eso le impidió disputar la final del Europeo Sub-21 a doble partido ante Grecia. Cantona tuvo que ver por televisión cómo sus compañeros se convertían en campeones de Europa de la categoría tras empatar a cero en Atenas y derrotar a Grecia en París por tres tantos a cero.

A partir de ese momento, todo se torció para Cantona, que tuvo un sinfín de problemas en el Marsella y que hubo de salir cedido a unos cuantos equipos franceses para poder jugar. Mientras tanto, Platini se había convertido en el seleccionador de Francia y ya había pasado el año de castigo para Cantona, así que el astro galo volvió a convocar al díscolo delantero y lo intentó convertir en una pieza clave de una selección que se había quedado fuera del Mundial de Italia 90 y que había de afrontar la fase final de la Eurocopa de 1992.

Eric Cantona era un fijo de Platini de cara a la Euro del 92. 

Pero Cantona, que se había marchado en el verano de 1991 al recién ascendido Nimes, volvió a hacer una de las suyas. 

En un partido contra el Saint Ettienne, el delantero salta en el área rival pugnando por un balón con un defensa. El árbitro pita falta en ataque y Cantona, casi poseído, coge el balón con las dos manos y lo lanza contra la espalda del colegiado. El rebote le cae al pie y chuta, aunque, por suerte, no impacta en el árbitro. 

El jugador fue castigado con cuatro partidos de suspensión, montó en cólera y llamó idiotas a los miembros del Comité de Disciplina. La Federación Francesa amplió el castigo y lo suspendió durante dos meses. 

Entonces, Cantona soltó la bomba: a los 25 años anunció que dejaba el fútbol.

Michel Platini, que seguía llevándolo a la selección pese a su discreta temporada en el Nimes, lo intentó convencer de que se marchara a Inglaterra para regenerarse como jugador y su asistente, Gerard Houllier, movió los hilos para conseguirle un equipo en las islas. 

Así fue cómo Cantona aterrizó en el Leeds United y se desligó definitivamente del Nimes en febrero de 1992. 

En ese final de temporada el francés se convirtió en una pieza clave para que el Leeds ganara la Liga Inglesa y también se convirtió rápidamente en uno de los ídolos de Elland Road y, evidentemente, Platini se lo llevó a la Eurocopa de 1992, aunque las cosas no le fueron bien a Francia, que empató a uno ante Suecia, sin goles ante Inglaterra y cayó derrotada en la última jornada ante la sorprendente Dinamarca para volver a casa antes de tiempo. 

Los daneses, increíblemente, ganaron el torneo y Cantona, que fue titular en los tres encuentros, no disputaría jamás ni una sola fase final con su selección, ni de una Eurocopa ni de un Mundial. 

Aunque a esas alturas él no lo sabía, claro.

Cantona rodeado de ingleses en un partido de la Eurocopa de 1992.

De vuelta a Inglaterra, Cantona empezó la Premier en el Leeds, pero apenas tres meses después, cuando se llevaban trece jornadas de competición, abandonó Elland Road para recalar en el Machester United, donde se convertiría definitivamente en una leyenda.

En la selección de Francia, Gerard Houllier había sustituido a Platini como seleccionador y convirtió a Cantona en el eje del ataque de la selección del Gallo en la fase de clasificación para el Mundial de Estados Unidos de 1994. 

Cantona jugó a buen nivel, pero los franceses sufrieron una de las derrotas más amargas de su historia al caer en el último minuto del último partido de la fase de clasificación en el Parque de los Príncipes ante Bulgaria. 

Inexplicablemente, tras haber liderado el grupo durante la mayoría de las jornadas, una potentísima selección francesa se volvería a quedar sin Mundial. 

Y Cantona, por supuesto, también.

Cayó Houllier y vino Aimé Jacquet, un seleccionador que no estaba dispuesto a consentir ni una sola indisciplina dentro del grupo que estaba formando para competir en el Mundial de 1998, para el que Francia estaba clasificada directamente por ser la anfitriona. 

Cantona seguía siendo el líder del Manchester United, un equipo que dominaba la Premier con puño de hierro, por lo que no sólo seguía contando para el nuevo seleccionador, sino que le dio la capitanía y galones para ser el jugador sobre el que pivotara todo el juego de ataque de Francia. 

Pero entonces pasó lo inesperado... 
O no tanto...

25 de enero de 1995. Shelhurst Park. Estadio del Cristal Palace. Minuto dos de la segunda parte. Eric Cantona acaba de ser expulsado del terreno de juego por una dura entrada sobre su marcador tras un saque largo de su propio portero. 

Avanza por la banda en dirección a los vestuarios cuando un espectador le increpa repetidas veces. Cantona coge carrerilla y le lanza una patada voladora que deja a todo el mundo boquiabierto. El atacante francés intenta golpearlo más veces con los puños y lo tienen que parar entre dos asistentes y su propio compañero Peter Schmeichel, mientras el resto de futbolistas del United se acercan a la banda increpando al aficionado. 

Al parecer, el espectador había proferido insultos racistas contra el futbolista, que no se cortó.

Eric Cantona agredió a un espectador que le había insultado gravemente.

La imagen de la agresión dio la vuelta al mundo e incluso llegó a debatirse en el Parlamento Británico. El Manchester United suspendió a Cantona para lo que quedaba de temporada y le impuso una multa de 20.000 libras, mientras que la Asociación de Fútbol le impuso una suspensión de ocho meses. 

Pero lo peor para el francés estaba aún por llegar: el seleccionador galo, Aimé Jacquet, lo apartó definitivamente de la selección. 

El único que defendió públicamente a Cantona fue su entrenador, sir Álex Ferguson, que dijo: “Si Cantona se equivocó tuvo sus razones; fue insultado de forma intolerable y reaccionó instintivamente”. 

El futbolista nunca se arrepintió y, de hecho, siempre ha dicho que lo volvería a hacer: “Esa patada fue el mejor momento de mi vida como futbolista: patear a un fascista no se saborea todos los días”.

El caso es que el jugador quiso salir del Manchester United al final de temporada y en el club veían su marcha con buenos ojos, pero Álex Ferguson convenció a ambas partes de su continuidad en el equipo. El atacante galo se quedó en los Diablos Rojos dos temporadas más y, a la conclusión de la Premier League de la temporada 1996-97, el 18 de mayo de 1997, anunció que se retiraba del fútbol. 

Estaba a punto de cumplir 31 años y en un momento dulce de su carrera, pero nadie pudo convencerle de que continuara.

El díscolo Cantona colgó las botas ante la evidencia de que Jacquet no lo iba a convocar para el Mundial de Francia, que era lo único que creía que le quedaba por hacer en el fútbol: jugar una Copa del Mundo. 

No lo hizo. 

Y Francia ganó la primera Copa del Mundo de su historia sin uno de sus mejores jugadores.

Al final, Cantona vistió en cuarenta y cinco ocasiones la camiseta de Francia y marcó veinte goles, aunque sólo pudo disputar la fase final de la Eurocopa de 1992. 

Mundiales, ninguno.

Increiblemente, Cantona no jugó nunca un Mundial. Papin, el de México 86. 

***

Kubala es otro de los grandes jugadores históricos que nunca pudo disputar un Mundial. Nacido en Hungría, formó parte de los inicios de los Mágicos Magiares, con los que jugó solo seis partidos entre 1946 y 1947, porque escapó de Hungría en 1948, justo cuando vio claro que los nuevos gobernantes no le iban a dar permiso para salir del país y ganarse la vida jugando al fútbol en Italia. 

Dejó en tierras magiares a su novia y a su madre y salió en un camión vestido de soldado soviético. Jugándose la vida. Y dejando atrás los inicios de una selección mágica que enamoró al mundo y que no pudo conquistarlo en el Mundial de 1954 porque se produjo el Milagro de Berna. 

Un Mundial en el que Kubala no pudo estar. 
Ni con Hungría... ni con España
Veamos por qué.

Kubala, junto a su cuñado Fernando Daucik, fundó un equipo en Italia llamado Hungarian que se dedicó a jugar partidos amistosos por Europa. En 1950 viajaron a Madrid para jugar contra el Real Madrid. Después disputaron otro partido contra la selección española y acabaron su gira por la península ibérica enfrentándose al Espanyol en el viejo campo de Sarrià. 

Entonces apareció en escena Pep Samitier, exjugador y extrenador del FC Barcelona, y acabó convenciendo al presidente del Barça para ficharlo a él y a su cuñado Fernando Daucik (como entrenador) por tres años.

Kubala firmó con el FC Barcelona y pronto se convirtió en un ídolo.

Aún así, la FIFA no le dejaba jugar competiciones oficiales y se pasó un año entrenándose, pero sin jugar. La solución la encontraron Samitier y Armando Muñoz Calero, presidente de la Federación Española de Fútbol (y después representante de España en la FIFA): nacionalizarían a Kubala para que, al menos en las competiciones jugadas en España, Hungría no pudiera impedir que el magiar disputara partidos oficiales.

Hubo una campaña en los medios de comunicación más importantes del país aduciendo que era un refugiado político y que tenía derecho a la nacionalización y así se hizo: en mayo de 1951 Kubala se bautizaba primero y se nacionalizaba después en Águilas (Murcia), pueblo natal del presidente de la Federación que ejerció de padrino de bautismo.

Kubala debutó con derrota (1-0) en la selección española el 5 de julio de 1953 en un amistoso en Buenos Aires, mientras Hungría solicitaba la suspensión del jugador y la FIFA le pedía a Hungría una argumentación detallada para la suspensión basada única y exclusivamente en argumentos deportivos y no políticos. 

Mientras los magiares no enviaban ese documento, Kubala jugaba con España. Y volvió a hacerlo en otro amistoso ante Inglaterra el 21 de octubre de 1953 que acabó con empate a cuatro con dos tantos de Kubala.

Kubala defendiendo los colores de la selección española de fútbol. 

Pasó el tiempo y llegó el momento de disputar la eliminatoria ante Turquía para poder estar en el Mundial de Suiza. El 6 de enero de 1954, en Chamartín, España venció a los otomanos por cuatro a uno sin Kubala. El segundo partido sería en marzo en Estambul y ahí sí estaría Kubala. Pero la selección española jugó uno de los peores partidos que se le recuerdan y perdió por un gol a cero. 

Así que debería jugarse un partido de desempate en terreno neutral para dilucidar qué selección viajaría a Suiza para el Mundial. 

El choque se disputaría en Roma tres días después.

Cuando todo estaba preparado para el partido y con los jugadores en los vestuarios llegó un telegrama de la FIFA donde se decía que Kubala no podía jugar. El magiar se desvistió y Pasieguito saltó por él al terreno de juego. España y Turquía empataron a dos en el tiempo reglamentario y el partido se fue a la prórroga. En el tiempo extra, el colegiado anuló un gol a España y todo acabó así, dos a dos. 

¿Cómo resolverían qué selección estaría en el Mundial? Mediante un sorteo.

Se sacó un trofeo de las vitrinas del estadio. Se metieron dos papelitos en el trofeo con los nombres de Turquía y España. Se llamó a una mano inocente, en este caso un chiquillo llamado Franco Gemma. Se le vendaron los ojos y el chaval metió la mano en la copa. 

Sacó un papel. 
Lo desdoblaron. 
El nombre: Turquía.

Lo peor de todo es que en el supuesto telegrama de la FIFA no ponía directamente que Kubala no pudiera jugar. Estaba escrito en francés y decía: “Atención equipo español sobre la situación jugador Kubala”. Además, nadie supo explicar nunca de dónde salió ese telegrama y qué institución lo envió exactamente. Se montó un buen lío a posteriori con dimisiones en la Federación Española de Fútbol, pero ni España ni Kubala estuvieron en el Mundial 54.

Y tampoco se clasificaron para el Mundial de Suecia de 1958, ya con Di Stéfano también nacionalizado. Así que Kubala volvía a quedarse de nuevo sin Mundial. 

Kubala y Di Stéfano juntos en la selección española, pero sin Mundial.

Para el de Chile en 1962 sí se clasificó España, pero el Húngaro Errante ya había colgado las botas.

***

Alfredo Di Stéfano no las había colgado todavía. 

Pero tampoco pudo disputar el Mundial. 

Ni el de Chile ni ningún otro.

El astro argentino debutó con la albiceleste el 4 de diciembre de 1947 ante Bolivia en un partido del Sudamericano de 1947. Jugaría cinco encuentros más en el torneo, marcaría seis tantos y se alzaría con el título. Sería el único que ganaría a nivel de selecciones en un año mágico para él, ya que también fue el máximo goleador de la liga argentina con veintisiete tantos y salió campeón con River.

Di Stéfano ganó con Argentina el Sudamericano de 1947. 

Pero la alegría no duró demasiado. 

En 1948 los futbolistas profesionales argentinos se declararon en huelga y la AFA obligó a los equipos a que acabaran el torneo con jugadores amateurs. El gobierno de Perón solucionó la cuestión prácticamente un año más tarde, en mayo del 49, y lo hizo con un decreto que imponía un tope salarial a los futbolistas profesionales que éstos consideraron totalmente indigno e inaceptable. Entonces le llegó a Di Stéfano (y a otros futbolistas) una oferta de Colombia, que no estaba afiliada a la FIFA, prácticamente irrechazable.

La Saeta Rubia se marchó a jugar a Millonarios mientras la selección argentina renunciaba a participar en el Mundial de Brasil de 1950 debido a sus graves desavenencias con la Confederación Brasileña de Fútbol, organizadora del torneo, y también porque sin profesionales defendiendo la albiceleste era poco probable desempeñar un buen papel en el campeonato.

Di Stéfano ya no volvería a jugar más en Argentina. 

Porque de Millonarios cruzaría el charco para jugar en el Real Madrid. La Saeta fichó por el equipo merengue en febrero de 1953 y, al igual que Kubala años antes, se nacionalizó español. Di Stéfano lo hizo en 1956 y, desde ese instante, defendió también la camiseta roja de la selección española.

El debut con España fue en enero de 1957 en un amistoso ante Holanda. Los españoles vencieron por cinco a uno y la Saeta anotó tres goles. Se oteaban buenos tiempos para los ibéricos. 

Pero nada más lejos de la realidad. 

Un equipo en el que se juntaban en la delantera Di Stefano, Kubala, Luis Suárez, Gento y Miguel con el plus de un portero como Ramallets bajo los palos, empató ante Suiza en Madrid para dejar la clasificación para el Mundial de Suecia totalmente en el aire. Y es que todo lo que no fuera ganar los dos partidos a los helvéticos era complicarse la vida ante la visita a Escocia, que es lo que pasó.

Una de las mejores delanteras de la historia de España se quedó sin Mundial.

Porque España cayó cuatro a dos en Glasgow atosigada por el juego directo de los británicos y la pasión desbordada de su afición y, después, las goleadas por cuatro a uno ante los suizos en Berna y ante los escoceses en Madrid ya no servirían para nada. 

Uno de los mejores equipos de la historia de España se quedaría sin jugar el Mundial que consagraría a Brasil y a Pelé como la nueva potencia futbolística mundial.

A Di Stéfano aún le quedaba una última oportunidad de disputar un Mundial, el de Chile 62. España, entrenada por Helenio Herrera, había hecho buenos los pronósticos en la fase de clasificación batiendo a Gales a doble partido y después a Marruecos para plantarse en Chile con ganas de hacer un gran Mundial. 

A esa selección la llamaban la ONU porque la integraban el argentino Di Stéfano, el húngaro Puskas, el paraguayo Eulogio Martínez y el uruguayo Santamaría.

Pero Di Stéfano, finalmente, no podría disputar el Mundial. En el penúltimo partido de preparación se lesionó en la espalda. Viajó con el equipo y lo inscribieron también en la competición, pero conscientes de que no jugaría. 

Y, evidentemente, no jugó. 

Y España se volvió para casa en la primera fase, con derrotas ante Checoslovaquia (0-1) y Brasil (1-2) y una victoria insuficiente ante México (1-0). Aunque siempre le quedará el consuelo de que fue eliminada por las dos selecciones que acabarían jugando la final del torneo (y que se llevaría la Brasil de Garrincha tras ganar a Checoslovaquia por 3 a 1).

Alfredo Di Stéfano jugó seis partidos con la albiceleste y marcó seis goles, todos en el Sudamericano de 1947. Diez años más tarde debutó con España, con la que jugó treinta y un partidos y marcó veintitrés goles. 

Di Stéfano tampoco pudo disputar el Mundial de 1962.

Está considerado uno de los tres mejores jugadores de la historia del fútbol junto a Pelé y Maradona. 

Pero la Saeta nunca disputó un Mundial.

Y es que, a veces, nos olvidamos de que disputar una Copa del Mundo está al alcance de muy pocos. 

Y ganarla, de muchísimos menos.